Capítulo 20: Problemas
Elena debía reconocer que la conversación de Gabriel era entretenida. Al igual que Álvaro era un hombre muy culto, quizás mucho más presumido, pero eso no impidió que le escuchara hablar de las exposiciones que había montado a lo largo de su carrera que, para ser un hombre joven, había sido bastante notable.
Cuando llegaron a la casa de Elena en Carabanchel, él se despidió con par de besos, no sin antes invitarle a salir una vez más. Elena se negó con diplomacia, señalando que cenarían en casa de doña Graciela el miércoles. El joven no insistió más y ella se bajó del coche, topándose con Julia en la entrada del edificio, que regresaba del hospital.
—¡Hola! —exclamó la doctora—. ¿Quién es ese que te ha traído en coche?
Elena hurgó en su bolso para sacar la llave y juntas entraron al edificio.
—Es el Curador de la exposición, le he conocido en casa de doña Graciela y ha insistido en traerme.
—Parece guapo, al menos es lo que pude ver a través del cristal…
Elena se rio de ella, era evidente que trataba de emparejarla con aquel hombre y eso que prefirió no contarle sobre el par de invitaciones que había declinado.
Una vez en la casa, Elena se fue a dar un baño y se relajó un poco en la habitación mientras Mari Paz entraba a hablarle de los últimos detalles de la boda. Se casarían el viernes próximo, justo antes de la inauguración de la exposición en el Palacio de Cristal que sería el sábado.
Mari Paz no podría estar en la inauguración, pues ya estaría de Luna de Miel en Lisboa, pero doña Concha no se lo perdería por nada del mundo.
Después de la hora de comer, doña Concha tocó en la habitación de Elena, su semblante le alertó que sucedía algo.
—Pequeña, alguien te busca afuera.
—¿Quién es?
—Es Álvaro, el hijo de doña Graciela, no sabía que le conocías. Por un momento pensé que le había sucedido algo a ella, pero me ha asegurado de que está bien y que solo ha venido a traerte un recado. Insiste en que debe ser personalmente.
Elena se cambió de ropa lo más rápido que pudo, luego del baño llevaba una simple camisola bastante corta, con la que no podría salir al exterior.
Para su sorpresa, se encontró a Álvaro en el salón conversando con Julia que le había recibido, a pesar de sus reservas.
Elena se sintió bastante incómoda, no solo por la visita repentina sino por el hecho de que Julia se hubiese enterado de que Álvaro era el hijo de la pintora que le ayudaba. Debía creer que se lo había ocultado de manera deliberada —y así había sido—, por lo que se sintió muy avergonzada delante de ella. Julia era una mujer muy recta, pero se retiró para dejarles a solas.
—¿Puedes bajar conmigo? —le pidió Álvaro.
Elena accedió, puesto que no se sentía con derecho a hablar con él en casa de la familia que con tanta amabilidad y cariño la acogía. Álvaro se percató de que Elena no tenía el mejor ánimo posible, pero no comentó nada hasta que estuvieron abajo.
—¿Le sucede algo a tu madre?
—No, ella está bien. No es eso.
—¿Entonces qué sucede? —le increpó Elena un poco disgustada—. ¿Qué pudo haberte hecho venir hasta aquí?
—¿No puedo venir a esta casa? —le preguntó él, también visiblemente molesto.
—Preferiría que no —contestó con sinceridad—, Julia está al tanto de que eres el hombre que conocí en Barcelona y me ha recomendado, como es natural, que no me involucre contigo. Es por eso que no le informé que eras además el hijo de doña Graciela, y ahora lo ha descubierto todo y temo que piense mal de mí ante mi falta de sinceridad.
Álvaro sonrió, decepcionado.
—Pensé que yo valía más para ti que los reproches ajenos, que los prejuicios.
—Es más que un tonto prejuicio y lo sabes. De cualquier manera, no me has dicho cuál es el motivo que te ha traído hasta aquí a estas horas.
Álvaro suspiró.
—¿Quién es el hombre del coche al que subiste hoy en casa de mi madre? Te he visto, así que por favor no lo niegues.
Esta vez fue Elena quien se exaltó, al ser testigo de aquellos celos absurdos, sin motivo e incluso sin derecho a albergarlos.
—Soy incapaz de negarte la verdad, así que me ofendes al instarme a ser sincera, cuando de los dos yo no he sido la que jamás ha ocultado información alguna. De cualquier manera, encuentro muy mal que hayas venido buscando unas explicaciones a las que no tienes derecho.
—¡Vaya! —exclamó Álvaro—. Para que me respondas así es porque tienes alguna relación con ese hombre, ¿no es cierto?
—Piensa lo que quieras —respondió ella—, si tan poca confianza tienes en mí, no mereces que permanezca escuchándote.
—Elena —él se calmó un poco—, no es eso. ¿Acaso no entiendes que por ti estoy a punto de pasar por encima de lo que creí más sagrado en mi vida? Al menos, si voy a sacrificar a Blanca y a divorciarme de ella, debería saber el terreno que estoy pisando contigo.
Elena se quedó en silencio, no se esperaba aquellas palabras. De hecho, estaba atónita por lo que le escuchaba decir.
—Yo nunca permitiría que te divorciaras de Blanca, —le contestó—, sabes que no puedes hacer tal cosa.
—No te mereces ser mi amante —contestó él con mucho sosiego—. Yo siempre apoyaría a Blanca, iría a verla con frecuencia y seguiría costeando sus tratamientos y enfermeras, pero no puedo continuar siendo su esposo, si eso supone que jamás podré estar contigo.
Elena ya no estaba molesta, estaba más bien asustada.
—Lo siento —le dijo por fin—, no puedo aceptar eso. No puedes dejar a Blanca, te necesita. Puede que ese divorcio termine con su vida, y nosotros no podemos empezar con semejante carga a cuestas. Ambos sabemos qué es lo correcto y si tú no lo has olvidado momentáneamente, sé que lo recordarás cuando vuelvas a casa y mires a tu esposa a los ojos.
Álvaro se quedó en silencio, se acercó a ella e intentó abrazarla, pero Elena no se lo permitió.
—Elena, yo te quiero, te preciso en mi vida, ¿es que no lo ves? ¿Puedes sacrificarme de esa manera? ¿No es momento de que piense en mí? No te estoy hablando de olvidarme de Blanca, yo la quiero tanto a ella también que siempre estaré a su lado, pero te hablo, en cambio, de ser un hombre libre, un hombre que cuando te bese o te haga el amor, no se convierta en un adúltero.
Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas.
—Lo siento, no puedo —se alejó y cerró la puerta del edificio.
Mientras subía en el ascensor las lágrimas rodaban por sus mejillas y cuando entró al piso, no pudo esconderlas. Allí le esperaba Julia, las demás se habían ido a la cama, pero la expresión de la doctora no era buena. Tenía motivos más que suficientes para censurar la conducta de Elena y tendría una conversación bastante seria con ella.
—Elena —comenzó Julia cuando ambas tomaron asiento—, es cierto que no eres mi hija y que yo no debo sermonearte ni inmiscuirme en tu vida privada, pero también es cierto que estás bajo mi techo y te tengo gran cariño, así que no puedo cerrar los ojos y ver cómo arruinas tu vida o la de otras personas a las que no tienes el derecho de afectar con tus acciones.
Elena sollozó.
—Siento no haberte dicho que Álvaro era el hijo de doña Graciela, yo tampoco lo sabía. Fue hasta hace muy poco que supe la verdad.
—Está bien, pero lo peor no es la mentira, es el motivo que trajo a Álvaro a esta casa… ¿Por qué te busca, Elena? ¿No le bastó con que ya sepas que es un hombre casado?
Elena optó por decir la verdad y narrar cómo Álvaro la había visto en el coche de Gabriel y que había ido allí buscando una explicación, sin merecerla. Julia estaba bien alarmada al escucharle.
—Si ha venido buscando una explicación es porque cree que es digno de ella… —comentó con severidad—. ¿Le has dado algún motivo para considerar que todavía puede aspirar a una relación contigo?
Elena no contestó, solo se limpió el rostro con las manos.
—Es evidente que le has dado algún tipo de esperanza —concluyó Julia—, y si es así me decepcionas, hija, porque has alentado un sentimiento en un hombre al que no puedes y no debes pretender.
—Lo sé —le contestó al fin—, he tratado de olvidarlo, pero cuando lo vi esta semana en casa de doña Graciela, no pude evitar que los sentimientos en mi corazón salieran a flote nuevamente. Álvaro y yo hablamos mucho el sábado, me explicó su cruda realidad, me dijo que lucharía por mí, que no podía quedarse de brazos cruzados luego de que la vida me pusiese frente a él una vez más…
—Y tú lo aceptaste, ¿no? —le preguntó Julia, cada vez más decepcionada.
Elena asintió.
—No con palabras, pero no fui firme como debí haber sido.
—Elena —trató de razonar Julia con ella—, Blanca es mi paciente hace muchos años y Álvaro es su esposo, el sostén de su vida, la fuerza que la impulsa a sobrevivir. Ya sabemos todos que no es una vida fácil, pero ella nada más le tiene a él. En cambio, tú puedes rehacer tu vida con otra persona que, tarde o temprano, llegará a tu vida. Tres días en Barcelona no pueden ser suficientes para que Álvaro eché por tierra más de diez años de su vida dedicados a su esposa, a una esposa que le necesita.
Elena sintió cómo sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más.
—Lo sé, —contestó—, hoy me ha asustado. Me ha dicho que piensa divorciarse de Blanca, aunque seguirá ayudándole, pero sé que eso está mal y no lo acepté.
Julia se levantó del sofá, incapaz de seguir sentada por más tiempo, escuchando lo que creía un completo sinsentido.
—Blanca no soportaría algo así —le dijo a Elena—, es una monstruosidad si quiera pensar en divorciarse de ella. Aunque su interés sea seguir ayudándole, Blanca puede que no le reciba más sabiendo que le ha abandonado. Cada vez se ha quedado más sola, una vez me lo confesó en una consulta. ¡Dios mío! —exclamó—. ¡Si se divorcia es probable que no sobreviva!
Elena también se levantó.
—Nunca consentiré eso, Julia —le aseguró con convicción—, me alejaré de Álvaro, te lo prometo. Sé que es lo correcto y hoy lo he constatado con esa decisión descabellada que pensaba tomar.
—Muy bien —contestó Julia—, voy a confiar en ti y te pido de verdad que seas sensata por los dos. Sabes que te tengo un gran cariño, Elena, como si fueses mi hija, pero no aceptaría jamás esa relación y, si pierdes la cabeza por ese hombre, no podrás seguir viviendo en esta casa.
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