Capítulo 38: Adiós, Barcelona
Barcelona, finales de agosto de 2019.
Una vez más estaba en Barcelona. La ciudad le recordaba tanto a Álvaro que se le encogió el corazón luego de salir de la galería de Eliseo Batista y dirigirse al Barrio Gótico. Tenía necesidad de recorrerlo, de perderse por sus calles estrechas y pintorescas, y olvidar…
En la galería todo lo había ido muy bien. Cobró un cheque y dejó sus cuadros más recientes. Eliseo Batista le aseguró que continuarían en contacto, pero Elena no estaba segura de regresar a España, al menos no en un corto tiempo.
El Barrio Gótico era un sitio que le encantaba. De manera instintiva recordó a Álvaro. Hacía poco que había estado caminando con él por aquel sitio, la vez que se encontraron en el velero y se entregó a él por primera vez. En esta ocasión ni siquiera había tenido fuerzas para volver al puerto, era demasiado duro para ella.
A casa de Ali había acudido en la mañana, ya que doña Graciela le pidió que le llevara algunas cosas a su nieto, ¡lo consentía tanto! Ali insistió en que ella se quedara a comer, pero con el pretexto de la galería, se rehusó. No tenía ánimos para permanecer en aquella casa. Sabía que Ali era muy unida a Álvaro y que no perdería la ocasión para interceder por él. Quizás ya estuviera enterada del desacuerdo que tuvieron, pues la observó con cierta pena. Hacía más de una semana que la joven no tenía noticias de él. Tal vez fuera mejor así, pero dolía mucho esa separación, aún más cuando tuvieran el Atlántico de por medio.
Elena despertó de sus pensamientos, y continuó caminando por las calles, hasta llegar a la Catedral. Le gustaba mucho aquel sitio, estaba rodeado de turistas, así que se mezcló entre la multitud. En ese instante, su teléfono comenzó a sonar y su corazón se detuvo cuando leyó en la pantalla quién era: Álvaro.
Elena no contestó; dejó que sonara varias veces hasta que saltó al buzón. Sin embargo, él insistió varias veces hasta que Elena, ofuscada, decidió contestar.
Álvaro percibió que ella había tomado la llamada, pero que no le hablaba. El ruido de fondo le hizo comprender que se hallaba en algún lugar concurrido, pero había tantos que no sabría dónde hallarle.
—Hola —le dijo.
Elena suspiró al otro lado de la línea, tenía el corazón latiendo bien aprisa.
—Hola —respondió en voz baja.
Él apenas la escuchó, pero sabía que le había respondido y eso bastaba para él.
—¿Dónde estás?
—Estoy en Barcelona —respondió—, he venido por unos asuntos de la galería.
—Lo sé, he venido a Barcelona por ti.
Álvaro dijo aquella frase con un aplomo tan grande que la hizo estremecer. Ella no pudo responder, por lo que él simplemente volvió a hacerle la misma pregunta:
—¿Dónde estás?
Elena titubeó, habían pasado tantos días que pensó que la distancia que se había interpuesto entre ellos sería definitiva. Por otra parte, en Barcelona volvían a tener esa sensación de ser libres, de ser ellos mismos capaces de tener una oportunidad para ser felices.
—Por favor, dime dónde estás…
—En la Catedral, en el Barrio Gótico.
—Estoy cerca, aguarda por mí —le pidió, y ella cortó.
Elena estaba muy nerviosa, experimentaba un cúmulo de emociones que era muy difícil de explicar. Ansiaba verlo, pero también tenía miedo. A pesar de sus dudas, creyó que lo mejor era encontrarlo por una vez más antes de marcharse y borrar aquel horrible momento en su automóvil donde se separaron.
Al cabo de unos minutos, un rayo surcó el cielo, y solo entonces se percató de que nubes oscuras habían ido poblando el panorama de manera un tanto repentina. Sin duda el tiempo no era bueno, pero debía aguardar por Álvaro, tal vez no demorara mucho.
Los turistas y visitantes, ignorando el cielo de lluvia, continuaban por la plaza haciendo fotos. Otro rayo los alarmó un poco, pero el sitio continuaba repleto. En la distancia, Elena lo divisó: se notaba que la estaba buscando, pero todavía no la había visto; llevaba un pantalón oscuro y una camisa remangada y la expresión de su rostro denotaba cierta inquietud: ¿acaso dudaba encontrarla? Tal vez tenía miedo de que se hubiera marchado sin esperarla.
En ese instante comenzó a llover a raudales; las personas corrieron entre risas y gritos, interfiriendo en su visión. Elena, en cambio, acudió a su encuentro, y apareció frente a él. Se habían quedado prácticamente solos, mientras el resto buscaba refugio. Para ellos, bastaba con haberse hallado el uno al otro.
Ella estaba empapada de pies a cabeza y él también. Álvaro sentía alivio de volver a verla, y su voz sonó profunda y emocionada cuando le dijo:
—Perdóname, lo siento mucho. No debí haberte tratado así…
Elena dio un paso hacia él.
—Yo también lo siento —respondió.
La joven se irguió sobre las puntas de sus pies y le dio un beso en los labios. Álvaro le colocó las manos en su cintura y la atrajo hacia él. Estaba desesperado por tenerla en sus brazos, por retomar sus labios que en algún momento creyó perdidos para siempre. Ella comenzó a temblar, más por el estremecimiento que sentía que por el agua que caía implacable sobre ellos.
Otro rayo los hizo despertar de su beso y corrieron bajo la lluvia empapados… El coche de Álvaro estaba estacionado a cierta distancia, así que cuando llegaron a él estaban más mojados aún.
Álvaro se llevó la mano de Elena a los labios y le sonrió. Ella le indicó en el interior a dónde debía llevarla, pues ya había pagado el hotel. Se trataba de un lugar más sencillo y pequeño que aquel donde compartieron la primera noche, pero Álvaro no dudó en subir con ella, incluso sin ser invitado.
—Necesito tomar una ducha de agua caliente o voy a enfermar —se explicó.
Ella asintió, con cierto rubor en las mejillas.
Al llegar arriba, Álvaro la tomó por los hombros y volvió a besarla, Elena le correspondió cada uno de ellos, sin pensar en tantos argumentos de peso por los cuales no debería rendirse a ellos. Se despojaron de las ropas mojadas, y tomaron esa ducha juntos…
Esa noche se amaron como si fuese una despedida, para Elena al menos lo era, aunque no se lo hubiese confesado. Después de entregarse el uno al otro, permanecieron en silencio abrazados en la cama. Ella tenía la cabeza en su hombro, mientras Álvaro le acariciaba la cabeza. Apenas habían hablado pero lo más importante se lo habían dicho con sus labios, con sus cuerpos, con su entrega…
—Mamá me dijo donde hallarte —le susurró él al oído—. No lo dudé dos veces para venir a verte.
Ella no le respondió. Lo había supuesto, más no le importaba. Agradecía esa noche que pasaría a su lado.
—No quiero que te marches, Elena —prosiguió él con voz ronca—. Pide reembolso del pasaje y…
—Por favor, no hablemos ahora de eso —le interrumpió mientras se incorporaba en la cama para mirarlo a los ojos.
Álvaro le dio un beso en los labios y la acomodó encima de él. El contacto de su piel sobre la suya era una sensación indescriptible que pronto avivó el deseo incontrolable que sentían el uno por el otro.
—Te amo —le dijo—, te amo y no sabría vivir sin ti. Prométeme que te quedarás…
—Yo también te amo —le respondió.
El beso de ella le nubló el juicio y se rindió a ella, confiando en que recapacitaría a tiempo. Elena, por su parte, no se sentía con valor de decirle que no lo haría. Lo besó para huir de su apremiante pregunta, sabiendo que, aunque lo amaba con locura, ya había tomado una decisión.
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