Capítulo 31: Noche de amor

Después de una cena muy agradable, Álvaro llevó a Elena hacia el Hotel Pullman, una lujosa instalación en la zona de la Villa Olímpica, especialmente construida para las Olimpiadas de Barcelona 92.

Álvaro ya había pagado y tenía una habitación asignada, pero todavía no había tomado la tarjeta, el trámite fue breve, pero bastó para que Elena se preguntara qué estaba haciendo allí, en un hotel con él. Cuando Álvaro regreso, vio la sombra de duda flotar en sus ojos oscuros, que durante la cena habían estado brillantes y alegres con la compañía y sus besos. Ahora, en cambio, podía advertir que tenía un poco de miedo y necesitaba calmarla.

La rodeó nuevamente con sus brazos e hizo que apoyara su cabeza en el hombro. La amaba mucho y haría lo que ella le pidiese, incluso si eso significaba tener que llevarla de regreso a casa de Ali. Cuando la soltó y la miró, vio que estaba más tranquila.

—¿Qué quieres hacer? —le preguntó con voz queda.

—Subamos —dijo ella decidida.

Eso hicieron, Álvaro no podía expresar con palabras lo feliz que le había puesto esa decisión, en diez años no se había sentido así por una mujer y Elena le daba la posibilidad de recuperar un poco esa parte de sí mismo que estuvo por tanto tiempo dormida y no se refería tan solo a una cuestión física, sino principalmente emocional. Esa era la gran diferencia entre Elena y las dos mujeres con las que había estado en esos años. La experiencia carente de amor, de sentimientos, le hicieron sentir peor, dejando tan solo la sensación de arrepentimiento. Ahora era diferente porque estaba enamorado, y el amor era una gran justificación para actuar sin nada que recriminarse.

Álvaro había pagado una suite, muy hermosa a la que Elena entró con cierto temblor en las piernas. Él había pedido un espumoso, que no tardó en llegar y juntos hicieron un brindis por su amor. Elena bebió en silencio, apuró el espumoso por la garganta, intentando sentirse más confiada y en parte la bebida le hizo relejar. Álvaro no estaba apurado, no la presionaba en lo más mínimo, era como si el estar a solas con ella fuese suficiente, era algo más que sexo, era ternura, conexión, intimidad, algo que no podían tener ni en el muelle ni en la casa de Ali.

Elena se sentó encima de la cama y Álvaro hizo otro tanto. No habían hablado del futuro, cuando el presente tampoco estaba demasiado claro. Sabía que la amaba y ella a él, pero ninguno de los dos tenía poder para predecir lo que podría suceder.

Álvaro colocó por detrás de la oreja de Elena un mechón de cabello que le rodaba por la mejilla. Ella se volteó hacia él al sentir ese gesto y sus labios se encontraron, fundiéndose en un enorme beso que subió en intensidad. Elena colocó una mano encima del hombro de Álvaro, él le acariciaba con su diestra la espalda, hasta colocarse a la altura de su cintura y atraerla hacia él. Elena ya no tenía miedo, la sensación de amarle era tan fuerte y el placer que le provocaban sus besos era tan grande, que los temores se difuminaban con cada caricia, con la presión de sus labios sobre los suyos, con la sensación de su lengua explorando los más recónditos sitios de su boca hasta privarle del aliento.

Lentamente se dejó caer, guiada por el peso de Álvaro que con suavidad la instaba a colocar la espalda en las sábanas. Ella lo hizo por instinto, mientras lo recibía encima de ella, con los mismos besos que en esta postura resultaban ser cada vez más seductores.

Álvaro bajó por su cuello, y ella se estremeció, al sentirle por su piel; con sus manos temblorosas le abrió la camisa, dejando al descubierto el vello de su pecho. Le había visto así una única vez, cuando el encuentro de ambos se frustró, unas semanas atrás…

Álvaro mismo aventó la camisa al suelo, para luego incorporar a Elena con delicadeza sobre la cama para sacarle el vestido por la cabeza. Ella se mostró colaborativa, aunque sus mejillas hervían por verse frente a él cubierta únicamente por su ropa íntima. Álvaro murmuró lo hermosa que era y ella cerró sus ojos, incapaz de sostenerle la mirada. Él la observó en silencio: su cabello oscuro cayéndole por la espalda, el rubor de su rostro, la fina cintura, el sostén que dejaba poco a la imaginación…

Sin embargo, más que sensualidad o puro erotismo, Álvaro comprendió una vez más que la amaba. Podía controlar su desenfreno para contemplarla, para darle un beso o expresarle su cariño; podía dominar sus deseos en virtud de algo mucho mayor: su amor.

Otras mujeres le habían proporcionado años atrás solo sexo; Elena le brindaba algo más… Hacía años que no estaba con nadie en la intimidad, así que no quiso precipitarse. Se dedicó a admirarla, por más que su visión semidesnuda la provocara un palpitante deseo que no podría desatender por mucho más tiempo.

Elena abrió los ojos, y Álvaro le enmarcó el rostro con las manos para besarle con avidez. Ella le correspondió aquel beso, febril, entregada, sin rastro alguno de temor o remordimiento. Él se quitó el pantalón: Elena vio su fuerte figura, a pesar de su delgadez. Era un hombre alto y atractivo, sin importar que tuviera cuarenta años y fuese mucho mayor que ella.

Álvaro se abrazó a Elena, y ambos sintieron el calor de la piel del otro, era una sensación exquisita la que experimentaban mientras se llenaban de besos. Los labios de Álvaro volvieron a bajar por su cuello, llegaron a sus pechos. Sus manos fueron hábiles para abrir el sujetador y dejarlos expuestos. Ella era preciosa, pero se estremeció al saberse casi desnuda. Tembló cuando la mano de Álvaro la acarició, para luego besarla con una pasión que la llevó casi a las puertas del éxtasis.

Él no demoró mucho más en desnudarse por completo y en hacer lo mismo con ella; se colocó encima, seduciéndola, a punto de unirse a ella. La anticipación de aquel momento de consumación la colocaba al borde del delirio, lo necesitaba en ella, precisaba de él haciéndole el amor… Comprendiéndose al fin, Álvaro se colocó dentro de ella, gimiendo… Ella también dejó escapar un grito de satisfacción cuando lo sintió en su interior, mientras se abrazaba a él… Tomaron un ritmo al comienzo lento, se amaban, se entregaban el uno al otro, de una manera muy íntima. Luego, la pasión del momento se apoderó de ellos, aumentando la velocidad de aquel baile erótico que compartían.

Álvaro y Elena llegaron juntos al orgasmo, él se desplomó a su lado, empapado, mientras la abrazaba. Ella le sonrió mientras le daba un beso en los labios: aquella había sido sin duda, la mejor noche de su vida.

Pese a que era tarde, ninguno de los dos tenía deseos de dormir. Se dieron un baño juntos, algo que disfrutaron mucho, y luego salieron del baño enfundados en sus batas de felpa. Álvaro la sentó sobre sus piernas mientras descolgaba el teléfono de la habitación y pedía algo de comer para los dos.

—Te amo —le murmuró Elena al oído cuando colgó.

Álvaro le beso, feliz. Ella jamás le había visto así: tan risueño, con tanto brillo en los ojos…

—Yo también te amo —respondió—, no imaginas lo que siento al estar aquí contigo. He soñado mucho con este momento, pero la realidad supera por mucho a mi imaginación.

Ella se rio.

—Lo planificaste muy bien —le reprochó en broma—, sabías que no podría resistirme si aparecías aquí en Barcelona y eso hiciste…

Él se encogió de hombros.

—Tengo que admitirlo —reconoció—, moría de ganas por verte, por estar contigo. ¿Te arrepientes? —preguntó de repente con seriedad.

Ella negó con la cabeza. En ese momento pensó en Blanca, pero intentó alejarla de su mente. No podía arruinar su noche con sentimientos de culpa.

—No me arrepiento —dijo al fin en voz baja—, ¿y tú?

Él negó con la cabeza.

—No podría hacerlo, te amo demasiado y hacía mucho tiempo que no me sentía así: vivo.

Elena se levantó de sus piernas.

—Álvaro, yo tampoco me había sentido así antes, pero tengo miedo a que…

Él la interrumpió y la abrazó, con fuerza.

—Escúchame, Elena —le pidió—, no hemos hecho nada malo. Los dos nos queremos y estamos solos. Mi estado civil es solo una cuestión formal, eso lo sabes, así que no he engañado a nadie.

—Pero ella… —no se atrevía a decir su nombre—, pero no puedes abandonarle.

Él suspiró, todavía abrazándola.

—Cuido de ella como cuidaría de una hermana, de una madre, nuestra relación es de afecto, de un cariño sincero y profundo, pero el espacio de una mujer, de una compañera de vida, lo quiero contigo…

Ella le miró a los ojos.

—No puedo sentirme culpable por amarte, Elena y sé que encontraremos la forma de hacer esta relación funcionar.

La charla se interrumpió cuando llegó el servicio de habitación. Comieron en silencio, todavía algo ensombrecidos por la charla que habían sostenido, a pesar de la mutua resolución de no sentirse avergonzados por su amor.

Álvaro le tomó la mano por encima de la mesa, mientras colocaba la mitad de su bocadillo en el plato.

—¿Qué sucede? —le preguntó—. Temo al verte de esta forma, tan abatida, no es la imagen que quisiera para nuestra primera noche.

Ella intentó sonreírle.

—He sido tan feliz contigo como nunca en mi vida, pero después sobrevienen las dudas y el miedo a perderte. Hoy estás aquí conmigo, pero los dos somos personas muy buenas y sabemos que por nuestro amor no podemos sacrificar a otra persona que, en esta historia, sería la más perjudicada.

Él negó con la cabeza.

—Te pido tiempo, vamos a vivir nuestro amor. Sé que las circunstancias no son las más adecuadas o las que alguien como tú merecería, pero si me quieres y estás dispuesta a intentarlo, me harías el hombre más dichoso.

—¿Qué piensas?

—Te brindaré todo el tiempo que me sea posible, sin descuidar a Blanca. Como te he dicho —se ponía siempre triste al recordar su condición—, ella cada vez quiere menos compañía, incluso mía. De cualquier forma, siempre le acompaño al final de la tarde, durante la cena y cuando se va a dormir a las nueve de la noche. Es una rutina muy bien establecida. Ella duerme sola, por su voluntad, y tiene a cargo un grupo de enfermeras. En las mañanas, antes de irme al trabajo, paso a verla y le doy los buenos días. Los fines de semana, cuando no tengo ningún compromiso, también trato de distraerla, pero es una ardua tarea.

—Debe ser muy triste vivir así…
Elena sentía mucha pena de ella.

—Pienso que podemos vernos al final del trabajo, luego pasar la noche juntos. Me levanto temprano y paso por casa antes de volver a la oficina. Algunos fines de semana podremos estar juntos también, tal vez hacer algún pequeño viaje. Si estás de acuerdo en planificarnos, si eres paciente como creo que eres, pienso que podremos arreglarnos.

Ella asintió, estaba de acuerdo, aunque la posición de amante era muy difícil para ella, incluso en esas circunstancias en las que sabía que físicamente no compartía a Álvaro con nadie.

—Reconozco, amor mío, que no es la situación ideal, pero por el momento creo que es lo mejor para los tres. Tal vez dentro de algún tiempo, podamos pensar en decirle la verdad a Blanca.

Ella se sorprendió mucho al escucharle decir aquello.

—¿Qué?

Él asintió.

—En algún momento tendrás que ser mi esposa, Elena. No es la primera vez que la propia Blanca me ha pedido el divorcio, en medio de su depresión, pero yo he rehusado por lealtad y porque tampoco había encontrado una persona con la cual casarme otra vez. Pienso que tal vez con la verdad por delante podamos todos vivir más tranquilos. Yo seguiría ocupándome de Blanca como hasta ahora, ella ocupa un espacio en mi vida que no puede ocupar nadie más, pero dándote a ti el lugar que también te corresponde.

—No creo que sea una buena idea, eso le haría sufrir muchísimo…

—Ella ya sufre mucho, creo que esa noticia le restaría un poco a su dolor y aceptaría mis atenciones y cuidado de mejor manera de no creerse un obstáculo para mi felicidad. De cualquier forma, eso no es algo que se deba hablar ahora, creo que requiere de cierto tiempo para pensar mejor cómo actuar.

—Si te divorcias de ella no creo que legalmente puedas seguir cuidando de ella —le advirtió—, ahora tienes su tutela porque eres su esposo, así que debes pensar muy bien lo que vas a hacer.

Él no había considerado eso.

—La tutela recaería en Cristina, y eso no sería algo bueno. Ella está interesada nada más que en el dinero de Blanca, mucho más ahora que se separó de su marido. Blanca y ella nunca se llevaron muy bien, y ahora en su situación tiene que tolerarla cuando va de visita, pero sabe que no lo hace de buena voluntad.

—Conocí a Cristina el día de la exposición en el Palacio de Cristal, apenas hablamos, pero no me pareció una mujer agradable.

Álvaro no sabía de eso.

—Es muy frívola —le comentó él.

—Es por eso que te pido que pienses las cosas muy bien. Yo jamás voy a exigirte que te cases conmigo, no voy a presionarte nunca, así que ese no puede ser el objetivo que te impulse a actuar de manera precipitada. A mi me basta con tener tu amor.

Álvaro se levantó y fue a su encuentro, besándola apasionadamente.

—Eres una mujer increíble —le susurró al oído.

Ella se dejó llevar por la emoción que le invadía y le devolvió el beso. Álvaro la levantó en sus brazos y la colocó encima de la cama, acariciándole toda su piel. Ella se estremeció feliz, tan deseosa como él de hacer el amor.

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