31. Belle Poete

Sombras. Sombras que se ocultan entre ellos, bailotean entre las velas y arrancan hálitos a aquellos que se cruzan con ellas. Pasean errantes por el Bastardo, como si no fueran conscientes de su propia existencia.

Anne está entre dos mundos, se pregunta si Margaret también. Prefiere no pensar en ello. Necesita encontrar al demonio infiltrado. En cambio, se ve relegada a la enfermería. No es que le importe. Anthon le cae bien. Solo es que cada minuto que permanece ahí, una vida corre peligro y la urgencia la reconcome.

El joven médico la mira, preocupado. Intenta mantenerse en pie, con una mano en la cama y la otra en la frente de Elliot. Poco a poco, le alza la camisa al chico. Se tambalea y ella le ayuda a mantenerse en pie.

—Aún duele... —le confiesa el joven.

Sigue alzando la tela hasta dejar al descubierto la herida. Los ojos oscuros de Anthon le dicen que algo no va bien.

Al otro lado de la estancia, el maldito Michael se burla de la inminencia.

Al escuchar su voz, se quedó petrificado. Puede que no fuera real, que solo fuera un sueño que tomaba forma, pero le daba igual, porque lo que aquella voz provocó en él no podía ser falso.

El aroma lo envolvía y la respiración sonaba cercana. Cillian no se giró. Temía que si lo hacía la ilusión se disolviese.

—Has vuelto —dijo con la voz trémula y parte de la entonación ahogada en la garganta—. No te vayas... No vuelvas a hacerlo.

Escuchó cómo los pasos se acercaban a él y suspiró cuando lo abrazó desde atrás.

—Solo si no quieres que lo haga. —DuBois respiró sobre su cuello y apoyó el mentón en su hombro—. No querías verme.

—Tenía miedo.

El poeta ladeó la cabeza hasta dar con los ojos grises y con aquellos labios que atesoraban la cura que precisaba. Alzó la mano y le acarició el rostro, y el pelo, que se le enredaba ligeramente entre los dedos.

—¿Ya no lo tienes?

—Sí, pero no importa.

No le dio tiempo de respuesta a Jacques. Viró hasta estar frente a frente, correspondió el abrazo en el que estaba sumido y lo besó con urgencia, como si fuera a desvanecerse de un momento a otro.

DuBois lo frenó y posó los labios en su frente.

—Mírame —rogó. Le enmarcó el rostro, y observó el azul de los ojos y la boca entreabierta, suspendida en el anhelo del beso negado—. Eres arte. —Le volvió a besar, esta vez rápido para poder hablar—. Único. —Y cada frase se veía entrecortada por un nuevo beso—. Mi belle poete. —El último fue más largo y profundo.

Cillian reculó hasta la pared, y Jacques con él, sin separar las bocas y con las lenguas unidas en una sola. Necesitaba que le arrancara a Tarik de la piel, que le robara el frío, que lo limpiara y que lo abrigara con esa calidez falsa que irradiaba y que le hacía parecer real. Las caricias lo poseían, le sanaban y, a la vez, lo mimaban de forma extraña. Despertaban su instinto, pero también las dudas, los miedos y la necesidad que va más allá del tacto. 

La herida del torso desapareció.

—¿Por qué? —gimió.

—No te entiendo —El anfitrión tenía una amplia sonrisa esculpida entre los hoyuelos.

—¿Por qué yo? —Se acercó a su oído y paseó la lengua por el lóbulo de la oreja—. Quiero que me lo digas, ¿por qué soy tan especial?

Los labios de Jacques descendieron por su clavícula, después por el esternón.

—Porque eres mágico... —Se detuvo en el aro del pezón y, tras lamer alrededor, sorbió de él con suavidad. Luego continuó su descenso mientras respiraba sobre su piel. Le desabrochó el pantalón y lo acogió en la boca.

El poeta arqueó el cuello e intentó, en vano, concentrarse en una telaraña que colgaba del techo. Enredó las yemas en el cabello ondulado y empezó a jadear, aunque una nube de tristeza le seguía acompañando.

—No es verdad —se lamentó—. No lo es...

El anfitrión, al oírle, aumentó el ritmo y los malos pensamientos huyeron de la mente de Cillian mientras el beso de Jacques lo acompañaba hacia el éxtasis. Las dudas y los miedos desaparecieron con el roce de la lengua. Los resuellos se convirtieron en gemidos y a punto estuvo de terminar antes de tiempo. No quería. Era suyo, su fantasía. Y se lo merecía. Cuanto antes terminase antes desaparecería y no quería dejarlo marchar. Estiró del pelo y tiró de él hacia arriba. El anfitrión volvió a besarlo en la boca, impregnándolo de su propio sabor, y lo continuó masturbando.

—Ojalá pudieras ver lo que yo veo.

El poeta entrecerró los ojos, empujó al francés contra la pared contraria y le arrancó la camisa mientras este lo observaba con vehemencia. Como siempre, los ojos grises fijos en él le decían que estaba ante un tesoro que él no sentía, pero que agradecía. Se colgó en sus brazos, inesperadamente, y Jacques lo rodeó por la cintura, apretándolo contra sí. Cillian era consciente de que tan solo era una ilusión. Se esfumaría y no podría recordarlo hasta el próximo encuentro. Daba igual. Solo le importaba el ahora y, aunque fuera falso, le hacía sentirse vivo y amado. Eso era todo cuánto quería.

Olvidar y sentir.

Los sentimientos enquistados, junto con las lágrimas que no derramó, ardían cada día en su pecho; sentimientos que quedaron huérfanos y había volcado hacia la persona equivocada. Jacques era olvido, al igual que lo fuera Tarik, sí, pero también era tacto, deseo y devoción hacia uno mismo. Sus manos le recorrían el cuerpo con el cariño y admiración que se le dedican al arte, y él hacía lo mismo, preparándolo con la pericia y dedicación que solían negarle.

Vivir ese sueño como si fuera real era cuánto necesitaba para soportar un día más.

—No quiero olvidarte —susurró.

—No lo hagas, ma belle poete —contestó Jacques. Y vio tristeza. Y vio súplica.

Ya desnudo —excepto por el medallón que adornaba su cuello— el anfitrión giró entre sus brazos y colocó las manos en la pared. Cillian lo observó durante unos instantes, luego se pegó a su espalda y lo besó en el cuello. Acarició los pectorales, los abdominales, se perdió en la uve de la tentación y, finalmente, aferró su miembro mientras el propio se abría paso entre las nalgas de duBois.

Los gemidos del francés se aceleraron al ritmo de la caricia. Observó la cadera, las vértebras que se marcaban a través de la columna y las hendiduras que se pronunciaban en la pelvis. Se aferró a ella y tras pequeñas y breves intrusiones lo penetró con una estocada larga y medida.

La carne caliente se abría solo para él, y con cada embestida el dolor amainaba y los problemas se difuminaban. Jacques lo miró sobre el hombro y suspiró fuerte; el poeta silenció ese suspiro con un nuevo beso mientras continuaba penetrándolo, cada vez a un ritmo más álgido.

Los gemidos de los dos resonaron entre los fustes del calabozo y el olor a humedad se vio reemplazado por la canela, el sándalo, los cuerpos sudorosos y el olor de la unión. El poeta se sintió como un animal salvaje. En pleno clímax, quiso hundir las fauces en el cuello del anfitrión, quien aún se arqueó más hacia atrás, como si eso fuese lo que deseaba.

Quedó con los dientes recostados en el mismo punto en que Tarik solía morderlo a él.

Los malos recuerdos y el verse ocupando el otro lugar le hicieron tambalearse. Respiró hondo, tragó saliva y convirtió ese mordisco latente en decenas de besos que se dejaron caer entre hombro y oído. Continuó con la caricia íntima y cuando supo que Jacques estaba a punto de venirse, lo hizo girar hasta quedar de frente. Lo besó con pasión desmedida y lo miró una vez más. Las miradas se encontraron, y las almas, también.

Jacques gruñó en su paladar y se corrió sobre él.

Entonces, se unieron en un húmedo abrazo y se acomodaron semi sentados, entre el suelo y la pared, esperando a que las respiraciones se acompasaran y que los latidos dejaran de golpear, furiosos, contra sus pechos.

—Tiene muy mala pinta —se burla el imbécil del cirujano.

Anne lo abofetea, aunque no entiende por qué Anthon no consiente que se acerque a Elliot. Se limita a pasarle paños húmedos de forma constante. Mira la herida y traga saliva.

—Anne —ruega con un hilo de voz—. Tienes que traer a Cillian. Es barbero, quizá él pueda ayudarme.

Mira de reojo a Michael. ¿Debe dejarlos solos? No confía. Ese bastardo vengativo podría aprovechar la ocasión para atacar al joven. Se niega.

—Anne —repite Anthon—. Por favor...

Ya perdió a Martin, y aunque no haya tenido tiempo de llorar su pérdida, esta todavía le pesa.

Cien veces soñó con encontrarlo en ese limbo en que se hallaba en sueños, entre la vida y la muerte, con sentidos en alerta navegando entre ambos mundos. Se evaporó. No quedó nada. Así como nada quedó de todos cuantos cayeron. No va a arriesgarse, también, a perderlo a él.

«Margaret», piensa.

Y en cuestión de segundos, la joven inglesa atraviesa el umbral de la puerta.

—¿Qué quieres, «hermana»?

Cillian se apoyó sobre Jacques y se centró en sus latidos. Eran rítmicos y perfectos. Cerró los ojos, tranquilo, se dejó mecer por las sensaciones postcoitales y por el corazón que sonaba bajo su oído. Era como un arrullo que lo colmaba de paz. Parecía tan real. Acarició el colgante que lucía en su pecho. Se fijó en los ojos de diamante y rubí. Estaban apagados. Incluso el brillo del oro parecía haberse opacado.

—¿Qué significa? —le preguntó a duBois.

—Es una llave —explicó, y le besó en la parte alta de la frente—. Un trocito de hogar.

Quizá fuera el tono en que lo pronunció o la nostalgia que había en su voz, pero Cillian sintió algo distinto, una especie de conexión, o humanidad... Luego, con dolor, recordó que todo lo que sentía era fruto de un hechizo.

Saber que jugaban con su libre albedrío no era nada reconfortante. Por un segundo, pensó que no había tanta diferencia entre guerrero y hechicero. Todos jugaban con él. Todos lo manipulaban para sacar algo a cambio. Y él, estúpido, se dejaba llevar. Se dejaba mangonear, embrujar... Sintió una oleada de rabia, su respiración se agitó y el exterior pareció derrumbarse.

Todo le daba vueltas.

—¿Qué sucede? —se interesó Jacques.

Cillian alzó la vista hasta dar con las esferas de plata; unos destellos revoloteaban en los iris con la única intención de apoderarse de su voluntad. Y lo lograron, porque al observarlos, esta se tambaleó.

Hechizo o no, en esos ojos veía sentimientos reales.

—¿Esto es lo que quieres? —se atrevió a preguntarle—. ¿Vivir una mentira?

Jacques lo besó en la frente.

—¿Sigues creyendo que no soy real? ¿Qué más necesitas? Puedo matarlo a él, así lo tendrías más claro y serías libre.

—¡No! —exclamó. Se enderezó hasta quedar semi recostado a su vera—. Júrame que a él no le harás daño.

Jacques le acarició la mejilla y susurró entre sus labios:

—Es difícil no actuar, pero dejaré que seas tú quien lo haga... cuando estés listo, poete.

No sopesó la importancia de las palabras, pensó que Jacques hablaba en sentido figurado. ¿Cómo iba a insinuar que él sería capaz de matar a Tarik? Eso era imposible... además...

—¿Y qué hay de ti? —Se alzó y colocó los muslos a lado y lado del anfitrión, quedando a horcajadas sobre él. Las comisuras se juntaron de nuevo—. Mis sentimientos son fruto de tu embrujo.

Empezó a contonearse. DuBois llevó las manos a su cadera y acompañó los movimientos.

—Ojalá no pensaras así. —De nuevo, vio un deje de tristeza en Jacques—. Tus sentimientos son reales, aunque no me pertenezcan a mí.

Una lágrima quiso acudir a los ojos de Cillian. Bajo él, notaba que el miembro del anfitrión había vuelto a despertar, y también el suyo. Sin embargo, en su interior una sombra se hacía más y más grande, se expandía y transportaba la pena a todo su cuerpo. DuBois lo abrazó con fuerza.

Mon trésor...

Cillian sonrió, temeroso. Poco después, sus cuerpos se habían vuelto a unir. Él llevaba las riendas, moviéndose sobre Jacques y sintiéndolo más adentro cada vez.

Y en cada gemido lo vio más humano.

No por la calidez de la piel ni por cómo lo llenaba, sino porque vio en él el miedo, la tristeza y la pasión. Vio una lucha interna. Ya no era el mismo que había flirteado con él en la mansión y que había borrado recuerdos con un suspiro. Sabía que seguía siendo presa del embrujo, aunque no sentía que esa fuese la voluntad de duBois. Incluso se preguntó si, realmente, el hombre sobre el que cabalgaba tenía control alguno sobre su propio poder; si era él quién provocaba el olvido o si el olvido lo acompañaba y tan solo lo movía a su antojo.

Cuando el orgasmo se adueñó de ambos, no quedaron dudas ni miedos, ni pensamientos ocultos entre los recovecos de la mente. Solo quedó la plenitud. Le haló del pelo y hundió la lengua en su boca, donde le esperaba el sabor del vino afrutado. Ambos gimieron, jadearon, y llenaron el aire con su propia esencia; con sus miedos, sus recuerdos, y todas aquellas palabras que ninguno de los dos podía mencionar. Cillian, porque sabía que tenía una herida aguardando a que la mirara, una herida que en algún momento debería enfrentar, aunque le doliese. Jacques tenía sus propios motivos, pero eso, el poeta no podía saberlo.

Anthon quiso que fuera ella y no la que ahora es su hermana. Ojalá tuviera voz para expresar lo que siente y piensa, porque la voz que le han dado es sorda. Toma lo que quiere.

—Miente, os lo demostraré —oye decir a Tarik—. Yo sé lo que vi durante el abordaje...

No tiene tiempo de quedarse a espiar. Se acerca a él e intenta preguntarle por su matelot, aunque, por más que se esfuerce, no logra hacerse entender y el intendente se burla de ella.

Si la urgencia no la apremiase, le partiría una botella en la nuca y lo convertiría en carne para tiburones... o para demonios.

Pero tiene prisa, Anthon ha confiado en ella.

Puede ver a la capitana junto a una mujer que no conoce. Le llama la atención.

—Entonces, ¿podemos decir que tenemos un trato? —pronuncia June.

—Tú cumple tu parte y yo cumpliré la mía —le contesta ella.

Suena importante. Zarandea la cabeza de un lado a otro y se aleja. Mira a lo alto, a las velas. Diego la Araña le hace señas. Muy cerca de él está Jane, pero por más que mire, el poeta tampoco está allí.

—Tarik nos ha vendido —se queja Brown.

—Lo dudo, si no, ya estarías muerto —replica Berta.

—No me fío de ninguno de los dos. Y lo de Giorgio... Morgan afirma que también se llevaron su corazón.

La música de una zanfona surge de la cantina y, como un canto de sirena, va hacia allí.

Se encuentra con la Mirada de Matt. Este le guiña un ojo y ella siente un escalofrío y un insano dolor en el pecho. La cabeza la oprime, como si alguien le aplastara una sien contra la otra y, por un instante, siente que se va a desvanecer. A su alrededor, todo se ralentiza y tan solo alcanza a ver las comisuras estiradas del músico.

—Anne... ¿estás bien? —Antes de caer al suelo, Farid la sostiene entre los brazos y, como si fuera un punto de anclaje, el dolor se retira y el exterior recobra la normalidad.

«Cillian», intenta decir.

—¿Cillian? —repite él, como si pudiera acceder a su mente—. Sé leer los labios —explica luego, con calma—. Te ayudaré.

No recordaba haberse quedado dormido. Abrió los ojos despacio y sin ganas. Aún sentía la respiración de Jacques, su calor... Y, aun así, temía que ya no estuviese ahí. Estiró el brazo derecho y contempló su propia mano. Parecía real. De súbito, los dedos del anfitrión se entrelazaron con los suyos.

Seguía allí.

Solo entonces Cillian se atrevió a mirarlo. Estaba resplandeciente, con los labios inflamados y el cabello desordenado a causa del sexo. Buscó su mirada con una sonrisa.

—Sigues aquí —le dijo.

Sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta. Los ojos de duBois permanecían fijos en la unión de las manos. Siguió su mirada y vio que se detenía en la cicatriz de la muñeca.

Incómodo, retiró el agarre y ocultó el pecado.

—Me alegro de que fallaras.

—No lo hice. No esa vez.

Jacques se acomodó para estar a su altura.

—La muerte llama a la muerte —musitó para él mismo. Llevó el índice a los labios del poeta y los acarició con parsimonia—. Tenías razón... —De golpe, parecía mucho más triste—. Lo que sientes por mí es falso.

—Es tu voluntad —coreó el poeta.

Jacques se levantó, dejando en el suelo la entereza y elegancia que solía vestir, y tirándole a Cillian sus ropajes.

—Ten cuidado, poete, alguien le echó mano al trabajo que hice por ti. —Se miró el colgante y añadió—: No soy lo único que salió de la isla. Estáis en peligro.

Unos pasos sonaron en el exterior y alcanzó a oír la voz de Farid pronunciando su nombre. Se puso los pantalones y buscó a Jacques para que le aclarara lo último que había dicho, mas el anfitrión ya había desaparecido, junto con su recuerdo.

Teach arañaba la puerta.

Salió y fue al encuentro de sus compañeros antes de que estos llegaran a la puerta del calabozo.

—Anthon te necesita en la enfermería —le informó Farid—. Es por Elliot.




Nota de autora:

Ya tenía ganas de otro encuentro de estos, espero que vosotros también (aunque sé que también hay quien no XD ). Además, he dejado muchísimas pistas, no sé si las habréis recogido todas, pero si buscáis bien, incluso puede que descubráis algo.

¿Tenéis alguna teoría nueva o confirmada?

Os dejo el banner que ha realizado la editorial Hellen. ¿Qué os parece?

Nos vemos en el siguiente capítulo. ¡Un abrazo!

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