Capítulo 3: Al Hospital St Pau
Álvaro miró el tobillo de Elena y se percató de que se le había torcido, el dolor era bastante fuerte, pero ella se fue serenando una vez que la tuvo a su lado. No sabía explicarlo, pero su proximidad le hizo saber que él le tendería una mano, por segunda vez.
—¡Lo siento! —le dijo Álvaro, muy apenado—. Es mi culpa, debí haberme dado cuenta de que esto podía suceder…
Elena no entendía bien por qué Álvaro se recriminaba de aquella manera, cuando la responsabilidad había sido toda suya ante su falta de cuidado. Se había sentido abrumada de que la noche llegara estando en compañía de un desconocido, así que quiso marcharse de la manera más rápida posible, sin medir las consecuencias de sus pasos.
—No fue tu culpa —le tranquilizó—, debí haber tenido más cuidado.
—¿Puedes ponerte de pie? —le preguntó.
Ella lo hizo, pero no podía caminar a causa del dolor. Álvaro con cuidado volvió a colocarla sobre el asiento que antes ocupaba, entró de nuevo en la cabina y regresó con una toalla pequeña con hielo adentro. Se la colocó en el pie, luego de que ella se hubiese quitado la sandalia que llevaba.
—Esto te aliviará un poco.
—Gracias, eres muy amable —en su tono de voz se advertía el dolor que sentía.
Álvaro entonces volvió a desaparecer y retornó con un vaso con agua y una píldora. Elena lo miró extrañada, pues no lo conocía y no tomaría nada sin saber de qué se trataba antes.
—Lo siento —él se percató de inmediato de su preocupación y sacó de su bolsillo el medicamento—. Puedes tomar una píldora de este frasco, es un antinflamatorio que te ayudará.
—Gracias —Elena confió esta vez y, tomando ella misma la píldora, se la tragó con un poco de agua.
—Ahora iremos al hospital —le anunció—, deben verte en urgencias pronto.
—No sé cómo, soy una inútil, no puedo dar ni un paso…
—No vuelvas a decir eso —le reprendió él con gravedad—, no eres una inútil, no sabes en realidad qué es estar verdaderamente incapacitada.
Elena no respondió, le dolía el pie y él tenía razón, así que estaba avergonzada de mostrarse tan desalentada, pero, ¿este accidente no echaría por tierra sus merecidas vacaciones?
Álvaro cerró con llave la cabina del barco, tomó su cartera y la echó en el bolsillo y luego tomó la de Elena y se la colgó al hombro. Le ayudó a llegar a tierra firme, saliendo con lentitud y precisión de la embarcación, hasta que Elena, apoyada en él, se halló en el muelle de madera. Estaba pensando en cómo le haría para ir caminando hasta el coche, pues le dolía mucho cuando se movía y el trayecto debía ser un poco largo, cuando sin esperarlo se vio levantada del suelo y en brazos de aquel desconocido que, sin sentirse el peso, echó a andar despacio con ella a cuestas.
—¡Me has sorprendido! —exclamó—. No imaginé que fueras capaz de llevarme así…
Álvaro se sonrió, a pesar del esfuerzo.
—Eres muy delgada y es la mejor manera para llegar al coche.
Elena no dijo nada más, estaba impresionada. Álvaro no era la imagen del hombre fortachón y musculoso si bien había advertido de que era un hombre fuerte, que entrenaba, a pesar de ser más bien delgado.
Álvaro solo se detuvo en par de ocasiones para tomar aliento, colocando a Elena en los bancos que hallaba en su camino, hasta que finalmente llegaron a un hermoso coche Audi de color negro, que se hallaba aparcado. Con las llaves Álvaro abrió las puertas del coche y colocó a Elena con cuidado en el asiento al lado del conductor. Era una pena que su primera noche en Barcelona hubiese sucedido así, Elena no se arrepentía de haber conocido a Álvaro, pero prefería que hubiese sido en otras condiciones.
—Gracias por lo que has hecho por mí —le dijo una vez que lo tuvo al lado suyo—, me has ayudado mucho y has sido más que amable, algo que jamás hubiera esperado de alguien a quien nunca antes había visto en mi vida.
Él la miró a los ojos.
—Es lo mínimo que puedo hacer, fue mi culpa que subieras a bordo del barco y no reaccioné a tiempo para advertirte del riesgo que correrías al salir de él, en penumbras.
—No, fue mi culpa —volvió a asegurarle ella—, y aunque mis vacaciones en Barcelona terminen el mismo día en el que comenzaron, a nadie culparé más que a mí misma por mi falta de previsión. Me alegra haberte conocido, a pesar de este accidente.
Él le sonrió y echó el auto a andar.
—Iremos al Hospital Sant Pau, a la sección más moderna, aunque el edificio antiguo es una preciosidad y quizás podamos verlo en nuestro camino.
Así fue, Álvaro aminoró la marcha mientras pasaron frente a un edificio que hacía esquina, de color marrón y hermosas cúpulas. Luego giró en una esquina y quedó atrás.
—El hospital Sant Pau se empezó a construir a principios del siglo pasado por Doménech, otro de los arquitectos del modernismo catalán. Dirás que soy un tanto aburrido, pero es que son mis grandes ídolos y no me canso de hablar de ellos.
—El hospital es precioso, uno lo observa y parece que está mirando un edificio con otro propósito. Ese detalle en la construcción del techo y las cúpulas, es impresionante. No me aburres en lo absoluto, solo que he pensado qué hubiese sido de Barcelona sin su arquitectura modernista.
Él la miró de reojo, ella parecía también tener instrucción además de belleza. Su espeso cabello negro, sus ojos oscuros, sus labios carnosos y su delgadez, la hacían una mujer muy atractiva.
—¿Te sientes mejor?
—La verdad es que el medicamento me ha aliviado algo, pero siento dolor y el pie ha comenzado a inflamarse más. La conversación me ha distraído un poco, pero el dolor es fuerte todavía.
—Siento escuchar esto, pero ya casi llegamos.
Álvaro bajó del coche y un enfermero fue a buscar a Elena al coche con una silla de ruedas. Él los siguió, pero permaneció en el pasillo, aguardando por ella. Una media hora después, Elena salía con un par de muletas y la pierna con una férula.
—¿Qué ha dicho el médico? —le preguntó él, con preocupación.
—Es un esguince de tobillo, por fortuna no ha habido rotura de ligamentos. Debo hacer reposo por unos diez o catorce días, tomar unos analgésicos para el dolor y otras precauciones.
Elena se notaba agobiada. Álvaro caminó a su lado, hasta que ella llegó al coche y subió a él. Un enorme suspiro invadió el espacio reducido y él la miró con tristeza, sabía que muchos sueños se habían ido por la borda.
—¿Hay alguien en Barcelona que pueda ayudarte?
Ella negó con la cabeza mientras se llevaba las manos a la cara.
—No, nadie. Mi amiga se fue de viaje por una semana, y no conozco a nadie aquí. En Madrid tengo a una familia amiga que es donde me estoy alojando, pero no puedo pedirles que vengan a buscarme o a hacerse cargo de mí —volvió a suspirar—, lo mejor que puedo hacer es regresar mañana de alguna forma. Intentaré sacar un pasaje o buscar un Uber para irme lo antes posible a Madrid.
—Por favor, —le pidió él—, deja que yo me encargue de eso, ¿está bien?
Ella lo miró con detenimiento.
—No puedes, es mi problema y no permitiré que asumas ese gasto.
—Por favor, no discutamos ahora sobre eso. Prométeme que no harás nada y yo mañana iré a verte con una solución. Ahora, dime la dirección de donde te estás alojando para llevarte hasta allí.
—Gracias —le contestó Elena, sin ánimos de replicar.
El Audi se alejó por una calle y Elena iba perdida en sus pensamientos, cada vez más desalentada.
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