Capítulo 33: Anastasia

Elena pasó un fin de semana de ensueño junto a Álvaro. Compartieron tiempo con la familia, pero también salieron con frecuencia a dar un paseo: finalmente pudieron ir juntos al Museo en Montjuic; caminaron por el barrio gótico, acudieron al Museo Picasso que Álvaro le había sugerido una vez, y continuaron su paseo hacia la Catedral y la Iglesia de Santa María del Mar.

Las noches las pasaron juntos en el hotel, fue por eso que ella se entristeció mucho cuando el domingo en la tarde, debieron despedirse: Álvaro se marcharía en el coche pues tenía una reunión bien temprano a primera hora en el despacho, y Elena debía acompañar a doña Graciela en el viaje en el AVE al día siguiente. Pudieron haber regresado también con Álvaro, pero la anciana prefería la rapidez del tren y pasar unas horas más junto a su nieto e hija.

El lunes arribaron a la casa en los Jerónimos de doña Graciela, y se acomodaron. De inmediato le marcó a Álvaro para hablar con él, se echaban mucho de menos, pero habían acordado de antemano que él permaneciera ese día en su casa, con Blanca. Luego de estar tres días fuera de su hogar, lo más conveniente era que estuviese un poco de tiempo con ella. Elena lo entendía bien, pero una parte de su corazón se entristecía al comprender cómo debían ser las cosas entre ellos: al parecer, al abandonar Barcelona, rompieron la burbuja que los mantenía juntos y ajenos al mundo que les rodeaba.

—¿En qué piensas? —doña Graciela la hizo despertar de sus cavilaciones.

—Lo siento, —dijo ella—, pensaba en…

No concluyó la frase, no sabía aún cómo hablar con doña Graciela de su hijo.

—Pronto podrán verse —comentó ella tomándole la mano—, verás que mañana mismo vendrá a casa.

Ella asintió.

El martes, al final de la tarde, Elena acudió al llamado de Álvaro. Todos en la oficina se habían marchado y ella fue a verle, llena de emociones por aquel encuentro. ¡Le parecía que hacía un siglo que no le veía y apenas habían transcurrido dos días!

Álvaro estaba tan ansioso como ella, la abrazó en el recibidor y se apoderó de sus labios, dándole un beso tan apasionado que le privó del aliento por unos instantes. Luego la tomó de la mano y la condujo hacia su oficina: ella se sentó en un diván con él a su lado, mientras le sonreía, tomados de las manos…

—¡Te he echado mucho de menos!

—¡Yo más, pequeña! —le acarició la mejilla—. Me ha parecido una eternidad…

—Es un bonito despacho —añadió mientras miraba las paredes de la oficina.

Elena se quedó de piedra cuando descubrió en una de ellas, enmarcado, la marina en el puerto de Barcelona que ella pintó.

—¡Dios mío! —exclamó, levantándose como un resorte—. ¡Es mi pintura! Pero… ¿cómo la tienes?

Ella no salía de su asombro, mientras Álvaro le sonreía, complacido.

—Mandé a un amigo a comprarla para mí —le explicó—, ¿acaso pensaste que me conformaría con que alguien más la adquiriera?

Ella le abrazó, emocionada.

—Me sorprendes cada día más, no imaginas cuánto te quiero.

Álvaro le besó con pasión, mientras la colocaba encima de sus piernas, a horcajadas en una posición que resultaba muy sensual. Comenzó a desabrochar los botones de la blusa blanca que llevaba, mientras dejaba al descubierto su sujetador, brindándole una imagen de la cual jamás se saciaría.

Ella se inclinó para besarle el cuello, mientras le preguntaba si estaban solos. Él se lo confirmó, y aquella noticia bastó para que se rindieran a la añoranza que albergaban el uno del otro desde el domingo, y se entregaran en plena oficina, encima del diván. Cuando se introdujo en ella, Elena se estremeció encima de él, mientras le abrazaba. Él no dejaba de murmurarle lo mucho que la amaba, y aquella frase al oído fue suficiente para que ella explotara encima de él… Poco después Álvaro también llegaba al orgasmo, desfallecido, empapado…

Cada uno se recompuso la ropa y volvieron a abrazarse en el diván, con las mejillas aún enrojecidas por lo que sentían.

—No podré entrar aquí de nuevo sin pensar en este momento… —él rio—. Me temo que me desconcentraré con más frecuencia, pues desde que te conozco no hago más que soñar despierto y, después de esto, no sé si podré diseñar algo.

—¡Exagerado! —Elena le besó en la mejilla.

—Tengo una sorpresa para ti, en realidad son dos.

—¿Qué? —los ojos le brillaban.

Álvaro extrajo de su chaqueta dos billetes para el teatro, y los colocó en sus manos:

—Son para Anastasia, el musical que deseabas ver. El viernes próximo iremos a la función.

Ella se regocijó, como si se tratase de una niña pequeña, y se colgó a su cuello. De repente pensó en las posibles consecuencias de que los vieran juntos en público.

—¿Crees que…?

Elena no terminó la pregunta, pero Álvaro la comprendió de inmediato y negó con la cabeza.

—No importa, no pienso esconderme, tampoco pretendo exhibirme, somos dos personas adultas yendo al teatro. Es probable que no conozcamos a nadie y si, por casualidad hallamos a algún conocido, actuaremos con naturalidad.

Elena no estaba muy convencida, pero pronto la posibilidad de ir al teatro con él pudo más que su sentido de la precaución.

—¿Y cuál es la segunda sorpresa? —indagó, curiosa.

—Estoy invitado a dar una conferencia en Toledo sobre Historia de la Arquitectura española. Pretendo que nos pasemos ese fin de semana juntos. ¿Qué te parece? Yo puedo ir primero, y luego te puedes reunir conmigo allá.

Elena seguía sonriendo ante aquel fin de semana de ensueño. Toledo era una ciudad preciosa, bastante cercana a Madrid, así que no era muy lejos para los dos, pero también les serviría para tomar distancia.

Pronto los temores de Elena se desvanecieron al comprender que Álvaro y ella podían tener una rutina apacible, romántica, íntima que, sin descuidar sus deberes, les permitiese amarse como deseaban.

Los días que se sucedieron fueron igual de tranquilos: Elena acudía al Museo y terminó su copia; se comunicaba con sus padres y hermanos, aunque no se atrevía a hablarles mucho de Álvaro y tuvo como sorpresa que Eliseo Batista la llamase para decirle que dos de sus cuadros se habían vendido y que ya habían hecho el depósito a su cuenta.

¡Elena se sentía como una verdadera artista y su felicidad le hacía crear!
Solo Mari Paz, su gran amiga, conocía de su relación con Álvaro. A ella no pudo negarle su alegría, pues se le notaba por encima de la ropa. Doña Concha también lo había advertido, pero no tenía cómo imaginar la causa. A Julia, para su tranquilidad, no la había vuelto a ver desde la boda de Mari Paz, así que al menos no se sentía con vergüenza o culpa al conversar con ella sabiendo que desoyó sus consejos.

Álvaro acudía casi todos los días a casa de su madre; en algunas ocasiones cenaba con ellas, en otras se reunía con Elena en su oficina o daban algún paseo. La semana transcurrió sin contratiempos, evidenciando lo enamorados que estaban, cada día más.

La noche del musical llegó al fin, y Elena se vistió con un hermoso vestido rojo, que le sentaba perfecto a su cabellera oscura. Doña Graciela le dijo que estaba preciosa, y despidió a la pareja con cariño. A pesar de que sabía que su hijo era un hombre casado, su triste realidad y el amor de una mujer buena como Elena, la hacían estar a favor de esa relación.

—Estás hermosa —le susurró Álvaro en el elevador mientras le robaba un beso—, no veo la hora de estar juntos esta noche.

Sería la primera noche que compartirían después de Barcelona, pues Elena había dormido en la habitación de invitados de doña Graciela sola, por una cuestión de respeto. En esta ocasión, en cambio, Álvaro había insistido en reservar una habitación de un hotel para estar juntos.

Faltaban unos días para la excursión a Toledo, su próxima escapada romántica.
La pareja llegó al teatro Coliseum y se ubicaron en dos asientos de platea; el espectáculo estuvo muy agradable, la música, la historia, y Elena lo disfrutó tanto como había imaginado en un inicio. Álvaro le sostuvo la mano todo el tiempo, cuando apagaron las luces, y ella recostó su cabeza a su hombro en par de ocasiones.

Cuando la obra concluyó, aguardaban a que el grueso de los espectadores saliera, cuando una mujer se colocó frente a ellos. Por unos instantes Elena no cayó en cuenta, vio unos zapatos negros de tacón alto y el borde de un vestido de seda de color azul. Fue cuando levantó la cabeza que se percató de quién era.

—¡Cristina! —exclamó Álvaro.

De todas las personas que se esperaba ver, Cristina era la última que pensaba hallarse allí. Para su sorpresa, no estaba sola: se hallaba acompañada de Gabriel.

Elena sintió un profundo desagrado al verle de nuevo, pero supo que aquel encuentro traería más de una consecuencia desafortunada.

Cristina los observaba con el ceño fruncido y una sonrisa torcida se colocó en sus labios, antecediendo al hiriente comentario que se escuchó muy pronto:

—¡Qué desfachatez! —les dijo con su dedo acusador—. Bien que Gabriel me había advertido, pero jamás creí que pudieras hacerle algo así a mi hermana… ¡Estoy anonadada!

Álvaro estaba nervioso y fuera de sí. La presencia de Gabriel le sacaba de sus casillas; por otra parte, Cristina jamás le había agradado.

—Te pido que te controles, Cristina. No es momento de hacer un espectáculo en este sitio. Creo que a Elena la conoces ya, así que voy a ahorrarme las presentaciones. En cuanto a lo que aludes, estoy en todo mi derecho de invitar a una amiga mía y de mi madre al teatro. Eso no interfiere en lo más mínimos con los cuidados y la devoción que siento por tu hermana, a quien le he sido incondicional en los últimos diez años. Dudo que ella pueda decir lo mismo de ti, que apenas has aparecido en los últimos meses.

—¡Qué pocos escrúpulos los tuyos, Álvaro! —le reprochó—. Confieso que en algún momento pensé que tuvieras una amante, pero creí que por respeto a Blanca serías incapaz de mostrarte en público con ella… Además, eres tan débil y falta de carácter que ni siquiera lo reconoces… —miró a Elena a los ojos—. ¿Cómo permites que mienta así? ¿Acaso no te ofende que haya dicho que solo eres una amiga? ¿Hasta qué punto tu orgullo de mujer permite que seas tratada de esa manera?

Las palabras de Cristina le hicieron enrojecer las mejillas a Elena, quien no pudo contestar. Tenía un fuerte nudo en la garganta.

—No permitiré que sigas insultándonos —replicó Álvaro—, mucho menos cuando tienes a tamaña escoria de compañía. Te advierto que tengas cuidado con él, tiene predisposición a drogar mujeres para sus oscuros propósitos.

—¡Imbécil! —Gabriel dio un paso al frente con los puños en alto, pero fue Elena quien se interpuso.

—Vámonos —le pidió a Álvaro, tomándolo del brazo—. Debemos marcharnos ya, no tiene sentido dilatar esta conversación. Álvaro y yo solo somos amigos —le dijo a Cristina, levantando la mirada—. Solo eso.

La pareja se adelantó y salió lo antes que pudo del Coliseum en busca del coche. El trayecto lo hicieron en absoluto silencio, hasta llegar al hotel.

Álvaro dejó su chaqueta sobre una butaca, luego se sentó en el borde de la cama, llevándose las manos al rostro. Soltó un suspiro, se notaba que estaba preocupado. Elena no sabía qué hacer, quería reconfortarlo, pero guardó distancia, sentándose en la silla. Aguardó con paciencia unos minutos que le parecieron eternos, hasta que él decidió mirarla a los ojos.

—Lo siento, —su voz era ronca—, no estaba preparado para eso. Nunca pensé que de millones de personas en esta ciudad fuésemos a toparnos con ella.

—Era un riesgo, pero los dos fuimos imprudentes y lo pasamos por alto. Ahora el daño está hecho. El día de la exposición en el Palacio del Cristal, vi a Cristina conversando con Gabriel, pero no creí que la relación se volviese tan estrecha. Como ella misma dijo, fue él quien primero le hizo dudar.

—Gabriel es un estúpido —le detestaba—, y Cristina es una completa interesada.

—¿Crees que pueda decírselo a…? —se interrumpió.

—¡No la creo capaz! Sería demasiado sórdido de su parte. Los dos lo hemos negado y no tiene pruebas, tan solo un encuentro en un teatro que no significa nada por sí mismo. Tampoco pienso que pueda ser tan terrible para decírselo a Blanca. La haría sufrir y ella no se atrevería a tanto…

—¿Estás seguro?

Él asintió.

—No es una mala persona, pero sabe que yo soy el único apoyo de su hermana. Jamás le diría nada que pudiese deprimirla más de lo que ya está.

Elena se sentó a su lado, mientras le pasaba el brazo por la espalda.

—A veces creo que lo mejor es que yo regrese a casa por un tiempo, a La Habana. Tienes demasiados problemas encima y no quisiera…

La expresión horrorizada de él le interrumpió.

—¡Nunca más vuelvas a decir algo como eso! —exclamó tomándole las manos—. Te amo, Elena, ahora que estoy a tu lado me volvería loco si te perdiera. Por favor, no lo repitas…

Ella le abrazó, emocionada.

—Yo también te amo mucho, pero…

—No tengas miedo, todo saldrá bien, mi amor.

Ella quiso creerlo así, pero algo en su corazón le decía que Cristina les daría problemas en el futuro. Ojalá estuviese equivocada.

Pese a que esa noche Álvaro fue cariñoso con ella, no volvieron a hacer el amor. Los besos compartidos no llevaron a la efervescencia, las caricias denotaban el profundo sentir que experimentaban, pero ninguno de los dos se sentía con deseos de más. La sombra de Cristina les rondaba, y a pesar de que intentaron mantener atención en la película que miraban juntos abrazados en la cama, lo cierto es que su cabeza se hallaba en otro lado.

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