Capítulo 11: Antes y después de Montjuic
Álvaro estaba feliz y conducía con Elena a su lado, rumbo a Montjuic. El Sol estaba bajando ya pero todavía no anochecía, apenas eran las ocho de la noche; puso música en el coche y comenzó a sonar una canción que a Elena le gustaba, era de la banda sonora de A Star is Born, la película de Bradley Cooper y Lady Gaga que había visto unos meses atrás. Se tratada de Always remember us this way.
“When de sun goes down,
and the band won´t play,
I´ll always remember us this way…”
Elena permaneció en silencio, escuchando la canción hasta que Álvaro estacionó y despertó de sus pensamientos. Él la miraba en silencio, un tanto emocionado, pero también alegre. Le dio un dulce beso antes de decirle mirándole a los ojos:
—Elena, siempre recuérdanos de esta manera…
Ella le dio otro beso, rodeándole el cuello con los brazos.
—Lo haré, pero lo dices de una forma como si tuviésemos que separarnos en algún momento.
—Espero que no —respondió con gravedad—, cuento con que no sea así.
—Mañana regresamos a Madrid —le recordó ella—, no sé si en un nuevo escenario cambien mucho las cosas para los dos.
Álvaro se quedó pensativo.
—Las cosas cambiarán —le aseguró—, pero me las ingeniaré para que podamos estar juntos, te lo prometo. Tengo que decirte tantas cosas… —acarició su rostro—. Ya tendremos tiempo de hablar cuando lleguemos a Madrid.
Si la Sagrada Familia era impresionante, Park Güell encantador y mágico, Montjuic no se quedaba atrás. Era un lugar precioso, un verdadero Palacio que, con claros rasgos del clasicismo, se erguía majestuoso en lo alto de una colina.
Álvaro y Elena no podían subir la cuesta llena de peldaños para llegar a él, por lo que podían observarlo a distancia en toda su magnificencia: el palacio tenía varias cúpulas, pero lo más llamativo lo poseía delante de él: en el centro, varias fuentes lo engalanaban, cada una de ellas ubicadas a diferente altura.
A medida que uno subía, se encontraba en cada nivel otras fuentes, rodeadas de jardines a ambos lados. El resultado general eran cortinas de agua a distintos niveles, como antesala de un palacio hermoso.
—Es impactante…
—Muchos dicen que es el lugar más hermoso de Barcelona, con sus fuentes llenas de agua, la vegetación, las cuatro columnas que tiene al frente del Palacio. Te aseguro que la vista desde lo alto es bellísima, qué lástima que no hayamos podido subir. El Palacio se construyó para la Exposición Internacional de 1929.
—Espero volver en algún momento a Barcelona y subir esos peldaños y visitar el museo.
—Sé que así será —respondió él—, y quiero que vengamos juntos o, si no es posible, que nos encontremos aquí. Barcelona es nuestro lugar en el mundo.
Álvaro volvió a besarla.
—Vamos a comer algo cerca para poder regresar después.
—¿Regresar dices?
Álvaro asintió con la cabeza.
—A las nueve y media comienza un espectáculo maravilloso: las fuentes mágicas. Con luces, música y variedades de combinaciones de las fuentes. No sé si sabes, pero ellas fueron diseñadas para tener múltiples variantes de sus chorros de agua, los que unidos al color y a la música conforman un espectáculo único y romántico.
Álvaro la llevó a un restaurante cerca de allí: el Xalet de Montjuic, una selección no deliberada, puesto que había tenido la previsión de hacer la reservación esa misma mañana. Se instalaron en el salón giratorio del restaurante, desde donde podían tener una magnífica vista de la ciudad.
—Te recomiendo los platos tradicionales catalanes —comentó él, señalándole una parte del menú—, pienso que pueden ser de tu agrado.
—Así es, yo quiero un meloso de ternera sobre puré de patatas a la mantequilla y salsa de vino —dijo ella mientras leía la carta.
—Perfecto, —contestó él—, yo quiero una caldereta de bogavante.
La comida, que no demoró mucho en llegar, estaba exquisita, compartieron un vino tinto y luego comieron un postre. La conversación fue más que agradable: Álvaro quiso saber más respecto a Elena. Ella le contó entonces sobre su familia: vivía en una casa junto con sus padres: una investigadora histórica y él, un juez civil. Elena tenía dos hermanos varones, mayores que ella, que habían hecho su vida fuera de Cuba. Quizás por eso sus padres no deseaban que ella se marchara también: tenían una casa muy amplia y vivían solos.
—Trabajo como restauradora de la Oficina del Historiador de la Ciudad —le contó ella—, es un trabajo apasionante, aunque también pinto mucho y he expuesto mis obras en par de ocasiones. Pienso que te gustaría mucho el casco histórico de la ciudad…
—Olvidas que he estado en La Habana, aunque hace muchos años ya. Supervisé un diseño y la construcción de un Hotel en La Habana, pero en la década de los años 90.
—¿Te gustaría volver?
—Me encantaría —contestó—, siempre y cuando tú seas mi guía.
—¡Por supuesto! —exclamó ella—. Te llevaría de la mano a conocer de cerca cada edificio que despierte tu interés de arquitecto. Hay mucho que ver de la época colonial.
Álvaro por un momento se imaginó viviendo con ella en La Habana, el pensamiento le dibujó una sonrisa, pero no lo compartió. ¡Se estaban conociendo y ya deseaba vivir con ella! También sabía que, por mucho que tomara decisiones radicales en su vida, jamás podría irse de forma definitiva de Madrid.
Lo mejor de la velada fue cuando regresaron a Montjuic. Recién comenzaba el espectáculo de las luces. Elena había vuelto a la silla de ruedas para estar más cómoda, mientras observaba desde la calle las fuentes iluminadas de diversos colores -rojo, azul, violeta, dorado-, cómo iban cambiando de tonalidad, al igual que sus chorros iban variando, como si se tratase de una coreografía de color y agua, compuesta de diversos pasos que van ejecutando poco a poco.
—Tenías razón, vale mucho la pena ver esto —comentó ella feliz.
Poco después se marcharon hasta el apartamento de Elena. Álvaro dejó la silla de ruedas en el coche y subió el piso de escalones con ella en los brazos.
Recién había pasado a dentro cuando ella, todavía en sus brazos, le besó en los labios… Álvaro le retribuyó el beso, atrás habían quedado sus vacilaciones, y la llevó a la recámara mientras devoraba sus labios y la colocaba encima de la cama.
Elena estaba muy agitada. El vestido que llevaba le privaba del aliento o tal vez fuese él, que al besarla la dejaba así… Álvaro la había colocado en la cama con delicadeza a causa de la pierna, pero luego no dudó en subirse encima de ella, con cuidado, para besarle más íntimamente. Elena fue abriendo los botones de su camisa, dejando al descubierto su abdomen plano y el vello de su pecho con algún cabello canoso…
Álvaro terminó por sacarse la camisa él mismo, mientras se inclinaba para besarle nuevamente.
El vestido de Elena tenía unos botones delanteros también, que llegaban hasta la cintura. Álvaro fue abriendo uno a uno, extasiado de ver la hermosura que se hallaba debajo de aquella prenda tan femenina. El sujetador blanco de Elena salió a relucir, resguardando sus generosos pechos, sin que él fuera capaz de apropiarse aún de ellos, tan solo de besar la tela que le separaba del verdadero placer que se escondía debajo.
Elena gimió y él comprendió cuánto se necesitaban… Continuó abriendo los botones hasta que todo el torso de Elena quedó al descubierto para él. Álvaro estaba muy excitado, ella podía darse cuenta porque, a pesar de llevar aún sus pantalones puestos, era evidente que la deseaba.
Álvaro prosiguió besándola en los labios, luego en la mejilla, en su cuello… Aquel delirante descenso la hacía estremecerse más y gemir de placer… Él levantó su vestido para, con una mano, hurgar tras su ropa íntima, para constatar la exquisita suavidad de su interior y la humedad que él había logrado en ella. Al sentir aquella exploración, Elena gimió una vez más, pero sus gemidos se vieron interrumpidos por el celular de Álvaro que comenzó a sonar insistentemente desde uno de sus bolsillos.
—Apagaré esto de inmediato —le aseguró él mientras le daba un breve beso en los labios antes de tomar el teléfono.
Al revisar las llamadas perdidas y un mensaje, su rostro se ensombreció. Él continuaba encima de Elena, pero no dudó en levantarse de la cama y salir de la habitación.
—¿Qué sucede?
—Lo siento, lo siento, necesito hacer una llamada… —la voz de Álvaro se notaba rota, asustada, preocupada.
Elena se sintió mal instante también, por una parte, porque él se veía muy agobiado y por la otra, por la casualidad que la había hecho quedarse en aquella cama en ese estado, cuando pensó que harían el amor. Se cerró de inmediato el vestido y se incorporó en la cama. Luego, con cuidado, salió de ella y cojeó hasta el salón contiguo donde pudo escuchar la voz alterada de Álvaro, que hablaba con una mujer.
—¡Cielos, Cristina! —exclamó—. ¿Por qué no me habías llamado antes? ¡Tenías que haberme llamado de inmediato!
Elena se preocupó de que fuera algo serio. ¿Quién sería Cristina? ¿Acaso se trataría de algo relacionado con la madre de Álvaro? Debía ser una mujer bastante mayor… De inmediato sintió pena al verlo tan mal.
—¿Qué dice el médico? —se hizo una pausa en la que la expresión de Álvaro mostró mucho más preocupación—. ¡Dios mío! Saldré para allá enseguida, Cristina… —y cortó.
Cuando levantó la cabeza se encontró con Elena, que lo miraba con miles de interrogantes que no se atrevía a formular.
—¿Ha sucedido algo? —preguntó al fin.
—Una persona —dijo él con la voz entrecortada—, una persona muy importante para mí está en el hospital en Madrid, bastante grave con una neumonía.
—¿Es tu madre? —Elena se había acomodado en una butuca frente a él.
—No, no es mi madre —él se levantó y se pasó la palma de la mano por el cabello, no sabía qué decir—. No es mi madre, pero es alguien muy importante… —repitió—. Sé que debí hablarte de ello, lo siento, pero no sabía qué decir…
Álvaro le estaba dando la espalda, pero Elena le hizo volverse con una nueva pregunta. En su tono de voz se advertía su desconfianza.
—¿Quién es esa persona?
Álvaro se volteó para encontrarse la mirada acusadora de Elena.
—Es… —titubeó—, es mi esposa…
—¿Tú esposa? —Elena no entendía, quiso levantarse de la butaca, pero pisó en falso y volvió a caer encima de la butaca—. ¿Estás casado? No puedo creerlo…
Álvaro de inmediato se acercó a ella y se agachó, tomándole las manos.
—Escúchame, por favor… —le pidió—. Ahora no puedo darte todas las explicaciones que te mereces, debo partir a Madrid de inmediato, pero debes prometerme que me dejarás hablar contigo después —Elena estaba en silencio—. Mi esposa —prosiguió él—, lleva diez años enferma, no somos un verdadero matrimonio, pero por cariño y lealtad permanezco a su lado… No sé si logras comprenderme.
Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas, no solo por la situación de él sino también por la resolución que había tomado de no volverlo a ver más.
—Te entiendo —contestó—, y también creo que la vida nos ha alertado a tiempo, para no involucrarnos más en algo que no tendría sentido.
—Por favor, no digas eso —le imploró mientras la miraba a los ojos—. Cada palabra que te he dicho es cierta, tú me has hecho recobrar la felicidad y… —no sabía cómo decirlo mejor—, y te quiero…
Elena no le contestó, tenía un nudo en la garganta.
—Hubiese preferido que me hubieses dicho la verdad antes —le contestó ella.
Él se levantó, tenía razón en lo que decía.
—Tenía miedo de que te fueras y fui egoísta —le contestó—, o tal vez no lo fui porque, en diez años, era la primera vez que pensaba en mí y en mi felicidad.
—Debes irte —le recordó ella.
—Tienes razón —suspiró—, pero te llamaré mañana y me encargaré de que regreses a Madrid, como habíamos acordado.
Álvaro le dio un beso en la mejilla, no se atrevía a dárselo en los labios.
—Por favor, ve con cuidado —a ella le preocupaba mucho que a pesar de todo se fuese conduciendo tantas horas de regreso a Madrid.
—Dime que me perdonas —le pidió él, desde la puerta abierta.
—No tengo nada qué perdonarte…
Álvaro cerró la puerta y se marchó. No estaba preparado para enfrentar a una Elena tan comprensiva y humana.
Hubiese lidiado mejor con sus reproches y recriminaciones —se las merecía—, en cambio ella había demostrado una dignidad, entereza y control de sí misma, que hacía que la quisiera y admirara más. A pesar de ello, tenía la sensación de que la había perdido y, por otra parte, si su esposa sobrevivía —algo que deseaba con todas sus fuerzas—, no se encontraría con el valor para pedirle el divorcio, algo que había reconsiderado al conocer a Elena en Barcelona.
Elena rompió a llorar cuando se encontró a solas. Jamás sería la amante de Álvaro, no se lo perdonaría nunca… Aquella no podía ser una opción a valorar jamás y para ello debía sacarse a Álvaro del corazón de una vez. Mientras lloraba, recordaba las horas compartidas aquel día: su visita a Park Güell, los besos en la fuente mágica y mientras recordaba las horas felices, la mente humana a veces tan caprichosa, reproducía sin cesar un verso que la dejaba cada vez más triste:
“I´ll always remember us this way”.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top