Capítulo 23: Madrugada juntos

Elena sintió un alivio enorme cuando vio que Álvaro había acudido enseguida y la esperaba afuera de la Kapital, más atrás de la enorme fila para entrar. Elena no demoró en salir y, cuando lo tuvo frente a ella, se abrazó a él.

Álvaro estaba confundido, no sabía lo que había sucedido, pero no dudó en acudir a su llamado. Siempre dormía con el celular encendido a causa de su esposa o de su madre, así fue que, entre bostezos, atendió la llamada de Elena.

Pensó que la había perdido para siempre por aquel pelirrojo desagradable cuando la vio marchar con él, pero al parecer no había sido así… Álvaro la estrechó contra su cuerpo mientras se percataba de que ella temblaba en sus brazos, ¿qué le habría sucedido?

—¡Qué rápido viniste! —exclamó ella, quien todavía tenía el rostro escondido en las solapas de su chaqueta.

—Me quedé en casa de mamá —le explicó él—, era tarde y me pidió que no me fuera, así es que en realidad estaba muy cerca de aquí cuando me llamaste. ¿Qué sucedió?

—Después te explico —dijo ella separándose de él—, quiero irme ya de aquí.

Álvaro no la abrumó con preguntas, la llevó de la mano hasta su Audi negro y condujo de regreso hasta casa de su madre.

—¿No me llevas a Carabanchel? —preguntó ella extrañada.

—Es un poco tarde, estás alterada y no te voy a dejar sin que antes me digas lo que te sucedió. Mi madre tiene habitaciones de sobra, es un departamento bien grande, como sabes, y no se percatará de que llegamos en mitad de la madrugada.

Elena confiaba en él, así que no puso objeción alguna y subió en el ascensor hasta el último piso. Las luces estaban casi en su totalidad apagadas y ambos entraron a hurtadillas, como dos ladrones, ¿qué pensaría doña Graciela de aquella intromisión? Elena se hacía aquella pregunta cuando Álvaro la llevó hasta la cocina y la hizo sentarse en una silla.

—Voy a hacernos un té, pienso que los dos lo necesitamos.

Elena permaneció en silencio mientras observaba a Álvaro calentar el agua y luego preparar el té que humeaba cuando él se lo plantó delante.

—No te vayas a quemar —le advirtió con dulzura.

Elena sonrió por primera vez en mucho tiempo.

—Gracias —le dijo mirándolo a sus ojos grises—, me hacía falta —y no se refería precisamente al té.

Álvaro se sentó delante de ella y bebieron juntos en silencio, mientras compartían miradas que eran más elocuentes que cualquier discurso. Cuando terminaron y él comprobó que Elena estaba más relajada, le preguntó:

—¿Qué sucedió? Dime por favor…

Elena no le ocultó nada, le narró con lujo de detalles el comportamiento que había tenido Gabriel con ella, cómo había utilizado el recurso de comprarla con sus conexiones y posibles prebendas, cómo intentó drogarla e incluso, besarle a la fuerza…

Álvaro dio un puñetazo sobre la mesa, rabioso.

—¡Tendrá su merecido! —exclamó.

—Por favor —le pidió ella tomándole una mano—, baja la voz y prométeme que no harás nada, ya pasó y no me sucedió nada… Solo que me quedé asustada, jamás había pasado por una situación como esa.

—Es un canalla…

—Es un hombre que está acostumbrado a obtener lo que quiere de forma muy fácil. A mí me despreció desde el primer momento por ser extranjera, y creyó que, ofreciéndome la gloria, lograría meterme en su cama.

—No te conoce en lo más mínimo… —murmuró él.

Elena volvió a sonreír, al pensar en ellos y en Barcelona. Álvaro la había respetado todo el tiempo, fue ella quien le instó a besarla la primera vez.

—Solo quiero que me digas algo —prosiguió él—, ¿por qué te fuiste con este tipo esta noche? ¿Por qué no me dejaste que yo te llevara a casa?

Elena suspiró y tardó unos segundos en responder.

—Porque tengo que olvidarme de ti y creí que estaba haciéndolo bien si salía con él…

Álvaro la observaba sorprendido y tomó su mano por encima de la mesa.

—Escúchame bien —le dijo con seriedad—, no voy a permitir que te olvides de mí…

¡Tenía tantos deseos de darle un beso!

—Julia me ha dicho en voz alta lo que yo me digo a mí misma en mi cabeza todos los días: que esto es una locura y que no está bien… La noche que apareciste en casa, me confrontó, está en contra de lo nuestro tanto por mi bien como por el bien de Blanca y yo comprendo que tiene razón en todo lo que me dijo. Cuando llegaste en esa oportunidad diciéndome con tanta seguridad que irías a divorciarte, me alarmé… Fue por eso que le di una oportunidad a Gabriel, a sabiendas de que yo no era lo que yo deseaba. Es que estoy asustada, Álvaro, con eso que me dijiste.

—Lo siento —él continuaba acariciándole la mano—, pensaba que hacía bien las cosas. Aquel día te vi marcharte con Gabriel en su coche y me percaté de que podría perderte. Entonces te hablé de divorciarme y te lo dije en serio, pues pensé que esa era la solución que te merecías, que nos merecíamos los dos.

—Pues no —le afirmó ella—, te he dicho en muchas ocasiones que me sentiría muy culpable si te lo permitiera y tú también luego de hacerlo, lo sabes tan bien como yo, aunque no quieras admitirlo. Te pido que no me vuelvas a poner en una situación como esa…

—Está bien —accedió él—, no lo haré.

Elena se levantó de la mesa y Álvaro hizo lo mismo, se abrazaron en medio de la cocina, pero él no la besó, sentía que no había llegado el momento y que Elena estaba demasiado ofuscada para lidiar esa noche con su sentimiento de culpa. Era un bálsamo para ella estar en sus brazos, le había echado tanto de menos…

—Voy a llevarte a una habitación de invitados para que descanses un poco.

—Está bien, pero por favor, tenemos que irnos bien temprano. No quiero que doña Graciela me descubra aquí ni tampoco que Julia sepa que he dormido fuera de casa, he tenido algunos problemas con ella y no deseo crear uno más.

—Está bien —Álvaro consultó su reloj—. Son las tres de la mañana, pondré la alarma para las cinco y antes de las seis estarás en Carabanchel.

Álvaro la llevó a una habitación de invitados, la acostó en la cama como había hecho en Barcelona y, cuando iba a marcharse para su cuarto, ella le tomó de la mano y le detuvo.

—Por favor, quédate conmigo.

Él asintió y se acostó a su lado. Estaban tan próximos el uno del otro que sus rítmicas respiraciones se sentían en la oscuridad de la madrugada. Álvaro la abrazó, antes de que ambos se quedaran dormidos. No era hacer el amor, pero era una preciada intimidad…

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