Capítulo 2: El accidente
El cabello de Elena se agitaba, incontrolable, ante la brisa que batía. Estaban frente al barco, pero no se había atrevido si quiera a mirar al hombre que estaba a su lado. No podía dejar de pensar en la palabra “Destino” que parecía ser más que el nombre de la embarcación, era sobre todo esa fuerza invisible que uno o desune los caminos de las personas, de manera fortuita. En el caso de ellos, era indudable que el destino o la providencia, les había unido.
—Si te parece, te invito a mi bote a tomar una cava —su voz profunda, interrumpió los pensamientos de Elena.
Caballero al fin, Álvaro le dio la mano y la ayudó a descender. Aún no había anochecido, pero faltaba poco para ello, el cielo seguía con esas bellas tonalidades del crepúsculo, y la vista desde la embarcación le había gustado mucho. Elena se acomodó en la cubierta, en uno de los asientos que se hallaban cercanos a las barandillas y Álvaro se sentó frente a ella.
—¿Te gusta el mar? —le preguntó él.
Elena sonrió.
—Nací en una isla, me encanta.
—Cierto —continuó Álvaro—, estuve una vez en Cuba y me pareció un país encantador. Las personas son muy cálidas y nosotros los españoles siempre tenemos una sensación de apego con nuestra última posesión perdida en la América.
—El desastre del 98, como lo llaman ustedes —comentó ella.
—Así es, en 1898 perdimos la guerra, algo que no se olvida en nuestra historia, pero no hemos venido a hablar de ello, ¿verdad? Iré a buscar el vino.
Álvaro desapareció en la cabina del barco y regresó con par de copas y una botella de vino La Rioja.
—Esta es una excelente cosecha, espero no sea demasiado dulce para ti.
—Lamento decir que tengo muy poca experiencia catando vinos, a pesar de que llevo un año en España y que los disfruto todos.
Él se rio.
—Debes aprender —descorchó la botella luego de colocar las copas frente a Elena en una mesa pequeña—. Cada cosecha es única, depende tanto del tipo de vid, como de la tierra, la lluvia y la forma en la que se cultive.
Echó un poco de vino en la copa y la revolvió. Luego lo acercó a su nariz y lo olió con gusto, como si el ejercicio lo remontara a algún lugar lejano. Cuando despertó de su ensoñación le pasó la copa a Elena.
—Ahora hazlo tú.
Ella lo complació. Agitó el vino y llevó la copa a su nariz.
—Cierra los ojos —le pidió.
Elena así lo hizo. El olor del vino le estremeció, jamás había reparado tanto en el olor más que en el sabor. Cuando volvió a abrir los ojos Álvaro la estaba mirando en silencio, con una gravedad que le sobresaltó. ¿Qué hacía en el barco con un desconocido catando vino?
Álvaro le rellenó la copa y luego se sirvió a él.
—Por las coincidencias —dijo chocando ambas copas— o mejor, por el destino.
Elena no contestó, se limitó a saborear el vino que estaba delicioso. Álvaro se sentó nuevamente frente a ella, a una distancia prudencial, para darle espacio o, al menos, todo el espacio que fuese posible en un barco pequeño.
—Ahora dime —prosiguió él—. ¿Qué te ha traído a España? Has dicho que llevas un año aquí…
—Obtuve una beca en la Universidad Complutense de Madrid para terminar mis estudios de restauración. Además, soy artista plástica.
—¡Vaya! ¡Qué interesante! —exclamó él—. Te doy mi enhorabuena. Entonces estás en Barcelona solo de paso…
—Sí, es mi primera visita a la ciudad, recién he llegado.
—Muy bien, —prosiguió él terminando su copa de vino—, entonces permíteme hacerte dos sugerencias que de seguro ya has tenido en cuenta para tu viaje, como paradas obligatorias: la primera, el Museo Nacional de Arte de Cataluña en Montjuic, te aseguro que Montjuic vale mucho la pena, para mí es el sitio más hermoso de Barcelona.
—Pienso ir mañana a Montjuic —le respondió con una sonrisa.
—Eso imaginé, para un artista o un arquitecto, no hay mejor lugar, aunque también lo es seguir los pasos de Gaudí. Yo, por ejemplo, soy arquitecto, por eso disfruto mucho de Barcelona y soy admirador de Gaudí.
Elena sabía a quien se refería. Antonio Gaudí fue un arquitecto modernista catalán, a quien Barcelona debe grandes obras emblemáticas de la ciudad, quizás la más famosa fuese la Catedral de la Sagrada Familia.
—¡Por supuesto! —Elena comenzaba a disfrutar mucho de la conversación con aquel hombre, a la legua se notaba que era muy culto—. La Sagrada Familia es otra de las paradas obligadas. Me alegra saber que eres un arquitecto, así sé que nuestras profesiones son cercanas, y nos une el gusto estético y el arte.
—Has dicho bien —contestó Álvaro. Para él la conversación con aquella joven de pelo oscuro, largo y ondulado, cada vez se tornaba más interesante—. Sobre el otro sitio que te había recomendado, además de Montjuic, es el Museo Picasso, imprescindible para alguien como tú, tan interesada en el arte. El Museo Picasso se encuentra en el Barrio Gótico, que es una delicia para cualquier visitante. Sus edificios antiguos y sus callejones son preciosos, ya lo verás.
—Muchas gracias por la sugerencia, las seguiré al pie de la letra.
—¿Cuántos días estarás en Barcelona? —preguntó.
—Una semana, me hospedaré en casa de una amiga que ha salido fuera de la ciudad y me ha dejado las llaves con el conserje.
—Al menos te ahorras el alojamiento, siempre es mejor parar en una casa.
—También debe ser muy agradable dormir en un bote como este.
Álvaro se rio.
—Es mío, pero la mayor parte del tiempo lo tiene mi cuñado. Lo cierto es que yo también vivo en Madrid —de momento su rostro se tornó bien serio al recordar algo, pero prosiguió—, pero he venido a visitar a mi hermana y a mi sobrino y lo hago con frecuencia, entonces siempre aprovecho también para navegar un poco.
Elena se preguntó si no tendría a nadie más en su vida, a juzgar porque estaba solo en aquella embarcación.
—Siempre es bueno ver a la familia, yo por ejemplo este verano no podré regresar a La Habana, los boletos son muy caros y he preferido permanecer en España hasta el año próximo, cuando debo retornar a mi país.
—¿Piensas regresar?
A Elena no le molestó la pregunta, más de una persona se la había hecho, suponiendo quizás que se establecería en la ciudad europea.
—Sé bien cuál es mi casa —contestó—, y deseo mucho regresar a ella, hasta entonces disfruto de las posibilidades que me ha brindado esta beca y de mi estancia en este país maravilloso, pero regresaré el año próximo al mío.
Elena se percató de que estaba anocheciendo y no conocía bien la ciudad. Había pasado al departamento de su amiga y dejado su pequeño equipaje, pero no sabía moverse bien por Barcelona y luego del incidente del robo tenía miedo de que le sucediese algo.
—Lo siento —dijo poniéndose de pie—, la conversación ha estado muy interesante, pero debo marcharme ya; se ha hecho tarde y la casa de mi amiga es en las afueras.
Él también se puso de pie.
—Me encantaría llevarte —se ofreció con amabilidad—, tengo el coche aparcado bastante cerca.
—No es necesario —Elena se acercó y le dio un brevísimo beso en el rostro, que a él le tomó desprevenido—, ha sido un placer. Muchas gracias por todo, incluyendo el vino y la charla tan agradable.
Elena le dio la espalda para marcharse. Álvaro permaneció atónito, pues no se esperaba una salida tan intempestiva. Aquella joven tan hermosa se marchaba ya, y no tenía ni siquiera su número.
—Elena —le advirtió mientras intentaba acercarse a ella y tomarla por la cintura—, ten cuidado con las amarras, puedes caerte y…
La advertencia llegó demasiado tarde, así como su intento por ayudarla. Elena no había visto una de las sogas sobre la cubierta, se tropezó con ella y cayó al suelo, con un fuerte dolor en su pierna derecha. Álvaro se quedó lívido al escuchar sus sollozos y expresiones de dolor, la incertidumbre de aquel instante le recordó un momento doloroso en su vida que le perseguía desde hacía diez años… Despertó de sus remembranzas y se acercó a Elena, que estaba tendida en el suelo, muy adolorida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top