Capítulo 29: Volver a Barcelona

La exposición había sido un rotundo éxito: de ella se había hecho eco la prensa y el nombre de Elena comenzó a circular; sus dos obras se vendieron el primer día, así como otras de la propia Graciela, que era una artista muy reconocida.

Vivir con ella era muy agradable, Elena disponía de su espacio, pero también compartía con la anciana en las comidas y charlaban mucho. Álvaro acudía a ver a su madre en horarios en los que Elena no se encontraba en casa, por ejemplo, en el Prado. Así transcurrieron varios días sin encontrarse y llegó el consabido día de viajar a Barcelona para cerrar el contrato.

Doña Graciela pidió un taxi y se trasladó con Elena y sus pinturas, hasta la estación de Atocha que estaba bastante cerca. Allí tomaron el AVE hasta Barcelona, donde fue a recibirles Ali, muy feliz de ver a su madre, a la que le dio un fuerte abrazo… Con Elena se mostró tan cercana como el primer día en el que se conocieron.

—Iñaqui está trabajando —anunció Ali—, pero se liberará de algunos compromisos para ir a comer con nosotros en casa. He dejado todo listo y el galerista debe llegar dentro de poco, por lo que debemos darnos prisa.

Graciela había coordinado para que el galerista acudiese a comer, justo a las dos de la tarde a casa de su hija Ali, para firmar el contrato y terminar pronto los negocios. Luego, cuando las pinturas estuviesen debidamente enmarcadas y expuestas, Elena podría visitar la Galería.

Iñaqui quería estar presente en la comida para, como buen abogado, asesorar ante cualquier duda que pudiese tener la joven.

Elena se vio transportada de nuevo al lujoso departamento de Barcelona donde fue con Álvaro, más de un mes atrás. Se sintió un poco abrumada por los recuerdos; estar en la ciudad era como evocarlo a él con su sonrisa, sus sienes blancas y su sonrisa encantadora…

—¡Hola, Hola! —gritó Sebas abrazando a su abuela lleno de entusiasmo cuando entraron a la casa.

—Cariño, te eché mucho de menos —le dijo doña Graciela—. Anda, déjame verte bien. ¡Pero que grande estás! ¡Cada día más parecido a tu papá!

—¿Verdad que sí? —Ali se sentía orgullosa de eso—. Se le parece mucho, es indudable.

Sabas se dirigió a Elena y la reconoció de inmediato.

—Me acuerdo de ti —le señaló con el dedo—, viniste con mi tío hace un tiempo. ¿Ha venido mi tío también? —preguntó mirando a su madre.

—No, no ha venido —contestó Elena y se acercó para darle dos besos—. Me alegra verte, Sebas.

—¿Ya no necesitas silla de ruedas? —volvió a interrogar el niño.

—No, ya estoy bien —le aseguró.

—Sebas, ¿por qué no vas a buscar al perro para que abuela lo conozca? —el niño partió de inmediato a buscar al terrier que se hallaba durmiendo debajo de su cama—. Vamos, —les instó Ali—, voy a llevarlas hasta las habitaciones de huéspedes.

Elena la siguió por el largo corredor, que en otro tiempo le costó atravesar a causa de su accidente. Cada una contaba con una habitación, no eran muy grandes, pero sí luminosas y decoradas con belleza.

—Espero que te sientas a gusto —le dijo Ali con amabilidad, desde el umbral de la puerta—, me alegra mucho que seas amiga de mamá y que vivas con ella en Madrid, a veces me siento triste de estar tan lejos de ella y sé que tu compañía le hará mucho bien.

Elena le sonrió, agradecida por sus palabras.

—El bien me lo hace ella a mí —le respondió—, es increíble que a su edad doña Graciela sea una mujer con tanto ánimo y alegría, ella me mantiene constantemente enfocada en el arte y le debo muchísimo. No sé que hubiese sido de mí de no haberla encontrado…

La conversación se interrumpió ante las carcajadas que se escuchaban en la habitación contigua: Sebas le había llevado el terrier a su abuela, y las travesuras del muchacho con su más reciente mejor amigo, hacían reír de veras a la anciana.

Unos minutos después, llegó el galerista, un hombre mayor, aunque un poco menos que doña Graciela. A Elena le agradó al instante y comenzaron a charlar.

—Me han gustado mucho tus obras —dijo Eliseo Batista observando las pinturas, que solo había visto en fotos—, me encantará exponerlas.

—Estoy muy agradecida —contestó Elena.

—Iremos a la Galería antes de marcharnos —comentó Graciela—, cuando ya estén colgados los cuadros. Me temo que hoy, además de la comida y la charla agradable, nos dedicaremos a la parte burocrática de este asunto.

Terminando esta frase, hizo entrada Iñaqui en el salón, como si supiese que estaban hablando ya del contrato. Saludó a su suegra con cariño, a Elena y al galerista.

—He traído el contrato —anunció Iñaqui—, ya le adelanté a Graciela que los términos y condiciones me parecen correctas, así como el porcentaje de las ventas que corresponde a la Galería. De cualquier manera —prosiguió sentándose y colocando el contrato sobre las piernas de Elena—, debes leerlo y preguntar, si tienes alguna duda.

Elena se enfundó en la lectura concisa de los documentos de esa clase, mientras Graciela degustaba un exquisito oporto con su amigo e Iñaqui se mostraba pendiente de la joven artista por si tenía alguna pregunta al respecto.

Como Elena no tuvo inquietudes, firmó conforme su primer contrato importante en España; aquello le llenaba de una enorme satisfacción.

Luego, se dirigieron al comedor, donde aguardaba Ali con una exquisita comida preparada por ella misma: ensalada césar y un pescado al horno con patatas.

La conversación estuvo entretenida, y casi a las cinco de la tarde, Eliseo se marchó, luego de pedir dos pedazos de su torta favorita: de manzana y canela.

—Todo ha salido de maravillas —comentó Ali.

—Eso pienso —Graciela estaba satisfecha—, pero voy a retirarme un poco antes de la cena, estoy algo cansada.

—Si me permiten —interrumpió Elena—, me gustaría dar una vuelta por la ciudad. Quiero ir a saludar a la amiga que vive en Vilapicina y que me prestó su piso cuando estuve la vez anterior en Barcelona, le debo la visita.

—Haces muy bien —le aplaudió doña Graciela—, es lo mejor que puedes hacer.

—¿Necesitas que te lleve en el coche? —se ofreció Ali—. No tengo nada que hacer…

—No es necesario, puedo tomar un bus o el metro. ¡Hasta pronto!

Elena se despidió y se marchó hasta Vilapicina, su amiga ya le estaba esperando pues ella le anunció su visita antes de salir de casa de Ali. Era un tanto extraño para Elena estar devuelta en aquel pequeño departamento, donde besó a Álvaro por primera vez y dónde estuvieron cerca de hacer el amor…

Allí, le recordaba con más intensidad, y temblaba cuando rememoraba sus caricias y la presión de su cuerpo sobre el suyo. Barcelona era la ciudad de los dos, allí ambos se sintieron libres para entregarse el uno al otro y lo hubiesen hecho de no haber sido porque el destino —palabra recurrente—, lo había impedido.

Elena se marchó del departamento con la necesidad de estar cerca de él, aunque solo fuese en espíritu. La conversación con su amiga fue agradable, pero algo más fuerte le tiraba una vez más hacia el puerto de Barcelona: volvía a ser un atardecer de ensueño.

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