Capítulo 44: La mejor sorpresa
Un mes después
Blanche se hallaba en su mecedora, tomando los rayos del sol de aquella hermosa mañana de octubre. Elena estaba a su lado, viéndola jugar con el sonajero que tenía suspendido sobre la cabeza. Era sábado y sus padres se encontraban en casa; Elisa en la cocina, adelantando la comida, mientras que Roberto, su padre, leía en el salón un artículo de una revista jurídica. Para él, no existían los fines de semana, siempre se encontraba estudiando y era algo que hacía con placer.
El sonido del timbre de la puerta sobresaltó a Blanche que comenzó a dar palmas, como si quisiera recibir visitas.
—Yo atiendo a la puerta —le dijo su padre desde el salón.
Elena se encogió de hombros de manera despreocupada. No imaginaba quién podría ser. Por lo general tenían muy pocas visitas a causa de la pandemia. Todo cuidado era poco, más aún teniendo una niña tan pequeña.
La joven estaba distraída cuando una voz desde el salón la paralizó. Se levantó de un salto y tomó a su hija en brazos para entrar. Apenas había avanzado unos metros cuando se topó con su padre que venía escoltado por Álvaro quien llevaba un oso de peluche y unas bolsas en las manos.
—Hola —le dijo él, bajándose la mascarilla que llevaba dejando ver una amplia sonrisa—. ¡Qué alegría verlas al fin!
Elena se sintió tan nerviosa que su padre corrió a auxiliarla y tomó a Blanche en brazos, para aliviarle el peso. La niña, a sus cinco meses, era bastante robusta.
—¡Dios mío! —exclamó ella llevándose una mano al corazón, y sonriendo nerviosa—. ¿Cómo es que estás aquí?
—Llegué hace unos días —le explicó dejando los paquetes en una silla—, pero quería darte la sorpresa, por eso no dije nada.
—Pero no hay vuelos…
Álvaro miraba a su hija, emocionado, moría por tenerla en sus brazos, pero debía ser cuidadoso.
—¡Es tan hermosa! Dices que se parece a mí, pero tiene tu belleza, es indudable… —luego la miró a los ojos—. ¿Puedo lavarme las manos en algún sitio? ¡Me gustaría tanto saludarte y abrazar a nuestra hija! Luego prometo que te lo cuento todo…
—Sí, por supuesto —Elena todavía estaba temblando.
—No te preocupes —le dijo su padre devolviéndole a la niña en brazos—, yo lo guío al baño y después tendrán tiempo de conversar. Acompáñame, Álvaro, por favor.
El aludido asintió y siguió a Roberto, a quien ya conocía por las videollamadas e incluso habían conversado en alguna ocasión.
Elena colocó a su hija en la mecedora y la llevó al salón, justo en el momento en el que Álvaro regresaba solo después de haberse aseado.
Ella le miró, estaba tan ruborizada que apenas podía hablar. Él se colocó frente a ella para darle un beso en la mejilla y un abrazo breve. Elena se estremeció ante el contacto, pero se apartó al cabo de unos segundos, sabía que debía dejar que él conociera a su hija. Además, estaba tan nerviosa por verlo después de tanto tiempo que no sabía cómo reaccionar.
Él se agachó para ver a la niña. Blanche rio cuando sus ojos se encontraron y gorjeó de manera adorable.
—Hola, pequeña —le dijo—. Es papá…
La niña volvió a reír. Ya conocía su voz de las videollamadas, y se sentía cercana a él.
En ese instante apareció Elisa, informada por su marido de lo sucedido y llena de felicidad.
—¡No podía creerlo cuando mi esposo me lo dijo! —exclamó mientras se libraba del delantal que llevaba—. Álvaro, qué contenta estoy de que por fin hayas venido. Es un placer conocerte.
El aludido le dio par de besos.
—Me alegra mucho conocerlos también —dijo él, emocionado, luego bajó la mirada para ver a su hija—, parece un sueño.
—Los dejo para que conversen —continuó Elisa, sin disimular—, volveré a la cocina y te invito a que comas con nosotros, ¿verdad que sí?
Álvaro asintió y le dio las gracias, muy halagado. Era célebre la calidez de los cubanos con los visitantes, y él lo experimentaba en esa casa. A fin de cuentas, también era su familia. Volvió a mirar a Elena, quien no se recuperaba de la emoción que sentía y, sin saber qué hacer, la joven tomó a Blanche de la mecedora y la colocó por primera vez en los brazos de su padre.
—Es… —el titubeó—, es la sensación más hermosa que se puede experimentar en la vida.
Elena le sonrió al verle. Sus ojos grises estaban llenos de lágrimas y ella se sintió tentada por primera vez a darle un beso, pero se abstuvo. Blanche estaba en los brazos de él y jugaban con el oso de peluche que le había regalado. Aquel era su momento.
Álvaro se sentó con la niña en el sofá, mientras Elena se colocó frente a él en una butaca. No dejaba de mirarlo con su hija en brazos… Era la felicidad más completa.
—No puedo creer que estés aquí —volvió a comentar—. Creía que estabas en Valencia en una convención…
Álvaro levantó la mirada y le sonrió.
—Llevo unos pocos días en La Habana —confesó—, sin embargo, te dije que estaba en Valencia para darte la sorpresa. Estuve unos días alojado en La Habana en aislamiento antes de poder venir a verlas. Cuando llegué me hicieron la prueba de PCR y salí negativo, pero debía esperar a que estuviera el resultado. Era un riesgo venir antes, y no quería exponerlas hasta estar seguro de que estaba bien.
—Pero hemos hablado en estos últimos días… —reflexionó—. ¿Entonces el hotel donde decías estar era aquí en La Habana?
—Así es —los ojos de Álvaro brillaban de alegría.
—¿Pero cómo ha sido posible? —ella continuaba atónita—. Los vuelos están suspendidos desde marzo y aún no se han reanudado…
Álvaro jugó un instante con Blanche antes de responderle.
—Los vuelos comerciales están suspendidos, pero siguen existiendo algunos vuelos humanitarios o excepcionales cada cierto tiempo. Yo tuve la suerte de venir en uno de ellos. ¿Recuerdas que te dije una vez que había estado en La Habana en la década de los años 90?
Ella asintió.
—Viniste por un hotel que se estaba construyendo…
—Exacto. Cuando supe de Blanche, moría de deseos por venir a verlas. Leí en la prensa que la Meliá está utilizando el cierre del turismo para remozar algunos hoteles e incluso empezar algunos proyectos nuevos en Cuba. Hice un par de llamadas y me puse al habla con un antiguo amigo para vincularme a uno de esos proyectos como arquitecto y él aceptó. Mi amigo me aseguró que en algunas semanas saldría un vuelo para La Habana con el personal a cargo y que podía incluirme como parte de ellos. Tardó un poco en realizarse, pero aquí estoy. He hecho todo lo que estaba a mi alcance para estar con ustedes…
La mirada de Álvaro le inundó el corazón. Elena se levantó y se sentó a su lado en el sofá. Blanche estaba entre ellos, pero eso no impidió que él le tomara una mano con cariño.
—¡Estoy tan feliz de que hayas venido! —la voz de ella se resquebrajó.
Él quería consolarla cuando Blanche comenzó a llorar. Elena la tomó, tratando de calmarla.
—Creo que hay que cambiarla —anunció.
No había terminado la frase cuando apareció su madre, que escuchó el llanto de su nieta.
—Ya he terminado la comida —explicó con una sonrisa—, deja que yo me ocupe de la princesa de la casa.
Elena asintió mientras Elisa se llevaba a la pequeña en brazos hasta su habitación, para cambiarla con mayor comodidad.
Álvaro miró a Elena en silencio, pero sus ojos eran tan elocuentes que ella se sonrojó. Se levantó de un salto del sofá, sujetándose ambas manos con ansiedad.
—¿Deseas tomar algo? —le preguntó.
Álvaro se levantó sonriendo, y negó con la cabeza.
—¿Podemos salir al balcón? Al parecer la vista es preciosa… Siempre he admirado la entrada a la bahía.
Ella asintió y se dirigió hacia allí. Tenían cierta intimidad, pero no por estar a solas se dejaba de sentir menos cohibida.
Elena se recostó sobre la baranda y miró al mar tranquilo; la brisa batía suave sobre el litoral. No lo miró, pero sintió cuando Álvaro se colocó a su lado.
—¿En dónde te estás quedando? —preguntó ella, con la vista fija al horizonte.
—Estoy en un hotel cerca de aquí, en el Parque Central. He traído muchas cosas para la niña y para ti, algunos obsequios para tus padres, pero pensé que se asustarían si aparecía aquí con una enorme maleta. He seleccionado tan solo algunas cosas para traerlas hoy.
Ella se giró hacia él y le sonrió. Estaban tan próximos que si alargaban la mano podrían tocarse.
—No era necesario que trajeras nada.
—¡He comprado demasiado ropa para Blanche! —reconoció—. Pero es que no sabía qué escogerle y todo me parecía hermoso…
Elena sintió tanta ternura de su parte, que el corazón le dio un vuelco.
—Eres un gran padre…
—Quiero serlo —asintió él mirándola a los ojos—, la paternidad es el mejor regalo que podías haberme hecho. Estoy enamorado de mi hija —reconoció.
Ella volvió a sonreír.
—Me ha emocionado verlos juntos…
Una ráfaga de aire agitó el cabello de Elena, cubriéndole los ojos. Él dio un paso más hacia ella y le despejó el rostro, colocando detrás de sus orejas los mechones rebeldes que antes le nublaban la mirada.
Aquella acción aceleró el corazón de ella, más incluso cuando percibió que Álvaro le enmarcaba el rostro con ambas manos y la miraba a los ojos.
—Estaba loco por verte… —le dijo con voz ronca—. En este último mes nos hemos escrito muchas frases de amor, nos hemos hecho promesas y hemos soñado con estar juntos pero, ¿qué sientes ahora que estoy frente a ti al fin?
—Siento que te amo más que nunca… —confesó.
Una lágrima bajó por su mejilla, y él la enjugó con un dedo. Aquella caricia, la hizo temblar. Álvaro no lo dudó más y bajó la cabeza buscando sus labios…
Besarlo otra vez era un sueño para ella, un sueño para los dos. Después de creer que su relación había terminado, volvían a estar juntos, hallando en el otro el complemento perfecto para una existencia plena y feliz. El beso febril les unió de inmediato, mientras Álvaro la abrazaba contra su cuerpo, como si no quisiera dejarla ir…
—Te amo —le susurró Álvaro en su oído después, mientras continuaba en sus brazos.
Elena levantó el rostro y le besó otra vez, dejándose llevar por lo que sentían y por la rebosante felicidad de sus corazones.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top