Capítulo 9.-El día que me volví vegetariana.
19/Junio/2013.
Fue un día normal. Uno de esos días en los que te despiertas con ganas de ser todo y nada a la vez. Una de esas tantas veces en las que te gustaría ser la heroína que salve al mundo.
Pero soñar no cuesta nada y yo era una soñadora empedernida, que lo único que le quedaba era en su sueño hacer realidad todos aquellos anhelos que jamás se llevarían a cabo en otro lugar que no fuera su imaginación.
Quería que este capítulo fuera una sorpresa para todos aquellos aventureros que han sido capaces de seguir leyendo esto que no tiene ningún objetivo, más que sólo leer lo que un día fui, pero pues ya lo descubrieron, pero no se ha descubierto la historia de todo esto, quizás no les importe, pero a mí sí me importa narrarlo, está bien si quieres pasar de largo en este capítulo, no tiene ninguna relevancia.
Bueno, una vez aclarado el punto, comencemos.
Era mi cumpleaños y no esperaba ninguna celebración en especial, cumplir años dejó de ser especial desde hacía muchísimo tiempo atrás. Solo era un año más de sufrimiento y de dolor, uno de tantos en los que deseaba por fin poder suicidarme o que ellos me mataran. Aunque siendo francamente sincera mi deseo era otro, poder llegar algún día ser amada por ellos; mis padres, pero en este cumpleaños lo único que deseaba era un abrazo, las fiestas dejaron de importarme el día que dejaron de amarme.
Traté de ponerme linda, ¡era solo una niña! ¡¿Por qué nunca nadie entendió eso?! Enseñaron a una niña a odiarse, suicidarse para ella era un anhelo, el único fin para poder poner fin a su sufrimiento, no sé imaginan la cantidad de veces que yo les confesaba a mis tutoras de escuelas, y era de esperarse que nadie creyera en mí.
Nunca nadie entendió que a mí me enseñaron a hacerme daño, nunca supieron el placer que me ocasionaba lesionarme porque yo creía que era la culpable de todo lo que me ocurría, ¿qué niña no cree en todo lo que le dicen sus padres?
Lo único que creían era que necesitaba atención, pero nunca se dieron cuenta que yo necesitaba mucho más que eso.
Me levanté de la cama, me quedé contemplando unos segundos toda mi habitación, el color negro de esta y el balcón que todos los días esperaba mi suicidio.
—¡Otro día más que sigues viva!—descubrí el espejo solo para decirme eso.
No voy a mentir, mi rostro estaba cansado. Lo único que quería era quedarme encerrada en estas cuatro paredes que habían sido mi refugio para escapar de todas mis realidades.
Tampoco me gustaba este día, solo quería permanecer todo el día en mi cama, pero no era así, mi cumpleaños para mis padres era una celebración distinta, ellos esperaban todos los días del año para este preciso momento. Una tortura nueva me esperaba.
Ellos siempre querían matarme el día de mi cumpleaños, nunca entendí porqué.
Esperaba que se olvidaran que cumplía años, solo eso quería.
Salí rápidamente de mi habitación actuando lo más normal posible.
—¡Angélica cariño, el día más esperado ha llegado!—eso fue una mala señal, yo nunca había sido recibida de esa manera en un día que no fuese mi cumpleaños.
—¿De qué hablas, madre?—fingí no acordarme que hoy era mi cumpleaños.
—Es tu cumpleaños, querida, el día que arruinaste nuestra vida, jamás lo olvidaremos—celebró con un cuchillo manchado de sangre de algún animal.
Todos mis cumpleaños ella se encargaba especialmente de asesinar algún animal y la sangre de este me lo servían en un plato.
¿Será por esa razón que nunca fui amante de la proteína animal? Mi cumpleaños desde siempre ameritaba un sufrimiento, y ella buscaba hacerme sentir culpable y que esa culpabilidad me ocasionara el suicidio; lo que ella siempre esperaba.
—¿Puedes dejar de lado toda celebración que hayas preparado?—inquirí haciendo muecas de asco al ver toda la cocina llena de sangre de dicho animal.—Y en cambio me das un abrazo—la miré con tristeza esperando un cambio de opinión.
—Nunca, Angélica—sonrió ampliamente malévola.—La ceremonia de hoy será tan especial como tú cuando arruinaste nuestra vida.
—Madre, nunca he entendido, ¿por qué en todos mis cumpleaños te encargas de matar a un animal? El animal que culpa tiene de todo el odio que me tienes—me mantuve alejada de ella, no quería que con aquel cuchillo carnicero me hiciera una herida.
Sí le tenía miedo, ¿quién no le tendría miedo a una madre como la mía? Certeramente no sé si a ese ser le podía llamar madre.
—¿Por qué crees tú?—jugó con el cuchillo en el aire, aprovechándose del miedo que yo le tenía.
Mi miedo desbordaba en mis ojos, en mi sudor, en todo mi cuerpo estaba escrita la palabra miedo.
—Porque espero que el día que arruinaste nuestra vida, te mueras, el sacrificio del animal eres tú, porque algún día yo te mataré con mis propias manos—sonrió satisfactoria disfrutando del temor que me transmitía.
Y si todas las escenas de las que le he hablado a mis profesores las haya grabado, ¿crees que creerían en mí? Si ellos vivieran lo que yo, ¿seguirían desconfiando de mí?
—¿Por qué me odias tanto?—luché contra mi miedo más grande y me acerqué a ella. Corrí el riesgo que me hiciera añicos con aquella arma letal que poseía.
—¡PORQUE ME ARRUINASTE LA VIDA, ANGÉLICA!—clavó el cuchillo en el cuerpo sin vida del animal, lo hizo con tanto odio que por un momento pensé que ella creía que me lo estaba clavando a mí.
Me salí de la cocina y observé el odio con el que hacía trozos más pequeños del pobre animal que se iba a convertir en su comida.
—Angélica, me gustaría que algún día observaras como te mato, que vieras la satisfacción en mi rostro y que disfrutaras como yo ese magistral momento, que tu miedo se convierta en mi más grande deseo de verte agonizar lentamente—sabía que estaba observándola, ella siempre sabía todo de mí.
Pero lo que nunca supo es que yo también estaba buscando una manera de matarla.
***
Cuando el reloj marcó las 12 del día, toda la desgracia había comenzado.
Traté de no salir de mi habitación pero ellos tenían las llaves, así que podía entrar y salir con facilidad de ella.
Me hicieron que me pusiera un vestido largo y blanco, no tenía ningún detalle que lo hiciera especial, salvo su perfecta blancura que lo caracterizaba.
—¿Ya estás lista?—asomó su cabeza por una abertura que hizo al abrir la puerta de mi habitación.
—Nunca estaré lista para una tortura—susurré en silencio.
Tenía miedo, no sabía que era lo que esta vez me esperaba. Quería pensar que se trataba de una sorpresa agradable, pero eso nunca pasaría a menos que yo estuviera muerta o eso era lo que ellos me hacían creer.
—Se nos hace tarde, Angélica—entró por mí y me sacó a jalones.
—¿Puedes tan solo olvidarte que es mi cumpleaños?—pregunté haciendo muecas de dolor, me lastimaba el brazo el apriete fuerte que me estaba dando.
—No, Angélica jamás, es una de las cosas que no debo olvidar—respondió con sorna.
Cómo si olvidarse de esa fecha fuera una aberración.
Soportaba tantas cosas y que no me quisieran no significaba nada comparado con la cantidad de torturas que me hacían. Su propósito fue convertirme en una persona miedosa e insegura, que no creyera ni una sola palabra que el resto me dijera para tratar de hacerme sentir bien y lo consiguieron.
La persona que ahora soy, es peor de lo que fui ayer. Las constantes destrucciones, me dejaron hecha añicos en el suelo lamentando mi existencia, jamás pude volver a construirme. No tenía yacimientos y cualquier construcción sin esto es fácil de derrumbar, eso lo sabe hasta la persona que no es albañil.
—¿Por qué, papá?—me dirigió una mirada de odio al ser llamado como yo no merecía nombrarlo.—¿Por qué no cambiamos todo esto por un abrazo? ¿Por qué no puedes ser simplemente el padre que necesito? ¿Es tan difícil?—traté de hacer contacto con sus ojos mirándolo fijamente, quería que se diera cuenta de todo el dolor que me estaba causando, quería que viera todo lo que yo sentía en solo una mirada.
Pero el nunca quiso ver nada de lo que yo estaba transmitiéndole, a él nunca le importé ni la mitad de lo que yo algún día creía que le importaría.
—Sabes que tienes estrictamente prohibido que me llames de esa manera—me apretó fuerte el brazo. Solté un quejido de dolor y a este no le importó.
En realidad nunca le interesó si me lastimaba o no. Siempre en su vida fui un cero a la izquierda.
—¿Es lo único que te importa, que te llame papá? ¿Por qué no te interesa que me haces daño? Tienes una hija, ¿por qué no te das cuenta que me estás destruyendo? También siento, papá, ¿sabes cuántas veces me he intentado suicidar pensando que de esa manera me podrás dar tan solo un poco de tu amor? Es lo único que te estoy pidiendo, amor, soy una niña y me has enseñado a mutilarme, ¿qué padre le enseña eso a su hija?—exclamé, ya estaba harta de todo y que lo llamara padre era una de las formas en las que él me brindaba atención.
Pero nunca me escuchó porque no quiso hacerlo.
Me ignoró por completo y caminamos hasta el auto, se nos hacía tarde para mi tortura. Nunca se es tarde para morir, ¿o sí?
Me senté en el asiento pasajero, lo único bueno que me quedaba era disfrutar el paseo hasta llegar al dichoso lugar donde una tortura me esperaba.
Me sumergí en mis propios pensamientos.
Si un día, sí tan solo un día mis padres me quisieran, todo sería diferente. Papá, ¿dónde se supone que está el padre que debías ser? ¿Por qué no puedes olvidarte de todo lo malo que hice en el pasado y quererme cómo si no hubiera un mañana? Si tan solo supieras la falta que me haces en este preciso momento, es mi cumpleaños y nunca me has abrazado, ni regalado un feliz cumpleaños, es lo único que te estoy pidiendo, solo amor y abrazos.
¿Podemos olvidarnos de todo y comenzar nuevamente?
Si tan solo pudiera cambiar esta vida de mierda que me ha tocado vivir, si Angélica Cárdenas Beltrán dejara de existir y renaciera nuevamente cambiaría todo por felicidad. Cambiaría todo por unos padres que me amaran.
Si mi vida fuera diferente, si todo fuera diferente, si mis padres fueran diferente, si yo fuera diferente, todo sería más genuino y yo fuera más feliz. Mi felicidad dejó de importarles desde el día que llegué al mundo.
El carro se detuvo, y volví de aquellos pensamientos profundos y propios de los cuales mis padres nunca se enterarían.
—Hemos llegado, Angélica—se bajaron del auto.
No sabes las ganas que sentía de quedarme en el auto, de salir corriendo, de conducir el auto y huir lejos, donde su maldad no pudiera alcanzarme, donde ellos jamás pudieran hacerme daño.
Solo me limité a bajarme del auto, mis piernas temblaban, sentía un miedo, un miedo tan intenso que me helaba los huesos y recorría cada poro de mi piel, susurraba en mi oído cualquier forma de tortura, su respiración se sentía tan pesada, solo deseaba que todo terminara rápido.
—Cubriré tus ojos, Angélica—pasó una bandana por mis ojos e hizo un amarre fuerte.
Me guiaron por un camino sin pavimentar, se sentían las piedras debajo de mis zapatos. Nunca fui amante de las sorpresas por la misma razón, ¿qué le iba a decir al futuro amor de mi vida cuando me quisiera dar una sorpresa? Inevitablemente pensaría en todo esto, ¿qué le iba a decir? Que no quería una sorpresa porque mi mente pensaba que me harían daño, honestamente no sé si algún hombre me llegaría a amar.
Mi cuerpo comenzó a sudar y eso no era una buena señal, el miedo es algo natural de tu cuerpo, es la respuesta ante lo desconocido, entonces, ¿por qué yo les tenía tanto miedo a mis padres?
Cuando llegamos al destino me quitaron el vendaje de mi rostro. Todo estaba oscuro, salvo unos minúsculos rayos de luz que entraban por una ventana.
Mi madre no estaba conmigo, giré a mi alrededor buscando cualquier rastro de ella y a unos metros la pude visualizar con una vela encendida.
—¿Qué hacemos aquí?—inevitablemente di un vistazo rápido por todo el lugar.
¿Sería muy estúpido de mi parte si dijera que mi mente estaba buscando una fiesta sorpresa?
—Este es tu regalo—señaló el lugar vacío sólo iluminado con la vela que mi madre poseía.
—¿Mi regalo es la oscuridad y vacío de este lugar?—hice ademanes con las manos para indicar en el sitio donde nos encontrábamos.
—Oh cariño, esto es mucho más que un lugar vacío lleno de oscuridad—encendió las luces del lugar y ahora comprendía todo.
He de decir que hubiera preferido quedarme con lo "vacío" y "oscuro" del lugar.
Había un cerdo inmovilizado atado a sus cuatro patas a un costado de la mesa, estaba tendido sobre su lomo.
Sabía que ese animal estaba muy lejos de ser mi mascota.
Mi mente sabía lo que querían que le hiciera al cerdo, así que intenté huir de todas las formas posibles.
—¿Qué haces, Angélica?—me cogió mi padre de la cintura y me llevó de nueva cuenta con él.—Todo el año he estado preparándote esta sorpresa—susurraba en mi oído.—Sabes perfectamente lo que tienes que hacer—me colocó frente a la mesa donde el animal pasaba sus últimos momentos de vida.
Aquellos ojos me miraron y pude comprender cuánta tristeza podía transmitir aquel ser con una sola mirada. Si tan solo pudiera hablar, la humanidad dejaría de llamarlos comida, si tan solo ese animal pudiera decir el sufrimiento que el ser humano les causa, la humanidad se quedaría sorda, lloraría por todo el daño que le hemos causado a la naturaleza. Si tan solo pudieran ver lo que yo, jamás volverían a lastimarlos.
—Aquí tienes el arma mortal—mi madre me entregó el cuchillo envuelto en un trapo rojo como si de una reliquia se tratase.
Mis manos lo tomaron, lo vi una y otra vez, el cerdo hizo un chillido y se movió bruscamente en la mesa en un intento desesperado de huir de cualquier maldad que pudiera hacerle.
Sostuve el arma con ambas manos estiradas, no quería siquiera tocarlo.
Te juro que tenía tantas ganas de salir corriendo de ahí o de por lo menos encajarle el cuchillo a mis padres para que sintieran todo el daño que nos hacían.
—Hazlo, Angélica—apresuró mi padre con desespero.—Si lo haces, te prometo que te amaré de la forma que tú siempre me pides—solo me dijo eso para tratar de convencerme.
—¡MIENTES!
¿Creía que yo le haría daño a un animal solo para ser amada? Y si así fuera yo no lo haría, prefería un millón de veces que me hicieran daño a mí, antes de lastimar a un ser indefenso.
—Lo vas a hacer, Angélica—amenazó acercándose cómo si de un lobo hambriento se tratara.—¿Y sabes por qué lo vas a hacer?—tomó el cuchillo como un psicópata al tener a su presa en bandeja de plata.
Abalanzó el arma en el aire, tenía que salvar al menos una vida. Metí mi mano mientras mi padre lo bajaba para matar al animal.
—¡NOOOO!—grité de dolor, mi brazo había sido cortado por mi padre. Inmediatamente paró al tratarse de mí, de haber continuado hubiera atravesado mi brazo.
Quitó mi brazo chorreante de líquido carmesí y continuó con su asesinato, mi madre me envolvió con su cuerpo para que no volviera a tratar de salvar al animal. Me moví drásticamente en el envoltorio de sus brazos, quería ser liberada.
Escuchar los chillidos del animal, ver su sufrimiento en vivo me hizo llorar y sentir el mismo dolor que él lo hacía.
—Déjame—hice berrinche y lloriqueé.
—Déjala—dio la orden mi padre.
Los miré con odio, me acerqué con cuidado al animal que sufría en aquella mesa de tortura.
—No lo va a hacer—dijo mi madre rápidamente cuando me vio acercarme al cerdo.
—Lo hará—respondió con certeza mi padre, había tanta seguridad en sus palabras.
Toqué la herida que mi padre le había hecho, junté mi cortada con la suya y nuestra sangre se unió creando un gran vínculo.
—Lo siento—suspiré en el oído del cerdo.—Perdóname por no haberte podido salvar—derramé lágrimas sobre su piel áspera y rosada.
Sabía que ya no podía hacer nada por él.
—Es lo mejor para él, Angélica—se acercó mi padre, me vio de rodillas pidiéndole perdón al animal por algo que yo no había hecho. Me entregó el cuchillo con el que él lo había lesionado.—Debes entender que tú tienes la culpa, tu existencia le hace daño al mundo, el día que tú dejes de existir ya no habrá más daño a la humanidad—excusó su asesinato.
Sí lo maté, maté al puerco, no había justificación, pero debes entender que lo hice para terminar con su agonía, no podía salvarlo, mis padres no me dejarían hacerlo, estaba segura que ellos prolongarían su sufrimiento, así que lo mejor fue acabar con este de una vez por todas. Sí, me sentí con una culpabilidad que me acechaba en mi mente. Vi como le hacían daño y no pude hacer nada para ayudarlo.
—¡Lo mataste, Angélica!—celebraron mis padres.—De esa manera debes hacer lo mismo contigo—se agachó a mi altura y me regaló un abrazo.—Porque así como al animal, nadie puede salvarte a ti y lo mejor es que te mueras—tomó el cuchillo con sangre del animal y me lo entregó.—Termina con lo que has empezado.
¿A qué se refería con ello?
—Bebe su sangre—tiró de mi cabello y me hizo poner mi boca sobre la herida sangrante del animal.—¿Qué se siente tener la muerte en tu boca?—me levantó la cabeza tirando de nuevo de mi cabello.
Mis labios y cara estaban llena de su sangre.
Sentía tanto asco el tener un ser que había estado vivo en mi boca, tener la sangre de alguien que su corazón había estado latiendo con tanta fuerza.
—¿Por qué lo mataste?—hice un intento por mirarlo a los ojos.
—Yo no lo hice, tú lo hiciste—afirmó.—¿Sabes qué es lo más delicioso de todo esto?—cogió el cuchillo y rebanó el cuerpo del animal, cortó un gran trozo de su carne y lo alzó en el aire como si de un trofeo se tratara.—No puedes ir por el mundo salvando a todos cuando no te has salvado a ti.
—Ahora trágate esto—mi madre le quitó el filete a mi padre y me lo metió en la boca.
Aún se sentía palpitante, su sangre estaba fresca y el cuerpo tibio. Sentí arcadas y tosí escupiendo lo que me metió a la boca.
—Angélica, mastícala, es una delicia que debes disfrutar—metió el trozo que había escupido.
Sentía que me ahogaba, me tragué parte de la sangre que contenía en mi boca, de no haberlo hecho me habría ahogado, sentí ese sabor metálico en mi paladar y garganta. Sentía tanta culpabilidad.
—Es delicioso, ¿no? La muerte es un manjar que debe servirse en el momento—mastiqué el trozo de carne duro y en el momento que ambos se descuidaron lo escupí.
***
Algunas horas más tarde sentía como la garganta se me estaba empezando a cerrar. Aparecieron erupciones en mi piel, unas manchas rojas por todo mi cuerpo. Me llevaron a urgencias y descubrieron que yo era alérgica a la carne de ese animal.
Pero no fue eso lo que me hizo ser vegetariana, sino todo el sufrimiento que conllevaba para tener tan solo un filete de carne en nuestras bocas. ¿Tú eres vegetariana o vegana? Si la respuesta es no, ¿qué sientes tener un cadáver sobre tu boca? No busco hacerte cambiar de opinión, cada quien es libre de decidir lo que quiere llevarse a la boca, pero, ¿sabes por la infinidad de sufrimientos que estos pasan? ¿Sabes las condiciones en las que estos viven? Un día tómate la molestia de ir a un matadero de animales y descubrirás tantas cosas.
El día que me volví vegetariana fue el mismo día que ellos me convirtieron en una asesina, fue el día que ellos me hicieron matar a un animal indefenso para satisfacer sus deseos más perversos, el día que me volví vegetariana fue el mismo que comprendí que los animales han sufrido casi de la misma forma que yo, la única diferencia es que yo sigo viva. Ellos no han tenido la misma suerte que yo, el día que me volví vegetariana fue el mismo día que me dije a mí misma que mi misión era salvar a alguien más, porque no podía salvarme a mí misma.
Nota de la autora.
Feliz Nochebuena y Navidad, que disfruten de la compañía de sus seres que aman y de la suya propia también.
Les deseo mucha felicidad hoy, mañana y siempre. Que reciban muchos abrazos, salud y regalos si es posible.
Los quiero mucho mis Novenillas y nos vemos en el próximo capítulo.
Leycar C. Beltrán.
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