24. Entre dos tierras
La lluvia se intensificó y el viento se tornó más intenso. Tarik y Cillian se separaron, alertados por una respiración agitada.
René estaba ante ellos, empapado y mirándolos con el gesto contraído.
—¿¡Esto es lo que deseas!? —gritó. Dio la vuelta y se marchó corriendo.
Cillian no entendía el enfado del crío, pero se vio en necesidad de ir tras él y justificarse, sin embargo, Tarik lo sostuvo del brazo para impedírselo.
—Déjalo —ordenó. Tiró hacia sí, acercando al poeta, y lo rodeó con sus brazos—. Solo está celoso, ya se le pasará.
Sabía que no era así. Se escurrió del abrazo del egipcio y lo besó rápido en los labios.
—Enseguida vuelvo, deja que hable con él.
No esperó a que el intendente le concediese permiso. Corrió en busca del muchacho, pero no lo vio. No, hasta que la risa de Giorgio lo obligó a girarse.
Lo tenía acorralado tras el palo mayor y lo miraba libidinoso.
—¡Apártate de él! —exigió el poeta.
—El querubín y yo tenemos asuntos pendientes, no te metas o ya sabes cómo acabarás. —Antes de seguir hablando, restregó la nariz por el cuello de René—. Huele a virgen —se regocijó.
—¡Te he dicho que lo sueltes, Giorgio!
El chico aguardaba paciente, observando al italiano de forma altiva. Cillian no había olvidado el misticismo que envolvía a su invitado ni a su hermano levitando y tanteando un asesinato entre las manos.
El cielo rugió y un rayo les iluminó durante una milésima de segundo en la cual pudo distinguir la sombra en los ojos del muchacho. Entonces, supo que ahí el único que estaba en peligro real era Giorgio.
—Lárgate, putita, aquí no pintas nada. Mejor corre a chupársela a Tarik —se jactó el maestre. El viento hizo tambalearse a Cillian, que tuvo que aferrase a las redes para mantenerse en pie—. O si esperas a que termine con él, me la puedes chupar a mí —añadió, e hizo un gesto obsceno con la lengua.
—¡Suéltalo! —gritó de nuevo el poeta. En cuanto logró acercarse a ellos, tiró fuerte de René hasta que lo liberó de la presa.
Giorgio se rio alto.
—¿Se puede saber qué es tan gracioso? —Tarik había seguido sus pasos y los observaba con una mirada tajante—. No te acerques al crío. ¿Así es cómo vas a mostrar respeto a los compañeros que hemos perdido? ¿Tan poco te importaban?
—Han muerto por culpa de él y tiene que pagarlo. Como bien dijiste, si no hubiésemos aceptado la misión, seguirían vivos.
—Lo pagará cuando llegue la hora, no antes. Y eso es cierto, pero te recuerdo, también, que si no hubiésemos aceptado la misión, no tendríamos las cartas ni las claves que nos permitirán tocar tierra. Seguiríamos en el mar, deshidratados y muertos de hambre.
—Pues ya lo tenemos. ¡No lo necesitamos! —gruñó el italiano—. Puedo encargarme de él...
Cillian estaba rabioso, llevaba tiempo odiando a aquel hombre y saber que había estado a punto de propasarse con René fue la gota que colmó el vaso. No quiso esperar a que terminasen de hablar.
—Eres un maldito pervertido. ¡Juro que te mataré! —Levantó el puño y cogió inercia para estrellarlo contra la boca del susodicho, pero Tarik le frenó en seco y lo empujó fuerte hacia atrás.
—Nada de peleas a bordo —sentenció.
—Tu puta me está tocando demasiado las narices, intendente. Si me quieres a tu lado, más te vale tenerlo controlado.
Giorgio se alejó de ellos y se dirigió a la taberna, en la cual aún quedaban algunos marineros abrazados a jarras de cerveza rellenas de grog.
—¿Estás bien? —le preguntó el poeta a René, entonces.
El chico le giró la cara. Cillian hubiese seguido insistiendo de no ser porque un guantazo inesperado chocó contra su mejilla, sorprendiendo, también, al adolescente.
—¡Sabes que no me puedo permitir tener a Giorgio en contra! —lo abroncó Tarik.
—¿Esto es lo que quieres? —exclamó René. Clavó los ojos grises en los de Cillian y señaló a Tarik con el dedo—. Pensaba que habías tomado una decisión.
El poeta se quedó dolorido a la par que pensativo, trastornado por el golpe inesperado y sin saber qué contestar. ¿Cómo iba a querer eso?
—No te metas. —Tarik apartó al muchacho para contemplar a su matelot frente a frente—. Tendrás que disculparte con él, no quiero más problemas.
El agua les seguía empapando y un viento violento golpeó la coraza del Bastardo. El cielo se volvió a iluminar.
—¡No pienso hacerlo! —Cillian se había dejado humillar demasiadas veces y había aceptado obedecer a ciegas a su guerrero, pero disculparse ante Giorgio era algo por lo que no estaba dispuesto a pasar, menos aún, después de lo sucedido días atrás. El fragor del trueno lo interrumpió antes de proseguir—. Puedes golpearme cuanto quieras, pero no pienso ceder.
Tarik se mostró confuso, se acercó a él y Cillian, asustado, dio un paso atrás. Esperaba un nuevo golpe, sin embargo, el guerrero lo abrazó y le susurró con voz ronca «mi matelot» al oído. Lo tomó como una disculpa, aunque mantuvo cierta distancia.
—Esta vez te lo dejaré pasar —informó Tarik—, pero mantente alejado de él y no vuelvas a interponerte en sus planes.
El poeta alzó la cabeza.
—¡Iba a hacerle daño!
—No es asunto tuyo —zanjó. Cillian quiso replicar, mas el guerrero lo acalló con un beso envenenado con falso cariño y aroma a venganza—. Vamos a secarnos y a recuperar el tiempo perdido.
El poeta titubeó. Observó a René, y en los ojos grises pudo ver la mirada de Jacques. No sabía a quién estaba traicionando, llegó a la conclusión de que se traicionaba a sí mismo, porque ninguno de los dos podría llenar el vacío que tenía dentro y que, sin que nadie lo supiera, lo devoraba día a día.
—Dudas mucho —le increpó el crío, de nuevo.
Estaba paralizado, dudando entre lo que quería o lo que debía hacer, sin saber, siquiera, qué deseaba. Bueno, sí, lo sabía: deseaba desaparecer, arrancar el dolor de cuajo y ser libre.
—No... —habló muy bajito, temeroso de ser oído, inseguro de su propia respuesta.
—¿No? —repitió Tarik.
Cillian alzó los ojos y recordó los argumentos que le había echado en cara minutos antes, aquellos a los que, sin pensarlo, había cedido, pero a los que les veía fallos. Empezó a unir aquellos detalles, miradas, comentarios, incluso burlas. ¿Qué razón había tenido entonces? Pero no fue capaz de repetir sus palabras, lo que el intendente se tomó como una victoria. Volvió a besarlo y se llevó al poeta sin que este ofreciese resistencia alguna.
A June no le gustaba darle vueltas a las cosas. ¿Para qué? Apostaba por ser práctica. Tenía un sueño, el mismo que tiempo atrás había compartido con James y que en algún momento pensó que compartía con el intendente.
Tarik, Margaret, Anne, Anthon, el crío repelente, las bajas... Eran demasiadas cosas en las que pensar, y luego estaba la maldita caja, aquella que no sabía para qué servía y de la cual solo la contramaestre conocía la utilidad.
El estruendo de un trueno la obligó a volver al presente, aquel en el que no había sol. Navegaba en busca de esperanza, pero una parte de ella sentía que lo hacía rumbo a la oscuridad. Soltó la caja, se tumbó sobre la cama y se centró en la luz de la vela que iluminaba la estancia. También en el sonido de las olas, en las voces de su gente y en el cantar de las ballenas.
Y todo se silenció.
Sintió un sobresalto, y se dio cuenta de que no podía moverse ni emitir sonido alguno. Hasta el mero hecho de parpadear se había convertido en una ardua tarea.
El silencio era absoluto.
Un aire fresco recorrió la estancia y una especie de sombra se expandió a su alrededor para, finalmente, concentrarse en la lámpara que colgaba del techo, haciendo que esta se balanceara de un lado a otro. De alguna forma, la sombra inmovilizaba su cuerpo. June quiso decir algo, mas era inútil: las palabras morían antes de llegar a la garganta.
La sombra llameó y se convirtió en una silueta humanoide, con largos cabellos, que más bien parecían tentáculos, y con brazos raquíticos que levitaban hacia ella.
«¿Quién eres?»
«¿Qué quieres?»
Eran preguntas que no tenía sentido formular, pues sentía el aroma de la muerte y el frío tacto alrededor de su cuello. Tras un leve parpadeo, la vio sobre ella, a tan solo un centímetro de su cara. Tenía la boca desencajada y los ojos desorbitados.
Chilló a su oído.
El aliento, helado, chocó contra la piel azabache. Entró en ella. Recorrió cada fragmento, como si la atravesara un rayo. Sintió su poder, sus sentimientos y sus recuerdos; el fuego ardiendo bajo la piel. Un universo que la golpeaba desde adentro y la obligaba a enfrentar emociones prohibidas.
Tal como entró, la sombra surgió de ella, pero ya nada era lo mismo. Los recuerdos ajenos se habían amarrado a su mente. Una amalgama de imágenes y sensaciones que por sí sola no tenía sentido, mas cuando logró concentrarse, una escena se pronunció sobre las demás.
El tiempo se puso en marcha, de nuevo. Volvieron los sonidos del exterior y sintió la sangre cabalgar por las venas.
Se incorporó con una bocanada forzada, dolorosa, y el corazón golpeando rabioso contra el pecho. La herida de las almas en pena palpitaba sin cesar.
Y sentado al escritorio, con ropas empapadas y odiosos bucles perfectos, estaba él.
—¿A qué viene esta visita? —Se puso en pie, agitada, con la mano en el pecho y preguntándose cómo todo eso era posible—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué me has hecho?
—Ç'est ta faute —murmuró René, sin voltearse a mirarla—. Ahora que la has visto, ¿vas a seguir evadiendo el problema?
Se volvió a hacer el silencio, ella no entendía a qué venían esas palabras, ni qué hacía el crío en su camarote.
Entonces, la respuesta se hizo presente en forma de gemidos y jadeos que resonaron por todo el navío.
Salió de la habitación y se fue hacia el origen de los sonidos, uno de los compartimentos de los cañones. Allí se encontró a Cillian, con la mirada perdida, y a Tarik, subiéndose los pantalones.
—Veo que habéis hecho las paces —rugió, movida por ira ajena—. ¡Habéis hecho demasiado ruido!
—Tenía mucho que recordarle —rio Tarik. Después, besó el cuello del poeta. Este ni se inmutó.
—Creí que ya lo habíamos hablado. Te prohibí que te acercaras a él hasta que pudiera estar segura de que no supones un peligro para él.
—¿En serio? Tranquila, no me ha hecho daño, y, si así fuera, no sería asunto tuyo. —Al virar hacia la réplica, June se encontró con el fuego azulado en los ojos del poeta quien, sin añadir más, se fue de allí, dejándola a solas con el intendente tras un sonoro portazo.
—Te aseguro que sus gemidos eran de placer, no de dolor.
La capitana respiró hondo. No podía permitir que sus sospechas le nublasen la mente, así que hizo un gran esfuerzo y se serenó como pudo.
Debía recuperar a Tarik, esa era su prioridad. No podía arriesgarse por alguien que pensaba abandonarles.
—¿Y bien? ¿Has llegado tarde a la función? —volvió a hablar el intendente.
Negó con la cabeza, hundió una mano en su cabello encrespado y, tras masajearse ligeramente, decidió que tan solo aparcaría el tema porque tenía un motín que apaciguar. Extrajo la petaca del cinturón y se la ofreció en son de paz.
—¿Le echas de menos? —Antes de pasársela a Tarik, la retuvo, de forma que ambas manos quedaron unidas por el objeto. En él había unas iniciales marcadas que June acariciaba con el pulgar. Tarik las observó unos segundos. Los ojos de miel parecían estar evocando recuerdos.
—Cada día. No quiero que te sientas culpable, hiciste lo que tenías que hacer...
—¿Pero? —Porque June sabía muy bien que siempre tenía que haber un «pero».
—Pero me temo que estás perdiendo la cabeza, igual que James.
—¿René? —preguntó Cillian, antes de llamar. Seguía preocupado por él, y, además, necesitaba olvidar. La puerta estaba entornada, así que al no escuchar respuesta, entró despacio. Teach maulló y saltó sobre el bulto que se ocultaba entre mantas—. Sé que Tarik no te gusta, pero es un buen hombre. —René no se inmutó ni se dejó ver—. Jacques no es humano, puede que ni tú lo seas... Necesito algo real.
—¿Crees que no soy real? —DuBois apareció entre las sombras, iluminado por la luz de una vela—. ¿Él es lo que quieres, poete?
Y otra vez la canela, el sándalo y aquella nota que no lograba encontrar, pero que algún día pensaba descifrar. El corazón se saltó un latido al verlo y quiso lanzarse a sus brazos. Llegó a pensar que el hechizo se había roto, sin embargo, seguía ahí, al igual que la última vez que lo vio, en la mansión. Y se había activado tan solo con su presencia.
—Eres una ilusión —murmuró—. No quiero vivir una mentira...
Dubois se acercó felino, se situó ante él y le apartó el cabello humedecido que cubría su rostro. Cillian se limitó a observarlo.
—¿En serio crees que lo de él es mejor? Te está matando.
—Él me quiere —se defendió.
La ilusión —porque no podía ser real— se acercó aún más a Cillian y mantuvo los labios separados por un par de milímetros, no tentándole, sino reteniendo las ganas de besarlo. Y Cillian quería corresponderle. Aspiró el sabor del vino afrutado y deseó dejarse llevar de nuevo por esas sensaciones falsas e irreales. Por más que quisiera, el embrujo era más fuerte que él.
—¿Y tú a él?
La pregunta le desconcertó y contestó sin pensar, a la defensiva, pero sin apartarse.
—Claro, si no...
—Piénsalo, por favor.
Tarik había aparecido a tiempo de silenciar una herida que no parecía sanar. Le hacía olvidar el dolor de la ausencia, de los recuerdos, y de saber que quizá hubiera podido hacer algo más. Haber salvado a Sebastian.
—Debiste amarlo mucho, pero no puedes engañarte a ti mismo con otra persona.
—¿Y contigo sí?
Jacques rompió la poca distancia que quedaba entre ellos y lo besó de forma seductora.
—Yo nunca te pediré aquello que no puedas dar. Solo quiero ayudarte a ser libre —confesó, sin dejar de rozarle los labios.
—Se lo debo.
—Y a ti, ¿qué te debes? —Sin dejar de observar al poeta, y acomodado en ese beso suspendido, comenzó a acariciarlo por debajo de la ropa hasta que las manos se perdieron bajo el pantalón..
Alguien llamó a la puerta. Cillian ignoró el sonido y se quedó pendiente de los ojos de plata que lo miraban en busca de una respuesta.
—Cillian, ¿estás con el niñato?
No contestó al intendente. En lugar de eso, hipnotizado, besó a Jacques y murmuró contra su oído:
—La libertad está sobrevalorada.
Fue un sollozo, un beso amargo que debería haber sido una despedida, mas cuando iba a apartarse, Jacques lo agarró de la cintura y lo presionó contra él.
—Esto es real, poete, es lo que pediste.
Las comisuras de Cillian temblaron. El cuerpo del anfitrión estaba cálido, como si fuera humano y estuviera presente.
La puerta volvió a sonar con golpes violentos. El poeta se estremeció.
—Lo sé. —Lo miró con súplica. Ambas miradas se fundieron en una sola. Alzó las manos, le sujetó de la nuca y hundió la lengua en el paladar para embriagarse de nuevo con su sabor. Era una sensación que le llenaba, que le hacía sentir bien, quería tocarlo en todo momento. Se moría de ganas de que se hicieran suyos ahí mismo, necesitaba que el aroma de la canela le arrancara el de las especias—. Pero no es lo que quiero —mintió, mientras lo volvía a besar.
Y aunque la mentira era evidente, Jacques agachó la cabeza y se separó de él.
—En ese caso, no voy a oponerme.
—Pero... —¿Por qué había dicho eso? Aunque había querido a Tarik, ya nada sería lo mismo, porque solo podía pensar en el brujo, en sus caricias, en la forma en la que lo miraba que poco tenía que ver con la forma en que lo hacía el intendente—. Yo... no sé lo que quiero...
—¡Abre de una maldita vez, Cillian! ¡Sé que estás ahí!
El poeta se acercó a la puerta y ocultó el rostro en ella. Al otro lado de la madera estaba su realidad, aquella de la que, aunque quisiera, no sabía huir, pues él mismo había creado los barrotes que lo aprisionaban. Tras él estaba Jacques, que le ofrecía una salida. Buscó su aprobación, el gris de sus ojos, los destellos que siempre lograban hipnotizarlo... Ya no estaba.
Abrió con temor y, al hacerlo, el guerrero entró de golpe y con el ceño fruncido, marcando las nuevas arrugas que ahora adornaban su tez.
—¿Por qué no me abrías? —reclamó. Lo empujó al lado y fue directo hacia donde se suponía que el crío estaba durmiendo.
—Detente, Tarik —rogó Cillian.
El intendente tiró de las mantas y ambos descubrieron que no había nadie bajo ellas.
—¿Dónde está? —espetó furioso.
—No... No lo sé... Estaba yo solo. —Y lo cierto es que así lo creía, porque, nuevamente, el recuerdo de Jacques empezaba a desvanecerse. Seguramente lo habría soñado—. Me quedé dormido...
—¿Aquí?
—Necesitaba estar solo.
Tarik lo empujó contra la pared, se acercó y lo aprisionó con su cuerpo.
—Como me entere de que me engañas, te aseguro que no serás el único al que mataré.
Nota de autora:
Buenos días, tardes, noches o lo que sea :)
Se acerca una situación crucial para June. Por otro lado, Cillian va dando sus pasitos, aunque sea con ayuda del hechizo.
Voy a dar algo de información rápida, ya que el capítulo es largo y solo falta triplicarlo con la nota:
Me habéis oído hablar del trinquete y hoy del palo mayor. Eso hace referencia a los mástiles. Os he dejado un dibujito para que quede claro.
Por otra parte, os dejo la imagen de una jarra de cerveza del s.XVIII. Las había más lindas, pero no creo que usar jarras de cerámica en un barco sea buena idea.
Y ahora:
¿Por qué creéis que Cillian olvida a DuBois? (pista: es algo con mucho simbolismo y que tiene que ver con una parte de la finalidad de la obra)
¿Realmente es Cillian presa de un hechizo?
¿Qué le ha mostrado René a June?
¿Y por qué sigue teniendo unos bucles perfectos?
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