Capítulo 37: Providencias

En los siguientes días, Álvaro no buscó a Elena, lo cual se hizo incluso más notorio cuando partió a Toledo a su convención sin reanudarle la invitación que alguna vez le hizo. Al parecer continuaba disgustado por lo que sucedió. Esta distancia le hizo ver a ella que tomó la mejor decisión al sacar su pasaje, y por ello debía tomar las providencias necesarias para marcharse.

A doña Graciela no le había confesado que ya tenía fecha de partida, pero debía hacerlo cuanto antes, pues la dama se merecía la verdad luego de haberle abierto las puertas de su hogar. Si todavía no lo había hecho, era porque temía que Álvaro se enterase también y pusiera a prueba su decisión, como solo él podía hacerlo.

Aquella mañana, había ido con Mari Paz a un notario, a realizar un poder que le permitiese a su mejor amiga representarle antes las galerías que todavía tenías sus cuadros. Así ella podría cobrar, manejar sus cuentas y hacerle llegar el dinero. Se sentía más tranquila al haber tenido esa previsión. Pensó en delegar esta tarea en doña Graciela, pero a su edad, era mejor que no tuviera esa responsabilidad sobre sus hombros, ¡suficiente había hecho por ella ya, para sentirse por siempre agradecida!

Luego de la visita al notario, Mari Paz invitó a su amiga a comer. Estaban solas en el pequeño piso en el cual Elena vivió unos días, antes de mudarse a casa de doña Graciela.

—¿Estás decidida? —le preguntó—. Tal vez no sea necesario que te marches, ¿no crees?

—Echo de menos a mi familia y mi casa. Necesito volver y poner distancia. Quizás regrese pronto, aunque no estoy segura.

Mari Paz notó que se hallaba muy desanimada, así que se limitó a darle la mano y a escuchar los planes que Elena estaba haciendo para los próximos días.

Elena regresó a casa de doña Graciela para la hora de la cena. La dama la esperaba, como era costumbre. En las últimas noches conversaban de temas triviales: la señora notaba que algo le sucedía a su huésped, incluso creía que era algo más que la ruptura con su hijo lo que le aquejaba. Por otra parte, Elena tenía varias cosas que decirle, pero no se atrevía.

—Graciela, hay algo que quería comentarle —comenzó ella, aclarándose la garganta—. Mañana pienso viajar a Barcelona, pues debo ocuparme de algunos pendientes.

La anciana la observó perpleja.

—¡No sabía nada!

—No se lo comenté porque sé que tiene una conferencia y no podrá acompañarme, además de que no tuve mucho tiempo para decidirlo.

—¿Vas a alojarte en casa de Ali?

La aludida negó con la cabeza.

—Estaré solo una noche y juzgué oportuno pagar una noche en el hotel. No quisiera interferir sen los planes de su hija sin previo aviso.

La anciana asintió, creía que aquello era muy raro.

—¿Y por qué vas a Barcelona? —preguntó.

—Su amigo, Eliseo Batista, ha solicitado otras pinturas mías. He preferido ir personalmente para explicarle que estaré ausente por un buen tiempo y he dejado a una amiga para que me represente.

—¿Cómo que estarás ausente? —doña Graciela esta cada vez más atónita.

Elena se levantó de su asiento, se agachó frente a ella y le tomó una mano. Tenía lágrimas en los ojos.

—Usted perdone que no se lo haya dicho antes, pero es que en realidad no sabía cómo decírselo. He sacado pasaje para regresar a La Habana. He hecho un poder para que mi amiga, Mari Paz, me represente en mi ausencia frente a las galerías. Perdóneme, Graciela, ¡pero debo marcharme!

La anciana suspiró y la obligó a incorporarse. Se dirigieron ambas a un diván, dejando atrás la mesa con los platos de postre servidos. Al parecer, ambas habían perdido el apetito.

—¿Haces esto por Álvaro?

La aludida volvió a bajar la cabeza.

—En parte —confesó—. Esta situación me ha dejado agotada y siento que debo recuperar mis fuerzas. Para ello debo regresar a casa. Aunque usted me ha recibido con mucho cariño, no deja de ser la madre de Álvaro, y yo lo siento cerca de mí, aunque no lo haya vuelto a ver desde el día que… —la voz se le resquebrajó.

Graciela la confortó.

—Te comprendo, pero no quisiera que te marcharas así. Deben hablar de lo que sucedió, al menos para que te marches convencida de lo que estás haciendo.

La joven negó con la cabeza.

—Estoy convencida, doña Graciela. Álvaro y yo hemos hablado mucho del asunto y en verdad no tiene solución. Pensamos por un momento que podríamos hacerlo funcionar, pero él no puede ni yo tampoco. Después de haber visto a Blanca en su casa, sintió un peso sobre mi corazón con el que no puedo vivir. Sé que Álvaro tampoco podría, si se divorciara; y ahora que Blanca sabe la verdad, no permitirá que él se siga sacrificando por ella.

—¿Qué quieres decir?

—Que la manera más fácil de impedir ese divorcio es desaparecer de aquí. Cuando Blanca sepa que me he ido, desistirá de esa idea. Álvaro no desea divorciarse: la quiere y sabe que sufrirá mucho si la deja en manos de Cristina. Por otra parte, está el asunto de los bienes: podría perder parte de su estudio y yo no me siento en condiciones de que él haga tantos sacrificios por mí.

—A Álvaro no le interesa el dinero, si ese es uno de los temores que albergas debes desecharlo.

—Lo sé, él me lo ha dicho, pero tampoco sabe qué es perder tanto en la vida, y no me refiero al dinero solamente: hablo del estudio y de su trabajo al que ha dedicado su vida, hablo de su hogar al lado de una mujer que ama y a la que le ha dado tanto… Él no está dispuesto a perder todo eso.

—¡Pero a tu lado ganaría tantas otras cosas que ahora no tiene, Elena!

La aludida no se dejó convencer. Ya había pensado muchas veces en eso. Sabía que por más que analizara la situación no había posibilidad de arreglarla. Álvaro no dejaría a Blanca ni ella se lo permitiría. Tampoco podía continuar como su amante, ahora que Blanca lo sabía…

—Si yo me marcho, evito ese divorcio. Es lo mejor que puedo hacer por él, por Blanca y hasta por mí misma —concluyó.

—¿Cuándo regresas a La Habana?

—Dentro de cuatro días —contestó—. Regreso de Barcelona y al día siguiente parto para casa.

—Te echaré mucho de menos —confesó doña Graciela dándole un abrazo—. No quisiera que te fueras.

—Yo siempre le estaré agradecida por todo lo que ha hecho por mí.

Elena sollozó en su hombro, y luego se marchó a su habitación, debía hacer las maletas tanto para su viaje a Barcelona como después para su regreso a La Habana.

Doña Graciela, que había prometido en un inicio mantenerse al margen, tomó su teléfono en las manos. Debía hacer algo por la pareja, pues no se conformaba con que Elena se marchara así.

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