10. Pasado Y Presente
Barbados 1714
«—¡Empuja! —No eran ánimos. Eran órdenes.
»Debía de llevar al menos diez horas tumbada boca arriba, sudando sin cesar y ahogándose en vómitos, mientras sus entrañas se retorcían sobre sí mismas a la vez que los riñones la extorsionaban desde atrás. El dolor era cruel e inhumano y, en esa postura, aún lo era más. Era como si el tiempo se hubiese detenido en el peor de los momentos. Un infierno eterno que no la dejaba pensar ni soñar.
»Volvió a vomitar, a gritar, a forcejear... Era inútil. La partera le sujetaba las piernas con demasiada fuerza y, por más que June intentaba zafarse del amarre en busca de una posición más cómoda, esa mala bruja frustraba todos sus intentos. Deseaba matarla. Casi tanto como deseaba que el dolor parara.
»Y gritaba. Gritaba para intentar silenciar ese dolor, reunir fuerzas y empujar a un bebé que no deseaba salir, pero sobre todo, gritaba por no arrancarle la pálida y arrugada piel a esa mujer que la torturaba en un momento tan especial.
»—¡Me vas a volver loca con tanto grito! ¿A qué disfrutaste haciéndolo? ¡Pues no te quejes y empuja!
»No. No disfrutó, de hecho, no sintió nada. Pero ahora era incapaz de pensar en aguas pasadas. Bastante tenía con esforzarse en no escuchar las palabras envenenadas de esa mujer, la misma que había decidido que la sirvienta de la señora Smith no podía parir como un bestia.
»La odiaba con todas sus fuerzas. Si al menos se callase...
»El cuarto era oscuro y carecía de higiene. Un aguamanil, una cama y ninguna ventana.
»Y apestaba. Apestaba a hormonas, a sangre, apestaba a odio, esclavitud, a sudor y excrementos.
»Hasta el momento, las últimas contracciones se habían enlazado unas con otras sin darle tregua, pero ahora por fin había un respiro entre ellas.
»Solo fueron segundos que le supieron a miel. Respiró, cerró los ojos y, entonces, se partió en dos. Esa contracción fue mucho más dolorosa que las anteriores. Inhumana. Animal. Gritó con todas sus fuerzas, se incorporó, empujó con rabia a la partera —que fue a chocar contra la pared— y sin pensarlo se colocó de cuclillas.
»Eso ya era otra cosa. Se llevó las manos a la vulva: estaba abultada. Otro empujón y su vagina prendió en un aro de llamas.
»No era molesto. Recordó las frases de sus comadres y empujó despacio, con cuidado, siendo consciente de su cuerpo y de que todas las mujeres de su familia estaban empujando con ella en ese momento.
»Necesitó tres pujos más para que la cabeza asomase. Al siguiente salió el cuerpo junto con una gran cantidad de líquido amniótico. Tomó a su cachorro en brazos y se tumbó. Lo acunó y le susurró cuanto lo quería.
»Era un niño, aún pálido, sin pigmento. El azabache aún tardaría unos días en apreciarse.
»Mientras le daba el pecho, nuevas contracciones acudieron a ella, pero esta vez sabían a victoria, a silencio, a paz... La placenta surgió sin mucho esfuerzo.
»—Al final te has salido con la tuya y has parido como una sucia perra en lugar de como una persona civilizada —gruñó de nuevo la partera.
»June no se dignó a mirarla. Tenía claro que un día la mataría.
»Unos golpes en la puerta captaron la atención de la vieja que, sin dudarlo, fue a abrir. Pudo escuchar la voz del amo, aunque no reparó en sus palabras. En ese instante y en ese lugar, nada más importaba. Tan solo ella y su hijo. Cuando la puerta se cerró de nuevo, la partera se dirigió a June y se colocó a su altura para asegurarse de que la esclava le devolvía la mirada.
»—En fin, más vale que no te encariñes: tu ama también se ha puesto de parto.
Isla desconocida
No había ni un resquicio de luz, sin embargo, aquel ser que vestía la imagen de John irradiaba una especie de halo ambarino.
June se quitó de encima todas las piedras que habían caído sobre ella.
Estaba magullada. Por suerte, no eran más que simples contusiones que se disimulaban en su piel. Algún rasguño, hilillos de sangre, dolor... El dolor la azotaba ahora, una vez vencida la batalla. Pero no importaba, el dolor era parte de la vida: un traje que podía ignorar con facilidad.
Se puso en pie, se sacudió los ropajes, levantando una nube de polvo, y fue al encuentro de aquel ser.
—Cambia de disfraz —ordenó.
—¿Por? Esta imagen está en ti, y me gusta...
—No es real, John nunca... —June sabía que lo que estaba a punto de decir la haría parecer débil. No todo el mundo podía entender qué suponía enfrentarse al dolor más duro y visceral que pueda existir—. Cambia de disfraz —sentenció.
La transformación fue lenta. Aquel ser mantuvo la estatura, mas su piel se arrugó, le creció algo de barba y tres marcas se le dibujaron en la tez. Muy pronto, quien estaba ante ella era Adami.
—¿Mejor así? —preguntó burlón.
Ella asintió.
—¿Es que en este lugar no hay nadie normal?
—No. Tú eres la prueba de ello.
Durante unos segundos, pensó en si todo aquello realmente merecía la pena. Su vida iba a cambiar para siempre. Podría dedicarse a algo más que robar y matar. La idea de alejarse de las olas, en cambio, le resultaba incómoda.
Ante ella se erigían grandes posibilidades: podría impartir justicia, crear su imperio. ¿Podía creer en las palabras de Jacques? Probablemente no, es más, seguro que no. Pero sí era consciente de que estaba ante un gran poder y que, si lograba doblegarlo, hacerlo suyo, todo podría cambiar para bien. No pensaba confiar en nadie, aun así, jugaría sus cartas.
—Estoy cansada de vuestros juegos, montajes y decorados. Quiero la verdad.
Adami se acercó y, con un gesto, la invitó a pasear agarrada a su brazo.
—La verdad es relativa, cambiante, efímera. Cada uno tiene su propia verdad y esa verdad le deja ciego al resto de verdades —dijo. June entornó los ojos y forzó un bostezo. Le pareció un discurso repelente y repetitivo. Entonces, Adami dibujó algo en el aire con la mano que tenía libre, como empujando hacia arriba, y ante ella apareció una columna de fuego. En cada llama podía divisar figuras y escenas de la historia que la había llevado hasta allí. Se vio a sí misma en el día en que su alma murió para siempre, y se vio a sí misma haciendo justicia—. Tú tienes tu verdad, pero te aseguro que no es la de ella. —Una señora Smith, forjada en llamas, lloraba, alargaba la boca y separaba las mandíbulas en un gesto desesperado—. Todos somos héroes y villanos. La verdad es cuestión de perspectiva.
—No te he preguntado por mi verdad. —June lo empujó hacia atrás y la columna se disipó—. Quizá no he sido lo bastante clara con mi pregunta: quiero saber qué nos estáis ocultando; quiero saber la verdadera razón de que estéis aquí; quiero saber qué coño le pasó a esa gente...
—Todo será revelado cuando llegue el momento —interrumpió él—. Tarde o temprano tendrás que enfrentarte a tu verdad, pero tranquila, podemos hablar de ello cuando vuelvas... siempre que pases la siguiente prueba.
La desaparición de la capitana fue un hervidero de teorías, pero a pesar de ello, las miradas se seguían posando sobre él. Le hubiera gustado ser invisible, desaparecer. No podía entender la necesidad de aquella humillación. No había hecho nada malo. Cierto que no debió dar aquel paseo, aunque ni siquiera recordaba haber aceptado. Y el maldito Giorgio tuvo que abrir la boca... Ahora lo miraba con sorna a la par que le hacía gestos burlones con la boca.
—Ve a limpiarte —ordenó Tarik al ver que su amante era motivo de distracción.
Así que, obediente, Cillian se escabulló del resto del grupo y se acercó a la costa.
Una vez allí, paseó las palmas de las manos entre las tímidas olas que se adentraban en la arena. Cuando estas estuvieron llenas, se llevó el agua a la cara. Escocía mucho.
René apareció a su lado. Vio cómo se acercaba con los pies descalzos y notó su respiración. Sabía que los ojos grises estaban clavados en él, pero no fue hasta que el muchacho habló, que el poeta se dignó a alzar la vista.
—Cillian, que s'est-el passé?
—Cosas de adultos. Vete, quiero estar solo.
Seguía sin poder abrir el ojo, con el labio partido y el dolor incrustado en el pecho.
—¿Ha sido aquel hombre? ¿El de ayer?
El chico hizo ademán de acercarse, de acariciarle las heridas. Cillian lo rechazó de un manotazo.
—Te he dicho que te largues. ¡Déjalo ya! —gritó.
Le dio la espalda e intentó alejarse de él. Necesitaba estar solo, apartarse de todo el mundo, incluso del crío. Es más, en especial del crío y de su hermano. De todo el daño indirecto que le estaban haciendo.
La tierra tembló de nuevo.
Estaba tan apurado por huir, por ocultarse, estaba tan triste, tan alterado... que no fue capaz de mantener el equilibrio. Puede que se estuviese empezando a acostumbrar, pero aquellos temblores seguían siendo un estorbo.
René, en lugar de ayudarlo, se sentó frente a él con las piernas cruzadas y el entrecejo fruncido.
—No me mires... —le suplicó Cillian.
—No deberías permitir eso.
—¡Y tú deberías meterte en tus putos asuntos! —Lo miró con los ojos bañados en sangre y lágrimas retenidas debido a la rabia—. Esto no habría pasado de no ser por tu... —No podía terminar la frase. Era la ira la que se había adueñado de su lengua.
O no.
¿Acaso no había insinuado Tarik que podía estar embrujado? Se lo dijo al oído, poco antes de que empezara la reunión. El guerrero tenía un sexto sentido para esas cosas: él supo que la isla estaba maldita.
—¿Crees que es culpa de ma frere?.
Cillian no quiso asentir, mas llevaba la respuesta tatuada en la cara. Tatuada a golpes, para ser concretos.
—No quería gritarte —se disculpó—. Vete, por favor.
—Jacques no es quien te ha hecho esto. —René viró la vista hasta el lugar en el que estaban los demás y señaló al guerrero que, desde lejos, le devolvió la mirada.
Cuando June se acercó, pudo ver que la tripulación había seguido todas las pautas. Habían montado varias carpas alrededor del navío y el Bastardo reposaba sobre los maderos de carga. El maestre daba órdenes al equipo mientras que Tarik, Margaret y el resto de la tripulación estaban sumidos en una especie de reunión.
Se acercó a ellos en silencio, como una gacela. Los escuchó cuchichear y enseguida supo que hablaban de ella. ¿Cuánto tiempo se había ausentado? No debía ser más de medio día.
—¿Me he perdido algo importante?
Al oírla, Margaret saltó a sus brazos. June se sintió algo violenta y la apartó colocando las manos de barrera entre ambos cuerpos.
—Estábamos preocupados —replicó la joven, que se mostraba extrañada por el rechazo.
—¿Preocupados? —Quienes la conocían sabían de sobra que no debían preocuparse. Más bien, lo que pasaba en realidad era que su excursión estaba dando lugar a una traición. No sería de extrañar. Sacó pecho y endureció el gesto. Estaba molesta—. Pues ya podéis estar tranquilos. No sabía que tenía que pedir permiso para salir.
Tarik se encaró a ella.
—No se trata de pedir permiso: esta isla es peligrosa y no puedes irte sin avisar. Deberías habérmelo contado, haberme dicho que me dejabas al cargo. Tienes responsabilidades.
—Vigila las formas, Tarik. —Solo una mirada de June, solo una, y el guerrero calló su discurso—. No tengo por qué darte explicaciones. Todo lo que hago lo hago por vosotros y eso es algo que tú sabes muy bien. No muerdas la mano que te da de comer.
Todos quienes allí había fueron bajando las voces hasta que los murmullos se convirtieron en silencio. Entonces, June prosiguió.
—Volved al trabajo. Tarik, Margaret: conmigo. —Caminaron unos metros hasta estar lo bastante alejados de las labores de trabajo. Una vez allí, volvió a cargar contra el intendente—. Que sea la última vez que me contestas así delante de los demás. Te aprecio, pero si por un momento dudo de tu lealtad, sabes que terminaré contigo sin ningún remordimiento.
No era la primera vez que alguien trataba de rebelarse contra ella. Ninguno había terminado bien. En el egipcio había encontrado una verdadera amistad, alguien de confianza; tenían una historia en común que les uniría por siempre. Una historia que, aunque habían decidido enterrar, todos conocían bien. Sin embargo, en los últimos meses había ido viendo cosas que no le gustaban y empezaba a sospechar. Quizá es que se estaba volviendo paranoica, o quizá recordaba muy bien cómo se convirtió en capitana.
—Sabes que nunca te traicionaría —se defendió él—. Pero si te hubiese pasado algo...
—Tienes una labor muy clara. Si hubiese pasado algo sabes perfectamente cuáles hubieran sido las pautas a seguir.
El intendente agachó la cabeza.
—La culpa es mía —añadió Margaret—. Te fuiste sin decir nada, te busqué por todas partes... Este lugar es extraño, y después de lo de esta noche...
—He vuelto. Eso es lo que importa. —Lo último que quería era volver a pensar en lo sucedido aquella noche—. Tengo algo que contaros, así que necesito saber que tengo vuestra confianza.
Apenas había empezado a hablar, cuando Cillian se acercó a ellos. Los hizo con pasos lentos, aunque June lo vio venir antes de que se acercara lo suficiente. Tenía el rostro desfigurado y caminaba con una mano reposada en las costillas.
—Este lugar está maldito —susurró Tarik—. Cillian está hechizado.
Una vez llegó a ellos, pudo observar que sus ojos estaban enrojecidos. O su ojo, porque el otro estaba tan inflamado que el párpado carecía de fuerza para mantenerlo abierto. El azul, que siempre había rebosado optimismo, estaba triste, apagado, como envuelto en una nube de desilusión.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó.
Tampoco quedaba nada de la estúpida sonrisa que solía vestir y, aunque era de agradecer, verlo así no le hacía ninguna gracia.
Tarik pasó el brazo por los hombros de su matelot y contestó por él.
—Alguien se estaba dejando llevar por el embrujo de este lugar, pero ya lo hemos resuelto. ¿Verdad? —se dirigió a Cillian en tono condescendiente.
—No sabía que los hechizos se rompiesen a golpes —replicó June.
—Sí, si los coges a tiempo.
La capitana de quedó en silencio, observando y sacando sus propias conclusiones. Precisamente, algo así era lo que había querido evitar. Hasta dónde ella sabía, al egipcio nunca se le había ido la mano con Cillian, y era cierto que el poeta había estado muy extraño desde que llegaron... Sin embargo, una parte de ella sabía, por experiencia propia, que una vez se cruzan los límites es difícil volver al redil. Tarik era una de las pocas personas en quien podía confiar, por lo que, entrometerse, no era opción. Además, así se regían, aunque no estuviera de acuerdo. Al fin y al cabo, ella tampoco era ninguna santa. En los mares había una ley que regía sobre todas las demás: la ley del más fuerte. Y estaba claro que el guerrero la había empleado contra Cillian. Las razones, en cambio, no le parecieron tan claras. Las averiguaría. A pesar de la contradicción que se formaba en su mente, ella tenía claro que no debía permitir ciertas conductas.
Su barco, su ley.
Decidió aparcar el asunto. Se enderezó y, muy serena, les contó la razón de su ausencia, por qué les había citado y los siguientes pasos a seguir. En ese instante, pasar la siguiente prueba era la única prioridad.
Cuando se quedaron a solas, Tarik lo abrazó con fuerza. Como si con ello creyera que podría recomponerlo... después de dejarlo roto pocas horas antes. Aunque lo cierto es que sí, que una parte de Cillian se sintió mejor.
—¿Qué quería el crío? —le reclamó su amante al oído.
—No lo sé. Le he dicho que se fuera.
Tarik sonrió.
—Eso me gusta. Debes alejarte de ese par. Es difícil luchar contra los embrujos... —Lo miró a los ojos. La miel esta vez era dulce. Acarició cada una de las marcas que le había dejado y las besó—. Sabes qué era necesario, ¿verdad? —preguntó. El poeta asintió—. Valdrá la pena, matelot —continuó—. Pronto todo habrá terminado. Los dioses nos han traído hasta aquí por una razón.
¿Qué razón? Él volvió a asentir con la cabeza, pero no con el corazón. Todo había cambiado. Podía entender lo sucedido, podía entender muchas cosas, sin embargo, algo dentro de él se había quebrado. Algo que hacía que las palabras de Tarik tuvieran otro matiz, los besos otro sabor y el tacto otra textura. Algo que le hacía dudar de cumplir la promesa que le había llevado a él.
Se estaban acercando al barque inglés, tal como les había pedido June. Le extrañó que tuviesen que ir solos.
Cuando entraron, el corazón se le detuvo al recordar lo que encontraría allí dentro. Estaba mentalmente preparado, pero aun así, el olor de la sangre volvió a impresionarlo.
—Tranquilo. —Tarik lo cogió de la cintura y juntos caminaron sobre los lagos carmesíes, que ya estaban resecos. Llegaron hasta el camarote principal y ahí estuvieron rebuscando entre papeles y diarios de navegación. Cuando lo tuvieron todo, el guerrero lo guardó en el saco y volvió a abrazarlo. Entonces escuchó el crujir de la madera.
—Tarik, no estamos solos...
—No te preocupes, todo está bien. Vienen a protegerte.
—¿A protegerme? ¿Quién? ¿Por qué?
El guerrero lo cogió de la nuca y lo besó en los labios. La presión sobre la herida era dolorosa, pero necesitaba ese contacto. Sus músculos se relajaron y se rindió al abrazo del amante.
—Esto lo hago por ti. —Tarik se alejó un poco—. No hagas ruido. Nadie más debe saber que estás aquí.
Y de nuevo, su corazón volvió a latir gritando el mensaje que se negaba a escuchar.
—No lo hagas... Ya está, ya me castigaste...
—No, matelot. No es un castigo. ¿Y si te ve Giorgio? ¿Y si aprovecha la situación? ¿Y si...?
—¿Y si Jacques vuelve a acercarse a mí? —concluyó Cillian—. ¿Eso es lo que te preocupa? —Alzó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.
—Será mejor que eso no pase. —Tanto el gesto como la voz de Tarik se endurecieron al escuchar el nombre del anfitrión.
—No lo hagas... —repitió.
Intentó aproximarse a la puerta, escaparse antes de que fuera tarde, pero tal como abrió, dos de los lacayos de Tarik, Peter y Martin, lo empujaron de nuevo hacia dentro.
El egipcio lo cogió al vuelo y lo lanzó contra la cama.
—Ahora no lo ves, pero me darás las gracias, te lo aseguro.
No dijo nada más. Se marchó envuelto en una capa de indiferencia y lo dejó allí, solo.
Cuando la puerta se cerró, Cillian escuchó el sonido de una llave girando en la cerradura. Golpeó la puerta con rabia, sin embargo, lo único que logró fue encender las risas de sus carceleros. Frustrado, se dejó caer sobre la cama. Entonces hubo otro temblor. Este fue distinto. Más violento. Las paredes temblaron con tanta fuerza que parecía que fueran a partirse en dos. Escuchó gruñidos, gritos, volvió a golpear la puerta, con fuerza y energía, como si le fuera la vida en ello.
—¡Dejadme salir! —chilló.
Peter respondió con gritos viscerales y Martin con sonidos que, de haber tenido lengua, hubieran sido iguales a los de su compañero, como si estuvieran siendo torturados. Todo lo que estaba sobre el escritorio cayó al suelo, y algunos libros que reposaban sobre una estantería, también. El sonido cada vez era más violento. Todo parecía cambiar con él y se acompañaba de los clamores de sus carceleros. Aquello era peor que los rugidos o que el crujido de la madera. Cillian se llevó las manos a los oídos mientras todo su alrededor parecía derrumbarse. Riachuelos de sangre fresca se colaron bajo la puerta, acompañados de una fuerte respiración y el sonido de una cerradura. Maldijo a Tarik por encerrarlo allí, maldijo la isla, y maldijo estar a punto de morir.
La lámpara del techo se balanceó con fuerza hasta romper el anclaje y, finalmente, cayó sobre su cabeza. Después, solo hubo silencio.
Nota de autora:
En este capítulo habéis podido leer una primera parte de la historia de June. Debo decir que su relato (el cual bien daría para otro libro) se inspira en un artículo que leí hace años. Un artículo con el que lloré mucho y que os explicaré llegado el momento.
Hoy me he centrado en el parto y omitido todo lo demás. Creo que es algo que merece su propio espacio.
¿Sabías que la mayoría de mujeres han violencia obstétrica en algún momento de su vida? Escenas como las del parto de June, a día de hoy, se repiten a diario. Madres que van a dar a luz y son humilladas por las profesionales que las atienden.
Frases como: «No te dolió cuando lo hiciste, ¿no? Ahora no te quejes»; «No te quejes tanto», o «Tu hijo a nacido muerto porque no has sabido empujar» son muy conocidas, entre otras del mismo nivel. Comento las del parto por ser las más famosas, pero también son muy comunes en abortos y primeras revisiones.
Por otro lado, como dato curioso, decir que el parto en horizontal se empezó a efectuar a principios del S.XVIII debido a la obsesión del rey Luis XIV con ver el nacimiento de sus hijos. Enseguida se convirtió en moda, lo que se acompañó de una serie de problemas añadidos a los que ya había en aquella época. Aumentaron las complicaciones y, por tanto, las muertes perinatales (que ya para entonces eran una cifra elevada).
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