13.Todo tiene consecuencias
Era extraño estar en el navío sin que les meciesen las olas. Habían subido porque Anthon prefería ejercer en el lugar que tenía habilitado para ello. Un camarote que, inexplicablemente, rebosaba pulcritud. Varios cuadernos de medicina decoraban las estanterías, en un rincón se apreciaba un gran escritorio de roble y una cama sólida se erigía en el centro, anclada al suelo. En el fondo de la estancia habían dispuesto algunas hamacas que, por suerte, en esa ocasión se encontraban vacías. No siempre fue así.
Sin duda, Aisha, la antigua doctora, traspasó bien sus conocimientos antes de abandonar el barco para empezar su nueva vida. Pese a su juventud, el médico derrochaba experiencia y sabiduría, se movía con soltura y no le temblaba el pulso cuando de perforar pieles se trataba. Aun así, cada vez que la aguja le atravesaba, el guerrero se tensaba y dedicaba una mirada de odio al chico. Parecía que lo fuera a matar de un momento a otro.
—Déjale trabajar —pidió Cillian, conciliador.
—Ya hemos terminado. —Anthon se alejó de Tarik, se colocó frente al poeta y puso una mano sobre la herida que, si bien ya no dolía, aún decoraba sus labios—. También habría que revisarte a ti. No tienes buen aspecto.
«Así es cómo se asesinan sonrisas», pensó él. Si por un instante había logrado abstraerse de todo lo acontecido, ese chico de piel bronceada, ojos oscuros y cabello mal recortado, se había encargado de recordarle todas las razones por las que, igual, debería estar llorando en una esquina.
—Estoy bien —contestó con sequedad—. Si ya has terminado, puedes irte.
—De acuerdo. —No muy convencido, Anthon se limpió las gafas y se dirigió a la salida—. No tardéis en bajar. En teoría no deberíamos estar aquí arriba. —Se marchó cerrando la puerta tras él.
Cillian, por fin, disponía de tiempo a solas para acercarse a su amante. Necesitaba su perdón, su calor, su tacto...
—Protegerte ha salido caro, matelot.
Esas fueron las primeras palabras que le dirigió el guerrero. Cillian se sintió morir. Reculó. Sabía que decía la verdad, aun así, esperaba un poco de compasión.
—No vuelvas a hacerlo más —asumió con la voz entrecortada—. No tienes que volver a preocuparte de mí.
Quiso marcharse, dolido, sin embargo, cuando se dio la vuelta Tarik lo abrazó desde atrás.
—Nunca dejaré de proteger lo que me pertenece.
El poeta suspiró aliviado por su calor, no por sus palabras. «Eres libre», le había dicho, horas antes, un moribundo sin lengua. Pero no era cierto, no lo era.
—Igual deberías desprenderte de lo que te hace infeliz —lo retó.
El egipcio le hizo girar hasta que ambas miradas conectaron. Después, lo besó en los labios con una delicadeza impropia de él.
—Estás vivo. Eso me hace feliz —le dijo. Aliviado, Cillian se abrazó a él. La presión que lo oprimía se atenuó y logró respirar con calma hasta que el intendente añadió—: La promesa sigue en pie.
Justo cuando se acababa de liberar, una nueva puñalada se le clavó en el plexo. Una de cal y una de arena. Ese era su guerrero. Bajó la cabeza, el intendente lo sujetó de la barbilla y volvió a depositar las comisuras en su boca. Le quitó la camisa, y Cillian sintió frío.
—Tenemos que bajar —dijo—. June no tardará en llegar.
—Con más razón, matelot. —Le mordió en los labios y lo cogió del pelo—. Tenemos que aprovechar el tiempo.
El poeta cerró los ojos y quiso refugiarse en un beso. Tarik tenía algo distinto en mente. Se lo hizo saber. Empujó los rizos rojizos hacia abajo y cuando los orbes azules se volvieron a abrir se encontraron frente a un torso bien pronunciado. Pensó en levantarse y salir de allí, calmar los latidos que lo golpeaban desde adentro, pero no lo hizo. Lo besó. Lo lamió. Descendió por su vientre con la lengua, esquivando las distintas heridas que le habían hecho las almas en pena. Antes de darse cuenta, estaba arrodillado con los ojos a la altura de la entrepierna. Miró hacia arriba y el egipcio se relamió los labios.
Se mantuvieron la mirada mientras le descordaba los pantalones y los bajaba de un tirón. El miembro del guerrero estaba erecto, esperando su llegada. Cillian depositó un beso en la punta, lamió hasta la base de los testículos y volvió a subir hasta llegar de nuevo al glande. Luego, se lo llevó a la boca. El guerrero emitió un jadeo escandaloso, enredó los dedos en sus bucles y arremetió contra él con tanta fuerza que Cillian tuvo que contener una arcada. Sin embargo, el poeta cumplió la petición y mantuvo el ritmo que Tarik le marcaba empujando y tirando de su cabello. Giró la lengua en torno a la carne caliente. El egipcio se deshizo en gruñidos y siguió envistiendo el paladar con ímpetu. Cuando parecía estar a punto de correrse, lo empujó contra la mesa, le bajó los pantalones y accedió a él con una estocada firme que, sin preparación alguna, a Cillian le dolió como si le desgarraran por dentro. Se le paró la respiración y las lágrimas escaparon de las cuencas.
—Te deseo —confesó Tarik, libidinoso.
Cillian suspiró, y asumió que esa era su forma de amar, así que siguió colaborando, ignoró el malestar y gimió solo para él.
Cada embestida dolía más que la anterior, no obstante, comprendía que a veces el dolor y la pasión caminaban juntos, por ello, se mostró complaciente y complacido. En algún punto se lo creyó. Quizá fuera cuando la mano del guerrero se le aferró al pene y empezó a masturbarlo mientras latía entre sus entrañas.
De repente, la puerta se abrió con un fuerte estruendo.
—¡Por fin os encuentro!
Para variar, la llegada de June no supuso que el intendente se detuviera. Siguió empujando dentro de él y forcejeó contra la capitana cuando esta le tiró del brazo para separarlos. Finalmente, lo consiguió. La capitana miró al poeta con lástima y le arreó un puñetazo al egipcio.
—¿¡Te has vuelto loca!? —gritó él, cubriendo la zona afectada con la mano.
—¡Dos personas han muerto por tu culpa, Tarik! Sabes que las acciones tienen consecuencias.
Tras ella había varios miembros de la tripulación, entre los cuales se encontraban Anne y Giorgio. La primera escupió al verlo y se adelantó para darle otro puñetazo al guerrero.
—¡Pagarás por lo de Martin! —Estaba llena de furia y con sed de venganza.
Cuando Tarik quiso defenderse, Farid y Kenya lo inmovilizaron.
—El abuso de poder es peligroso —declaró el nazarí, solemne.
Elliot fue el siguiente en golpear. Antes miró de reojo al poeta y luego golpeó a su superior con la mano abierta. Antes de que el guerrero recuperase la postura, le asestó un rodillazo en la boca del estómago.
—¡Dejadle en paz! —clamó Cillian, quien ya se había subido los pantalones a toda prisa.
Pero los gritos no servían de nada y, a pesar de no poder verlo bien, escuchó el sonido de los impactos y las quejas del guerrero.
Se abrió paso entre ellos, esquivó los puños y piernas que se estrellaban contra aquel al que debía proteger e intentó abrazarlo. Tarik estaba demacrado y lleno de sangre. Una nueva patada, esta vez entre las costillas, provocó que soltara una maldición entre dientes. Cillian se encaró al grupo.
—¡No fue su culpa! ¡Dejadlo de una vez!
Pero nadie escuchó las súplicas. Otra oleada de golpes cayó sobre el intendente. Habría caído también sobre él de no ser porque la capitana le tiró del brazo y lo empujó fuera del círculo que formaban.
—Eres patético —escupió.
Y, aunque el veneno de aquella voz le dio de lleno, quiso volver a defenderlo. Por orden de la capitana, Giorgio lo aprisionó, agarrándolo desde atrás y reduciéndolo por completo.
—¿Así que te gusta que ten den duro? —le susurró el muy maldito. Los demás continuaban enzarzados contra el guerrero—. Es bueno saberlo. —Podía notar cómo se le restregaba contra el trasero y, cuanto más forcejeaba por liberarse, más aprovechaba el otro para auto satisfacerse, así que tuvo que dejar de oponer resistencia y, humillado, contemplar cómo reducían a su amado.
—Pagaréis por esto —logró decir el poeta. Nadie lo escuchó.
Cuando terminaron, Tarik reposaba en el suelo, ensangrentado y con la cara deformada. Había perdido algún diente, los cortes recién cosidos se le habían vuelto a abrir y se retorcía sobre sí mismo en una mueca de dolor.
Tan pronto como Giorgio soltó la presa, Cillian fue a su encuentro. Lo abrazó e intentó limpiarle las heridas.
—Esto es por tu culpa —gruñó él—. Debiste morir con ellos.
El poeta quedó paralizado.
—No le culpes de tus errores —creyó oír decir a June.
Pero no era más que un eco. Su mente había empezado a hacer ruido, tanto, que era difícil ver más allá de ella.
Notó una mano que le tiraba del mentón. Enfocó la mirada y se encontró ante los ojos de miel. No había dulzura en ellos.
—No vales tanto, matelot.
De nuevo, June lo cogió del brazo.
—Vete, Cillian. El intendente y yo tenemos que hablar.
Y se fue, no porque se lo ordenase, sino porque necesitaba huir. Le estaba faltando el aire y pronto sería evidente. Echó a correr dejando la puerta abierta. Corrió, y al hacerlo le dolía la huella de Tarik entre las nalgas, pero más le dolían la vergüenza, la humillación y las palabras de su amado.
Huyó por toda la cubierta hasta llegar a la proa y, allí, aferrado al trinquete, se dio cuenta de que le faltaba el aire. Cada bocanada que daba se convertía en un ruido molesto que le cerraba los pulmones y frustraba cualquier intento de alentarse.
—Cillian —nombró alguien tras él—, respira.
Pero no podía, ni siquiera sabía quién le hablaba. ¿Qué respirase? Eso era justo lo que intentaba. Seguía luchando. Cada esfuerzo era más doloroso que el anterior y terminaba en un ridículo pitido.
Anthon se situó frente a él, le puso una mano en cada hombro y lo miró de frente.
—Despacio, respira... Céntrate en mí.
El poeta sentía que se ahogaba.
Ante él, el chico inspiraba y exhalaba lentamente. Los ojos oscuros, pero con un toque verdoso, estaban llenos de paz, así que le robó un poco. Tras unos intentos más, logró ralentizar el ritmo y nutrirse de aire. No fue de golpe. Primero, solo dejó de asfixiarse de forma real; la sensación de ahogo tardaría más en desaparecer.
—Gracias —resolló sin mirarlo—. Ahora vete. Quiero estar solo.
—¿Qué esperabas que pasara? —June caminaba en círculos ante el intendente, que ahora reposaba tumbado en el suelo rodeado de un charco de sangre.
Estaba muy enojada, dos personas habían muerto por culpa de aquel hombre en el que ella tanto había confiado. No solo eso, había visto mucho más. Había visto el hilo de sangre escurrirse entre las piernas del poeta y, si bien el tipo de relación que tuviesen no fuera asunto suyo, ella cuidaba de los miembros de su tripulación. De todos.
—Que no te enteraras —se mofó él, aunque tuvo que hacer una pausa debido al dolor—. Debía protegerlo. Lo sabes.
—¡Debiste consultarme! Me has obligado a esto —replicó furiosa—. Si lo hubieses hablado conmigo antes, me hubiera encargado yo misma. ¿O debo pensar que todo esto era un alarde de influencia?
Tarik abrió los ojos cuanto los golpes le consintieron.
—Sabes que nunca te traicionaría. Por mucho que quisiera. —Luego volvió a reír con carcajadas entrecortadas—. Por eso has hecho esto —afirmó, mostrando sus heridas—. Peter y Martin te importaban una mierda, lo que querías era demostrar tu poder sobre mí.
—Estúpido. ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos?
—Seis años.
—¡Seis años! ¡Llevamos seis años juntos! Y en estos seis años nunca cuchicheaste a mis espaldas, nunca diste órdenes sin mi consentimiento y nunca abusaste de tu poder. —Cogió la petaca que llevaba atada a la cintura, dio un largo trago, se agachó a su lado y se la ofreció—. ¿Qué te ha pasado, Tarik? Después de todo lo que hemos vivido...
—Todo eso es agua pasada.
—No lo creo. Nos guste o no tenemos un pasado que nos une. Los dos le hicimos una promesa que no podemos romper. Empiezo a temer que lo hayas olvidado.
El intendente se incorporó sujetándose a sí mismo las costillas. Aceptó la bebida y terminó con el contenido del recipiente.
—Soy muy consciente de lo que le prometimos, June, pero has cambiado. Te estás volviendo débil. Te refugias en tu camarote, nos miras a todos por encima del hombro, creyéndote mejor, y la tripulación está empezando a hablar. Yo soy quien está tirando de esto mientras tú te vas a jugar con los forasteros.
Las palabras de Tarik intentaban dañarla, sin embargo, ella era consciente de ello. Le dio un guantazo que obligó al guerrero a girar la cabeza y lo sujetó de la perilla para asegurarse de que lo miraba a los ojos.
—No he cambiado. Soy la misma; la que cuidó de vosotros cuando él murió, la que te permitió vivir y, por lo que más quieras, imbécil, la que confió en ti. Mientras eso ha llevado el viento a tu favor, te ha parecido bien. En cambio, tú sí has cambiado. O eso, o peor aún, empiezas a mostrar tu verdadera cara. ¿Quieres que hablemos del irlandés?
—Eso no es asunto tuyo.
—Lo es. Como lo eran Martin y Peter; como lo es Margaret, Farid, Mark o cualquier otro miembro. Incluso tú, por mucho que te cueste creerlo. Esto de hoy es lo que va a impedir que Anne te mate..
El guerrero no dijo más. Era consciente de la innegable razón que encerraban las palabras. June lo ayudó a ponerse en pie y a sentarse sobre una silla. Una vez acomodado, Tarik la sujetó del brazo.
—Tenía que protegerlo.
—Jacques no es tan peligroso como crees. Tengo un trato con él. Si no volvéis a hacer tonterías, estaréis a salvo. —Se sacudió la ropa y se dirigió hacia la puerta. —No creo que quiera hacerle daño a Cillian —añadió—. Sin embargo, tú sí se lo has hecho. No te acercarás más a él. No hasta que recuperes mi confianza.
—No puedes impedírmelo. ¡Él es mío!
—Aquí nadie es de nadie. Creí que viniendo de donde venimos lo tendrías claro, al igual que yo.
—Si se le acerca Jacques...
La capitana no pudo contener una risa sarcástica.
—¿En serio te importa que le pase algo? ¿Después de lo que le has hecho? ¿Te preocupa que se lo folle o te preocupa lo que dirán si lo hace? Porque si sospecho que todo esto no son más que celos, tendremos problemas más serios. Te he dado el beneficio de la duda. Demuéstrame que sigues siendo la persona en la que quiero confiar.
Volvió a acercarse a él y lo continuó interrogando con la mirada.
—Me da igual quién se lo tire. Me ha salido caro; no volveré a cometer un error por su culpa. No vale tanto. —Esas palabras no calmaron a June, por suerte, cuando se volvió a aproximar a la puerta, el guerrero volvió a hablar—. Me disculparé en público por lo de Peter y Martín. No volverás a sospechar de mí. Prometí que te sería fiel por lo que tuvimos. Así ha sido siempre y así seguirá siendo.
Ella le dedicó una sonrisa de satisfacción y salió encontrándose de frente con Anthon, que, junto a Elliot, esperaba su turno fuera de la estancia. June notó algo extraño tras esas lentes. Una pregunta o noticia que brillaba rogando ser descubierta, pero que los labios retenían.
—¿Todo bien? —lo interrogó.
El joven observó a su compañero y dudó unos instantes antes de contestar.
—Todo bien —asintió, dubitativo.
—Me alegro. Tienes trabajo allá dentro.
Cillian trepó por las cuerdas del mástil y observó todo cuanto había a sus pies. El Bastardo no era un barco pequeño, como pudiera serlo una fragata. Tampoco era tan grande como un galeón. Disponía de espacio para cien cañones y fuera del agua se veía mucho más imponente. Desde allá alto las personas parecían hormigas.
Pensó en saltar.
Un salto y todo el dolor que sentía, esa desazón que le ardía desde dentro y que tan solo hacía unos momentos le había impedido respirar, se esfumaría. Solo un salto. Nadie podría sobrevivir a una caída así. Adiós, vergüenza; adiós, cuchicheos a las espaldas; adiós, ninguneos. Hola, Sebastian.
—No es una buena idea, mon amie. Sería una catastrophe.
De nuevo, cuando más hundido estaba, aquel enigmático crío se manifestaba. Había trepado tras él y lo miraba como si fuera un misterio a resolver.
—¿Por qué siempre apareces así? ¿Cómo has subido?
El chico estiró la mano hacia él, invitándolo a bajar. Ambos descendieron. Cillian tenía ganas de llorar, pero no lo hizo. No lo haría. Estaba tan cansado de mostrarse débil...
—Me ha enviado ma frere —contestó, ya con los pies en el suelo—. Quiere que os quedéis en la mansión hasta que partamos a la Nouvelle-Orleans. Debo hablar con June para...
—Está ocupada. —No le dejó terminar. De nuevo, volvía a sentir un nudo en el estómago. ¿Qué le estaría haciendo o diciendo a Tarik? ¿Sería él capaz de perdonarlo?
Los pensamientos volvieron a conquistarle como si tuviera un avispero dentro de él. Volvió a recordar, a sufrir, a sentir la opresión en el pecho y a olvidarse del exterior. A perderse dentro del ruido.
—Ou es-tu? —La pregunta de René lo trajo de vuelta.
—No entiendo...
—¿Dónde estás? —repitió, esta vez en inglés. No le contestó. Se giró y echó a andar con intención de dejar aquel lugar atrás. Necesitaba ocultarse. Apenas había dado dos pasos, cuando el crío volvió a hablar para llamar su atención—. Mereces mucho más. Yo te veo. Si te quedaras... —No era su voz. Era la misma entonación con la que se había dirigido a June cuando encontraron el barque. Esta vez pudo reconocerla.
—¿Y tú? —Cillian observó con detenimiento las esferas grises. No le decían nada y, si bien la evidencia le decía que debía desconfiar, puesto que no había nada normal en lo que acaba de presenciar, volvió a ignorar la razón. ¿Sería cierto lo que Tarik decía? ¿Estaría embrujado? Lo pensó tan solo un segundo.
Luego, unos pasos se les acercaron.
—¿Y bien? ¿Esta vez a qué debemos tu visita? —La capitana acababa de llegar.
Tiene frío.
No puede verlos. No son más que sombras desdibujadas que fluctúan a través de la oscuridad que tiene instaurada en la mirada. Sí puede oírles.
—¿No temes que sospechen?
—No, él ya se habrá ocupado de ello.
—Pero aquel chico casi lo descubre...
—No será un problema. Sigue trabajando.
Tampoco puede moverse, contestarles o reaccionar. Cualquier intento se ve frustrado por la incapacidad de dar órdenes a su cuerpo. Lo intenta una y otra vez; es inútil. No reacciona ni siquiera cuando una fría aguja que le atraviesa la piel. Aunque duela, permanece inmóvil. Inmóvil y en silencio.
—Parece que está despertando.
Alguien se acerca y le susurra algo al oído.
—Duerme, cielo. Recuerda que tienes una misión. Procura que no te maten... otra vez.
Nota de autora
¿Sabías que...?
Teóricamente, las leyes piratas impedían que niños y mujeres subieran a bordo. Tan estrictos eran que ser descubierto seduciendo a una mujer estaba penado.
Sin embargo, a la práctica, la realidad era muy distinta. Por un lado, era muy habitual llevar a niños y enseñarles los distintos cargos.
Por el otro, sí hubo mujeres piratas, muchas más de las que se han llegado a conocer y, algunas, incluso llegaron a ser capitanas. Aunque estoy segura de que muchos nombres los conoceréis (por ejemplo, Anne Bonny y Mary Read), hoy no voy a darlos, pues considero que todas merecen su propio espacio.
Las mujeres que se enrolaban solían hacerlo disfrazadas de hombres. Se dice que la mayoría eran «amantes de», no obstante, una de las más famosas subió sin ser amante de ningún pirata, lo que me hace cuestionar ese punto (no el que fueran vestidas de hombres).
Volvemos al «en teoría», porque, en teoría (valga la redundancia), encontrar alguien del género femenino entre la tripulación suponía la pena de muerte. De nuevo, las famosas leyes pirata no concuerdan con los hechos, pues, en realidad, lo que se hacía era someterlas a una asamblea en la que tenían que demostrar ser más fuertes y despiadadas que ningún otro tripulante. Si eso sucedía, se concluía que eran hombres con cuerpo de mujer (sí, aun con todo, ese título sigue siendo machista), y se les permitía seguir a bordo como un miembro más. De hecho, durante el ocaso de la piratería, el mismo Bartolomew modificó las leyes para que las mujeres pudieran ser capitanas.
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