Capítulo 28: En el Palacio de Cristal

Llegó el día de la exposición: Elena y doña Graciela acudieron a la hora fijada al Parque El Retiro, llegando a una de las secciones más hermosas de aquel lugar: el Palacio de Cristal.

Antecedido por un lago artificial de aguas esmeraldas, el Palacio se hallaba al fondo, brindando una imagen que bien podría haber salido de algún cuento de hadas. En medio de la naturaleza, se erguía una enorme estructura de cristal y hierro, de varios metros de largo y otros tantos de altura, con cúpula incluida y una entrada ornamentada con columnas jónicas.

El Palacio había sido construido a finales del siglo XIX para una exposición, siguiendo la tradición de la época implantada por el Crystal Palace de Londres, que después se destruyó en un incendio. Para suerte de los madrileños y de los visitantes, el Palacio de Cristal de El Retiro, continuaba con la misma magnificencia, como si no se hubiesen extinguido la elegancia y el buen gusto de la época decimonónica.

Los paneles de cristal permitían observar la exposición totalmente montada y cuando doña Graciela y Elena entraron, comenzaron a saludar a buena parte de la concurrencia que ya aguardaban por ellas.

Los discípulos de la anciana, que también expondrían, se hallaban allí y la crítica especializada inspeccionaba, minuciosa, las obras.

Elena vestía un traje de pantalón y chaqueta de color blanco, que contrastaba muy bien con su tez y su cabello oscuro. Luego de saludar a los que conocía, se acercó a sus dos pinturas allí expuestas: el paisaje cubano y la marina de Barcelona…

Permaneció en silencio, preguntándose si Álvaro acudiría, pero no lo había visto allí. Hacía muchos días que no tenía noticias suyas, pero ella misma le había pedido que fuese de esa manera.

Sintió que alguien se colocaba a su lado, y cuando levantó la cabeza, constató que se trataba de Gabriel. Verlo le causaba repulsión, por fortuna estaban en un lugar público y él debería comportarse.

—Eres una desgraciada —le dijo molesto y por lo bajo, mientras disimulaba una sonrisa—, por tu causa doña Graciela no me quiere ver más en su casa.

Elena levantó los ojos y le miró, exasperada.

—¿Vas a negar que pretendías drogarme? —le espetó.

Él no se esperaba esa acusación, ¿cómo podía ella saberlo?

—¿Vas a negarme que te estás acostando con el hijo de doña Graciela?

Elena se sobresaltó, ¿cómo podía él presumir algo así, si a Álvaro lo había conocido en una ocasión nada más?

—Tu amante fue a buscarme a mi galería para propinarme un trompazo —le explicó Gabriel, irritado—, y por supuesto yo tampoco iba a quedarme con las manos cruzadas y le devolví el golpe… Se lo he dicho a doña Graciela, y al parecer, no le importa que seas la novia de su hijo, a pesar de que me he informado bien y sé que está casado.

—¡Álvaro no es mi amante! —le contestó Elena, todo lo alto que las circunstancias le permitían—. De cualquier manera, él es todo un caballero, mientras tú has evidenciado ser una escoria…

Elena le dio la espalda y se alejó de su lado, muy confundida. ¡Álvaro había ido a enfrentar a Gabriel! Estaba tan sorprendida, que no sabía qué hacer… Buscó a doña Graciela, pero se la encontró hablando con una mujer de unos cuarenta años, alta, delgada y rubia, que tenía un aspecto muy refinado.

—Cristina —dijo doña Graciela cuando Elena se colocó a su lado—, te presento a otra de las expositoras, Elena Menéndez. Ella es Cristina Tablada. 

—Un placer —contestó la mujer.

—El gusto es mío —repuso Elena a su vez.

Al parecer, la mujer no tenía intenciones de establecer una conversación con Elena, porque se despidió de Graciela y comenzó a recorrer la estancia para ver la exposición. Elena permaneció pensativa, aquel nombre le evocaba algo, pero no recordaba qué.

—Cristina es la hermana de Blanca —le explicó doña Graciela con gravedad—, es amante del arte y, como se ha mudado a Madrid tras su divorcio, no ha dudado en venir.

Aquellas palabras bastaron para recordar por qué el nombre de Cristina le resultaba familiar y el apellido Tablada también, que era el mismo de Blanca, según le había dicho Julia en una ocasión. En Barcelona, la noche en la que Álvaro le confesó que era un hombre casado, habló al teléfono con una Cristina. Es probable que en su ausencia dejase a su esposa en compañía de su hermana…

A diferencia de Blanca, a la que la enfermedad había causado estragos, Cristina era una mujer grácil y hermosa, que a pesar de su edad no dejaba de pasar desapercibida. Elena descubrió que las hermanas se parecían, aunque solo había visto a Blanca en una ocasión había advertido que se trataba de una mujer que fue muy hermosa alguna vez. ¿La amaría Álvaro mucho? Pensó en él, que no estaba en la exposición y estaba deseosa de verle…

—Álvaro me temo que no viene —le comentó Graciela, como si le leyera la mente.

—¿Usted piensa que Cristina pueda reconocer en mi marina al bote de Álvaro? —le preguntó, preocupada.

Aquello no la había pensado antes, cuando decidió exponer una pintura tan personal para ella y para el hombre al que amaba.

—No lo creo —le respondió de inmediato doña Graciela para tranquilizarle—. Álvaro adquirió el bote después de lo sucedido y acostumbra a navegar él solo, no pienso que Cristina esté al corriente de ello.

Elena se serenó un poco, estaba algo alterada.

Doña Concha llegó y felicitó a las artistas, y Elena se dejó animar por la conversación alegre de su vieja amiga, que le contaba a casa rato que la concurrencia estaba encantada con sus pinturas. Doña Concha se movía por el salón, bien atenta a los comentarios de los asistentes para luego contarle a Elena lo que decían sobre ella.

—Un caballero de traje oscuro no deja de mirar una de tus pinturas con gran interés —le dijo doña Concha en una ocasión en la que volvió a su lado, llena de entusiasmo—. Se trata de la marina…

Elena miró en dirección a la pintura y, en efecto, vio a un hombre de mediana edad, pelo oscuro y chaqueta negra, inspeccionando la pintura. ¿Querría comprarla?

Al otro lado del salón, Cristina había iniciado una conversación con Gabriel y se reía con él de alguna de sus frases seductoras y vacías. Llevaban bastante tiempo en animada charla, cuando doña Graciela retornó a su lado, le comentó:

—No te preocupes, Cristina sabe cuidarse muy bien sola y ella es perfecta para Gabriel.

—Noto que no le simpatiza —afirmó Elena sorprendida.

—Mientras estuvo casada y vivía con su marido en una lujosa casa de Alcalá de Henares, no le importaba demasiado su hermana. La dejó sola en el peor de los momentos mientras Álvaro debía asumirlo todo. Ahora que regreso, la visita de manera esporádica… La última vez que accedió a quedarse pendiente de Blanca fue cuando Álvaro se fue a Barcelona, y fue bastante poco diligente, porque no se percató de que estaba enferma y acudió un poco tarde al hospital.

Las sospechas de Elena se habían confirmado.

—Álvaro, cuando viaja, prefiere dejar a Blanca con el excelente equipo de enfermeras que le atiende diariamente —prosiguió doña Graciela—, pues no confía en nadie más, ni tan siquiera en Cristina después de lo que sucedió. Ella tiene la cabeza completamente vacía…

—Me preocupa —razonó Elena—, que ella y Gabriel puedan hablar de Álvaro… Gabriel osó decirme hace poco que Álvaro fue a buscarle a raíz de su conducta conmigo aquella noche. Temo que de esa conversación entre los dos pueda surgir algún comentario malintencionado que nos perjudique a los dos.

Doña Graciela eso no lo había pensado, pero quiso restarle importancia al asunto.

—No creo que esto pase de un coqueteo circunstancial, además es probable que Gabriel no sepa quién es ella. Gabriel es muy cínico, pero sabe que hay ciertas cosas que es mejor callar. No te había querido hablar del enfrentamiento de Álvaro con él, porque hay cosas que es mejor dejarlas en el pasado y no quería que te alarmaras.

Elena se tranquilizó un poco, aunque, ¿qué podía suceder si a oídos de Cristina llegaba que ella era la amante de Álvaro, el esposo de su hermana? Aquello podía ser un escándalo de grandes proporciones y era mejor evitarlo a toda costa.

—Elena —le dijo doña Concha después—, tengo algo que contarte…

La anciana estaba entusiasmada, y sus ojos brillaban.

—¡Tu marina se ha vendido! —exclamó—. Ha sido el primer cuadro en la exposición que se vende, y a un excelente precio…

—¡No puedo creerlo! —Elena estaba alegre, aunque una parte de ella lamentaba tener que decirle adiós a una pintura que significaba tanto para ella—. Me siento muy emocionada…

Doña Graciela se lo confirmó minutos después y le pidió que la acompañase.

—El comprador desea conocerte, Elena, ¡estoy tan orgullosa de este triunfo tuyo!

Elena no pudo rehusarse, en realidad estaba muy feliz y debía agradecerle al caballero de traje oscuro que había comprado uno de sus cuadros.

Aquella noticia les impidió a ambas percatarse de que Cristina y Gabriel se marchaban juntos del Palacio de Cristal. Esa amistad de ambos podía ser el comienzo de muchos problemas para Elena.

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