Capítulo 32: En la Barceloneta

Álvaro y Elena desayunaron juntos en la habitación, era bastante tarde pues demoraron en dormirse luego de entregarse una vez más a lo que sentían. Ella pretendía no volver a hablar de Blanca, en la víspera habían llegado a un acuerdo y ella lo respetaría: aceptaría de buen grado el tiempo que Álvaro pudiera dedicarle, sin recriminaciones. Era lo mejor que, en estas circunstancias, podían hacer por los dos.

Elena lo miró: reía por cualquier tontería, mientras le sujetaba una mano. ¡Estaban tan felices! Deseaba que ese momento durara para siempre, y que en Madrid pudiesen estar juntos también. Él así se lo había prometido, y ella confiaba en que fuera posible…

—Debemos irnos a casa de Ali —anunció.

Ella se ruborizó.

—¡Dios mío! ¿Qué van a pensar de nosotros? ¿Y tu madre qué va a decir? — ella estaba preocupada—. Sabrán que pasamos la noche juntos y…

Una carcajada de Álvaro la interrumpió.

—¡No creí que le tuvieses ese temor a mi familia! Claro que saben que hemos pasado la noche juntos, y además estoy convencido de que lo aprueban.

—¿Eso crees? —ella todavía dudaba.

—¡Claro que sí! Si hubieses escuchado a Ali ayer en el teléfono, te hubieses percatado. Estaba feliz de sabernos juntos.

—Pero doña Graciela es una mujer muy recta, me ha apoyado tanto que temo crea que la he decepcionado…

Él le acarició la mejilla, con todo el amor del mundo.

—Nunca podrías decepcionarnos, amor. Mamá también está feliz por nosotros. Ella mejor que nadie sabe cuánto nos queremos y su deseo de vernos juntos es mayor que cualquier rezago de moral o puritanismo. A pesar de su edad, mi madre es una mujer moderna y sabe que estoy loco por ti…

Ella le abrazó, con fuerza, como quien no desea separarse de él nunca más.

—Quiero estar contigo para siempre —le murmuró al oído.

Álvaro no se equivocó al augurar que, al llegar a casa de Ali, el recibimiento fuese cálido por parte de todos. Elena continuaba un tanto cohibida, pero la simpatía de Sebas alegró más el ambiente y la propia doña Graciela se mostraba muy relajada. No hubo preguntas sobre el encuentro de ellos en la víspera, pero resultaba evidente que las cosas entre ellos se habían solucionado.

Durante la comida, doña Graciela recordó que tenían pendiente ir a ver a Eliseo Batista a la galería, para que Elena pudiese contemplar sus cuadros colgados.

—Me encantaría ir con ustedes —interrumpió Álvaro—, ya que me perdí la exposición del Palacio de Cristal.

—Por supuesto, cariño —respondió la madre—, puedes acompañarnos. Estoy segura de que tanto tú como Elena quedarán complacidos.

Antes de ir a la galería, Álvaro se encerró en el despacho con Iñaqui, pues quería hablar con él y tener su opinión desde el punto de vista jurídico sobre el caso de Blanca.

—Me alegra que estén juntos —le dijo Iñaqui después cuando le terminó de escuchar—. No puedes sentirte culpable por tener a alguien a tu lado, menos a Elena que es una persona excelente. Sobre lo que me preguntabas, creo que ya tú mismo sabes la respuesta: la resolución judicial hace diez años te nombró tutor de Blanca, un apoyo en medio de su discapacidad. El Código Civil establece un orden de prelación de las personas que pueden ser tutores: primero, la persona que el propio incapacitado decida; en segundo lugar, el cónyuge que es tu caso, después los ascendientes y descendentes, y así hasta llegar al quinto puesto donde entran los hermanos.

—¿Entonces, qué me aconsejas?

—Si te divorcias de Blanca, no serás su cónyuge y por tanto otra persona deberá asumir ese puesto, salvo que la propia Blanca decida que continúes desempeñándolo tú, lo cual creo poco probable.

—¿No crees que pueda convencerla de que deseo velar por ella? ¿Cuidarla como siempre, a pesar de estar casado con Elena?

Su cuñado negó con la cabeza.

—No pienso que Blanca, tras un divorcio, acceda a ello. Ella estaría satisfecha de verte retomar tu vida, de eso no tengo duda alguna, pero no accedería a atarte una vez que sepa que eres legalmente el esposo de otra.

Álvaro se llevó las manos a la cabeza.

—Tampoco considero justo que Elena sea mi amante…

—Es una situación difícil, lo entiendo. Solo te advierto que tu propósito de casarte con Elena y seguir velando por Blanca lo veo inviable. Además, está Cristina, ella puede hacerse cargo… También hay instituciones privadas que pueden…

—¡No! —exclamó—. Le hice una promesa a Blanca cuando enfermó. Le prometí que nunca la internaría ni la dejaría a mereced de institución alguna. Su hogar le da el mínimo de paz que en su condición necesita. Tampoco tiene una relación cordial con Cristina, sentiría que la estoy abandonado… Ella es capaz de aceptarlo, pero yo no me siento en condiciones de hacer eso.

—Entonces no tienes otra alternativa que mantener el statuos quo. Elena tendrá que entenderlo.

—Ya lo hace, ayer mismo hablamos de ello y yo mismo le adelanté algo de lo que hoy me has reafirmado. Elena no quiere sacrificar a Blanca por nuestra felicidad.

—Si es así, y se aman, disfruten lo que pueden tener juntos y dejen que la vida siga su curso…

Álvaro sabía que Iñaqui tenía razón. Por más que analizara el asunto, el cuadro estaba cerrado y no tenía nada más que hacer.

—Gracias, sé que tienes razón.

Elena vio a salir a Álvaro con el ceño fruncido, notaba que estaba preocupado o al menos desalentado tras la conversación con su cuñado. Frente a ella intentó sonreír, y un rato después marchaba con su madre y Elena a la galería. Las pinturas ya estaban colocadas y se veían hermosas. Eliseo Batista confiaba en que se vendieran muy pronto. Álvaro la tomó de la mano frente a todos, y le confesó lo orgulloso que estaba de ella.

Esa tarde, Elena estaba muy satisfecha de sí misma: había logrado exponer en una importante galería de Europa y tenía a Álvaro a su lado; incluso doña Graciela aceptaba de manera tácita esa relación, feliz de verlos tan unidos.

Cuando terminaron en la galería, doña Graciela se despidió de ellos pues no quería interrumpirles el resto de la tarde.

—Me marcho en un taxi, disfruten ustedes del día y den un paseo.

Elena se sonrojó, pero fue Álvaro quien le dio dos besos a su madre:

—Gracias, mamá.

La pareja se retiró hacia la playa, una vez que vieron marchar a doña Graciela en el consabido taxi.

Elena y Álvaro se dirigieron en el coche hasta la playa; él no lo planeó así, pero condujo sin rumbo fijo hasta que decidieron estacionar cerca de la Barceloneta. No estaban vestidos para entrar al mar, era la caída de la tarde y muchas personas regresaban después de haberse dado un baño.

Ambos se quitaron sus zapatos y los colocaron en un banco cercano a un camino de madera que avanzaba por la arena. Luego, tomados de la mano, se acercaron a la orilla. El mar estaba en calma, y el cielo estaba en su esplendor, con un juego de luces muy atrayente. La arena en sus pies se sentía agradable, y por unos minutos no se dijeron nada, contemplando en silencio el horizonte.

La brisa despeinaba a Elena, incluso intentaba levantarle el vestido que llevaba. Él se volteó para darle un beso en los labios que ella recibió con deleite.

—Estoy muy orgulloso de ti —le repitió—, estoy convencido de que esas pinturas se venderán muy pronto.

—Gracias —contestó con una sonrisa—, eso deseo, no solo por la ganancia sino sobre todo por el reconocimiento de ser comprada.

—Respecto al dinero… —él continuaba preocupado de que pasara dificultades—, puedo ayudarte. Sé que ahora estás en casa de mamá, pero…

Ella negó con la cabeza.

—No es preciso, estoy acostumbrada a mantenerme.

—Pero ahora estamos juntos, eres mi… —se detuvo, no sabía como llamarla.

Ella le miró a los ojos y notó su ofuscación. ¿Qué nombre darle?

—¿Novia? —sugirió con una sonrisa.

Álvaro se relajó en el acto, el término le acomodaba más que decir amante.

—Estoy algo viejo para tener novia, pero me gusta… —le dio otro beso—. Tal vez sea más adecuado que rentemos un piso para esta juntos, ¿qué crees? Podrías vivir allí, tener independencia y yo estar a tu lado siempre que quisiese…

Ella volvió a negarse.

—Tal vez más adelante, no pretendo abusar de la hospitalidad de doña Graciela, pero ahora mismo no puedo costear un piso. Al menos, no hasta que venda algunas obras y sepa que puedo mantenerme.

—He dicho que puedo ayudarte… —insistió—. Sería nuestra casa…

Elena se sentía presionada con ese asunto, sabía que Álvaro lo decía por los dos, pero no se sentía en condiciones de aceptarlo.

—No andemos con tanta prisa, es mejor esperar algún tiempo.

—Pero…

Elena le miró a los ojos.

—No tengo suficientes recursos para rentar un piso yo sola ahora mismo, quizás en unas semanas sí, pero ahora no. Tampoco puedo aceptar tu dinero, porque no somos una pareja libre que inicia una vida en común. Aceptar tu ayuda me haría sentir muy mal, porque ya eres un hombre que tiene un hogar…

El rostro de Álvaro se descompuso, y en el acto le soltó la mano.

—Lo siento, no lo había pensado así… No obstante, me gustaría que comenzaras a verme como otra manera. Cuando estamos juntos somos solo un hombre y una mujer, una pareja común, no podemos seguir pensando en nada más. ¿Debo sentirme culpable entonces por salir contigo o pasar un fin de semana juntos?

Ella negó con la cabeza.

—Pero sabes que debemos ser cautelosos, si es en Madrid, cualquier persona podría vernos e incluso en Barcelona nos estamos arriesgando a toparnos con cualquier conocido.

—No me importa —le abrazó—, cualquier persona me entendería, sabría cuál es mi situación…

—¿Y Blanca? ¿Y si se enterase de esto?

—Ella apenas recibe a nadie y no tiene cómo enterarse. Jamás me ha preguntado por mi vida íntima —reconoció mientras escondía el rostro en el cabello de Elena—, nunca me ha exigido nada, así que tal vez suponga que…

Elena se apartó.

—Pero lo nuestro no es una aventura, —le recordó—, una historia así, de saberla, puede ser perjudicial para ella.

—Pero no lo sabrá, te lo prometo.

—¿Hablaste con Iñaqui sobre nosotros? —le preguntó—. Te noté abatido después que saliste de su despacho.

Él asintió y procedió a explicarle lo que le había dicho.

—Ya lo imaginábamos —le contestó más tarde, mientras le sostenía la mirada—, y suscribo cada palabra que te dije ayer. Jamás te instaría a divorciarte de Blanca; es más, no te quiero a mi lado si, como resultado, te has divorciado de ella privándole del único afecto que tiene en la vida. Eso no sería digno de ti, y yo te amo sobre todo porque eres un hombre digno.

—Y yo te amo como si fueses mi mujer, mi esposa, aunque no exista ningún documento que lo pruebe.

Ella se irguió sobre la punta de sus dedos y le besó. Él correspondió a ese beso, con pasión, mientras la estrechaba con más fuerza junto a su cuerpo. Después se acercaron más al mar, mojándose los pies con el vaivén de las olas.

—¿Qué te parece si nos vamos al hotel? —le espetó—. Podemos cenar algo delicioso y…

—¿Una vez más pretendes que no regrese a casa de tu hermana? —le interrumpió riendo.

—¿Por qué te escandalizas? Mi madre lo tomó muy bien y, además, hoy nos dio su beneplácito para que pasáramos el resto del día juntos.

Con ese plan por delante, regresaron sobre sus pasos, ansiando con cada vez más fuerza, la noche que pasarían juntos.

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