Capítulo 12: Volver a Madrid

Al día siguiente, Elena no había tenido noticias de Álvaro y tampoco lo había llamado, a pesar de que deseaba saber que no había tenido ningún percance de regreso a Madrid. Por carretera, en coche, era un viaje de unas seis horas, ya que era poco más de seiscientos kilómetros, una distancia nada despreciable para hacerla en la noche.

A las diez de la mañana, un toque en la puerta la sorprendió. Ella no se había cambiado de ropa, todavía vestía su pijama, por lo que puso una bata por encima. Debía tener muy mal aspecto porque le fue muy difícil conciliar el sueño y tenía los ojos hinchados por el desvelo y las lágrimas. Por un momento se preguntó si sería Álvaro, pero aquello era una locura. Cuando por fin pudo abrir la puerta, se percató de que era Iñaqui, el esposo de Ali, la persona que había ido a visitarla.

—Buenos días —le dijo el abogado, siempre tan amable, pero a la vez formal—, lamento interrumpirte, pero Álvaro me ha llamado rogándome que pasara a verte.

Elena le abrió paso y le hizo entrar.

Iñaqui se acomodó en el pequeño salón mientras aguardaba a que Elena llegase con sus muletas.

—¿Álvaro está bien? —preguntó.

—Sí, ha llegado a Madrid sobre las seis de la mañana, condujo toda la noche, pero está bien.

—¿Y… —vaciló— y su esposa?

Iñaqui levantó una ceja, no se sentía cómodo hablando de ese asunto.

—Estaba bastante grave a causa de la neumonía, pero los médicos tienen esperanzas de que con el tratamiento mejore. Esta mañana se apreciaba cierta mejoría, en comparación con ayer en la noche.

Elena asintió.

—Me alegra saber eso —respondió con sencillez, y era verdad. Ella era incapaz de desearle mal a nadie.

Tenía mucha curiosidad por saber cuál era la dolencia de la esposa de Álvaro, pero no se sintió con el derecho de preguntarle tal cosa a Iñaqui.

—¿Cómo están Ali y Sebas?

—Están bien —sonrió el aludido, pero de inmediato se puso serio—, aunque Álvaro me ha pedido que no haga partícipe a Ali de esta conversación. Él cree que después de lo que sucedió anoche, lo más correcto es que él hable contigo en una circunstancia mejor. Ali puede ser una buena embajadora para su hermano, pero los dos estamos de acuerdo en que Álvaro no necesita que nadie lo defienda o interceda por él, pues lo que sucedió entre ustedes es una cuestión demasiado personal.

Iñaqui era muy directo, Elena apenas contestó, pero estaba de acuerdo con lo que decía.

—He venido hasta aquí para coordinar tu regreso a Madrid, como Álvaro me pidió. He movido algunos hilos y he logrado un pasaje para ti en el último AVE de hoy, así que debes estar en la estación a las nueve y media de la noche. Yo vendré por ti a las ocho para dejarte allí. Sé que el horario no es el mejor y que llegarás a Madrid casi a media noche, pero supongo que puedas encargarte de que alguien vaya a esperarte a la estación allá, ¿verdad?

—Así es, te agradezco mucho.

Luego de un par de precisiones más, Iñaqui se marchó. Volvió a la hora acordada para recoger a Elena y se comportó de manera muy amable con ella, tratando de no abordar más el tema relacionado con Álvaro.

Elena se sintió sumamente triste cuando partió de Barcelona, todo el viaje se lo pasó pensando en lo que le había ocurrido esa semana… ¡Hubo momentos tan buenos!

Sin embargo, todo había quedado atrás, ella no podía permitirse alentar aquel sentimiento en ciernes cuando él estaba casado. Aunque su esposa estuviese muy enferma, aunque no fuesen un verdadero matrimonio como él decía, continuaba casado con ella y Elena no se sentía en condiciones ni de compartirlo ni de pedirle que dejara a su esposa por ella. A veces la lealtad une más incluso que el amor.

A la hora prevista, el tren llegó a la estación de Atocha, en el centro de Madrid. Un caballero le ayudó con su equipaje mientras ella se trasladaba con sus muletas un buen tramo, haciendo uso también de las esteras para avanzar más rápido. No demoró mucho en divisar a su mejor amiga Mari Paz, que la esperaba junto a su novio Esteban. Ella de inmediato fue a abrazarla. Ya Elena le había dicho que había tenido un accidente, pero no le había contado aún acerca de Álvaro.

—¡Pero qué cara traes! —le espetó Mari Paz—. Sé que no ha sido fácil torcerte un tobillo, pero pronto estarás bien.

—Hola, Elena —le saludó Esteban con par de besos—, he traído el coche para que sea más cómodo para ti.

—Se los agradezco mucho a ambos —dijo ella con una sonrisa, aunque a la legua se notaba que no estaba feliz—, estoy algo cansada y me encantaría llegar a casa.

La familia que le alojaba era encantadora, vivían tres generaciones en un departamento del barrio de Carabanchel, al sur de Madrid.

Al llegar a la casa la esperaban despiertas la mamá de Mari Paz, que se llamaba Julia y era médica neuróloga; también estaba la abuela, doña Concha, que de inmediato le sirvió una humeante sopa.

Elena se animó un poco, haciendo algunas historias a aquellas mujeres que ya eran parte de su familia. No habló de Álvaro mucho, tan solo explicó cómo había podido conocer un poco de Barcelona gracias a él…

—Te agendaré una consulta con ortopedia en el hospital, para que te valoren dentro de una semana —le comentó Julia—, espero que no haya ningún problema, pero antes de retirarte la férula por tu cuenta es importante que te vea un especialista.

Julia era una doctora muy bien preparada, que trabajaba en el Hospital Universitario Gregorio Marañón, uno de los más importantes de la capital española. Era alta como su hija Mari Paz y se parecían mucho: pelo corto y castaño, ojos color miel. Se había divorciado de su esposo, pero mantenían una buena relación.

—Muchas gracias, Julia —le agradeció Elena con cariño—, espero que en verdad no tenga ninguna secuela.

—¡Tonterías! —exclamó Concha—. Verás que todo estará bien… Ahora debes descansar porque mañana tenemos que ponerte al corriente de las novedades.

—¿Novedades? —preguntó Elena extrañada—. ¿Qué ha sucedido?

—Voy a adelantarte algo —respondió Mari Paz y alargando su mano izquierda con un bello anillo de compromiso—. Estaban y yo hemos fijado ya la fecha de la boda -exclamó con alegría.

Elena le abrazó, emocionada también. Ya Esteban se había marchado para su casa, así que al día siguiente le daría la enhorabuena.

—¡Muchas felicidades! —exclamó—.¿Cómo es que no me lo habías dicho antes?

—No quería interrumpir tus vacaciones, pero mañana te daré todos los detalles y preciso de tu ayuda para organizar todo, nos casamos en menos de tres semanas.

—¡Hay mucho por hacer entonces! —repuso Elena—. ¡Pero te ayudaré encantada!

—Bueno, es hora de dormir —objetó Julia—, así que las historias las dejan para mañana. Buenas noches, queridas mías.

Todas se despidieron y Elena se retiró a su habitación. Por unos minutos, la familia había logrado aliviar su corazón de tristeza, pero cuando estaba a solas volvía a pensar en Álvaro y eso la entristecía mucho: no tenía noticias de él y tampoco se sentía con el derecho de procurarlas. Lo mejor para los dos era que estuviesen separados, que la distancia sirviese para disminuir los sentimientos de aquel amor imposible. Tal vez en un día no tan lejano, ella volviera a ser feliz.

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