Capítulo 25: En el Museo de El Prado

El departamento que Mari Paz y Esteban habían rentado era exactamente el lugar que Elena precisaba: tranquilo, pequeño y ajeno por completo a Álvaro, que no conocía nada de él.

Faltaban unos diez días para la boda de su amiga y su exposición, y aunque Mari Paz le hubiese asegurado que podía permanecer en el piso el tiempo que estimara, ella no deseaba abusar de su generosidad, por lo que se puso de inmediato a buscar dónde quedarse.

Los días transcurrieron para ella en una rutina inalterable: Museo de el Prado, pintar en casa y buscar departamento… En lo primero, había avanzado mucho, en lo segundo algo había hecho, ya que su creatividad estaba pasando por un momento de crisis, reflejo de su estado de ánimo. En lo último, no había tenido suerte.

La renta de un pequeño local era demasiado alto para ella, en la mayoría de los casos pedían pago por adelantado de tres meses y fianza, algo que ella no podía pagar. Debía optar por la opción de compartir piso con un desconocido o hacer uso de sus reservas y confiar en el dinero que tenía ahorrado… La decisión no era fácil y, cinco días después de su mudanza, todavía no había tomado ninguna.

A Álvaro no lo había visto más, aunque le llamaba todos los días. Ella no le respondía, no podía hacerlo después de lo que sucedió con Julia y que precipitó que se marchara del hogar donde se hallaba tan cómoda. Aunque no se lo hubiese dicho de manera tan clara a Mari Paz, estaba muy triste y avergonzada de sí misma por lo que había sucedido. Trataría de borrar de su mente a Álvaro y para ello haría su máximo esfuerzo, ya que pensaba que así podría volver a sentirse mejor con su conciencia.

Aquella tarde de martes en El Prado, se hallaba muy concentrada en su lienzo, pintando las figuras centrales de la obra, cuando alguien que se colocó a su lado, la desconcertó por unos segundos.

—Te está quedando excelente —murmuró una voz profunda y conocida—, me encanta…

Elena se giró hacia él. Era Álvaro, que la miraba con una expresión contenida y algún sentimiento que todavía no se sentía con el valor de expresarle.

—He estado muy preocupado por ti —se explicó—, no me contestas el teléfono, no has ido a ver a mi madre, así que vine con la esperanza de hallarte aquí, tras el caballete, en función de esta hermosa copia. Una vez me confesaste que, de perderte en algún sitio en Madrid, de seguro sería en este.

—Estoy trabajando y estoy bien, como puedes ver… —le comentó ella.

—Por favor, necesito hablarte. Voy a esperarte fuera, ¿está bien?

Elena no tuvo cómo rehusarse, guardó sus utensilios en un portafolio y colocó la pintura en un costado de la sala expositiva. Luego salió del Museo, rebosante con la cantidad de personas que le visitaban esa tarde. Álvaro debió haber hecho la fila y pagar la entrada para verle, al parecer tenía verdadero interés por encontrarla.

Volvieron a reunirse al frente del Museo, cercanos a Velázquez, la emblemática estatua de la fachada del Museo de El Prado.

Elena y él tomaron asiento en un banco, bajo la sombra de un árbol, mientras se observaban en silencio. Fue Álvaro el que primero tomó la palabra, al ver que ella no propiciaba ninguna conversación.

—Pensé que luego de la última vez que nos vimos me tomarías el teléfono. He estado muy preocupado por ti.

—Lo siento, pero para mí es más fácil no hablarte. Cuando lo hago, mi resolución de mantenerme alejada de ti se quiebra, y ambos sabemos que ninguna decisión para nosotros es fácil.

—Aun así, me hubiese gustado que me respondieras… —prosiguió él—. Me he desesperado de que pudiese sucederte algo y, ante tu silencio, me he atrevido a ir a casa de Julia a buscarte.

La expresión de sorpresa de Elena fue más que elocuente.

—¡No debiste haber hecho eso! —le reprendió.

—Lo sé —Álvaro se encogió de hombros—. Julia me recibió con frialdad y me comunicó que ya no vivías allí…

Elena lo miró a los ojos, temerosa de que Julia lo hubiese sermoneado o juzgado por haber aparecido ante su puerta.

—¿Te ha dicho algo más?

—No —contestó él—, pero he venido para saber de ti, preguntándome si estabas bien y dónde estabas parando… Mi madre me ha dicho que tu beca ha cesado y que ahora dependes de las pinturas que vendas y de tus ahorros para sobrevivir y me preocupa que puedas estar pasando dificultades…

Elena se rio, pero su risa era amarga.

—Te lo agradezco, pero no debes preocuparte por mí.

—¡Por supuesto que me preocupo por ti! Por favor, dime que sucedió…

Elena dudó si decirle la verdad, pero no le ocultó nada. Aquella explicación le haría entender a Álvaro la razón por la cual no podían estar juntos.

—No debes preocuparte —le reiteró—, ahora estoy en casa de Mari Paz, hasta que ellos regresen de su Luna de Miel y tengo algo de tiempo para encontrar dónde quedarme.

—Las rentas están altas —le interrumpió él—, yo puedo ayudarte… Me siento en el deber de hacerlo, ya que mi relación contigo te ha perjudicado al punto de quedarte sin un techo. Déjame ayudarte económicamente, por favor.

El rostro de Elena se encendió ante la sugerencia.

—No aceptaré ni un centavo de tu parte, Álvaro —le espetó cortante—, no es tu culpa lo que sucedió y yo puedo arreglármelas bien sin que interfieras. Si comprendiera que es inviable mantenerme en Madrid con los costes que ello supone, adelantaré mi regreso a La Habana y volveré con mis padres…

Aquella solución hizo que Álvaro se levantara del banco, como un resorte.

—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamó—. No puedes irte así… No puedes dejarme.

Elena sentía que el corazón se le rompía en mil pedazos.

—Julia era como una madre para mí —le explicó—, le admiraba y ella a su vez me tenía un gran cariño. Me advirtió varias veces sobre ti y que me alejara a tiempo… Sé que para ella esa decisión era muy fácil de decir y para mí muy difícil de acatar… Sin embargo, reconozco que su razonamiento era el correcto, que sus argumentos son válidos, tanto que son los mismos que yo me digo a mí misma para mantenerme separada de ti lo más posible. Ese día en el que discutimos, en cambio, su decepción —justificada o no—, me hizo darme cuenta de que puedo avergonzarme de mí misma por quererte y alentarte y no quiero sentirme así. Hui de esa casa donde llevaba más de un año, con el temor de volverme en algún momento una mala persona, por ir en contra de mis principios al involucrarme contigo.

—Elena, —le interrumpió él—, las cosas no son así, y lo sabes.

Ella negó con la cabeza.

—No quiero volverme a sentir así jamás, por mucho que te quiera… —confesó con un hilo de voz.

Él se quedó mirándola a los ojos, tenía la sensación de que por más que hiciese algo, no lo lograría.

—Ya sabes que estoy bien —concluyó Elena poniéndose de pie—, pero por favor, no me busques más.

Elena se marchó y Álvaro con una honda tristeza, el incidente con Julia y abandonar aquella casa le había golpeado en lo más profundo, impidiéndole incluso respirar… Se había despedido de él y esperaba que esta vez hubiese sido para siempre.

Al día siguiente, recibió una llamada de doña Graciela y le contestó de inmediato. Se hallaba en el departamento de Mari Paz, recostada en el sofá, mirando desde su teléfono anuncios de rentas de departamentos para visitar.

—¿Hola?

La voz de doña Graciela, tan inconfundible, se escuchó con claridad.

—Querida, hace tiempo que no sé de ti y me gustaría invitarte a casa para conversar un poco, ¿tienes tiempo?

Elena apenas disponía de espacio en su agenda, pero aceptó. Doña Graciela había sido tan buena con ella que no se sentía con el derecho de no satisfacer un deseo suyo, más cuando era cierto que la había descuidado y hacía días que ni siquiera conversaban.

Por un momento temió que se encontraría a Álvaro o incluso a Gabriel en casa de la dama, pero la verdad es que ella se hallaba sola. De inmediato se acomodaron en el salón acostumbrado y comenzó la charla, mientras compartían unos dulces y refrescos que el servicio de doña Graciela había llevado, para amenizar aquella tarde calurosa del mes de julio.

—Ya faltan muy pocos días para la inauguración de la exposición —comentó Graciela—, imagino que debes tener muchos nervios.

Elena no estaba muy nerviosa, más bien preocupada por la incertidumbre sobre su futuro en Madrid ante la nueva situación de no tener hogar.

—Todavía no me lo creo —contestó—, así que no me han ganado los nervios aún.

Doña Graciela sonrió.

—¿Ya sabes que te pondrás ese día? Es en la mañana, pero debes escoger algo bonito y sobrio que enaltezca tu figura y tos ojos, es importante dar una excelente impresión y ese día te presentaré a varias personas influyentes.

—No he seleccionado nada aún —confesó Elena—, ni si quiera he pensado en ello…

—No te preocupes —prosiguió Graciela—, yo tampoco he decidido qué llevar, así es que entre otras cosas te quería pedir que me acompañaras mañana para comprar algo para esa ocasión, y también quisiera regalarte un traje hermoso para ti.

Elena se sorprendió ante su amabilidad.

—¡Es usted muy generosa, pero no puedo aceptarlo! —exclamó—. Tengo un bonito vestido para la boda de Mari Paz que es el día antes, he pensado que quizás pueda repetir, ya que casi nadie asistirá a los dos eventos.

Graciela sonrió con condescendencia.

—No voy a permitir eso —insistió—, mañana iremos de compras.

Eso hicieron: al día siguiente recorrieron el centro de compras y doña Graciela le compró a Elena un hermoso traje de pantalón y chaqueta en Zara, que le quedaba perfecto. Luego compraron unos zapatos de un tacón pequeño y discreto que en ella sería cómodo —a causa de su esguince—, pero a la vez elegante. Al término de las compras, doña Graciela la invitó a su casa a comer y Elena no se hizo de rogar.

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