06| Principios distorsionados.
3:00 a.m.
El cuarto cigarrillo de la noche ya había sido fumado, y sin embargo, la ansiedad seguía haciendo presencia sobre el cuerpo del rizado. Sus manos temblaban, su ceño estaba totalmente fruncido gracias a su preocupación. Sentía como hasta los dedos de los pies temblaban. Sentía impotencia, demasiada impotencia de no saber cómo controlar esos sentimientos.
Posiblemente ha olvidado decirme algo, el Señor tiende a ser muy olvidadizo.
Unos pasos más y ya se encontraba frente a la puerta por la que había entrado hace unos minutos. Tomó aire, se dio tranquilidad emocional, tratando de metalizarse de que todo iba a estar bien.
A pesar de ser prostituto, seguía sin perderle tanta fe a la humanidad.
Tragó saliva fuertemente, y con su delgada mano empuñó sus dedos hacia la gran puerta madera, apoyando sus huesos contra la dura superficie, produciendo un sonido hueco.
Toc, toc, toc.
La curiosidad de qué podía ser lo que su jefe necesitara le carcomía por dentro. El Señor era reconocido por ser un hombre que causaba miedo, que hace que le tengas un respeto hacia su persona. Era uno de los hombres más reconocidos por ser el proxeneta más grande de todo Barrio Rojo, la presencia que ese joven tenía a la hora de simplemente tenerlo a su lado era única. No única de algo positivo, era un sentimiento que no terminabas de entender, que no sabías como él lograba causar tanto respeto de solo verlo.
Era un hombre temible; si te metías con él, ten por seguro que no volverían a verte.
Sus reglas eran algo imposible de no cumplir, él quería algo y tenía a todo el mundo corriendo para conseguir aquello con lo que estaba encaprichado.
Sin embargo, Brian May, su mayor capricho, se había convertido en un gran reto. Era el chico más bonito de todo Bat Boys, una inocencia en sus ojos pero un atrevimiento en el movimiento de las caderas a la hora de interpretar sus bailes que lo tenían realmente loco.
Haría hasta lo que fuera por conseguir a ese chico. Contra su voluntad o porque realmente quería... no le importaba cómo conseguir su objetivo, el hecho era conseguirlo.
Por eso, aprovechando la negligencia de su trabajador por ese rubio que hasta el mismo jefe había podido percibir desde la primera fila, supo que ese era el momento perfecto para demostrar lo que siempre había querido.
El bailarín Brian May era todo suyo.
Así que en el momento en que el chico delgado se hizo presente nuevamente en la oficina con la mirada recorriendo cada recóndito espacio del lugar y con un paso cauteloso, el Jefe se hizo presente detrás de él, cerrando la puerta a sus espaldas, generando en el bailarín un repentino respingo por el susto causado, haciendo que se volteara rápidamente y viera al dueño del local mirándolo con una mirada lujuriosa, llena de deseo y con un solo fin; él mismo.
La situación era hasta cómica, un pequeño borreguito asustado en el centro de una trampa que un inteligente lobo había planeado mesuradamente para lograr tenerlo ahí, y luego de tenerlo como lo quería, no había vuelta en la segunda parte del plan que tanto había añorado; poseerlo.
El Señor se acercó a pasó rápido a Brian y lo tomó por las caderas acercándolo fuertemente a su cuerpo. El rizado soltó un jadeo y posó sus delgadas manos sobre los gruesos dedos del hombre y empezó a removerse bruscamente entre los brazos de este.
- ¿Sabes por qué no me gusta que estés a la vista de los otros en el bar? -El rizado negó frenéticamente-. Porque no tolero que estés expuesto, sólo quiero que seas para mí.
-Se-señor...-
-Shhh. Es hora de demostrarte lo que nunca has querido ver -y empujando al rizado contra las misteriosas gavetas pudo ver como este sacaba algo rápidamente mientras estaba apoyado sobre él evitándole la salida, y luego como fue tirado de su brazo izquierdo y empujado contra la el sillón de su jefe.
El jefe se sentó en el regazo de bailarín y corrió a tomar las extremidades del rizado para ubicarlas ágilmente sobre el reposa brazos del sillón, para correr a tomar lo agarrado del cajón y ponerlo sobre la muñeca del mayor.
Unas esposas. Dos pares de esposas. Sus brazos estaban inmovilizados en ambos apoyos del sillón. Estaba expuesto a un hombre que llevaba perturbándolo por lo menos cuatro años. Y eso que esta era la primera vez que sentía miedo realmente.
Tragó saliva fuertemente. Sabía que esto iba a pasar pero aún no se sentía preparado para eso.
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Bean Queen
Segundo lugar de la noche. El temor se había perdido y la confianza hacia el chico alto y con una barba prominente cada vez le agradaba más. Se sentía en un aura que jamás había tenido gracias a la sobreprotección en la que siempre había andado desde que era sólo un chico.
Roger siempre había sido el chico paranoico que sentía el miedo a hacer algo que posiblemente "pudiera afectar su integridad física y emocional" como por ejemplo jugar fútbol, salir con los chicos de su barrio o simplemente hacer cosas que en ese momento, a su edad era totalmente común hacerlo. Era un chico bastante retraído, con el temor a que posiblemente algo ocurriera que no le permitiera llegar a casa en ese día.
Pasaba la mayor parte del día encerrado. Cuando iba a clase era para quedarse en la biblioteca, evitando sentarse cerca de los estantes pues estos se podían llegara caer, y tomando sus distancias se disponía a leer libros que ya hasta la bibliotecaria le regalaba por su increíble incondicionalidad a asistir a ese lugar.
Le temía tanto a cualquier tipo de público que antes de presentar una exposición -como una vez en su clase de filosofía-, la crisis que pasó fue tan fuerte que terminó desmayado en frente de todo su salón de clases, con las risas y las bolas de papel sobre su dignidad que había sido derrumbada gracias a la pena.
Cuando estuvo subiendo a la tarima para recibir el diploma de graduado bachiller en su escuela, los gritos y bullicio que sus compañeros por los celebrados en la graduación que estaban realizando en aquella ceremonia fue nula, guardando todos silencio, viendo como el rubio recibía el cartón, logrando percibir solamente los penosos sollozos de su madre, Winifred, y los fuertes aplausos de su hermana menor, Clare.
La vida en la universidad como primíparo fue muy parecida a la del instituto. Su carrera de teología la llevaba con mucho orgullo, y es que era el punto que más le había gustado a lo largo de toda su vida, pues siempre le habían inculcado la importancia de la base cristiana, y se concentró tanto en ello que faltando dos años para graduarse de su primera base del pregrado tenía más que claro que quería aplicar la vida devota a Dios en su proyecto de vida. Dos años después, en su primer año universitario no sentía una sola pizca de arrepentimiento.
Consideró tanto el tema de la religión que intentar un pase al seminario y aspirar a ser cura no hizo falta en su proceso. Para el segundo año de universidad estaba más que seguro de ello, realmente no tenía nada para perder; no había novias de quien alejarse, no había amigos de quien despedirse, había familias que estaba más que seguro que estarían más que presentes. A ojos cerrados hizo todo el proceso para aspirar a ser párroco, y estando a un paso de entrar a este proceso cural, su hígado le hizo una mala pasada demostrándole el gran error que estuvo a punto de cometer.
Se lo demostró de la forma más cruel posible, pues después de tener que desistir a ese aporte religioso le fue inevitable no entrar en una crisis existencial de "¿será que esto sí es lo mío?", dejando su supuesta vocación en el casi tercer año y tomando la decisión de pasar a una biología, donde verdaderamente su vida empezó a tener un sentido.
Dejó de estar tras las enaguas de su madre para empezar a vivir su vida solo, enfrentarse a una realidad donde existían los amigos, los afectos, las fiestas, los novios, crecer.
Aún recordaba con demasiada claridad cómo fue el primer día que llegó a casa brincando de la felicidad porque sus amigos habían planeado hacer una reunión en casa de David, uno de sus tantos compañeros de la universidad y este era ingeniero, y aún recuerda las mil y un advertencias que su madre le había dado para evitar malos momentos después. También la primera borrachera y lo mucho que se enfadaron en su casa. Todo lo relacionaba con el hogar, la base de su crecimiento y el lugar del que más temía salir.
Sin embargo, la universidad le empezó a mostrar una estancia de libertad, donde realmente era el momento de extender las alas y volar. Esto se convirtió en una meta luego de conocer a Benjamin; chico de tercer año de ingeniería mecatrónica, el típico hombre por el que toda chica buscaría hasta un roce de su persona, incluyendo a Roger.
Desde el momento cero en que lo vio cruzándose por la facultad de ciencias sintió que era la primera vez que se iba en un trance y que sentía no salir de allí. Sin embargo, luego de tanta sobreprotección a lo largo de su vida, el simple hecho de pensar en la posibilidad de que un chicco pudiera producirle cosas que una chica no le hacía sentir que su vida estaba perdiendo sentido. Que a pesar de estar una época más moderna, sus raíces no eran fáciles cortarlas.
Pero a todas estas el sentimiento jamás cambió, al contrario, parecía intensificarse cada vez más. Los abrazos cariñosos, las conversaciones tanprofundas y llenas de confianza, las llamadas en la madrugada y las salidas hasta tarde empezaron a causar un sentimiento por el cual no tienes directamente por un amigo.
La angustia de no saber qué era lo que estaba pasando su corazón en ese momento y el incontrolable sentimiento de impureza que albergaba su moral inculcada desde pequeño lo estaban acaban poco a poco.
Y sintió que se mataría en el momento en Benjamin se el declaró.
Las flores que le dio, las palabras que empleó, el acercamiento que hizo y el rompimiento de la fina línea de su espacio personal produjeron en su estómago,en su pecho y hasta en su pelo la sensación de tener más de cuatro batallones demariposas revoloteando en un mínimo espacio, las cuales estaban causando en él unas incontrolables ganas de vomitar.
Por eso, luego de un par de balbuceos y sacando la excusa de que estaba atrasado para llegar a la misa de ese día -cosa que hasta Benjamin sabía que no era verdad-, vio como esas greñas color cenizas desaparecían de su vista.
Y casi que después de aquella travesía, tres días después se encontraba visitando Barrio Rojo, un lugar mágico con las referencias más positivas alguna vez escuchadas.
En cuestión de seis horas había vivido lo que jamás había siquiera pensado en su corta edad. Veinticinco años basados viviendo en una burbuja de cristal, y Gwilym Lee le había explotado, quitado el caparazón de vidrio y hecho escombros con eso. Fue sensato y directo, la vida no es tan perfecta como tus padres la pintan, y que tú a tus veinticinco años todavía consideres que salir después de las doce de la madrugada es un pecado concebido, pues realmente estás chiflado.
Por eso, luego de haber vivido la mayor adrenalina de su vida junto al más alto en Bat Boys, el camino al siguiente bar había sido en una tónica totalmente diferente; las bebidas, el trago y las experiencias que les esperaban allí eran tomadas con diferente perspectiva, una más abierta y con ganas de experimentar. Ya eran casi las tres y media de la madrugada, la hora de pasar había pasado, el día estaba mucho más cerca que la noche que estaba transcurriendo. Ese era el soporte para seguir con la aberración a nivel familiar que el rubio estaba cometiendo.
Tomando ambos una caña, observando la banda de drags que esa noche andaba presentándose en Bean Boys, el barbudo se atrevió a iniciar la conversación con algo que le llevaba robando el pensamiento ya desde hace un rato.
-¿Qué te ha parecido el chico este de pasos exóticos? -Preguntó mientras daba un largo sorbo de su cerveza-. He visto en ti una mirada indescifrable sobre él, y eso que apenas ando conociéndote.
El rubio se sonrojó, y pensando las palabras perfectas para iniciar el discurso, se acomodó en su asiento y cruzó las manos sobre la mesa -. Verás, Gwil. He llegado con un único fin aquí y ya te lo he comentado; descubrir de mí todas esas encrucijadas que a lo largo de mi vida no he tenido la oportunidad de resolver.
-Mhm -Le incitó a continuar mientras le miraba fijamente.
-Mi connotación familiar ha sido algo extraña, por lo cual vivir este tipo de cosas me parecen increíbles, incluso extrañas -El semblante de Gwilym cambió rápidamente-. ¡No confundas! -Se apresuró a responder-. La situación que he pasado me ha hecho tomar ciertas posturas, pero por eso he decidido venir, he querido romper esos estándares.
-Vale, pero aún no me respondes lo que te he preguntado. ¿Qué opinas de Trixie?
El rubio se tensó-. Pues... pues no lo sé, no lo conozco.
-Llevas razón, pero no puede ser algo pasajero, a juzgar por tu mirada es más que un bailarín.
-Pues me ha dejado un poco desconcertado la cara que nos dedicó luego de ser llamado dentro del antro de nuevo. ¿No viste como palidecía? Me preocupa un poco que pueda...-
-¿Te preocupa? -Interrumpió el barbudo con una sonrisa burlona en sus labios.
-Me preocupa de la misma forma que alguien puede preocuparle una situación en la que una persona, sea o no conocida, se ve implicada -las cejas del menor se fruncieron, Gwilym oltó una carcajada.
-¿Por qué me lo estás justificando? ¡Sólo te hacía una pregunta capciosa! -El rubio enmudeció-. Vale, no le conoces mucho, pero te es inevitable no querer conocerlo, ¿o sí? -Se quedó callado-. ¡Vamos Roggie! No puedes evitarlo.
-Simplemente me preocupa, no puedo dearrollar un sentimiento por alguien a quien no conozco-.
-Eso es lo que tú piensas, corzoncito. Y es que si no te importara, ¿por qué tanta importancia a que le hayan llamado de nuevo al local?
-Porque hasta tú sabes que eso no es normal.
-No -Refutó el barbudo-. No sabes para qué le necesitaban y tú te hiciste trágicas historias en tu cabeza. ¿O me equivoco? -Roger se limitó a posar toda su concentración a la pulpa que estaba flotando sobre su cerveza michelada-. ¡Eso es bueno, amigo! No entiendo porqué te estás martirizando tanto.
-Es ahm... algo incómodo de explicar, tú me entenderás.
-Vale, problemas internos. Pero propongo que si estás tan preocupado por el ruloso, te gustaría ir a verlo en un rato.
-Pues no sé si sea buena idea... ¿y si no quiere vernos? ¿y si le parecemos ridículos? ¿y si nos odia por haberle causado tantos mierderos? Yo creo que...-
-Por Dios, hablas demasiado -El mayor sobó sus sienes demostrando irritación-. De la única forma en saberlo es yendo al antro y abarcarlo. No puedes saber qué piensa de ti con sólo una vista y uno que otro intercambio de palabras. ¡Relájate, hombre! Es más, después de acabr la cerveza iremos a Bat Boy nuevamente, nos valdrá mierda lo que esos guardas de mierda tengan para decirnos e iremos a hablar con Trixie. ¿Estás de acuerdo?
-Pues Gwil...-
-Vale, estás de acuerdo -Le concluyó forzosamente la oración haciendo que el rubio girara los ojos, sabía que así argumentara de la mejor manera, Gwilym no le dejaría ir.
-Sí, como prefieras -Terminó el rubio dando otro trago de su cerveza, esta vez más largo que el resto. Y es que tal vez sabía en el fondo que las ganas de volver al increíble chico de piernas largas era algo que le producía un poco de ansiedad y piquiña por una necesidad inexplicable e injustificable de porqué quería hacerlo.
Por primera vez, no se quejó de la absurda terquedad de su nuevo amigo.
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4:00 a.m
El sudor caía por su frente, su respiración era irregular, sólo era capaz de intentar regular esta por su boca, y esta le salía totalmente agitada, nerviosa y cortada. Sus labios estaban hinchados y morados, unos puntitos de sangre se hacían presente sobre el arco de cupido. Sus ojos estaban inyectados en sangre, llorosos y con sólo un sentimiento; miedo.
El otro personaje en la habitación terminaba de abrocharse sus pantalones y re organizar el nudo de la corbata. Se giró para ver a Brian agarrando suavemente sus piernas mientras se hacía un pequeño ovillo. El Jefe frunció las cejas para luego virar la mirada hastiado.
-No seas exagerado, joder -Se aproximó al más alto y tomó fuertemente su barbilla para que lo mirara fijamente-. Bailas como una puta todos los días y creías que no ibas a llegar a esto -Carcajeó mientras le daba un beso forzoso en los heridos labios-. Y organízate ya, tienes veinte minutos para salir a escena.
El jefe se encaminó a la puerta, pero al escuchar la débil voz del bailarín se detuvo en seco.
-Sí, John -el menor se volteó rápidamente y caminó a largas zancadas al muchacho sobre el suelo y se acercó peligrosamente a este. El cuerpo de Brian empezó a temblar.
-¿Cómo me has llamado? -Lo tomó fuertemente del brazo y levantó bruscamente, el bailarín soltó un jadeo-. Repítelo. ¿Cómo me has llamado?
-¡Lo siento, Señor, lo siento! -Tapó su rostro rápidamente con sus manos.
-Hoy estás colmando de una forma ilógica mi paciencia. No sé qué te está pasando -Lo empujó levemente para alejarlo de su cuerpo y se encaminó nuevamente a la puerta-. Vuélveme a llamar John, confianzudo de mierda, y vas a ver como te va luego. Y no me hagas esperar mucho, el mundo sueña con verte -, y cerró con un portazo.
Brian se largó a llorar de la impotencia. ¿En qué maldito momento había llegado a este punto?
Descansó la cabeza entre sus rodillas mientras dejaba que los sollozos salieran sin pena alguna.. Odiaba esta vida, odiaba esta situación y odiaba aún más no poder salir de esto.
Se levantó lentamente del suelo con un dolor punzante en su espalda baja y fue recorriendo todo el espacio tomando sus diferentes prendas sintiéndose humillado, burlado, maltratado. Sentía que no valí nada y los hematomas en su cuerpo eran la fiel referencia de eso.
Empezó a vestirse con sus pensamientos corriendo por toda su mente. Nada más que ideas negativas pasaban por él. Estaba harto. Si no era físico era verbal el maltrato. ¿Y qué podía hacer él en contra de eso si de ahí dependía su vida?
Terminando de vestirse y logrando ocultar un poco las heridas que medio sobresalían en su rostro -y era algo que le agradecía a John y es que sabía que no podía tocarle la cara-, y practicando la mejor sonrisa de la noche, veinte minutos después se dispuso a salir al escenario.
Empezó su show al son de Bad Romance.
Como siempre, se lucía de manera increíble en el escenario, todo el mundo seguía el protocolo de no mirar a los ojos. La gente estaba maravillada por su puesta en escena, sin embargo, algo muy profundo de él deseaba que cierta persona volviera a ser presente con sus imponentes orbes azules. Y es que ni sabía porqué, pero apenas lo percibió en la primera presentación de la noche, sintió una paz y una tranquilidad emocional que llevaba mucho sin sentir.
Era un sentimiento muy vago, pero algo dentro de su ser deseaba volver a ese lindo rubio por quien había roto la regla de oro.
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