23. Sueños ocultos

Barbados 1714


»Aún estaba acelerada por lo sucedido, con ropas y manos manchadas de sangre, convertida en ira y sabiendo que, si los guardias daban con ella, en pocas horas la ahorcarían en la plaza pública.

»La puerta se abrió de golpe y June se escondió tras unos barriles. Habían entrado dos hombres.

»—No quiero morir —decía uno de ellos—. No quiero morir...

»La fugitiva se abrazó a las rodillas y encogió la cabeza entre ellas. Le hubiera gustado acallar su corazón, el cual corría veloz, alentado por la adrenalina.

»—No exageres, hombre. Nadie se muere por una borrachera.

»Una arcada retumbó por el almacén en el que se encontraba y, a su lado, cayó una sustancia repugnante. Se escurrió por la madera de los envases y le salpicó los zapatos. En ella pudo distinguir restos de alimento y sangre.

»—Se mueve, todo se mueve... La luz...

»—¡Por los dioses! Estás en un maldito barco y esa luz es la lámpara. Venga, recomponte ya.

»Los hombres tenían la voz rota y olían a sudor mezclado con alcohol. Y también a vómito.

»Alguien golpeó la puerta. June encogió aún más las piernas para evitar ser descubierta.

»—¿Se puede saber que está pasando aquí? —Quién quiera que hubiese entrado, hablaba diferente a los demás. Primero, porque tenía un acento difícil de ubicar; segundo, por la autoridad que desprendía.

»—Es Giorgio, capitán. Ha bebido más de la cuenta... otra vez.

»Un pequeño ruido la distrajo de la conversación. Una rata elevaba el hocico, olisqueaba el aire y se acercaba a ella en busca de los desechos del tal Giorgio. Trepó por sus zapatos y cogió un trozo de algo que, quizá, en otro tiempo, fue una legumbre. Lo empezó a mordisquear.

»—Juro que cualquier día lo tiro por la borda. —Se escuchó un fuerte estruendo y el hombre indispuesto cayó al suelo. Entonces pudo verlo. Tenía mirada de loco y una cicatriz que le atravesaba la cara. Los ojos estaban bañados en sangre y la miraba con pupilas dilatadas—. Tenemos que partir ya: están dando caza a una esclava y es cuestión de tiempo que registren el puerto.

»Lo sucedido había salido a la luz. Se le acababa el tiempo.

»Viró los ojos entre el hombre caído, que no lograba articular palabra, y la rata que tenía a los pies.

»—Es... Es el ángel de la muerte... —divagó el borracho—. Ha venido a por mí.

»El capitán y el otro hombre lo ignoraron.

»—¿Tanto revuelo por una esclava?

»Podía sentir la ira en cada palabra. Ese hombre que hablaba conocía su calvario.

»—Se ha cargado a una familia influyente.

»La rata había terminado su almuerzo y ahora parecía buscar más. Le trepó por las rodillas y le rozó las manos.

»—Un ángel... —seguía repitiendo el otro, sin descanso.

»Entonces, el susodicho emitió una nueva arcada, se giró de golpe para volver a vomitar e hizo el suficiente ruido para que ella, en un solo gesto, pudiese agarrar a la rata y retorcerle el pescuezo.

»—¿Qué hacemos con él?

»—Déjalo aquí, Tarik. Ahora necesito que organices al resto de la tripulación. Debemos irnos.

»A los pocos segundos, June volvía a estar sola en la bodega. Sola con el borracho.

»Se puso en pie y se acercó a él, curiosa.

»—Eres un ángel, ¿verdad? No quiero morir.

»—Una diosa —contestó ella.

»Se limpió la sangre de los brazos y de la cara con un trozo de falda, sin dejar de quitarle el ojo de encima.

»—¿Has venido a llevarme?

»Se acuclilló ante él y lo observó detenidamente.

»—He venido a ayudarte —contestó.

»Con cuidado lo despojó de los pantalones y la camisa. Luego se vistió con las ropas del hombre, escondió la cabellera en el pañuelo, cogió una botella que no paraba de rodar por el suelo y se la estampó en la nuca a Giorgio.

»Así, inconsciente, no le tocaría las narices.



En algún punto del océano Pacífico 1720 



—No quiero morir... —deliró Anthon.

Habían pasado seis años desde que June se hiciese a la vida pirata, primero como polizón, después como marinera y, finalmente, como capitana. En ese tiempo había solo tres personas que habían permanecido a su lado en todo momento: Giorgio, Joseph y Tarik. Y Aisha. ¿Qué diría cuando viera lo que le había sucedido a su querido discípulo? La necesitaba de vuelta.

—No quiero morir... —volvió a divagar el médico, aún con los ojos cerrados. Tenerlo fuera de juego estaba resultando una ardua tarea, más, en la posición en que estaban—. No quiero morir... —repitió. Parecía que al fin estaba volviendo en sí.

Margaret le acercó un paño húmedo y June lo pasó por la frente del chico. La fiebre había disminuido.

—Nadie se muere sin mi permiso —replicó la capitana.

Anthon ladeó la cabeza y entreabrió los ojos a penas un par de milímetros. Tras cuatro días inconsciente, parecía que al fin estaba recuperando el conocimiento.

—Mi pierna... Me duele...

—No lo creo —Margaret negó con la cabeza y le acercó las gafas.

Anthon se incorporó sobre la hamaca, no sin cierta dificultad. Agitó la pierna derecha y se encogió de hombros, como si algo no le cuadrase. Tardó unos segundos en comprender la ausencia de la extremidad.

—No... No puede ser... —sollozó—. La necesitaba...

—Necesitabas vivir —replicó June—. Eso es lo que importa.

—A los médicos no nos pasan estas cosas, a nosotros no... —Asomó sobre la tela y liberó una arcada vacía. Siempre había sido un chico delgado, pero en pocos días, los huesos habían ganado terreno y parecía que en cualquier momento fueran a rasgarle la piel—. Aisha me dijo que contigo estaría a salvo... Esto no debía pasar... Estoy soñando...

«Aisha me dijo que contigo estaría a salvo», palabras que se sintieron como un espadazo en el pecho.

—Estarías entero si hubieses embarcado cuando los demás. —June se levantó de la silla, lo miró un segundo y cogió la petaca rellena de grog que tenía sobre la mesa—. Bebe, te ayudará a aliviar el dolor.

Anthon, tembloroso, sostuvo el recipiente y se lo llevó a los labios. Antes de beber la miró en busca de aprobación, luego dio un largo sorbo. Los ojos se le enrojecieron al instante y tuvo otra arcada. Esta sí se acompañó de una pequeña porción de líquido amarillento que, para variar, fue a caer sobre una de las botas de June.

—Tenía que ver a mi paciente... ¿Qué voy a hacer sin mi pierna?

—Adaptarte, y cuanto antes mejor. —Margaret señaló la hamaca que tenía al lado, desde la cual asomaban una mano y unos cabellos oscuros y enredados.

—Anne... ¿Qué le ha pasado?

—No lo sabemos, pero no ha despertado desde que llegó —contestó June.

El chico hizo fuerza con los brazos para ponerse en pie, la capitana se lo impidió.

—Poco a poco, primero debes recuperarte tú. No podemos permitirnos perder a nadie más y menos a nuestro único médico.

—¿Cuántos... han caído? —Anthon apretó los labios, esforzándose en ocultar el sufrimiento físico que debía sentir.

—Demasiados —resopló Margaret, como si estuviera molesta—. Demasiados... —repitió en voz baja y, esta vez, con la cabeza gacha.

—¿Elliot también?

—Elliot está bien, pequeño. Pronto lo verás, pero ahora debes descansar... —La capitana se dirigió a la puerta y Margaret salió tras ella.

En el exterior, la lluvia las recibió bajo nubes grisáceas.

June se volteó para contemplar a su protegida. La muchacha, poco a poco, se estaba recuperando, aunque los resquicios de juventud que quedaban en ella parecían haber desaparecido, y no solo por el encuentro con las almas en pena. Siempre había sido seria y malhumorada con los demás —menos cuando se le iba la mano con la bebida— pero no con ella. La búsqueda de afecto había sido evidente en más de una ocasión, ahora, en cambio, era como si un muro se hubiera elevado entre ambas.

June sabía que la culpa era suya.

—¿Crees que se va a poner bien? —preguntó la inglesa.

—Eso parece...

—No todos lo superan.

—Él lo hará —replicó June, con decisión. Margaret no parecía muy convencida. Definitivamente, desde aquel encuentro no había vuelto a ser la misma, y siempre estaba tan fría...—. ¿Cómo estás tú?

Sus ojos se ensombrecieron y se desviaron al suelo.

—Estoy bien.

—¿Seguro?

La joven se asomó al borde y dejó que su mirada se perdiera en el horizonte. La capitana se acodó a su lado, mas al acercarse a ella, sintió un escalofrío y se encogió un poco. Un claro entre las nubes permitió que un travieso rayo de sol se reflejara sobre ambas, resaltando la palidez y delgadez de la inglesa, y la fuerza y oscuridad de la capitana.

—He perdido algo importante. —Margaret tenía la mano descansando sobre su pecho y, al hablar, la entonación bailó entre la rabia y la pena—. Quiero venganza.



El hecho de haber traído a René y de haberle salvado la vida a Elliot, había liberado a Cillian un castigo mayor. Aunque nada podía volver a ser como antes.

No después de todo lo sucedido.

Por un lado, los trabajos eran más intensos y los turnos más largos, lo cual estaba siendo agotador. Por el otro, estaba Tarik. El intendente le estaba designando trabajos humillantes. «No vales para nada más», le había repetido, incontables veces. Nadie en el navío quería compartir espacio con René, por lo que en lugar de dormir en las hamacas, como todos los demás, le habían cedido un camarote que utilizaban por celda. El poeta, a veces, se preguntaba si el chico era consciente de la suerte que eso suponía. Él odiaba las hamacas, pues la tela siempre estaba fría.

En esas noches, Cillian comprendió que en el tiempo que había pasado en la mansión de duBois se había acostumbrado, de nuevo, a la comodidad de las mantas.

Dio varias vueltas en la tela, sin llegar a conciliar el sueño. Una parte de él añoraba la compañía del egipcio, su abrazo. Entendía que era un engaño, fruto de la fuerza de la costumbre... y es que, «cuando todo cambia y la realidad es dura, los tiempos pasados saben a miel».

Cerró los ojos y se imaginó unos brazos. Estos no eran fuertes ni bronceados. Eran finos, pálidos, y tenían la capacidad de hacerlo flotar.

El hechicero. El demonio. Aquel que lo había embrujado y a cuyos deseos había cedido. Aún lo tenía en la piel, en los labios, aún lo sentía dentro y fuera de él. Se había instaurado en su cabeza de tal forma que, por mucho que cerrase los ojos, seguía contemplándolo. Los orbes grises, la fina sonrisa, la voz encantada...

Lo había visto en todo su esplendor, como amante y como demonio. Sabía que estaba sometido a su voluntad.

Como cada día desde que partieran, llovía. En ese momento, además, con cierta intensidad.

Se movió entre sombras y esquivó a los compañeros del turno de noche. El agua le empapó los cabellos y los ropajes y se deslizó sobre su tez. Cillian se dirigió a babor para trepar a la terraza superior. A aquella hora, la zona solía estar desierta.

Necesitaba silencio, paz.

El oleaje, embravecido por el viento, mecía al Bastardo de un lado a otro. Cillian se sujetó al candelero y observó los destellos que nadaban sobre las aguas.

Entonces sintió el aroma del incienso.

No se movió, continuó observando el mar mientras algunos peces saltaban sobre las olas. No era la primera vez que Jacques se acercaba en sueños, o en alucinaciones. Sabía que formaba parte del embrujo.

No era real.

Los encuentros solían ser breves y los recuerdos de los mismos perdían consistencia a lo largo del día. Unas veces tenía la sensación de olvidar por completo; otras, tan solo fragmentos.

Tampoco se movió cuando notó el calor del abrazo y las manos que se cruzaban en su pecho.

—Te vas a resfriar, poete —susurró el hechicero sobre su cuello. Luego, depositó varios besos, desde el hombro hasta la mejilla—. ¿Qué sucede?

Cillian inclinó un poco la cabeza, buscó los ojos grises que centelleaban más que la superficie del mar, y lo besó.

—No estás aquí —reprochó.

Se giró, lo rodeó con los brazos y volvió a besar.

—Cuando vuelvas todo será real. ¿Te quedarás conmigo? —Le sujetó la cara con las manos y lo miró con expectación.

—¿Acaso tengo opción?

Las escaleras que accedían a la escotilla de babor crujieron, anunciando que alguien ascendía por ellas. Cillian se separó un segundo, para ver si lograba averiguar a quién pertenecían los pasos. Cuando volvió a buscar a Jacques, este ya no estaba con él.

Estaba cansado de soñar despierto. Volvió a asomarse, e intentó retener el recuerdo que se escurría por la mente como arena entre las manos.

—Así que aquí estás, matelot. —Oír la voz de Tarik produjo una especie de rechazo y miedo en él. Si ante todos lo había tratado como a una mierda, ¿cómo iba a hacerlo a solas? Se alejó un paso, pero para su sorpresa, el intendente tan solo se asomó. El poeta recuperó la postura y ambos quedaron uno junto al otro, con la vista perdida en la oscuridad de la noche. —¿No podías dormir? Deberías descansar. Mañana a primera hora volverás a las velas.

—Supongo que debo volver a acostumbrarme. —Al oírlo, el egipcio se giró para contemplarlo. Le vio hacerlo por el rabillo del ojo—. Pero no por mucho —terminó de pensar en voz alta, sin ser consciente de que así delataba sus intenciones.

La proposición de Jacques era real, ya se la había hecho en persona. Y esa proposición era un canto de sirena que lo atraía con fuerza, no solo por el hechizo... No obstante, no estaba seguro de que fuese algo bueno para él. ¿En verdad era eso lo que quería? Cillian tenía sueños, aunque los hubiera olvidado, y esos sueños eran más grandes que cualquier barco o isla.

«El mar no es lugar para poetas», porque la sensación de libertad es falsa cuando vives en una jaula. ¿Y si se daba una oportunidad a sí mismo? Quizá con una visita de cortesía y un par de mentiras pudiese solucionar las cosas y volver a Irlanda, su hogar.

No, allí tendría que enfrentarse al recuerdo de Sebastian y a la noche en que la felicidad murió para siempre. También cabía la posibilidad de ir a Miami, junto con la tía Maire, tal como le habían ordenado sus padres antes de que el Bastardo les interceptara en alta mar.

Aunque Cillian no había tomado una decisión, tenía una cosa clara: ese sería su último viaje. Cobraría la recompensa y no volvería a pisar esas tablas de madera nunca más.

—¿No estarás pensando en abandonarme?

Las palabras del egipcio lo sobresaltaron. ¿Abandonarlo? ¡Después de los desprecios, de las humillaciones y las malas caras!

—¿Cómo puedes decir eso? —cuestionó enojado—. Después de lo que me estás haciendo... —No pudo terminar de hablar. El guerrero lo cogió de la cintura y lo calló con un beso inesperado. Los labios se separaron sin marcar distancia entre ellos. Miró los ojos de Tarik, que aquella noche se veían más hermosos que de costumbre—. No... No quiero...

—¿Y qué hay de lo que me has hecho tú? —le interrumpió el guerrero—. Sé que estos días no te he tratado bien, matelot, pero ha sido muy duro. No me lo has puesto fácil. He tenido que ver cómo pasabas tiempo con ese niñato, cómo te mostrabas hechizado, como si yo no fuera bastante, ¡incluso me rechazaste! ¿Qué crees que he sentido al ver que no soy suficiente para ti?

—Yo nunca... —Entonces se dio cuenta y se sintió basura. En realidad, quien había dañado al guerrero fue él. No solo por los golpes que recibiera por su culpa, sino por todo lo sucedido en sí. Cada signo de admiración hacia la mansión había sido un insulto para el guerrero. La culpabilidad se convirtió en lágrimas y sintió asco de la persona que era—. Lo siento...

Tarik lo abrazó y lo volvió a besar.

—Estabas hechizado.

Las especias volvían a arroparle, el calor de los cuerpos, la miel en la mirada y el veneno en los labios. Solo precisó eso, un beso y unas palabras, para comprender cuánto lo había necesitado y reducir el hechizo a añicos.

Ahogó un suspiro, de esos que encogen el corazón.

—Lo siento —repitió. Ojalá pudiera borrar el pasado. Ojalá no hubiera caído en el maldito embrujo—. Tarik...

Quiso contárselo todo, sin embargo, Tarik colocó los dedos índice y corazón en sus labios y rogó silencio con un siseo.

—Vamos a olvidar todo ese asunto. Se acabó. Ya nadie nos volverá a separar. Además —añadió—, me debes una promesa y vas a cumplirla.

Un ruido captó la atención de ambos. No estaban solos. 


Debió haber cortado más alto, un poquito. Sus conocimientos de una vida anterior le han servido para alimentarse con discreción, pero la pierna de Anthon no lo mantendrá saciado por mucho más.

La muerde y nota que la textura no es la misma desde que la amputara el primer día. Sin embargo, aún tiene un sabor dulce y tierno... Le gusta... Controlarse para no arrancarle otra pierna será difícil.

Ha de encontrar otra presa.



Nota de autora:


Necesitaba mostraros que, a pesar de lo que está sucediendo con Jacques, la dependencia hacia Tarik sigue presente. De hecho, lo habitual en casos de este tipo es volver con el agresor. Es un comportamiento que puede recordar al de los drogodependientes. En cualquier caso, por suerte, también hay un rayito de luz. ¿Lo habéis visto?

Confío plenamente en Cillian.


Sobre el flashback de June, también llevaba tiempo escrito y tenía ganas de sacarlo a pasear, aunque a punto estuve de eliminarlo y cambiarlo.


PD. @Sakurasumereiro, espero que puedas perdonarme lo de Anthon, pero él y yo tenemos un par de asuntos pendientes. (Por cierto, si aún no os habéis pasado por su perfil, ya estáis tardando. Su historia, "alianza de sangre" me tiene fascinada).

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