22. De confesiones y otras intenciones (parte 2)

No hay manos ensangrentadas, pero sí grilletes que le abrasan la piel. El llanto del neonato resuena por cada rincón de la mansión y tiñe las paredes con sed venganza.

Es un llanto que duele, que inflama sus senos y que, por más que quiera, no puede apaciguar. Inmovilizada, maltratada, obligada a escuchar sin poder actuar.

A las cadenas que la atan se unen temblores y un insoportable dolor en la axila.

Finalmente, el llanto se silencia y se ve a sí misma abrazada a un cuerpo inerte.


El pasado era una gran sombra, una sombra que llevaba las riendas del futuro. Algunas personas se resignaban al peso de los recuerdos. June no. Ella tenía clara su misión. Sabía que no existía una razón para todo, pero sí que en todo había una oportunidad de luchar y cambiar el porvenir.

En el techo, la lámpara de aceite se balanceó al vaivén del oleaje. Observó las luces traviesas que se colaban por las grietas y las sombras que parecían bailar con los movimientos del barco.

Se incorporó y vio a Margaret observándola desde el umbral.

Y sintió un escalofrío.

—Tienes que dejar de hacer eso —le reclamó a la muchacha. Pasó las manos por su rostro, estirando un poco la piel, y se echó hacia atrás los rizos desordenados que correteaban por su frente.

—Va a traicionarte.

Hubo un silencio.

—¿Tarik? —La muchacha afirmó con la cabeza—. Lo sé... —añadió ella, pensativa. Se puso en pie y tomó entre sus manos la caja que Nyala le había otorgado. Pasó el dedo por los relieves de los ángeles. Una parte de ella empezó a preguntarse para qué serviría—. Él no es de los que rompen las promesas.

—Pues lo está haciendo. Tenemos que librarnos de él. —La chica dio un paso al frente y mostró el arma que no debería llevar—. Yo me encargaré.

—¡No! —June dejó la caja sobre el escritorio, fue hacia Margaret, le quitó la pistola y la cogió de los hombros. Tenía un pasado con Tarik, un pacto y asuntos que resolver. Una parte de ella creía que podía traerlo de vuelta, aun así, estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario. El problema no era la amistad que los unía, sino otro—. Si hubiera que matarlo, lo haría yo misma, pero no ahora. ¿No ves que sería peor? Hemos tenido varias bajas, estamos débiles. Si es inteligente, que te aseguro que lo es, no hará nada hasta que estemos recuperados. Si lo hago yo, en cambio, aquellos que le siguen podrían revelarse. Necesitamos recuperar fuerzas, no debilitarnos más. ¿Es tan difícil de entender?

—Entonces, ¿vas a dejar que se salga con la suya y que siga conspirando a tus espaldas? —Margaret parecía confundida—. No es propio de ti.

—No, no lo haré. Pero la tripulación está rota, dividida. Necesitamos conciliar y conseguir personal. Hablaré con él.

—¿Y qué le vas a decir?

—Lo que quiere oír.

La muchacha bajó la mirada y luego elevó los brazos alrededor del cuello de June.

—Lo siento, mi reina... —susurró.

La capitana se sintió incómoda y retrocedió, recordando que tenían una conversación pendiente. Quizá había llegado la hora, pues si a alguien le había afectado lo sucedido en la isla, era a ella.

—Tengo que ir a comprobar si a Anthon le ha bajado la fiebre —se excusó, sin embargo.

Mientras dejaba atrás el camarote, le pareció escuchar un portazo.

En la enfermería, el muchacho continuaba inconsciente y con fiebre. Anthon debía ser su máxima prioridad hasta que llegaran a Isla Tortuga. Allí, Aisha podría encargarse de él.

Pensó en Tarik, que tantos problemas le estaba dando últimamente. Tal como le había dicho a Margaret, no era momento de enfrentarse a una lucha de poder, pues todos saldrían perdiendo, lo que no significaba que no debiera actuar.

Algo se movió sobre la hamaca. Tuvo que parpadear un par de veces antes de que ese «algo» se revelara como el gato de René. June le bufó, el gato se asustó, saltó y fue hacia la silla que se disponía tras el escritorio. Ahí estaba Cillian, con el rostro sombrío.

—El bicho no debería estar aquí —lo regañó—. ¿Dónde está el dueño?

—Estará durmiendo, como la mayoría. —Tras ponerse en pie, el poeta se acercó al médico y lo tomó de la mano—. Anthon es un buen chico... —El azul de sus ojos estaba cubierto por lágrimas retenidas.

—¿Aún te quieres marchar? —preguntó June, con intención de indagar sobre su estado.

—¿Qué razón tengo para quedarme?

La capitana caviló durante unos segundos. Lo observó. Parecía más que triste o cansado, muerto en vida. Una herida nueva asomaba a sus labios y se preguntó si esa era la razón de que el poeta se ocultara allí.

—Cillian, ¿Tarik te ha vuelto a hacer algo? 

—Él no ha hecho nada malo. Asumo la responsabilidad de lo que pasó en la isla...

—No me refiero a eso —lo interrumpió June. El poeta desvió la vista, incómodo, y negó mientras repiqueteaba con los dedos. No estaba muy convencida de que dijese la verdad, no obstante, necesitaba aplacar la tormenta que se gestaba entre su gente—. Hablaré con él y todo volverá a ser como antes, si es lo que quieres —añadió, con la mirada fija en Anthon.

Cillian sabía que ya nada podría volver a ser como antes. ¿A qué jugaba June, fingiendo que le importaba? Estaba cansado de farsas. Tras cada buena acción, siempre había algún interés. Sabía que la falta de personal la estaba preocupando y que esa era la única razón por la que, de súbito, mostraba interés en su bienestar.

La odiaba.

La odiaba porque todo era por su culpa. Si se hubiesen ido cuando estaban a tiempo... «estaríamos muertos», concluyó una voz, en su cabeza. Si alguien debía morir, era ella.

La miró. Los ojos negros de June permanecían clavados en el muchacho que yacía inconsciente tras perder una pierna. El mismo que, días atrás, le había ayudado a encontrar algo de paz.

—¿Se pondrá bien? —le preguntó.

—Eso espero. Si no, Aisha no me lo perdonará.

Cillian apenas había llegado a conocer a la maestra de Anthon, pues los abandonó poco después de que él llegara al Bastardo. Recordaba que sus ojos eran verdosos, como si tuviera un pantano encerrado en ellos, y que siempre sonreía a pesar de estar claramente enferma. El color de su piel navegaba entre dos tierras, con rasgos arábicos que se entrelazaban con otros occidentales.

—¿Ella te importaba?

June se mostró molesta, se puso en pie y espantó al gato que había saltado, de nuevo, sobre la hamaca del herido.

—Todos me importáis —recalcó con hastío—. Eso deberías tenerlo claro.

Pues no. No lo creía. ¿Acaso se había preocupado por él en algún momento? Lo había humillado, ninguneado, le había quitado su dinero obligándolo a pagar el regalo de Jacques con su pasaje. Apretó los dientes, enojado solo de pensarlo.

—Pero ella más —inquirió.

—Éramos un equipo y le prometí que cuidaría de él. Ahora se lo voy a devolver tullido.

—Pero vivo. —Cillian cogió a Teach en brazos y empezó a acariciarlo mientras hablaban—. Anthon no merecía esto.

Las velas parpadearon hasta apagarse por completo, sumiéndolos en la oscuridad, lo que hizo que el poeta se sobresaltara un poco. 

—Las cosas no son siempre lo que parecen —De pronto, la voz de June parecía distinta—. Solo hago lo que tengo que hacer.

—¿Y eso quién lo decide? ¿Hiciste lo mejor para Tarik cuando ordenaste que lo golpearan?

—Sin duda. Dos hombres murieron por su culpa.

—Por mi culpa —rebatió él.

—Cada uno es culpable de sus propias acciones.

—Pero hay acciones que desencadenan acciones...

La llama de una de las velas resucitó, entonces, al observar a June, vio algo nuevo en ella. Le pareció ver piedad en sus ojos, mas esa piedad no debió de ser más que una chispa, pues desapareció con la misma velocidad con la que la llama volvió a perecer.

—¿Te contó Tarik cómo nos conocimos?


No era algo en lo que a June le gustara pensar.

Aquel día la arena lucía más blanca que de costumbre, tanto que de no ser por el sol que ardía sobre ellos, hubiese podido confundirla con nieve.

«¿Estás segura?», le había dicho él.

La tripulación se mantuvo a una distancia prudencial, junto a Tarik, el cual estaba llorando. Nunca antes ni después lo había visto llorar.

«¿Tenemos otra opción? —Lo besó en la mejilla, sabiendo que jamás volvería a notar el cosquilleo de la barba en sus labios—, solo hago lo que tengo que hacer», y cada uno caminó en dirección contraria.

Seis pasos, cinco, cuatro, tres, dos...

Se giró y disparó.

La bala fue directa al pecho. No necesitaron desenvainar, pues la sentencia estaba sellada. Tan solo disponían de una breve despedida.

Tarik corrió a su encuentro. Y ella.

La sangre brotaba de la herida del capitán a la misma velocidad que se le apagaba la vida.

«Matelot —agonizó—, ella ha ganado. —Luego los miró a los dos—. Debes respetar el duelo».

El intendente asintió y lo besó. La miró a ella, que asintió también. Ambos permanecieron junto al capitán hasta que expió el último aliento.

Si no lo había hecho Tarik, explicarle a Cillian que no tuvo otra opción ya no tenía sentido. Solo quienes habían estado bajo el mandato de James habían visto lo sucedido, las vidas que perdieron por sus sueños de grandeza y cómo los había arrastrado con él en su viaje a la locura. A veces, hacer lo que de verdad importaba, significaba ir contra natura.

—Deberías descansar, Cillian. Las aguas están agitadas.

—Hoy prefiero velar por ellos.

Una vez a solas, Cillian se tumbó en el suelo y cerró los ojos hasta notar que el reino de los sueños lo llamaba.

Allí tampoco podía escapar de las pesadillas, del mar que se llevaba a Sebastian ni del agua entrando en sus pulmones. Ahora, aquellas pesadillas incluían la cimitarra de Tarik, la voz de Martin el Mudo y la súplica del hombre sin nombre.

—¿Te arrepientes, ma belle poete?

No necesitaba luz para verlo. Sintió el tacto, el aroma y el aliento erizando su vello.

—Has vuelto... —susurró—. Te vi...

—Te dije que no pensaba renunciar a ti.

—¿Eres real?

El anfitrión yacía a su lado, incorporado sobre él. Posó la mano en la mejilla del irlandés y lo besó en los labios muy despacio y suspirando sobre ellos. Cillian se aferró a él con fuerza, después ocultó el rostro en su hombro.

—Quiero irme —confesó entre sollozos.

DuBois se separó y, aún estando oscuras, lo invitó a mirarlo tomándolo del mentón. Con el pulgar acarició la zona amoratada en la que Tarik le había mordido.

—¿Deseas que muera? —preguntó.

El poeta sintió que de pronto le volvía a faltar el aire.

—¡No! ¿Cómo puedes decir algo así? Él y yo...

Jacques se incorporó y lo abrazó con fuerza.

—Tranquilo... No haré nada que no quieras que haga, lo prometo.

Recuperaron el espacio y se miraron a los ojos. Cillian asintió, tembloroso. Podía verlo. De alguna extraña manera podía verlo. Quizá fuese el efecto de un sueño, porque no podía ser real, pero lo sentía ahí.

Jacques volvió a besarlo. Fue un beso con sabor a vino y consuelo. Luego, deslizó las manos por el cuerpo del poeta. Aunque estas no eran tan grandes como las de Tarik, parecían capaces de abarcar toda su piel a la vez y, cada caricia, se sentía más intensa que la anterior.

La piel era más que piel, los ojos, puntos de encuentro y las bocas se buscaban para decir todas aquellas palabras que no se podían explicar. Eran como dos piezas del mismo puzle, diseñadas para encajar el uno en el otro desde cualquier rincón. Tuvo que hacer un gran acopio de voluntad para no alzar la voz, acallar gemidos y salvaguardar el silencio.

Aunque sabía que solo era un sueño. 

Nota de autora:

Bueno, pues hasta aquí el tochillo. Espero que os haya servido para perfilar o cerrar teorías, así como entender un poquito más a Cillian y, sobre todo, a June. 

¿Ha sido así?

Los duelos entre piratas se hacían con el empleo de pistolas de chispa y espadas (o sables, cimitarras... ). Siempre se realizaban en tierra, pues las peleas a bordo no estaban permitidas. 

Se iniciaba con la pistola y, si tras disparar, ambos seguían vivos, desenvainaban y luchaban fil contra filo. 


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