35. Todo el mundo tiene un pasado
Por primera vez en mucho tiempo, Cillian se sentía tranquilo. No estaba loco. Aquellas visiones, sensaciones y vagos recuerdos tenían una base: Jacques era real, y ya no le importaba estar hechizado, pues, gracias a ello, Elliot estaba vivo. Vivo y con ganas de pasear. Incluso le dijo que necesitaba tomar aire fresco y, el poeta, a pesar de mostrar su claro desacuerdo, accedió a acompañarlo.
El joven caminaba como si sus pies tuvieran que analizar cada paso y olisqueaba el viento como si fuera la primera vez que notaba la brisa del mar.
—¿Estás bien? —preguntó Cillian, preocupado por su amigo.
—Sí... supongo... es solo que... —El resto de palabras se atoraron en sus labios. Parecía temeroso. Miró al poeta y negó con la cabeza, pero el pelirrojo insistió hasta que, al fin, continuó—: No siento nada.
En el barco vecino se escuchaba el repiquetear de los timbales. Cillian escuchó, también, una voz que lo llamaba y se giró. Desde allí, Tarik lo contemplaba, mas Cillian no respondió y le dio la espalda. Había tomado una decisión y, esta vez, no cambiaría de opinión.
—Eso es bueno —juzgó, volviendo al joven que paseaba a su lado.
—Quizás... —Sin embargo, Elliot no parecía convencido de ello.
De nuevo, Tarik volvió a llamarlo y al poeta no le quedó otra que asomarse. Le hizo un gesto que supo identificar: la promesa. Quería que volviera a intentarlo.
—Vámonos —comentó de lado. Quería perderlo de vista. Además, su principal preocupación era Elliot—. Estás vivo. Eso es lo único que importa.
Entonces, ambos escucharon un grito y un llanto agónico.
Venía del camarote de June. Fueron hacia allí, y no fueron los únicos. René aguardaba con la mirada fija en el interior de la estancia.
—¿Qué sucede? —le preguntó. El adolescente no contestó. Ni siquiera lo miró. Tan solo dio un paso al interior. Ellos fueron tras él.
Farid y Anne estaban junto a la puerta y, sobre la cama, la esclava que rescataron del Ominira lloraba desconsolada mientras se abrazaba a un bebé de tonos azulados; June y Anthon permanecían a su lado, ella, impasible; Anthon, sentado en el mismo colchón. Cuando los vio, el médico se puso en pie y se acercó cojeando.
—Ha muerto —le susurró a Elliot. Luego se tambaleó y Anne lo ayudó a sostenerse.
El joven marinero no supo qué contestar y al poeta se le partió el corazón. No podía ni imaginarse el dolor que estaría sintiendo aquella mujer. Recordó el terror en ojos de su madre la primera vez que creyó perderlo, tras encontrarlo en un charco de sangre. Solo por eso, la pobre mujer estuvo a punto de perder la cabeza.
Sin pedir permiso, se arrimó. Creía que él sería capaz de darle consuelo.
—Aléjate de ella, Cillian —le advirtió June, entre dientes—. Lo último que necesita es tenerte aquí.
Le hirvió la sangre. ¿Cómo se atrevía a decir algo así? ¡Ella! Ella que era fría cual estatua de hielo y tan solo se limitaba a observar con ojos sombríos y temperamento intacto. No pudo reprimir los pensamientos que pasaron por su mente y que se correspondían con el odio creciente que le tenía.
—Creo que lo que necesita a su lado es alguien con sentimientos, y tú no eres esa persona.
June viró hacia él, alzó la mano y se la estampó en la cara.
—¡No te atrevas a volver a decir algo así, pequeño ignorante! Tú no sabes nada. —Sus ojos llameaban, aunque estaba firme y habló con autoridad, como siempre lo hacía. ¿Qué rayos sabría ella de sentimientos y dolor cuando todos, en ese maldito barco, se desvivían por cumplir sus órdenes?—. Dejémosla sola. ¡Todo el mundo fuera! —gritó fuera de sí.
—Deberíamos llevarnos el cuerpo —sugirió Anthon. Cillian respiró hondo por no montar una escena, y apoyó las palabras del médico. Estar junto al cadáver no sería de ayuda para aquella mujer.
—No. La niña se queda con su madre. No dejaré que le robéis el derecho a despedirse. ¡Todo el mundo fuera, joder! —insistió la capitana, con un matiz de ira que no había visto nunca en ella. Parecía que estuviera poseída por el mismísimo Satanás.
Todos cumplieron la orden, porque cuando June hablaba, los demás callaban. El poeta fue el primero en hacerlo, con la mano marcada en la mejilla y tentado a cumplir la promesa que le hiciera a Tarik. Le siguió Anthon, ayudado por Anne e intercambiando susurros con Elliot. Al salir, Cillian se detuvo frente a René, mas este le esquivó la mirada y, cuando Farid y June salieron, abordó a la capitana:
—¿Cómo se llamaba tu hijo?
—John —contestó ella, con sequedad—. Marchaos de aquí, seguro que tenéis trabajo que hacer.
Ya era de noche, pero Njinja no encendió velas ni lámparas. Agarró una de las botellas de ron que había recuperado del almacén y se la llevó a los labios. Necesitaba distanciarse de lo acontecido.
«Tendrás que enfrentarte a tu pasado», le había dicho Amadi. ¡Estúpido! No había un puto día que no lo hiciera: su pasado era la razón de que estuvieran ahí. No le temía. No temía volver a sentir aquellos sentimientos que la acercaban de nuevo a su hijo, ni el odio ni la rabia. Eran su motor. Cada recuerdo era una razón para seguir adelante. Lo aceptaba como una parte más de su cuerpo, de la misma forma que aceptaba cada herida, cada derrota y cada victoria. Le gustara o no, su pasado formaba parte de ella, aunque esta vez le dolía demasiado, por ende, evadía mirarlo de frente y lo ocultaba incluso de sí misma.
Ya había bebido media botella cuando alguien llamó a la puerta.
Abrió con rabia y se encontró de bruces con Cillian. La última vez que el poeta la había buscado, había sido con una sonrisa en los labios. Esta vez, solo estaban los ojos azules, tristes; el rostro consumido y la expresión de la culpa.
—Lo siento —le dijo—. Yo no sabía...
—Nadie lo sabía. ¿Quieres un trago?
El poeta aceptó la invitación, cogió la botella y bebió.
—No debí juzgarte —continuó él, aferrado a la bebida—. Ahora entiendo por qué eres así.
—¿Así, cómo? —Lo observó, interesada.
—Pues despiadada, llena de odio... fuerte, supongo.
—¡Qué gilipollez! —rio ella de forma sarcástica, pues no era divertido—. ¿No te das cuenta de que aquí todos tienen un pasado? Incluso tú. ¿Qué te pasó? ¿Tu historia te ha hecho más fuerte? Porque diría que en tu caso es al contrario: tu pasado te hace débil —espetó. El poeta hizo amago de defenderse, pero tan solo dio otro trago. Ella le quitó la bebida de la mano e hizo lo mismo. Ya podía ver el fondo de la botella, otra vez—. El mundo está lleno de cosas horribles y discursos de mierda que pretenden justificarlas. Uno se hace fuerte a sí mismo creyendo, no utilizando un pasado por excusa.
—Entonces, según tú, ¿lo que hemos sufrido ha sido en vano?
Ante tal pregunta, ella resopló molesta. El pelirrojo tenía el coco comido por discursos de mierda.
—¿Qué razón puede haber para que esa mujer haya perdido a sus hijos? ¡No la hay! La única lección de todo eso es que el mundo es injusto y cada cual decide aceptarlo a su manera. Tú te revuelcas en tu mierda. Entonces, ¿no has aprendido nada? No eres el primero ni el último que sufre. ¿Sabes algo de Anthon? ¿Y de Elliot? ¿Qué sabes de él? Lo llevaron a diversos curas y psiquiátricos, lo atormentaron... Han tenido una vida de pena, pero ninguno de ellos va llorando por las esquinas, y no porque su pasado les haya hechos más fuertes ni porque hayan aprendido nada de él, no hay razón para eso. Siguen adelante y punto.
Todas esas palabras cayeron sobre el poeta cómo una lluvia de espinas. Eran verdades incómodas. Cillian necesitaba encontrar una razón en todo lo que había vivido. ¿Tanto sufrimiento a cambio de nada? Aceptar algo así era duro e injusto. Además, ¿cómo se atrevía él a hablar de sufrimiento? Había juzgado a June, mas ella nunca ocultó su pasado, no el hecho de haber sido una esclava. Él mismo había tenido ocasión de ver los latigazos de la espalda e incluso la marca del acero ardiendo. Tarik también había sido un esclavo. Le habló de las largas jornadas trabajando en las plantaciones.
Ahora pensaba en lo que habría vivido cada miembro y se sintió pequeño e injusto. Él, que incluso se había planteado terminar con su vida.
—¿Quieres contarme tu historia? —propuso ella—. Todavía no la conozco. Cuéntame como un niño rico se ha convertido en la puta del intendente. Puedo imaginar por qué tu familia te desterró, pero no por qué eres tan...
—Débil —concluyó él. Quiso beber de la botella. Estaba vacía. June se dirigió a un pequeño armario y extrajo otra—. No hay mucho más que contar... Como bien has dicho, aquí todos han pasado lo suyo. Supongo que sigo buscando excusas y razones que me impiden avanzar. —Tomó el licor de las manos de June y dio un largo trago.
Pensó en Sebastian. En todo el tiempo que había pasado intentando olvidar lo sucedido y en cómo, a pesar de luchar contra ello, seguía acudiendo a sus sueños todas las noches. Cada vez que el recuerdo de Sebastian asomaba, Cillian lo apartaba con la palma de la mano. ¿Por qué recordar? ¿Quién querría revivir lo sucedido una y otra vez?
—Quizá ha llegado la hora de madurar, Cillian.
—Quizá —sentenció él. Le devolvió la botella, y se marchó.
¿Había sido demasiado dura con el pelirrojo? No. Alguien tenía que decirle cuatro verdades en algún momento. Alguien debía tomar el rol de «bruja» y terminar meter el dedo en la llaga para que reaccionase. Y a Njinja no le importaba ser esa persona.
Aunque no estaba en su mejor momento.
Su propia llaga quemaba demasiado y ni con mil barriles de ron podría apaciguarla. La botella se terminó. June la arrojó contra la pared y gritó en silencio. A pocos metros de ella, en su camarote y sobre su cama, había una mujer abrazada a un cadáver. Y por más que bebiera no podría amainar su dolor.
Daba igual.
Lo único que le importaba era encontrar otra maldita botella y hacer callar a Colette, quien parecía tan afectada como ella. Por suerte, aún le quedaba algo en la petaca de James.
Salió afuera con intención de reponer la bebida.
A veces, cuando estaba sola, podía sentirlo. A veces tenía los seis años que habían pasado, otras, en cambio, estaba igual que la última vez que lo vio: John.
Porque era injusto y nada podía cerrar esa herida. La tenía ahí, al fondo del corazón, guardada en aquel lugar en el que se guardan los recuerdos que nadie quiere mirar, pero de los que, tampoco, nadie se quiere desprender. Mientras tanto, sin pretenderlo, invisibilizaba a aquel que debía ser visible. John era su hijo, no obstante, a veces sentía que se comportaba como si fuera su vergüenza, aunque quizá así era... El vínculo se había roto antes de que su cachorro abandonara el mundo. Si entonces hubiera sido la leona que ahora era, John seguiría vivo.
Y Nico.
Su hijo ya no era más que un recuerdo que amenazaba con ser olvidado. Eso era lo que más dolía.
Alzó la vista al cielo y observó una estrella que huía del entrelazado de nubes. Una estrella pura, solitaria, de brillo débil, pero lo suficiente avispada para refulgir entre la densidad de aquellas nubes.
—Te quería —pronunció en voz alta.
Una gota de llovizna aterrizó sobre uno de sus ojos y, tras inundarle la retina, descendió por el lagrimal humedeciendo la mejilla. ¿Sería eso llorar? Porque ya no recordaba cómo se hacía. Estaba seca.
—Mi reina —la llamó Margaret, a su espalda.
Njinja se limpió los recuerdos que Dayan y la niña habían evocado en ella, y se giró.
—Puedes llamarme por mi nombre. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Desde el abordaje, algo no va bien.
—No es el momento, quiero estar sola. Vete.
Njinja dio otro trago, pero Margaret le arrebató la petaca volviendo para sí la atención.
—June, —Era la primera vez que la llamaba por su nombre, y la capitana sintió que lo aborrecía—, todos dependemos de ti. Si hay algo que te esté dañando, debo saberlo. Estás perdiendo el control.
—¿Y tú qué sabes? ¡Te he dicho que te marches!
Pero Margaret no estaba dispuesta a ceder.
—Tengo derecho a saber qué sucede. —Se arrimó a ella y acarició las mejillas con el pulgar como si capturara esas lágrimas que no estaban, porque June no sabía llorar.
—Y yo tengo derecho a guardar mis secretos.
—No, si estos te apartan del camino. Si pierdes el control, todo estará perdido.
—¿Te he presionado yo a ti, alguna vez, para que me cuentes algo? No, ¿verdad? Te he dado tu espacio para recuperarte de lo que fuera que te pasó en aquel barco, y de lo de la isla. Te pido lo mismo.
La inglesa bajó la mirada.
—Ojalá lo hubieras hecho —confesó pensativa—. Pero si no quieres hablar, tengo otras formas de aligerar tu carga.
Los focos reposaron sobre la doncella de hielo y esta empezó, lentamente, a desvestirse.
—¿Se puede saber que coño haces? —la detuvo June.
—Sí o sí, hay que aligerar esa carga, así que tú eliges: hablar o follar. —Estiró los brazos sobre sus hombros y la besó en los labios con total naturalidad. La capitana sintió cómo el frío que irradiaba le cortaba los labios—. Tus besos podrían emborrachar a Goliat —ronroneó a su oído.
—Quiero que te vayas con Michael al Ominira y que vigiles a Tarik de cerca —replicó la capitana, tajante como un cuchillo.
Margaret le sustrajo la petaca y dio un trago demasiado largo. Esperaba que no se la hubiera terminado.
Se hizo un silencio incómodo que se vio roto por un trueno cercano.
—No te atrevas —sollozó la inglesa—, no te deshagas de mí. Me necesitas.
Njinja volvió a acercarse a ella, recuperó su petaca, la agarró de la nuca y le devolvió el beso.
—Nunca me desharía de ti.
Bajo el manto de la oscuridad, la tela que le cubría el rostro parecía negra y se fundía entre las sombras. Cillian pensó en las palabras de June: «aquí todo el mundo tiene un pasado», y se preguntó cuál sería la historia de su amigo.
Se acercó al muchacho, que reposaba sobre una hamaca, y lo miró de frente con los ojos entrecerrados, queriendo ver más allá.
—¿Estás bien? —preguntó Elliot, perezoso, al sentirse observado.
—He sido un egoísta. Desde que llegué, no he sabido ver más allá de mí mismo. Todos tenéis un pasado y jamás me he interesado en averiguarlo —sollozó.
—No, Cillian. Tú sigues quemándote en el presente, por eso no ves más allá. Pero sí, todos tenemos un pasado. —Como si le hubiera leído el pensamiento, el joven se enderezó, se quitó la camisa y le mostró la espalda. Cillian recorrió las marcas con el dedo, pensando en cuánto debieron dolerle—. Es difícil nadar contra corriente. Cada uno de nosotros lleva una tragedia a cuestas. Queríamos huir del dolor, en cambio, hemos aprendido a convivir con él, a luchar y ser quién somos.
»Jane y Tom fueron repudiados por los delitos de sus padres. Anne era la quinta hija de una familia sin recursos, así que su familia la vendió a un burdel. Farid fue descubierto por unos fanáticcos. Arrasaron su hogar, junto con su mujer y sus hijos. Anthon...
—¿Qué le pasó a Anthon?
El joven se perdió en sus pensamientos. Luego, habló con voz serena:
—El insecto —así lo llamaba— ha vivido solo desde muy pequeño. Su madre les abandonó y su padre se dio a la bebida. Tuvo que trabajar para pagar las cuentas que aquel hombre dejaba en las tabernas. Hasta que Aisha se lo llevó con él. —Entonces, Elliot puso una mano sobre su hombro y le sujetó del mentón para que lo mirara—. ¿Y a ti? ¿Qué te pasó?
Era la segunda vez que se lo preguntaban y seguía sin ganas de hablar de ello. Entendió que su pasado no era peor que el de quienes estaban allí. Tomó una lámpara, empezó a andar. Tras unos pasos, le hizo señas a Elliot para que le siguiera.
Lo llevó hasta el lugar en el que había ocultado su regalo, luego se lo mostró. Elliot tomó el cuaderno entre las manos y empezó a hojearlo con parsimonia.
—Eres un pésimo poeta —se burló con complicidad, tras leer algunas líneas.
El poeta fingió molestia, le dio un golpe suave y se lo arrebató de las manos. Luego, se puso a escribir:
«Hoy lo he visto, lo sé, y le ha salvado la vida a un buen amigo, un hermano.
Siempre estaré en deuda con él»
Cada vez que viera a Jacques pensaba escribirlo. Ahora que sabía que era real, no estaba dispuesto a olvidar.
Al leer, espiándole por encima del hombro, Elliot exhaló una nube de tristeza.
—¿De verdad crees que me ha salvado la vida? Ya te lo he dicho, Cillian, no siento nada.
Da otro bocado, mastica con gusto y lo saborea poco a poco. La energía lo nutre y lo hace más fuerte.
Sin embargo, aún no ha encontrado una pierna tan apetitosa como la de Anthon. A estas les falta consistencia y están más saladas.
Cuando considera que ha terminado, arroja los restos por la compuerta del habitáculo y se limpia los morros con un pañuelo de seda.
Hay tanto alimento en ese bajel que podría quedarse ahí para siempre.
—Pasas demasiado tiempo oculto —le dice Tarik, cuando sube a cubierta.
—¿Qué va a hacer un músico aquí? ¿Quieres que vuelva a tocar?
—¡No! —espeta el egipcio—. Como te acerques a la zanfona no respondo. Eres mi único aliado, la maldita arpía se encargó de ello —gruñe con rabia—. No la cagues y olvídate de torturarnos con ese trasto endemoniado. Tenemos que llevarnos bien.
«Aliado», repite para sí. Interesante. No se lo había planteado, pero podría valerle. Estira los brazos en un bostezo sobreactuado y, sin darse cuenta, se masajea la tripa.
A pesar de la oscuridad reinante, gracias a los faros pueden vislumbrar el Bastardo y, ahí, al irlandés caminar junto al tuerto. Es divertido ver cómo las venas del egipcio empiezan a palpitar mientras le hace señas, y cómo estas se inflaman, aún más, cuando el otro le da la espalda. Lo llama con insistencia hasta que, al fin, se asoma. Luego le hace un gesto que más que amor parece una amenaza.
—Bueno, la capitana te ha enviado aquí, es como si fueras capitán —retoma la conversación. Lo de «aliados» le ha gustado. Quizá pueda sacarle partido.
—Por eso accedí, pero era una trampa. Aquí la que manda es ella. —El dedo del egipcio señala a la proa, en donde un hombre alto y maduro discute con la esclava que estuvo con ellos tras el asesinato de Giorgio.
Al momento siente la fuerza que emana de ella y se encoge. Tendrá que tener cuidado, tiene visión.
—Míralo por el lado bueno —le dice con una sonrisa tan amplia, que más bien parece un corte en la cara—. Al menos, aquí nadie nos quitará el corazón.
Nota de autora:
Bueno, aunque parezca mentira, nos estamos acercando a la parte final del segundo arco. Este viaje está siendo mucho más largo que el primero y, en él, también se están sembrando varias semillas para el tercero.
Y ahora...
¿Tenéis alguna teoría respecto a Margaret? Sin duda, algo le pasó en la isla.
¿Y qué opináis de la amistad que se está gestando entre Elliot y Cillian?
¿Por qué está enfadado René?
Os voy a confesar un secreto: este capítulo tenía dos versiones y me vi en la encrucijada de elegir entre la escena June-Cillian o Elliot-Cillian. No tuve fuerzas para renunciar a ninguna... Espero que tanto diálogo no se os haya hecho pesado, pero ambos encuentros me parecían necesarios.
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