Capítulo 7: La familia de Álvaro

—Si es importante, deberías contestar de inmediato, no tengas pena —le aconsejó Elena al ver el rostro dubitativo de Álvaro.

Él se alejó un par de pasos y contestó el teléfono, pero Elena podía escuchar bien desde su sitio.

—¿Hola? Dime, Ali…

Elena se preguntó quién sería Ali, pero continuó escuchando en silencio.

—¿A cenar? —preguntó—. Es que… —Álvaro hizo un largo silencio—. Es que estoy en compañía de una amiga y… —no sabía qué decir—, recién la había invitado a cenar.

El interlocutor parecía que le hablaba, pues Álvaro hizo silencio.

—No, no la conoces —respondió al fin, a lo que parecía ser una pregunta de la tal Ali.

Elena consideró si sería la hermana, pero no tenía la certeza.

—Está bien, le preguntaré y te paso un mensaje para confirmar —Álvaro cortó.

Elena lo miraba, pero no dijo nada, a fin de cuentas, a ella no le correspondía hacerle un interrogatorio.

—Era mi hermana Ali —le explicó Álvaro llegando junto a ella. Elena suspiró al ver que había tenido razón al pensar que era ella—. Me ha invitado a cenar, mi sobrino Sebas ha insistido y me estaban esperando sin imaginar que tendría planes para esta noche.

Al parecer, Álvaro no le había hablado a su familia de ella.

—No hay problema, tengo comida en casa y no estoy tan hambrienta y sobre todo no quisiera interferir en tus planes.

Álvaro estuvo a punto de aceptar su propuesta, ella vio en sus ojos la indecisión, hasta que por fin le dijo:

—Mi hermana ha insistido en que te lleve a casa, si no tienes inconveniente.

Elena lo miró a los ojos, por alguna razón tenía la sensación de que aquel hombre que tan amable había sido con ella, en lo que respecta a su familia, no se encontraba del todo convencido de presentársela. Era hasta cierto punto entendible, pues ellos apenas se conocían, a pesar de que la conducta de Álvaro con ella le hacía olvidar, en ocasiones, que hasta hace dos días él era tan solo un extraño para ella.

—¿Quieres que vaya?

La respuesta de Elena fue una pregunta.

—¿Por qué las dudas? —Álvaro estaba a la defensiva—. Si no lo hubiese pensado no te habría invitado…

—Tonterías mías —continuó ella—, pero esta no deja de ser una situación un tanto forzada y no desearía nunca que, la oportuna llamada de tu hermana, determinase una presentación entre nosotras que hasta ahora no habías pensado hacer… De hecho, me fue imposible no escuchar y me parece que tu hermana no está al tanto de que inviertes parte de tu tiempo en Barcelona conmigo.

Álvaro suspiró, la miraba a los ojos oscuros, en silencio, esperando encontrar las palabras más adecuadas, pero sabiendo en el fondo de su corazón de que Elena, una vez más, tenía razón.

—Eres muy aguda —admitió—, y lo cierto es que soy muy reservado con mi vida privada, incluso con mi familia. No obstante, no debes pensar demasiado en esto y aceptar de una vez. Me gustaría que fueses, de verdad.

Elena no se hizo de rogar y el Audi de Álvaro se encaminó hacia la casa de su hermana en Sarriá, uno de los barrios más exclusivos de Barcelona. Ali vivía en el pent-house de un hermoso edificio. Fue ella misma la que acudió a la puerta a abrirles, y Elena pudo advertir desde el primer momento que era una mujer muy agradable. Pasaba de los treinta, era alta, rubia, de pelo corto, con unos hermosos ojos verdes y una excelente figura que conservaba a pesar de la edad y la maternidad.

—¡Hola! —exclamó al verles.

—Hola —respondieron Elena y Álvaro al unísono.

Ali se quedó observando la pierna de Elena, preocupada, más cuando la vio llegar en una silla de ruedas.

—Es un esguince —le explicó Álvaro—. Ella es Elena, una amiga y ella es mi hermana Ali, mi hermana menor —subrayó con una sonrisa.

—Encantada, Elena —Ali se apartó de la puerta para dejarles pasar—. Es un placer conocerte y espero que te recuperes pronto del esguince.

—Muchas gracias —contestó la aludida—, me alegra conocerte también. Todavía me quedan unos cuantos días de reposo, pero pronto estaré bien. Te agradezco mucho por la invitación.

Ali observó cómo su hermano ayudaba a Elena a levantarse de su silla y, con ayuda de una muleta y del propio Álvaro, logró acomodarse en una butaca, cercana al amplio balcón.

—¡Es una casa muy bonita! —comentó la muchacha.

—Gracias, —Ali se sentó frente a ella—, a nosotros también nos gusta mucho e incluso a Álvaro que, a pesar de sus exquisitos estándares estéticos, dice que este edificio le encanta.

Álvaro se rio e iba a decir alguna cosa cuando una belleza de cabellera rubia de rizos hizo su entrada a toda velocidad y se abrazó a su tío.

—¡Tío! ¡Tío! —gritó—. Tienes que venir a mi cuarto, para que veas la casa que he construido en el ordenador. ¡Te va a encantar!

Sebas adoraba a su tío, era muy hábil con el ordenador y dibujaba muy bien, así que decía que sería arquitecto al igual que Álvaro.

—¡Excelente, campeón! —exclamó Álvaro agitando sus rizos con una mano.

—Cualquiera diría que hace mucho tiempo que no se ven, cuando esta misma mañana tu tío estuvo aquí con nosotros —comentó Ali—. Ahora sé educado, Sebas, y saluda apropiadamente a la invitada.

Sebas apenas se había percatado de que había alguien más en el salón, pero dio dos pasos hacia Elena. Se quedó observando, con mucha seriedad, la silla al costado del salón y luego vio a Elena con la férula puesta.

—Hola —le dijo—, ¿eres mi tía?

Algo de duda se reflejaba en aquella pregunta, Elena se rio a pesar de que las expresiones en el rostro de Álvaro y de Ali le hicieron ver de inmediato que la pregunta del niño no era simpática para ninguno de los dos. ¿Tenía algo de malo que el niño pensara que era la novia del tío o es que había algo más que se escondía detrás de aquella pregunta?

—No, corazón —fue Ali quien habló—, ella es una amiga de tu tío, Elena. Ha venido a cenar con nosotros. 

Elena le dio dos besos al niño. ¡Era guapísimo!

Álvaro se puso de pie y se ofreció a ir hacia la habitación de Sebas para que este le mostrara la casa que había construido. Desde que jugaba a los Sims se pasaba horas enteras diseñando casas, para mostrárselas a su tío y que este le dijese si tenía potencial como arquitecto.

El silencio volvió a adueñarse de la estancia, fue Ali quien primero lo rompió.

—Estoy aguardando por mi esposo, que está en el trabajo, para mandar a servir la cena —le explicó—. ¿Te gustaría tomar algo?

Elena aceptó una copa de cava, de la cual bebió al comienzo un único sorbo. Ali volvió a sentarse frente a ella, era una mujer muy alegre y cercana.

—Ahora dime algo, querida —le pidió—. ¿Cómo conociste a Álvaro? Te confieso que conozco a casi todos sus amigos que son también los míos, pero jamás me había hablado de ti.

—Es que apenas nos conocemos —respondió Elena—. Ayer, por simple azar, coincidimos en el puerto.

Elena le relató entonces las circunstancias en las que había conocido a Álvaro y cómo, a raíz del accidente que sobrevino al robo, él se ofreció a mostrarle un poco de la ciudad antes de volverse a Madrid el viernes. Ali se había quedado pensativa, mientras le escuchaba.

—Mi hermano tiene un gran corazón —comentó al fin—, es sin duda un hombre muy bondadoso, aunque también es evidente que le has agradado mucho, si así no hubiese sido, jamás estarías en esta casa con nosotros. Agradezco entonces que esa coincidencia los haya presentado y que los hilos del destino, de alguna manera, te hayan traído hasta aquí.

Ali conversó más tiempo con Elena, le preguntó por su país, por su profesión, por el tiempo que estaría en España y le agradó saber que, al igual que Álvaro, residía en Madrid. Poco tiempo después llegó Iñaqui, el esposo de Ali, un abogado muy agradable que se unió a la conversación y luego llegó Álvaro, cuando pudo desembarazarse de su sobrino y dejarlo en su ordenador jugando.

A las nueve de la noche, Ali fue a la recámara de su hijo a acostarlo —había cenado antes que los adultos, acompañado de su querido tío, que le hacía comer hasta el último bocado—. El grupo de invitados se dirigió al comedor, para cenar también… Estaban hambrientos y Elena más después de terminarse su copa de vino, que le había abierto el apetito.

Elena se trasladaba con sus bastones con más rapidez, ya había ganado cierta destreza. Álvaro acompañó a su hermana a la cocina, para ayudarla a llevar los platos hasta la mesa, aunque imaginaba también que deseaba decirle algo en privado.

Ali gozaba de un buen nivel de vida, tenía una empleada que la ayudaba en la cocina, pero solía encargarse de algunas de sus cenas y ese día serviría el plato que había preparado para esa noche.
Iñaqui se quedó con Elena en el comedor, iba a ayudarla a sentar con gentileza en la mesa, cuando la invitada preguntó dónde se hallaba el servicio.

—Sigue recto por el pasillo, y es la segunda puerta a la izquierda, luego de pasar la cocina.

Elena le agradeció, mientras dejó a Iñaqui revisando unas botellas de vino de un gabinete, con el objetivo de seleccionar el más apropiado para aquella noche.

La joven siguió el trayecto indicado con sus muletas, el departamento era bastante grande, pero el recorrido que haría era de unos pocos metros. Mientras se acercaba a la cocina, escuchó las voces de Álvaro y Ali, que hablaban. Era un murmullo, lo cual le alertó temiendo que pudiese tratarse de algo importante e, incluso, algo que pudiese estar relacionado con ella. Se sintió avergonzada de espiar, así que decidió no aminorar la marcha y escuchar buenamente lo que llegara a sus oídos sin ocultar su presencia.

Estaba llegando a la altura de la puerta de la cocina cuando logró escuchar con claridad, la melodiosa voz de Ali:

—Álvaro, no pienso juzgarte, no voy a hacerlo pues quiero que…

Ali se interrumpió abruptamente cuando por el rabillo del ojo vio asomarse a la puerta a Elena. Álvaro también se le quedó mirando, tenía una expresión bastante seria, como si hablaran de un tema espinoso. ¿Por qué alguien se sentiría en la posición de juzgar a Álvaro? ¿Por qué Ali le aseguraba que ella no era una de esas que le juzgaría? Tan solo había sido una frase, pero a Elena le pareció demasiado delicada.

—Lo siento —se disculpó—, intento llegar al baño.

Ali se acercó a ella, con una sonrisa, como si nada hubiese pasado.

—Es la puerta de al lado, cariño, ya casi llegas.

Elena siguió su camino, pero el murmullo no volvió a producirse. En cambio, escuchó la voz de Ali en un tono mucho más alto, que le pedía ayuda a Álvaro para sacar el cordero del horno.

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