Capítulo 5: La propuesta

La mañana fue muy aburrida para Elena. Vio algo de tele, le habló a sus amistades en Madrid —obviando el incidente—, luego se dio un baño, con algo de dificultad pero se las agenció bien, y luego a mediodía, a causa de la diferencia de hora, se comunicó con su familia en La Habana. Al término de la conversación, sintió que alguien tocaba a la puerta del piso, se apoyó en las muletas y abrió. No se sintió decepcionada al comprobar que era Álvaro quien estaba allí, con una camisa remangada y unos pantalones cortos.

—Hola, hola… —le dio un par de besos y entró, antes incluso de ser invitado a pasar.

Llegaba con varias bolsas de comida y se dirigió a la cocina.

—Hola, ¿cómo estás? —le preguntó Elena, luego de cerrar la puerta y seguirlo.

—Eso debería preguntártelo yo a ti —le contestó él—, pero veo que estás estupenda —le sonrió—. He traído algo de comida y provisiones.

—Gracias, pero recuerda que no pienso permanecer mucho más tiempo en Barcelona, no tendría sentido.

—De eso quería hablarte…

Álvaro dio dos pasos hacia ella, y con un rápido ademán la cargó en sus brazos. Los bastones cayeron al suelo, haciendo un poco de ruido, no comparable a los altos decibeles de la risa de Elena que llenó el apartamento de golpe. Álvaro también reía, pero no demoró en llegar hasta el salón y colocarla con delicadeza sobre el sofá; él se sentó junto a ella, luego de ayudarle a subir la pierna sobre un cojín.

—Lo que quería decirte es lo siguiente —comenzó más serio—, pienso quedarme en Barcelona unos días más y regresar el viernes —era miércoles—. Pensé que podrías regresar conmigo el viernes a Madrid en el coche.

—Está bien —contestó—, puedo esperar al viernes, aunque me aburriré terriblemente —sonrió.

—No lo creo —replicó él, que ya acariciaba un plan—, pienso llevarte conmigo todos los días a algún sitio, para que veas un poco de la ciudad.

Elena lo miraba con los ojos bien abiertos.

—No puedo —le dijo al fin—, sería desconsiderado de mi parte que invirtieras tu tiempo de esa manera conmigo, como si no tuvieses tus propios planes. Me cuesta mucho trabajo caminar y sería difícil en esas condiciones que yo…

—¡Tonterías! —le interrumpió él—. Podemos arreglárnosla perfectamente. Tengo en el coche una silla de ruedas para ti que he buscado, para los tramos más largos y yo puedo apañármelas muy bien para trasladarte yo mismo, creo que ya te lo he demostrado. Sobre mis planes, te prometo que no son muchos y que podremos distribuir muy bien el tiempo. Cuando yo esté con mi familia, puedes hacer reposo en casa, y así iremos combinando este tedioso período con algunas actividades interesantes para ti.
Elena estaba emocionada.

—¡No sé qué decirte! —exclamó—. Te estoy muy agradecida por lo que has hecho por mí.

—Es lo mínimo que puedo hacer, para compensar aquella conversación en mi bote que arruinó por completo tus planes —Álvaro le acarició con un dedo la mejilla, era un gesto cariñoso, apenas sin importancia, pero se sintió cohibido en el acto, y se interrumpió.

—Me encantó conocer tu bote —le confesó ella—, reconozco que ayer estaba desalentada por lo sucedido, pero pienso que, a pesar de que mis vacaciones sean distintas a lo inicialmente planeado, serán igual de buenas por haberte conocido.

Álvaro la miró a los ojos. Ella era tan hermosa y buena…

—¿Por qué nombraste a tu barco “Destino”? —preguntó de pronto Elena, para volver a la conversación luego de una pausa un tanto inquietante.

La pregunta sumió a Álvaro en un recuerdo que parecía no ser bueno.

—Supongo —dijo al fin—, que lo nombré así porque siempre hay un porciento de nuestra vida que no podemos controlar y que depende del destino, el azar o la providencia, como quieras llamarlo. En mi vida he tenido pruebas de que el destino puede ser implacable, así que me pareció un buen nombre para un barco, ¿no te parece? —la miró—. El destino puede ser la diferencia entre que perezcas en alta mar o no. Puede que seas un excelente marino, que hayas escuchado el pronóstico del tiempo o incluso que hayas observado todos los protocolos de seguridad… A veces tan solo depende del destino para navegar en un mar tranquilo o hundirte en el fondo del océano.

Elena se quedó pensativa, escuchándole.

—Creo que no me estás hablando solo de un barco, sino que has hecho un símil con tu propia vida —Álvaro la miró sorprendido ante su sagacidad—, me pregunto si estás navegando por un mar tranquilo o si has llegado al fondo del océano.

—Me sorprende tu inteligencia —le contestó mirándole a los ojos—, a pesar de tu juventud eres una persona demasiado intuitiva, quizás por eso he descubierto que me gusta conversar contigo. Hay cosas, en cambio, que es mejor no decirlas, pero puedo confiarte que he conocido las profundidades del mar y que no es un lugar agradable donde estar… Por otra parte, desde que te conocí ayer me he sorprendido navegando por aguas muy tranquilas y me pregunto si tendré derecho a ello.

—¿Por qué no tendrías derecho? —le interrogó.

—Tienes razón —le dijo mirándola nuevamente a los ojos—, no tiene nada de malo que sea tu amigo, ¿verdad?
Álvaro le extendió el brazo y abrió la palma de la mano. Elena colocó la suya en la de él por unos minutos… Se preguntaba cuáles eran los pensamientos o demonios que torturaban a Álvaro. Por otra parte, apenas se conocían y no era desacertado hablar de aquella incipiente relación entre ellos en términos de amistad.

—La comida se enfría —recapacitó él—, esta vez he encargado algo distinto que espero te guste.

—Así será —le contestó Elena, mientras lo observaba ir hasta la cocina.

—Debes comer bien y reponer fuerzas, porque esta tarde iremos a la Sagrada Familia.

Álvaro se volteó un instante para observar la expresión de sorpresa y alegría en el rostro de Elena. Hacía mucho tiempo que no se sentía así, pero una vez más se preguntó si tendría derecho a ser feliz.

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