Capítulo 27: La boda de Mari Paz

La boda de Mari Paz con Esteban el sábado fue hermosa y sencilla, organizada en un pequeño restaurante del barrio Carabanchel, al cual asistieron los amigos más cercanos.

Las mesas estaban decoradas con flores y las sillas de cintas blancas de raso, el engalanamiento suficiente para un gran acontecimiento, sin llegar a gastar miles de euros que serían más importantes para el futuro feliz y unido de la pareja.

Mari Paz estaba hermosa, con un vestido blanco, de una tela fina y vaporosa que caía hasta el suelo, sin grandes artilugios ni pompa excesiva. En su cabello, llevaba unas margaritas blancas y en la mano, un ramo con ese mismo tipo de flor.

Esteban, a su lado, estaba infundado en un traje azul oscuro, se veía muy guapo y, sobre todo, muy contento. Elena los miraba en silencio y se preguntaba si, en algún momento, ella también podría casarse… Con Álvaro era evidente que era un sueño imposible, porque ella no le iba a permitir que se divorciase de su esposa.

Pensar en él le ponía sumamente triste: no lo había vuelto a ver, no le había llamado, y ella sabía que aquello era lo mejor.

Julia le había saludado con amabilidad, pero no habían cruzado más de dos frases. Doña Concha sí estaba muy cariñosa con ella, haciéndole ver cuánto le echaba de menos:

—Mañana no faltaré a tu exposición —le dijo—. ¡No me lo pierdo por nada de este mundo! Julia sabes que mañana está de guardia y Mari Paz de Luna de Miel, pero yo representaré a la familia.

—Muchas gracias —le contestó Elena tomándole de las manos—. Le estaré esperando.

Mari Paz en ese momento acudió a ver a Elena, se hallaban en el patio del restaurante, bajo la sombra de un naranjo, con cierta intimidad. Ya había pasado la comida y los invitados bebían y bailaban, algunos incluso ya se comenzaban a retirar.

Elena le dio un abrazo a Mari Paz.

—Ya casi tengo que irme —se disculpó—, pero quería desearles una bella Luna de Miel. Espero ver muchas fotografías de ese viaje a Lisboa.

—¡Las verás! —exclamó la joven—. En un rato nosotros también nos iremos para el Hotel y mañana para Barajas a tomar el avión.

—Quería darte esto —le dijo Elena dejando caer sobre la mano de Mari Paz el manojo de llaves de su departamento—, te agradezco mucho tu buen corazón y lo que has hecho por mí, pero ya no es necesario… Cuando regreses de Lisboa, tendrán su casa para ustedes solos, como debe ser.

Mari Paz no se lo esperaba.

—¿Ya tienes dónde vivir? —preguntó.

—Yo sé algo sobre el asunto —intervino doña Concha—, pero no comenté nada hasta no saber que fuese seguro. Ya veo que aceptaste el ofrecimiento de Graciela y que vivirás en su casa.

—Así es, doña Graciela me ha lo ha pedido, consciente de mi actual situación y también porque está sola, y yo he aceptado.

—Siendo de esta manera estoy tranquila —le dijo Mari Paz—, sé que estarás en un buen sitio, aunque nada se compara a tenerte bien cerquita, en casa, como este año que compartimos juntas…

Las bodas ponen a flor de piel los sentimientos, y esa no sería la excepción. Aquel hermoso momento fue interrumpido por Julia, que se acercó a ellas y pidió hablar un momento con Elena, a solas. Doña Concha se marchó, así como Mari Paz, no sin antes despedirse las dos de Elena.

—Hola, Elena —se notaba que Julia tenía un camino difícil por delante—, no voy a andarme con rodeos y lo primero que quiero es pedirte disculpas. Sé que te juzgué mal y te ofendí, por lo que te pido que me perdones…

Elena suspiró, para ella tampoco era fácil.

—No tengo nada de qué perdonarte —le dio un breve abrazo—, sé que tus consejos fueron los mejores que podías haberme dado y he tratado de seguirlos.

—Mañana no podré ir a tu exposición —le comentó con pesar—, estoy de guardia, pero me gustaría mucho que regresaras a casa. Ahora, sin Mari Paz, mamá y yo estaremos muy solas.

Elena no se esperaba tamaño cambio de actitud, pero no flaqueó en la decisión que había tomado ya.

—Te lo agradezco, pero he encontrado dónde vivir. Recién le he devuelto las llaves a Mari Paz de su piso y en la mañana dejé mi equipaje en casa de doña Graciela. Me ha pedido que me mude con ella, necesita compañía y yo me siento a gusto con ella.

Julia tampoco hubiese imaginado aquello, pero no comentó nada negativo. A fin de cuentas, Álvaro vivía en otra casa y doña Graciela debía ser una mujer de mucho respeto.

—Me parece bien —comentó al fin—, pero espero que te pases por casa con frecuencia, por favor. ¡No dejes de visitarnos!

—No lo haré —contestó Elena dándole otro abrazo—. Hasta pronto.

Elena se marchó un poco triste. Hubiese querido regresar al que fue su hogar, pero después de la boda de Mari Paz, incluso de lo sucedido con Julia, no tenía sentido pensar que las cosas permanecerían como eran antes. Además, al lado de doña Graciela estaría bien y podría aprender mucho de ella. ¿Tal vez se sentía triste porque no sabía de Álvaro?

Podía ser, a pesar de que se alegraba mucho por Mari Paz y por aquel enlace, lo cierto es que pensaba, cada vez con más frecuencia, que ella jamás tendría acceso a aquella felicidad.

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