42. Hora de ajustar cuentas (parte 2)


¿Acaso creían que un disparo podría destruirlo? A veces, los mortales son tan ingenuos... Fue molesto, sí, un leve dolor que incluso le supo a vida. ¿También pensaban que los tiburones se lo comerían? En todo caso, se los comería él a ellos, ¿no? Aunque tendría que estar muy desesperado para recurrir a algo así.

El ser humano es el único animal que ignora los sentidos de alerta; cualquier otro siente el peligro y huye antes de que sea tarde. No se deja engañar por disfraces ni buenas obras. Guardan las distancias y jamás se interponen en su camino. Sin embargo, la humanidad rebosa estupidez. Corre hacia su propia muerte por sentimientos que no valen nada o se deja encandilar por lo que una piel, una promesa o una mirada pueda decirles. Solo hay que encontrar la presa correcta y decirle aquello que quiere escuchar.

Cuando huyó de la isla, lo hizo con ansias de carne y sangre. Sin embargo, tras hablar con el intendente, comprendió que había algo que también ansiaba y no recordaba: poder. Tener a gente a sus pies y hacer lo que quisiera con ellos. Con un buen aliado, podía conseguir todo eso y más.

Tarik se dejó camelar por sus consejos, aunque no supo llevarlos a cabo. En fin, tiene tanto que enseñarle...

Alcanzar la fragata inglesa a nado no fue difícil. No para él. Sí lo fue, en cambio, mantenerse oculto y lejos del gato del pequeño traidor. Llegar hasta el intendente y tener su favor le facilitó las cosas; pudo hablar a escondidas con otros amotinados y, una vez preso el egipcio, prepararlo todo para la fiesta... que está a punto de comenzar.

Con todo el mundo en cubierta le es fácil llegar hasta Morgan. Ha oído hablar de él en varias ocasiones, pero todavía no ha tenido el honor de verlo en persona. A pesar de su edad, se mantiene en forma. Piel oscura, barba canosa, nariz ancha y ojos tupidos. Está claro que ha perdido visión, no obstante, su corazón bombea con fuerza.

—¿Matt? ¿Qué haces aquí? —le pregunta, ajeno a todo.

—Venía a hacerte una pequeña visita.

Sonríe con ímpetu y, antes de que el hombre pueda reaccionar, lo hace suyo. No es hasta que cumple la misión que tenía para aquel cuerpo que vuelve a Matt y, de paso, le da un último vistazo a Morgan. Podría darle un mordisquito, un tentempié, una mano, quizá ni la echaría en falta, pero sabe que las cosas pueden ponerse feas y todo buen plan conlleva una buena vía de escape. Sin despojarse de su instrumento —que algún día aprenderá a tocar— lo carga como quien carga a un borracho. Todos miran a la capitana, así que, tras depositar al maestro armero en un sitio seguro, se detiene a observar la función.

Cuando la daga del pelirrojo cae al suelo, Matt toma la zanfona y sonríe.

¡Hora de jugar!

Al igual que los demás, June se giró de inmediato al reconocer la zanfona. Tal como temía, ahí estaba Matt. El maldito demonio había logrado sobrevivir y se burlaba de ella con su presencia.

—Os voy a pedir amablemente que liberéis a mi aliado y abandonéis el navío —exclamó el polizón—. El nuevo capitán y yo tenemos grandes planes.

Njinja se puso en guardia, y Anne y Farid, que se colocaron a lado y lado, aunque tan solo la capitana iba armada.

—Si lo matamos —les recordó—, podría saltar a otro cuerpo.

El músico empezó a aplaudir mientras avanzaba parsimonioso frente a los demás.

Ni el viento se atrevió a soplar, no así ella, que en menos de un suspiro, desenfundó la pistola. Como si aquella hubiera sido la señal que esperaban, antes de que llegara a apuntar, varios piratas desenvainaron espadas —que no deberían portar encima— y tomaron por rehenes a quienes permanecían del lado de June.

—¡Soltadles, malditos traidores! —rugió ella.

La risa de Tarik se sumó a la del demonio. Cuando se giraron, observaron que, tras el mástil, Jane había cortado las cuerdas que lo apresaban. El intendente saludó al músico con superioridad y pateó a su ex-amante en el vientre.

—Es una pena, —lo oyó gruñir—, podías haber estado a mi lado, pero has elegido traicionarme... —Escupió sobre él y se dirigió a los demás—. Quería matarme para que no supierais la verdad. No solo ha pactado con demonios, ¡sino que planea llevaros a una guerra!

Algunas miradas temerosas se posaron sobre ella. Njinja no daba crédito a lo que estaba sucediendo.

—¿Tú me acusas de pactar con demonios cuando uno de ellos te acaba de llamar «aliado»? —Ignoró su propia advertencia y disparó al músico entre oreja y oreja. Una nube oscura surgió de él y se precipitó sobre June, mas no había sitio para dos en su interior: Colette no pensaba dejarle pasar. La capitana convulsionó y sintió una presa en el corazón. La sombra, entonces, se abalanzó sobre Farid, que era el más cercano. Antes de que pudiera poseerlo, Anne empujó a su compañero e interfirió en el recorrido. Finalmente, el caníbal retrocedió y se infiltró en Brown. Todo sucedió demasiado rápido, pero, como si no hubiera ocurrido nada, June recuperó el temple y continuó hablando—. ¿¡Acaso saben ellos que están apoyando a un demonio que se los quiere comer!?

Los amotinados titubearon, lo que le dio la oportunidad a varios rehenes de contraatacar. Imposible decir quién fue el primero, pero ese fue el desencadenante de una batalla campal.

Tras la inesperada patada, Cillian se hizo un ovillo y se abrazó a su vientre. Al hacerlo, la muñeca le dolió como si la atravesaran. El egipcio le había humillado ante todos, aunque lo peor no era eso, sino el hecho de descubrir que el malnacido al que había amado se había aliado con un demonio. ¿Dónde estaba el honor del que tanto hacía alarde? Un sentimiento amargo le recorrió: asco, y no asco a la mugre o a las vísceras secándose al sol, no: asco al intendente.

Dándolo por inofensivo, Tarik se alejó de él y distribuyó órdenes entre los suyos. A pesar de la evidencia, muchos parecían seguir a su lado y los que dudaban no tardaron en ceder por miedo a estar en el bando perdedor. Mejor luchar con un demonio que contra él.

—Acabaremos con todo aquel que no se una a nosotros —le escuchó decir. No iba a renunciar al Bastardo.

Cillian se arrastró, herido y dolorido, hasta recuperar la daga. La apresó en su mano. Se levantó con mucha dificultad y fue en busca del guerrero, quien no merecía llamarse así. Cuando ya estaba tras él, la madera crujió y, cual animal sorprendido por sonido lejano, Tarik se puso en alerta.

—¿Pensabas atacarme por la espalda, matelot? —Se volteó hacia él y, sin dejar de presionar la herida del torso, con la otra mano lo agarró del cuello, casi asfixiándolo, clavó las yemas y empujó hacia arriba haciendo que los pies del poeta se separaran del suelo.

—Debí matarte —logró replicar el poeta entre jadeos.

El viento se empezó a agitar. Cillian alcanzó a ver a René, aferrado al mástil, con los ojos oscuros e irradiando la misma aura que ya había visto una vez en Jacques.

Sonó un trueno.

El intendente lo arrojó contra unos barriles y lo pateó de nuevo. Cillian temía lo peor, aunque tenía esperanzas en las fuerzas ocultas del muchacho. Esperanzas que se quebraron al verlo caer de lo alto, como si la gravedad lo hubiera vencido.

Quiso llamarlo con todas sus fuerzas, pero entre patada y patada le era imposible.

—Eres un cobarde que no sirve para nada —le recordó Tarik.

—El cobarde eres tú. Podrías haber desafiado a June de una forma honesta. —Se detuvo para toser y escupir la sangre que aumentaba en su paladar—. No eres más que un sucio rastrero.

—Un sucio rastrero que te ha follado hasta reventarte —se jactó el egipcio.

Aquellas palabras resonaron en Cillian y activaron algo dentro de él. La rabia latió en sus entrañas, en sus venas; recorrió su cuerpo llevándose parte del dolor —que volvería después—. Latió, también, en la mano que sostenía la daga; en los dedos; en los nudillos. Gritó desde sus adentros y atacó al egipcio como si estuviera poseído, una y otra vez, hasta que le hizo un tajo en el tórax, justo sobre la misma herida que le había ocasionado momentos antes.

—¡Te juro que te arrepen... !

Antes de que terminara la oración, el poeta saltó sobre él. Tarik, sorprendido y herido, cayó de espaldas. Entonces, Cillian hincó las rodillas en su cuello y alzó el arma, dispuesto a enterrarla en su frente. Había perdido el control de su cuerpo, de sus manos, ¡de todo! Tan solo una causa movía sus hilos: tenía que matarlo, sí o sí.

Pronto, la furia se disolvió al darse cuenta de que René estaba en pie, frente a ellos, observando cada detalle.

El alivio que sintió al verlo le hizo bajar la guardia.

A su alrededor se llevaba a cabo una batalla en la que hermanos y hermanas luchaban unos contra otros. Los del bando de Tarik iniciaron con mejores armas, pero los del bando de Njinja resistían utilizando cualquier objeto que les fuera útil. Óscar, el cocinero desmembrado, a pesar de ser un tullido se defendía con bastón y cuchillo; Eva, en cambio, lo hacía con un tablón que había arrancado del suelo. Los barriles también sirvieron de ayuda, y otros lograron desarmar a sus oponentes y quedarse con sus filos. Aunque el motín se inició de manera desequilibrada, en aquel instante, luchaban a la par y las bajas se sumaban por ambos lados.

Entre Farid y Anne sostuvieron a Brown. Había llegado la hora, Njinja tenía al demonio ante ella y pensaba acabar con él.

—Colette, es tu momento —dijo.

Estiró la mano con una fuerza desconocida y la clavó en el señor de proa. Por infortunio, fue demasiado lenta, o quizá dudó más de la cuenta: cuando le arrancó el corazón, el demonio ya había surgido de él y buscaba un nuevo objetivo. ¡Había matado en vano! El humo se alejó de ellos, entró en Grace —que estaba junto al timón— y la poseída cargó a mordiscos contra el marinero que tenía al lado. El pobre infeliz, fiel seguidor, se desangró a toda velocidad mientras la nueva Grace se recreaba con ello.

Anne, aun estando magullada, hizo acopio de fuerzas, corrió hacia ella y la agarró del cuello.

Entretanto, el corazón de Brown aún bombeaba entre los dedos de June. Se quedó obnubilada, sintió unas ganas irracionales de probar su sabor. Su pulso empezó a retumbar con un sonoro repicar que parecía haber silenciado a cualquier otro sonido. Pum pum, pum pum, era todo cuanto podía escuchar, redobles de tambor que la hipnotizaban y se aceleraban a la par que el instinto se acrecentaba. Dio un respingo cuando Farid la tomó del brazo. Entonces, notó que algunos miembros, entre espadas y golpes, la miraban de reojo.

—¡Hay que ayudar a Anne! —le recordó el nazarí.

Como si ardiera, arrojó la víscera al suelo y se dirigió hacia la popa.

—¡Tú no, Farid! —advirtió June, de espaldas y sin comprobar que cumpliera la orden. No podía permitir que el demonio lo poseyera—. ¡Manda a alguien a por la caja y lleva a Cillian con Anthon! —indicó.

Grace, que doblaba en tamaño a Anne, se había liberado de la presa y ambas mujeres se observaban fijamente mientras caminaban en círculos. Sin siquiera pensarlo, Njinja desenvainó el sable y saltó sobre la timonel. No debía herirla, solo inmovilizarla. Anne viró hasta situarse tras el demonio mientras la capitana atacaba con el filo lo justo para hacerla retroceder. Finalmente, logró apresarla desde atrás, aunque las heridas de la paliza habían mermado su resistencia y que Grace se liberara era cuestión de tiempo.

—¡Sostenlo fuerte! —El rugido que emanó de Njinja podría haber espantado a un león.

Si me matáis, jamás sabrás quién mató a tu novio —canturreó el demonio, mirando a Anne sobre su hombro.

—No le escuches —advirtió, la capitana—, ¡es una trampa!

Pero la contramaestre dudó y Grace, al percatarse, empezó a narrar entre risas maquiavélicas.

—Yo no podía salir del bosque, no hasta que encontraron la llave. Seguirlos fue fácil, pero para cuando lo hicieron, tu querido novio ya estaba muerto, ¿no es así? ¿Me sigues culpando a mí?

—No dejes que te distraiga, Anne. —No iba a dejar que siguiera hablando, Njinja elevó la mano y se dispuso a arrancarle el corazón con la fuerza que Colette le había dado.

Tarik se zafó de Cillian, lo agarró con saña y estrelló su cabeza contra el suelo.

—Deberías calmarte, no te pega estar enfadado, matelot —se burló, a pesar de la sangre que emanaba de su torso—. Nunca lograrás matarme.

De pronto, la sombra se deslizó hacia la popa, pasó entre ellos y penetró en el cuerpo de la timonel. Tras alzarse y arrearle otra patada en la cara, el intendente avanzó al encuentro de su aliado.

La calidez de la sangre bañaba la tez del poeta y la visión de cuanto acontecía tomó colores cálidos en los que resaltaban el naranja y el rojo.

El pequeño duBois le tendió la mano.

—¿Qué-qué sucede, René? —Al hablar le dolían los golpes en la cara, al moverse los del cuerpo, y al intentar autoconsolarse, le dolía el corte de la muñeca—. Sé que puedes acabar con esto si quieres.

—Estoy débil, mon amie... Te lo dije, estoy lejos de casa y tengo hambre.

Súbitamente, Jane saltó sobre Cillian con una espada ropera en las manos. Por suerte, Farid salió de la nada y frenó el golpe con el antebrazo. Si le dolió, no hubo constancia de ello. La agarró de la muñeca y la reclinó contra el candelero. En un abrir y cerrar de ojos, la muchacha estaba desarmada bajo la amenaza de caer al mar. 

Cillian sabía que el espadachín había estado entrenando a novatos, él no se había presentado a ninguna de las clases, Jane sí. Terminó de ponerse en pie, aunque los dedos de René permanecieron enredados en los suyos.

—Jane, la confusión y el dolor te están digiriendo, pero sé que eres buena persona —escuchó hablar al nazarí.

—Si no hubiéramos abordado ese barco, Tom seguiría vivo —replicó ella—, y ahora, «él» ha traicionado a quien debía liberarnos.

Había hecho énfasis en el «él», con voz y mano, y al poeta se le revolvió el estómago.

—Tengo hambre —insistió René. La plata de sus ojos parecía oxidada y el aura a su alrededor crecía y decrecía, en consecuencia, los bucles dorados se agitaban al viento para caer, de nuevo, sobre sus hombros—. ¿Y Teach?

Sin preguntar la razón, Cillian oteó en busca del gato mientras la voz de Farid continuaba llegando a sus oídos.

—Él no mató a tu hermano, lo sabes —decía.

De pronto, Anthon salió de la escotilla, confuso, aferrado a las cuerdas de seguridad con una mano y sosteniendo una caja en la otra. ¿Qué hacía ahí? Farid le hizo señas para que se ocultara y la muchacha aprovechó la distracción, recuperó la posición e intentó lanzar a su oponente por la borda. El espadachín se liberó y saltó con elegancia, quedando en pie sobre el candelero.

—¿En serio quieres matarme? Si es así, al menos hazlo bien. —Le devolvió la espada, la invitó con el índice y la chica saltó ante él. Jane se irguió en posición de noventa grados y asestó una primera estocada que el hombre de cabello lacio esquivó con una patada circular. La muchacha de cabellos claros y ojos castaños estuvo a punto de perder el equilibrio y caer al mar, no obstante Farid le entró por la diestra y la agarró por mano y cintura—. Aún te queda mucho por aprender.

El oleaje les meció, mas ambos mantuvieron el equilibrio.

Aquel combate distrajo a Cillian más de lo que quisiera, aunque gracias a ello localizaron el gato, oculto entre cuerdas a los pies del duelo. René empezó a llamarlo y el poeta intentó hacerle señas a Anthon para que se esfumara. El médico, en cambio, solo podía mirar hacia la batalla que se libraba junto al timón.

—Lo siento... —escuchó decir a Jane.

Se giró hacia ella y, con alivio, comprobó que había bajado los brazos. El espadachín hizo lo mismo, en ese momento y a traición, la alta lo empujó y Farid cayó al mar. Después, clavó su mirada en Cillian.

—¡Esto es por tu culpa, traidor! —le reprochó. Saltó a cubierta y caminó hacia él blandiendo la espada—. Se suponía que eras de los nuestros, pero...

Jamás pudo terminar de hablar. Sus palabras se convirtieron en sangre y se le escurrieron barbilla abajo. Los ojos marrones quedaron muy abiertos y, tras mostrar confusión, en lo que dura un latido, se desplomó. Una sombra similar a Jacques permanecía a su espalda y parecía masticar algo. Al volver la vista a la joven, descubrió que tenía las costillas perforadas.

—No hagas preguntas, mon amie.

La sombra dio paso a René, y Cillian comprendió que lo que había creído ver no era más que un espejismo. El aura que había visto en él antes volvió a pronunciarse; el viento, a agitarse; el cielo, a rugir y los rayos cayeron cada vez más cercanos—. Ahora me siento mucho mejor.

Se limpió las comisuras con la manga, esparciendo un líquido carmesí tanto por la tela como por los morros.

Luego, se escuchó un disparo.

La batalla llegaba a su fin y lo que en algún momento fueran duelos, ahora, eran cuerpos que teñían los fustes de insolente carmín.

El puño de Njinja cortó el viento, empero, no se hundió en el pecho de Grace, porque al verlo venir, esta se zafó de la presa, la agarró fuerte de la muñeca y la capitana contraatacó con el sable. Grace frenó el impacto con la otra mano, sin soltarla. La tenía sometida. El sable cayó, no obstante, la contramaestre recuperó el arma y apuntó directa al cuello del demonio.

—¿De qué serviría, preciosa? —le preguntó de lado, con comisuras desplegadas y dientes ensangrentados—. Además, no he terminado de contarte el final de la historia. Seguro que te interesa, ¿verdad?

—No la escuches, Anne. ¡Las manos!

Dicho y hecho, la duda se esfumó de los ojos de la contramaestre y de un solo golpe le rebanó las muñecas a Grace.

—¡Estúpida! —chilló.

Ya libre, Njinja perforó su pecho con el puño, sintió el chasquido de los huesos y el tacto de las carnes al abrirse paso. Casi había agarrado su alma cuando la timonel se echó hacia atrás. El humo asomó a sus labios, mas Anne selló la salida con su propia boca. Eso era lo que convertía a la contramaestre en una pieza clave: no tenía corazón, en tanto, no podía ser poseída.

La escena era aberrante.

Njinja sentía el ir y venir de la sombra entre sus dedos. La necesitaba en el corazón de Grace. De refilón, se percató de que Anthon las observaba con la caja en la mano y avanzaba hacia ellas mediante cuerdas. Eso estaba mal, él no debería haber sido quien la portara.

La oscuridad vibró entre sus dedos, ¡lo tenía!, solo faltaba arrancarlo. Entonces, hubo un disparo y la capitana se derrumbó.

A Cillian no le importó arrimarse al demonio que, vestido de Grace y sin manos presentes, se enfrentaba a la contramaestre mientras bañaba el derredor con la sangre que surgía de sus muñecas.

Se puso en pie, recuperó la daga, las fuerzas, la autodeterminación, y cargó contra el intendente. Este se giró justo cuando lo tenía encima, esquivó el golpe y se empezó a reír. Esta vez, Cillian, presa de la adrenalina, no le dio ninguna oportunidad y le arreó otro corte que lo rajó desde el ojo hasta la oreja. El grito del intendente fue gutural. Se agarró la cara a sí mismo, aunque eso no era suficiente para detener la hemorragia. En cuanto recuperara el control, Tarik lo mataría. 

Ante ellos, timonel y contramaestre seguían sumidas en un combate en el que la agilidad de la segunda igualaba las tornas. Por su parte, Anthon había llegado hasta June e intentaba mantenerla viva.

—Míralo por el lado bueno, chica, ahora eres libre —escuchó decir al caníbal.

Cada vez que el demonio intentaba huir de aquel cuerpo, Anne la besaba y Grace se separaba. Era un combate, cuanto menos, turbio. A Cillian le hubiera gustado ayudar, pero no sabía cómo y su propio adversario, otrora amante, estaba delante de él, herido y furioso. Además, había alcanzado su cimitarra, oculta tras un tonel. Esa era la prueba final de que el motín estaba preparado, por si quedaba duda de ello. El egipcio ignoró los golpes, el ojo perdido y la sangre derramada. Presa del odio, atacó a matar. Por suerte, el dolor mermaba sus movimientos y le daba ventaja a Cillian. Se preguntó dónde se había metido René y por qué no estaba ayudando. 

Para su sorpresa, quien sí apareció fue Jacques, que a su paso silenció golpes y clamores, impregnando todo con su onírica presencia.

—Libérame de la promesa, poete —rogó con los puños apretados a lado y lado de las caderas.

Cillian gritó un «¡te libero!» y, entonces, las pestañas de duBois se batieron sobre las esferas grises. Un rayo cayó junto a Tarik. Le habría caído encima si el susodicho no hubiera rodado para esquivarlo. La madera ardió y las llamas fueron aplacadas por un repentino aguacero.

El cielo rugió con furia.

También se escuchó un cañonazo.

Y un disparo que chocó contra el cráneo de Grace.

Y gritos de guerra.

El Ominira se acercaba con Margaret al mando. Cillian la alcanzó a ver con el mosquete, aún humeante, entre las manos.

La nube negra surgió de la timonel y se precipitó sobre los sacos de contrapeso. Con la velocidad del rayo, salió de ahí portando el cuerpo de Morgan, agarró a Tarik y se lo echó al hombro.

—Encantado de volver a verte, su majestad —le dijo con retintín al anfitrión. Hizo una reverencia y saltó por la borda junto a su aliado.

El viento les azotó de nuevo y el oleaje batió con inquina. Jacques se asomó al candelero, envuelto en su aterradora aura. Iba a acabar con ellos sin barajar que tanto el Bastardo como el Ominira podían recibir daños colaterales.

—Jacques —pidió el poeta, abrazándolo desde atrás y con la cara enterrada en su espalda—. Ya se han ido...

—Deseo matarlos.

—Y yo, pero podrías hacernos daño a nosotros. ¿Dónde está tu hermano?

El anfitrión se giró hacia él y, al ver las lágrimas de impotencia que atravesaban sus mejillas, lo abrazó y susurró a su oído:

—A salvo, belle poete... Todo está bien.

Los ojos azules mostraban un mar en calma; una calma herida, como la que deja el paso de un huracán tras una ciudad. Ruinas. Todos los cimientos derrumbados y, por lógica, buscaba algo a lo que asirse, una falsa seguridad. Lo besó con la timidez de quien anhela un refugio, un lugar en el que esconderse del mundo.

—Esto es real —se auto consoló en voz alta.

—No lo es —replicó Jacques, apenado—. Estás hechizado. —El pelirrojo se mostró confuso y dolido, sin saber cómo reaccionar. DuBois posó los labios sobre su frente y prosiguió—. Me dijiste que estuviste muerto, por lo que todo lo que guarde relación con el lugar en el que encontraste la paz te despierta admiración.

—¡Eso es una locura!

—No solo yo... La isla, René, la mansión... Todo te atrae, pero además, en mí proyectas lo que sentías por aquel a quien deseas olvidar.

—¡No quiero olvidar a Sebastian! —gritó. Aunque era cierto. Se había esmerado en no recordar para ahuyentar el dolor, pero daba igual lo que uno hiciera. No había escapatoria y ya no tenía sentido seguir luchando contra los recuerdos—. La muerte llama a la muerte —comprendió, al fin. Nunca había estado hechizado, sino que había respondido al llamado. Seguía sin saber qué o quién era duBois, pero sin duda, no estaba vivo ni muerto. ¿Acaso existía? La última tabla se había esfumado. Ya no le quedaba nada. Se alejó de él y volvió a hablar, esta vez, con la mirada fija en el cuerpo de la capitana. De su espalda nacía un mar escarlata que crecía latido a latido y que el médico no lograba detener—. No es verdad, no está todo bien. Tarik ha disparado a June.

Por mucho que quieran borrar su conciencia, Anne se da cuenta de todo. Las palabras de aquel demonio cobran sentido y entiende que el enemigo está más cerca de lo que pensaba.

«Hermana —piensa—, ¿qué haremos?»

«Esperar —contesta Margaret—. Nuestra venganza llegará cuando llegue la hora, pero antes debemos recuperar nuestra voluntad».


Nota de autora: 

Cuando había un motín, la tradición era abandonar a los amotinados en una isla desierta (dato curioso, si lo comparamos con otros castigos), aunque os recuerdo que ya están en territorio conocido. 

¿Tenéis alguna sospecha sobre de qué hablan Margaret y Anne? 

¿Qué le habrá pasado a Farid?

¿Volveremos a ver a Tarik y al caníbal? 

¿Conseguirá Anthon un bastón?


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