Capítulo 39: La Habana sin ti
La Habana, 15 de noviembre de 2019.
Era la víspera del aniversario 500 de la fundación de La Habana. Los festejos en la capital cubana se habían preparado con mucho cuidado, esperando el día 16 para conmemorar el medio milenio de la urbe.
Elena se hallaba en casa de sus padres, desde hacía casi tres meses. Atrás había quedado Barcelona, Álvaro, sus amigos, su vida en Madrid, sus sueños… Sentía nostalgia al pensar en ellos, y más aún aquel día en el que había recibido una noticia que le había hecho estremecer.
Sus padres vivían en la Habana Vieja, muy cerca del casco histórico de la ciudad. Poseían un departamento en un edificio desde el cual podía verse el mar: la entrada a la Bahía e incluso el Morro y la Cabaña, las emblemáticas fortificaciones de la etapa colonial.
La vista era envidiable, así que Elena no había dudado en salir esa noche al balcón, en espera del espectáculo de fuegos artificiales que estaba anunciado como parte de los festejos.
La llegada de su madre interrumpió sus pensamientos; llevaba una bandeja con dos limonadas: una para ella y otra para su hija. Elisa era una mujer de mediana edad, investigadora histórica, muy consagrada a su trabajo, pero también muy maternal. Sabía lo difícil que podían ser esos momentos para su hija y quería estar allí para apoyarla.
Cuando regresó de España notó que Elena no estaba feliz. Incluso a ella y a su esposo Roberto les sorprendió sobremanera la noticia de su regreso. Por supuesto que lo deseaban, pero siempre creyeron que Elena no volvería a casa hasta el año entrante, luego del reconocimiento que había obtenido en las últimas semanas como pintora.
Pronto descubrieron que Elena había dejado atrás un gran amor, pues su hija no pudo negárselo, aunque no entró en muchos detalles. Tenía gran confianza con su madre, pero se sentía avergonzada de admitir que había perdido la razón por completo al involucrarse con un hombre casado.
Todavía recordaba la decepción de Álvaro cuando, de regreso a Madrid, ella le confesó que no había cambiado de opinión y que retornaría a La Habana. Tuvieron una fuerte discusión que fue definitiva y terminó por ensombrecer el bello encuentro que tuvieron en Barcelona. Aquel había sido su despedida, y ambos lo asumieron así cuando Álvaro se marchó de casa de su madre para no volver a verla. Ni siquiera al aeropuerto había ido, y aunque ella lo prefería así, sentía que se marchaba con el corazón roto en mil pedazos.
Sintió una honda pena de dejar a doña Graciela, que le había tomado gran cariño; doña Concha, Esteban y Mari Paz fueron a Barajas a despedirla, y Julia la llamó desde el hospital para desearle buen viaje. Así había terminado todo, y ella creyó que era el fin de una era hasta ese mismo día por la mañana en el que tuvo la noticia.
—¿No deberías estar acostada? —le reprendió su mamá sacándola de sus pensamientos—. Te he traído una limonada, te vendrá bien.
—Gracias —contestó su hija—, en breve volveré a la habitación, es que he pasado muchas horas en ella y ya me siento mejor.
—¿Qué piensas hacer? —le preguntó Elisa—. ¿No crees que el padre debería saberlo?
Elena se estremeció y la miró a los ojos.
Aún no sabía qué debía hacer. Esa mañana supo que estaba embarazada de diez semanas. Por sus cálculos, su hijo había sido concebido aquella noche de despedida en Barcelona.
Al regresar de España, había estado tan deprimida, que no sacó muchos cálculos de su período. Era irregular, así que no le extrañó que tuviera un sagrado poco profuso que ella asumió como menstruación. Esa mañana en cambio, tuvo un fuerte dolor en bajo vientre, un cólico intenso, y algún rastro de sangre que le alarmó. De inmediato fue al médico con su madre y, para su enorme sorpresa, había visto en la pantalla a su bebé.
—En ocasiones, la hemorragia de la implantación puede ser tomada como una menstruación —le explicó el médico—. La mujer cree que ha tenido su período cuando en realidad está embarazada. Los cólicos de esta mañana, me temo que son amenaza de aborto, así que le aconsejo mucho reposo y estos medicamentos durante la gestación.
Elena estaba preocupada: no quería perder a su bebé. Aunque la noticia le había tomado de sorpresa, ya lo amaba y a pesar de encontrarse todavía en estado de shock, la noticia le había hecho muy feliz. Los exámenes de sangre que le hicieron, arrojaron que estaba sana, así que se sintió más tranquila.
Con un poco de reposo por unas dos o tres semanas, garantizaría que su embarazo continuara hasta buen término. Después del primer trimestre, todo sería mejor y se sentiría más segura. Hasta entonces, debía esperar.
—Cariño, ¿no deberías avisarle? —insistió su madre.
Elena no sabía qué responderle.
—Pienso que por ahora no —respondió—. Prefiero que el embarazo continué con tranquilidad y esperar al parto para decirle.
—¿No crees que debe saberlo ahora?
Elena bajó la cabeza.
—Temo que una noticia de esta clase le haga renunciar a sus responsabilidades en Madrid. No puedo consentir eso.
—¿Qué responsabilidad puede ser mayor que un hijo? —su madre estaba perpleja.
—Una esposa enferma, tetrapléjica, a su cuidado —respondió—, de la cual no puede ni permitiré que se divorcie.
Elisa abrió los ojos. Estaba pasmada con lo que escuchaba. Jamás había pensado que el hombre que su hija dejó atrás fuera un hombre casado; sin embargo, al escuchar la condición de su esposa, entendió por qué su hija se había involucrado con él.
—Lo siento, mamá —le dijo Elena con lágrimas en los ojos—, sé que tal vez te sientas decepcionada de mí, pero…
—¡Jamás me sentiría decepcionada de ti, cariño! —le interrumpió mientras le daba un abrazo—. Tu hijo o hija es una bendición para nosotros.
Elena se lo agradeció de corazón, sabía que así era.
—Gracias, mamá.
—Tu padre también está feliz con la noticia; tal vez un poco asombrado todavía pues nos tomó de sorpresa a todos, pero le hace mucha ilusión saber que se convertirá en abuelo por primera vez.
Elena aceptó la limonada y comenzó a beber, mientras se aclaraba la garganta para hacerle a su madre la historia de Álvaro y ella, con más detalle. Algunas cosas ya su madre lo sabía, como que era hijo de doña Graciela, la mujer que tanto le había ayudado y con la cual había convivido en los últimos tiempos.
Aunque sospechó en algún momento que Elena y aquel hombre tenían una relación, su hija nunca se lo confirmó.
Al término de la plática, Elisa se quedó emocionada por aquel amor tan bonito que se había quedado en pausa. Tal vez no tuviera futuro, o quizás sí. Un hijo es un lazo para toda la vida, y Álvaro, por su sensibilidad, estaría feliz de saber que sería padre.
Elena recordó en silencio aquel día en el que visitaron la Sagrada Familia. Él le confesó que no tenía hijos y ella percibió una tristeza en sus ojos cuando admitió que le gustaría tenerlo. A pesar de ello, no se sentía capaz de decirle esa noticia. Las cosas con él habían terminado muy mal, y en todo este tiempo desde su regreso, no había sabido de él… Su corazón se sentía oprimido, lo añoraba, lo necesitaba, pero no haría nada más…
Los fuegos artificiales en el cielo nocturno la sacaron de su ensoñación. Se celebraban los 500 años de La Habana, pero ella celebraba, en el seno de su hogar, el estar embarazada. Ojalá Álvaro pudiese estar a su lado…
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