Capítulo 39.-Lo que un día fui.

Después de haber intentado huir de las garras de Homero, él inmediatamente me alcanzó, me tomó con una fuerza brutal pegándome contra su pecho.

—¿Por qué huyes, Angélica?—susurró en mi oído sin las intenciones de querer soltarme.

—Déjame en paz, Homero—forcejeé limpiando cualquier signo de debilidad que salía en forma de lágrimas.

—¿De quién quieres huir esta vez?—apretó sus manos en mi cintura.

—Tengo miedo, les tengo miedo a ustedes, solo quiero que me dejen en paz—puse mis manos encima de las de él luchando por quitarlas de ahí.

—¿De qué manera quieres que te haga entender que no te haremos daño.

—Sus acciones demuestran todo lo contrario—solté un alarido porque su fuerza era mucho mayor que la mía. Estaba frustrada.

¿Por qué no tenía su fuerza? ¿Por qué no era fuerte físicamente?

—Confía en mí, Angélica.

—Lo siento, no puedo confiar en las mismas personas que mataron a Angelina, déjame ir, por favor—supliqué ya dándome por vencida.

—Te llevaré a casa, no es seguro que tú estés sola por estos rumbos—me abrazó hasta su camioneta que estaba estacionada algunos metros más atrás.—No te haré daño.

Cuando me subió a su camioneta sentí que todo mi cuerpo me temblaba, vi que sobre su tablero tenía puesta una arma que ocupaba una gran dimensión. Mis labios también temblaron, no pude decir ni una sola palabra porque estaba segura que titubearía. Le di la dirección de mi nueva casa con Geovanny, no quería caminar por mucho tiempo.

Al llegar no le di las gracias y me bajé corriendo, entré de manera emergente a mi casa, o lo que conocía como tal. Gracias a su Dios Geovanny aún no llegaba. Cerré la puerta detrás de mí y me recargué en la puerta tratando de ahogar mis lágrimas.

—¿Estás bien?—preguntó Homero acompañado de un ligero golpe ante la inexistente carencia de un timbre.—¿Quieres que te haga compañía por un rato?

—Si quieres que esté bien, aléjate de mí, ni tú ni tu jefe se acerquen a mí—callé los gritos de mi alma que estaban acompañados de mis lágrimas. No supe si ya se había ido o no.

Yo no lo quería a él, yo no quería a nadie. Necesitaba estar sola para comprender y asimilar todo lo que había pasado por mi vida.

Por favor Homero, si un día ves esto, devuélveme a mi hermana, la necesito a ella para continuar estando bien. Regrésame al día cuando la tenía a ella, cuando tenía que protegerla de los verdaderos monstruos que se acercaron a mí con supuestas intenciones de ayudarme. Devuélveme todo lo que me quitaste. Regrésamela y dame razones para no confiar en ti. Solo quiero estar con ella.

Caminé hasta llegar a mi habitación, no sabía en qué momento llegaría Geovanny y no quería que me viera en este estado, no quería que se burlara de mí y de todo lo que conllevaba mi triste y miserable vida.

Al entrar a la habitación todo me recordaba a ella, el rosa de su habitación, el perfume que estaba segura que Geovanny nunca dejaría de comprar para poder tener siempre presente ese olor a vainilla que la caracterizaba. Las fotos me hacían volver al pasado, cuando la quería matar y no tenía ni una puta idea de lo que deseaba.

Había un espejo, a Angelina le encantaba ver la belleza con la que había sido privilegiada, me acerqué a él. Tenía que dejar de tener ese miedo irracional a todo lo que yo era, no me importaba que me diera miedo, era lo mejor para ambas, si quería dejar de ser ese monstruo que nunca me había gustado ver, tenía que verla todos los días para cambiar todo lo que nunca me gustaba. Dentro del closet estaba solo ropa de Angelina y unas cuantas prendas mías. Saqué un vestido muy pequeño y me lo coloqué, me quedaba muy corto y ajustado. No me importaba, quería sentir que al menos era especial para Geovanny.

Me miré en el espejo, yo a la que quería ver reflejada era a Angelina, pero solo me vi a mí.

—Te odio Angélica—empuñé mi brazo dispuesta a golpear todo lo que me reflejaba, pero me contuve, no quería volver a todo de lo que tanto esfuerzo le había invertido. Respiré profundamente hasta calmarme y evitar decir palabras que me destruyeran.—¿Por qué fuiste tú y no yo?—me acaricié suavemente, no quería hacerme daño, no era necesario romperme para poder sacar todo lo malo que tenía dentro de mí.

Solo tenía que sentarme a conversar conmigo misma y hablar de todo lo malo que habíamos hecho.

—Jamás seremos como Angelina—sonreí con tristeza y me quité rápido la ropa.

Angelina era simplemente perfecta y yo soy solo Angélica. Tan diferentes y tan únicas.

Olí la ropa de ella, no quería que su aroma desapareciera, nunca me gustó el dulzor de su perfume olor vainilla, pero por esta vez lo amé demasiado, era como tenerla cerca. El rosa de su habitación para mí era un color horrible y aberrante, a pesar de que no era mi color favorito me recordaba a ella, era como sentirla conmigo.

—Angelina, lo siento—descolgué uno de los tantos cuadros que adornaban su habitación.—Estuve tan cerca de las personas que te hicieron daño y no pude hacer nada, no te defendí, mis miedos fueron más grandes que todo el daño que te hicieron, lo siento soy tan débil, mi cuerpo tembló de solo imaginar la manera en la que te hicieron daño sin el menor remordimiento de que tú eras inocente—acaricié delicadamente la fotografía que mis manos contenían como si de un descubrimiento importante se tratara.—¿Tú sentiste el mismo miedo que yo? ¿También se acercaron a ti diciéndote que comprendían todo lo que pasaba por tu vida?—mis lágrimas mojaron el cristal que protegía la imagen enmarcada.—Lo siento tanto pequeña Angelina, ojalá me hayan dejado abrazarte, ojalá haya estado el día que te asesinaron para defenderte o para morirnos juntas—abracé la fotografía contra mi pecho, quería sentirla cerca aunque solo se tratara de un simple recuerdo que estaba ahí para hacerme recordar todo lo que había perdido, y no había hecho absolutamente nada para verla bien.

Si tan solo tú estuvieras aquí para abrazarme y decirme las palabras que tanto necesito escuchar de tu boca. Te extraño, Angelina. Todo sin ti es tan gris y tan sin sentido. Nunca había sentido tanto miedo como el que ahora siento, ¿pensaste en mí mientras te estaban asesinando? ¿Cuántas veces gritaste mi nombre? ¿Qué tan fuerte lo hiciste que no pude escucharte mucho menos ayudarte? No sé cómo, pero te prometo que les haré pagar a ellos todo el daño que te hicieron, que nos hicieron a ambas, aunque lo que a mí me hicieron no fue nada, tengo que dejar de ser tan estúpida para poderme proteger de todo lo que me quiera destruir.

—Angelina, abrázame—alejé un poco la imagen de mí para poder tener una vista mejor de lo que estaba abrazando.—¿Por qué no te abracé tan fuerte esa vez? ¿Por qué no me quedé contigo? Tú me lo pediste, ¿por qué no me gritaste más fuerte "quédate conmigo"? ¿Por qué todo lo bueno tiene que acabar tan pronto?—me subí a la cama con la foto de ella en brazos.

Era lo único que tenía de ella, solo fotos, recuerdos de los que yo nunca había formado parte, porque pasé toda mi vida odiando a la persona que menos culpa tenía de lo miserable que había sido la mía. Me dormí abrazándola, con lágrimas en los ojos, oliendo la ropa que tenía de ella. Con el aroma vainilla que tanto le gustaba ponerse encima y con el rosa vibrante de su habitación.

***

Sábado/06/Agosto/2021.

No pude pegar el ojo en toda la noche y me sentía fatídicamente mal, sé que mi rostro era una clara muestra de ello.

—Angélica—los golpes en la puerta de mi habitación me habían despertado.

Me levanté rápido y le abrí la puerta.

—¿Qué sucede, Geovanny?—quité cualquier rastro de haber estado dormida.

—¿A dónde fuiste ayer? Vine a buscarte y no estabas—me tomó bruscamente del brazo, al parecer estaba muy enojado por mi ausencia la mayor parte del día.

—Creí que no te interesaba, que solo me querías para matar a los que asesinaron a Angelina—respondí haciendo muecas de dolor.

—No seas estúpida, Angélica. Tú y tu maldita vida no me interesan, púdrete en lo que siempre te ha gustado ser, teníamos que haber asistido a tu terapia con la psiquiatra, me dieron instrucciones para que lo hiciera, ya sabes para no seguir siendo lo que nunca has dejado de ser—sonrió de lado satisfecho por desquitar conmigo su mal humor.—¿Dónde estabas?

—Con ellos—bajé la mirada decepcionada de mí misma.

—¿Con quiénes?—alzó mi cara sujetándola con dureza.—¿Quiénes son ellos?—apretó más fuerte con el fin de que le respondiera.

—Con los que asesinaron a Angelina—bajé el volumen de mi voz y también mi mirada.

No pude soportar la manera en la que me miraba, tan lleno de odio y rencor hacia a mí.

—Los mataste, ¿verdad?—preguntó con orgullo.

—Lo siento, Geovanny—la sonrisa que su rostro invadía se desvaneció rápidamente al escuchar mi absurda disculpa.—No pude hacerlo, tuve mucho miedo, te juro que lo intenté pero lo que siento dentro de mí es tan poderoso que me lo impide—las lágrimas salieron de mis ojos sin siquiera avisarme.

—Eres una estúpida—alzó la mano manteniéndola en el aire a la altura de mis mejillas queriendo golpearme. Sentí que todo se avecinaba.—Pero no puedo golpearte—soltó un grito y estampó su mano contra la pared.—Ven acá—me sujetó de mi cabello corto y me llevó hasta un gran cuadro que estaba colgado sobre la pared.—Dime, ¿quién está ahí? Dime, ¿quién es la persona que ya no está a tu lado? Dime su nombre, Angélica—habló fuerte en mis oídos.

—Angelina—su nombre salió de mi boca acompañado de un alarido de dolor al tenerme sujeta de aquella manera.

—Arrodíllate y pídele perdón por ser una maldita estúpida—me arrojó al suelo y caí de rodillas.—Si sabías que por tu culpa no está contigo, ¿verdad? Si tú nunca te hayas metido con ese hombre ella ahora mismo estaría aquí y no solo en un maldito cuadro, ¡todo es tu culpa, Angélica!—tiraba de mi cabello hacia atrás lastimándome el cuello.—¡Ojalá fueras tú y no ella, a ti nadie te necesitaba, por ti nadie lloraría!—gritó haciendo que cada palabra se clavara en mi todavía herido corazón.—Eres una maldita imbécil, después de que te quitaron lo único bueno que había en tu patética vida todavía tienes la dicha de no querer hacer lo mismo que ellos te hicieron a ti—arrojó mi cara soltándome con brusquedad.

Tuve que frenarme para que no terminara mi cara contra el suelo. Limpié mis lágrimas con vergüenza. Angelina no merecía esto, ella merecía mucho más que todo esto que yo estaba dispuesta a hacer por ella.

—¿Es así como le demuestras todo el amor que sientes por ella? ¿Esta es tu manera de protegerla y de defenderla de los monstruos, Angélica?—preguntó haciéndome entrar en razón.—Entonces me queda claro que ese amor que tú supuestamente sentías era tan falso como tú—replicó con rencor hacia a mí.

—Yo sí la quería, Geovanny—empuñé mis manos llenándolas de todo el odio que me recorría el cuerpo.

—Te recuerdo que por tu culpa Angelina está muerta, y también por tu culpa esos malditos están libres—comenzó a alejarse.—Vete, desaparece de mi vista—ordenó aumentando el volumen de su voz.—No quiero hacerte daño—añadió señalando la puerta, no era necesario que lo hiciera porque yo ya sabía por donde se encontraba.—Ve al psiquiatra que te estará esperando por la tarde, y ni una sola palabra de esto porque volverás a ese sitio que ya no quieres volver, ¿entendido?

Afirmé con la cabeza.

—¿Sabes que prefiero?—pregunté a él, sabía que no le interesaba lo que yo quería.—Prefiero que te mueras, que te vayas y nunca más vuelvas a mi vida, no te necesito para matarlos—abrí la puerta dispuesta a irme y solo escuché su maldita risa.—¿Y tú qué hiciste para protegerla?—cuestioné con odio reprochándole que él también había hecho muy poco por ella.—¿Esto es todo el amor que sentías por ella?—le solté lo mismo que él me había dicho.

Y poco a poco comencé a alejarme, tomé una de las mochilas que Geovanny tenía por el pasillo colgadas en la pared y me dirigí a la cocina. Cogí algunas cosas, pensaba pasar el resto del día fuera de casa, no quería permanecer aquí, no quería que personas ajenas a mí me arruinaran lo que tanto me había costado conseguir. Coloqué empaques de galletas no sin antes haber leído los ingredientes, una botella de agua y una pera que me esperaba para ser mi desayuno del día. Me colgué la mochila en mis hombros, el día tenía que ser mágico y especial para después volver a casa a seguir siendo esto, a escuchar las malditas palabras hirientes de Geovanny.

Sobre el refrigerador estaba la dirección del sitio a donde tenía que ir con la psiquiatra, aunque siendo sincera yo quería ir con la psiquiatra Lidia, no con esa que se me había asignado para verificar que todo fuera marchando bien en mi nueva vida. Que de nuevo no hay nada, todo sigue igual, la única diferencia es que no están ni Guillermo ni Leticia aquí para hacerme daño, ni Angelina para decirme que yo era su Octava Maravilla.

—Te estaré esperando en la noche, quiero llevarte a un sitio muy especial, Angélica—asomó su cabeza por el umbral de la puerta y se metió a su habitación.

Aproveché que estaba distraído en lo suyo arreglándose para ir al trabajo, no sabía en qué laboraba y siendo honesta no me importaba. ¿Puedo escribirte algo? No sabes cuánto me gustaría que llegara el día en el que Geovanny se fuera y nunca más volviera, quería que se muriera, no lo necesitaba en mi vida. No necesitaba sus malditas palabras que podían destruir en segundos lo que por varios días me había costado hacerme la idea.

Fui a mi habitación o lo que llamaba como tal que parecía más de Angelina que mía. Pero no estaba celosa de ella, ¿quién no extrañaría a una persona tan especial como lo era ella? Tomé una de las tantas fotos que Geovanny tenía de ella, quería llevarla conmigo a todas partes para sentir que estaba conmigo formando parte de mi vida.

Pasé por la habitación de Geovanny, lo encontré ahí con un gran cuadro de Angelina que ocupaba la mayor parte de la pared del fondo de la habitación.

—Angelina, nos vemos al regresar, ¿me estarás esperando como todos los días?—acarició la mano del objeto inmóvil.

—Te recuerdo que Angelina ya está muerta—entré a su habitación sin previo aviso.

Vi que se limpió algunas lágrimas que su rostro conservaba.

—Sí, como tú también lo estarás—pasó su mano arreglando cualquier arruga que tenía la ropa que tenía puesta, a pesar de que estaba totalmente perfecta.

—Al menos yo no hui, tuve el valor de quedarme—caminé por su habitación observando que todo lo que tenía en sus paredes eran fotografías de Angelina.

—¿Quién demonios se querría quedar en tu vida?

—No necesito que nadie lo haga—mentí con un tono frío para que sonará más creíble.

—Lárgate—señaló la salida molesto.—Este lugar es especial, como tú nunca lo serás—sonrió de lado satisfecho por las palabras que me decía.

Me di la media vuelta y emprendí mi camino a buscar todo lo que había perdido en tan poco tiempo, ja, jamás podré recuperar. A la única persona que podía recuperar porque aún seguía con vida era a mí misma, ¿pero por dónde empiezo a buscarme? ¿Cómo recuperar lo que nunca he sido?

Salí de lo que llamaba hogar, vi la barandilla, me detuve a observar todo, un tercer piso, un vacío que me hubiera estado esperando de haber sido otro momento, yo ya no quería volver a lo que un día fui. Me sujeté de ahí y caminé hasta bajar por completo las escaleras.

***

El trayecto había sido muy largo y agotador, pero al menos todo había valido la pena, estaba justo parada enfrente del edificio donde tenía el antiguo departamento donde vivía y el que fue testigo de todo lo que había intentado hacer, pero por cuestiones de nombre Alfredo y Homero no había sido posible. De solo pensar en ellos me recordaba de todo lo que no había sido capaz de lograr.

Subí las escaleras hasta llegar al piso donde era mi hogar, seguir igual de vacío sin nadie que me esperara. El polvo se estaba comenzando a apoderar de los muebles que tenía.

Me tumbé sobre el sofá. ¿Esto es lo especial que querías hacer? Por supuesto que no, solo quería retomar fuerzas. No mientas Angélica, ¿te saliste de la soledad de la casa de Geovanny para meterte en otra donde abundaba por todos lados la palabra vacío? A veces necesitaba estar sola, pero si toda tu vida lo has estado, no mientas, tú sabes perfectamente lo que necesitas, vienes aquí por la razón de que esperas que al abrir la puerta esté alguien esperándote y tú sabes muy bien de quien se trata, que te dé ese abrazo que tanto estás esperando y se sientan juntos a platicar de la vida. Tú lo que menos quieres es estar sola, pero tienes que fingir que sí, porque sabes perfectamente que él no va a volver.

Mi mente viajó al suelo debajo de la puerta, sonreí al menos había una carta ahí cerca. Me levanté rápidamente al ver que tan solo una persona me estaba esperando y me mandaba pequeñas notas.

Antes me daba miedo, hoy también pero no tanto, porque si él quisiera ya me haya hecho daño, él tenía la fórmula de cómo hacerlo, solo me generaba intriga de quién podía saber tanto sobre mí, ¿cómo a alguien le podía interesar tanto mi vida como para saber cada detalle de lo que pasaba dentro de ella?

Angélica, hoy quiero llevarte a un sitio muy especial, tan especial como lo fuiste para Guillermo y Leticia. Sé que tal vez pasaste un mal día pero aquí estoy yo para hacerlo mejor :).

Déjate guiar. Alguien que te vigila de cerca, estará cerca de ti para que nadie pueda hacerle daño a la persona que ya está destruida.

Al reverso de la nota estaba una dirección un tanto conocida para mí, solo había estado ahí dos veces. La primera fue cuando enterramos a Angelina y la segunda cuando fui a pedirle perdón por todo lo que había pasado. Sí, sin dudas ese lugar era un cementerio, ¿qué iba a encontrar yo ahí?

Sonreí con tristeza, al menos había alguien que se preocupaba un poco por mí, me encanta la idea de conocerlo, pero no quiero que se arruine todo el momento, todo lo que piensa de mí, no quería que cambiara la perspectiva que tenía sobre mí. Agarré mi mochila que me la había descolgado para ponerla sobre el sofá.

Volveré a ti cuando haya una razón, cuando la persona que tanto espero me esté esperando al abrir la puerta y que me reciba con ese abrazo inesperado.

Sigue soñando, Angélica, eso nunca va a suceder. Una cosa más añadida a la lista de lo que nunca pasará por tu miserable vida de mierda.

Abracé a mi mochila, tanto que necesitaba de un abrazo pero no había a nadie a quien abrazar, de haber sido una persona le habría hecho mucho daño, estrujaba contra mi pecho un objeto que no tenía vida propia.

—Abrázame—susurraba cerca de la tela de la mochila mientras caminaba por lugares sintiéndome totalmente insegura.

Era inevitable observar a todas las familias que caminaban en compañía de sus hijos disfrutando de un fin de semana vacacional. Miré todo muy detenidamente observando la sonrisa que invadía el rostro de las personas, por un pequeño momento me imaginé siendo yo la que se encontraba en esa situación y unas lágrimas salieron de mi rostro sin previo aviso.

Corrí, no quería que nadie de las personas que disfrutaban de una felicidad que yo no tenía se viera estropeada por alguien llamada Angélica, pero cualquiera pensaría que esa chiquilla estaba loca al observarlos de esa manera. Corrí sin detenerme hasta llegar a ese sitio que me estaba esperando, me detuve sobre la entrada principal y respiré profundamente. Cerca de la rejilla de la puerta había una nota escrita.

El lugar especial que quiero mostrarte está casi al finalizar.

—Alguien que te vigila de cerca.

Apreté la nota contra mi pecho y sin previo aviso salió volando por el viento al quererlo guardar en mi mochila. ¿Cómo alguien que no conoces ni un poco se pudo volver tan significativo en tu vida?

Pasé por los espacios libres que separaban una lápida de otra, todos con algo que los diferenciaba del resto, unas adornadas y otras que habían sido abandonadas, nombres diferentes, fechas distintas pero todos compartían un mismo espacio y algo específico; todos estaban muertos y algún día serían olvidados, una muerte trágica o quizá no, pero ninguno de los nombres que veía eran significativos para mí, no eran importantes, al menos para Angélica, tal vez para sus personas cercanas sí.

Supe que había llegado al lugar mencionado cuando la nota que estaba presa debajo de una piedra para que no se fuera, como todo lo que había en mi vida.

Has llegado Angélica, a este lugar tan especial como lo fuiste para ellos, Guillermo y Leticia.

Al ver el nombre que estaba grabado sobre la hoja de papel, mi mirada rápidamente viajó hasta el nombre que tenía escrito las lápidas y si eran las tumbas de Guillermo Cárdenas Soto y Leticia Beltrán Zuria.

Me senté entre el medio de la tumba de ellos dos y en la siguiente división de la tumba que la separaba de la otra había otra carta.

Nadie más que tú puede protegerte, admiro tu valentía querida victimaria, solo tú te protegiste de los que nunca pudieron destruirte. Ellos están muertos gracias a ti y tú sigues añorándolos.

—Alguien que te vigila de cerca.

Hice añicos la hoja, él no podía tener razón.

—¿Dónde demonios estás?—me levanté buscando cualquier rastro de personas que estuvieran aquí visitando a alguien que había formado parte de su vida. El sitio estaba totalmente vacío, solo era acompañada por los cuerpos putrefactos que se encontraban en el suelo.—¡¿Por qué me trajiste aquí?! ¡¿Quieres que recuerde quiénes me destruyeron?!—pregunté en medio de gritos que absolutamente nadie podía escuchar.—¡Pues sí, fueron ellos, Guillermo Cárdenas Soto y Leticia Beltrán Zuria me destruyeron! ¡Son los causantes de todas mis cicatrices! ¡Me destruí por ellos! ¡Para que ellos me amaran! ¡Pero nunca lo hicieron!—toda mi fuerza estaba puesta en todas las palabras que salían de mi boca. Me caí al suelo, necesitaba estar sobre algo que me diera ese soporte que tanto necesitaba, alguien que no me dejara caer y el suelo era el único que podía hacerlo.—¿Quieres ver como me destruyo por unas personas a las que nunca les importé? Pues no lo haré, ya fue suficiente todo el daño que dejé que me causaran—limpié las lágrimas que mi rostro tenía, ellos no las merecían, no se merecían nada de mí, ni siquiera mi visita.

Lo que un día fuimos, fuimos una familia feliz que sonreía, fueron unos padres que me esperaban a la salida del colegio, esos que te enseñan a amarte y te dan razones para que alguien más pueda hacerlo, permanecen en tu vida en cualquier situación listos para secar las lágrimas que otros quieran hacer que derrames.

Lo que un día fuimos, fueron esos padres que se preocupan por ti al grado que te besan, te abrazan a cada segundo sin que tú se los pidas, unos verdaderos padres que saben lo que su pequeña hija necesita.

Lo que un día fuimos, fuimos la familia perfecta que caminaban por el parque tomados de la mano creando una barrera imposible de romper.

Lo que un día fuimos, fueron los padres que sonreían al ver las excelentes calificaciones de su hija Angélica, su mayor orgullo, porque ustedes así lo decidieron.

Lo que un día fuimos, fueron los padres que te dicen y te demuestran cuánto te aman con las acciones que todos los días están dispuestos a realizar para verte feliz.

Lo que un día fuimos, fuimos las mañanas lluviosas quedándonos todos juntos en casa viendo películas, mientras las demás personas corrían con gran intensidad para no ser mojados por la lluvia.

Lo que un día fuimos, fuimos pequeños recuerdos enmarcados en fotografías, y ahora que no están, revivimos esos momentos que sin duda alguna fueron los mejores.

Lo que un día fuimos, fuimos la familia de la que todos van a hablar, fueron los padres que hablaban con otros padres que eran unos afortunados por tener a unos hijos tan maravillosos, esos eran Angelina, Geovanny y Angélica.

Lo que un día fuimos, serán esos padres que por toda la vida voy a recordar, por todas las buenas enseñanzas que me dieron.

Lo que un día fuimos, lo que un día nunca fuimos. Todo lo que nunca fuimos se quedará guardado en la memoria de todo lo que hubiera podido suceder, pero nunca sucedió, porque ustedes así nunca lo quisieron.

Me levanté, no tenía nada más que hacer en este sitio en donde permanecían las principales dos personas que me destruyeron y me enseñaron a hacerlo. Miré la dirección que estaba escrita en la pequeña nota de la psiquiatra con la que tenía que asistir para continuar con las terapias, quedaba un poco lejos de aquí, era demasiado tarde para ello, así que tuve que correr para llegar puntual.

***

Veinte minutos después estaba parada justo al frente del edificio donde se encontraba el consultorio. Era el octavo piso así que tenía que apresurarme, sin dudar alguna estaba demasiado retrasada.

Solté un suspiro y entré al edificio donde una larga y aburrida charla de una hora me estaba esperando.

—Buenas tardes—saludé a las personas que estaban en la entrada.

—Buenas tardes—respondieron mi saludo dejándome pasar.—¿Tienes cita? ¿Cuál es tu nombre?

—Angélica, sí tengo una cita hace quince minutos debería estar ahí...—sin esperar que siguiera con la conversación me dieron las indicaciones de pasar apresurándome.

Al final estaba el elevador y a unos cuántos metros las escaleras. ¿Por qué todos los lugares me tenían que recordar lo que yo ya sabía? ¿Por qué está ahí haciendo cada vez más presente mi miedo?

Respiré profundamente y decidí por las escaleras, no quería ser presa de mis miedos en un lugar donde nadie me podía salvar de mí misma. Subí rápidamente las escaleras impulsándome por la barandilla, los ocho pisos los subí así corriendo a prisa, al llegar al final donde me indicaba que había llegado al piso correcto me detuve a agarrar aire, me dolían mis piernas por todo lo que había tenido que correr.

Revisé el número de las puertas hasta que encontré el indicado. Le di un ligero golpe, nadie me dio la orden, así que decidí acceder.

Cerré la puerta detrás de mí, recuperándome de todo lo anterior, estaba demasiado agitada, los dieciséis grados que marcaba el aire acondicionado me dieron un gran alivio para todo el calor que sentía.

—Estás treinta minutos tarde—miró su reloj de mano y luego de detuvo a mirarme. Se quedó con la boca abierta queriendo pronunciar mi nombre, uno que quizá ya había mencionado pero lo había olvidado.—Angélica—rectificó en los tantos papeles que tenía sobre su área de trabajo.

—Sí, lo siento—me disculpé quedándome en la misma posición recargada a la puerta esperando alguna indicación de su parte.

—Ayer estuviste ausente—se quitó sus gafas de leer para concentrarse mejor en mí.

—Lo siento, no lo sabía—me señaló la silla que estaba enfrente de ella. Tomé asiento sentándome en el lugar que me había indicado.

—No te preocupes—sonrió amigable, como señal de que había aceptado mi disculpa.—¿Cómo va todo con Geovanny? Tu nueva familia—volvió a verificar el nombre en los papeles.

—Espero no le importe—carraspeé, su pregunta me incomodaba mucho, demasiado. Saqué un empaque de galletas y las abrí, me metí una a la boca y mastiqué saboreando mi comida.—¿Quiere?—negó con la cabeza.—Usted se lo pierde porque están deliciosas—hablé con la boca llena y tuve que cubrirla con una de mis manos para que no se viera tan asqueroso.—Lo siento, es que no he comido y mi estómago me pide comida—observaba la manera en la que masticaba todo.—¿Qué me estaba diciendo?—fingí olvidar todo, pero honestamente yo no quería responder.

—¿Cómo va todo con Geovanny, tu nueva familia?—volvió a repetir.

Hubiera deseado que a ella se le haya olvidado la pregunta que me hizo. Quería gritarle que todo estaba mal, que no era nada de lo que yo quería, que estaba muy lejos de ser una familia, que era igual o peor de destructivo que Guillermo y Leticia, que me hacía daño de tan solo estar cerca de él, que quería pegarme solo porque no había matado a los asesinos de mi hermana Angelina, que si no lo hizo fue para no dejar alguna marca que evidenciara por si algún día yo quería hablar. Que se la pasaba culpándome de que Angelina estaba muerta.

Estoy mal, esto no es una familia, pero tengo que aceptar lo que el destino decidió que era lo mejor para mí. Todo esto era una tremenda mierda.

—Todo marcha bien, tenemos nuestras pequeñas diferencias como cualquier hermano pero todo está teniendo un buen inicio, es esto lo que siempre soñé—sonreí con mi boca llena de polvo de galletas oreo en la comisura de mis labios.

Es esto lo que nunca soñé.

—Me da mucho gusto que todo esté yendo como tú lo deseaste, ahora, me has dicho que es lo que siempre soñaste, pero ¿eres feliz?—cuestionó inclinando un poco su cuerpo hacia adelante.

Su pregunta me tomó demasiado por sorpresa, esperé que me dijera que era una mentirosa, que solo estaba mintiendo, pero de su boca no salió eso.

—¿Justo ahora?—pregunté metiendo más galletas en mi boca.

No quería responder, no quería estar aquí, me sentía demasiado incómoda. Y lo peor de todo esto era que no podía decirle la verdad, todo se trataba de mi "bien" y aunque nada está bien dentro de mi vida, no quiero volver a la casa hogar, quiero ser libre, quiero caminar por las calles de la ciudad sintiéndome libre, no quería estar siendo prisionera en un lugar que por siempre me iba a recordar lo que nunca podría tener; una familia. Geovanny era el que me daba todo, irónico, ¿verdad? Porque lo único bueno que me daba era libertad de hacer lo que yo quisiera, pero era porque no le importaba ni un poco, y eso duele. Mi vida duele.

—Bueno—retomé la conversación.—Pues sí, ¿no ve que estoy sonriendo? Platicando con usted de lo feliz que es mi vida y que nada podría ir mejor, comiendo galletas en un ambiente cómodo y acogedor, ¿qué otra manera de ser feliz hay?—mis ojos comenzaron a cristalizarse, me dolían las mejillas de tanto sonreír, no sabía por cuánto tiempo más podía aguantar toda esta mierda.

—No me refiero justo aquí, ¿eres feliz con Geovanny? ¿Te gusta tu vida ahora, Angélica?—volvió a preguntar haciendo referencia a que no había entendido su pregunta, esta vez no necesitó revisar mi nombre.

No, no soy feliz, pero no quiero volver a ese lugar.

—Si no soy feliz, tengo la posibilidad de cambiarlo, ¿no cree? ¿Por qué cree que me quedaría en un lugar en el que no soy feliz?—contraataqué a la defensiva. El problema aquí era que ella no me estaba atacando.

—¿Y por qué no lo cambias?—aseguró.

Casi me atraganto con las galletas que mi boca aun tenía masticando. Me dio un poco de agua que me la tomé de un solo sorbo.

—¿Por qué me pregunta eso?

—Porque tengo la certeza de que me estás mintiendo—afirmó poniéndose de pie colocándose atrás de mí.

—¿Y por qué le mentiría?

—No lo sé, tú dime, ¿por qué me estás mintiendo?

—Justo ahora soy feliz, las cosas que están pasando por mi vida son lo que siempre soñé, ¿cómo que mis sueños se estén haciendo realidad no es ningún motivo para ser feliz?

—Perfecto, ahora dilo sin mentir—sonrió volviendo al sitio que esperaba que se sentara.

—No estoy mintiendo—le di un golpe a su escritorio.

—¿A quién quieres engañar?—se cruzó de brazos echando su cuerpo hacia atrás.

—Lo siento, la sesión terminó—me levanté de golpe de la silla celebrando que había acabado el martirio de sus preguntas.

—Si no eres feliz, deberías modificar varias cosas en tu vida, Angélica. No todo es tan malo como tú crees—indicó que me podía levantar para irme. No necesitaba su autorización para hacerlo.

Odiaba tanto que tenía razón. Yo no era feliz, en ese momento no era feliz, ni siquiera estando con ella platicando en un clima y ambiente acogedor comiendo galletas oreo.

Caminé hacia la puerta despidiéndome de ella, cuando cerré la puerta detrás de mí sentí que no podía más, que en cualquier momento podía derrumbarme. Tuve que respirar profundamente en repetidas ocasiones y cerrar mis ojos para contener las lágrimas que esperaban salir, apreté mi mandíbula para no gritar todo lo mal que estaba.

Tenía que volver a casa con Geovanny, él no estaría así que no era un gran problema para mí. Bajé lento las escaleras respirando profundamente para no tener que derramar lágrimas en este sitio. Hacía pequeñas pausas para reponerme de todo lo mal que estaba.

—Aguanta, Angélica, al llegar a casa te prometo que puedes llorar todo lo que quieras, te dejaré hacerte mierda, solo resiste un poco más, yo sé que tú puedes—repetí mientras continuaba con todo esto.

El resto del trayecto fue cubrirme mi cara, justificando a mí misma que el sol me lastimaba, el problema era que el sol ya se había esfumado.

Los treinta minutos de camino a casa se convirtieron en una hora, una hora de aguantarme las indescriptibles ganas que tenía de derrumbarme en medio de todo lo que me rodeaba.

Nadie sabría de todo esto, al menos que alguien se tome el atrevimiento de leerlo. No quiero que nadie sienta lástima, quiero que alguien se dé cuenta del esfuerzo que estoy haciendo por mantenerme en pie y ser fuerte por mí, por ti, y por todos los que alguna vez pasaron por la misma situación.

Al llegar a casa y cerrar la puerta detrás de mí, todas esas lágrimas que llevaba conteniendo por mucho tiempo salieron como si fuera esto lo que estaban esperando.

Me deslicé por la puerta hasta tocar el suelo y quedar abrazando mis rodillas. La única que me podía abrazar era yo, ¿quién más lo haría si no tenía a nadie?

—Vaya, vaya, vaya—aplaudió Geovanny saliendo de lo que era mi habitación.

—¿Qué haces aquí? Pensé que llegarías más tarde—limpié las lágrimas pero mi voz no sonaba igual, me estaba rompiendo o tal vez era que ya estaba rota.

—No, Angélica, me salí del trabajo para verte llorar, quiero ver como te haces mierda, ¿y esta vez por quién?—dio vueltas en círculos aplaudiendo frenéticamente celebrando el daño que me estaba haciendo.—Te recuerdo que aquí no hay un Guillermo o una Leticia a quien culpar—frenó en seco todos los aplausos para reprocharme.

—Otra vez—lo miré con odio.

—Te recuerdo que las personas a las que mataste eran mis padres, Angélica—recriminó queriéndome hacer sentir culpable.

Solo quería un abrazo Geovanny, ¿no pudiste darme eso? Y si se lo pedía, ¿me lo daría?

—¿Me abrazas, Geovanny? Angélica necesita un abrazo—supliqué con lágrimas en los ojos, abrí mis brazos esperando el ansiado momento de que me abrazara.

—Por dios Angélica, mírate, ¿quién en su sano juicio te abrazaría?—me señaló con asco burlándose de mí.

—Homero me abrazaba—bajé mis brazos lentamente hasta tocar el suelo en el que todavía permanecía.

—¿Y por qué crees que lo hacía?—sujetó mi brazo apretándolo con fuerza.—Me imagino el asco que sentía de solo mirarte y tenerte cerca, hay Angélica, ¿por qué no te mataste antes? Es que toma un espejo, con solo verte entiendo a mis padres por todo el daño que te hacían, yo si fuera tú ya me habría matado desde hace mucho, tú vida no tiene sentido, ¿por qué sigues viviendo si nadie te quiere?—me soltó del brazo, llevé mi mano para calmar un poco de todo el dolor que sentía.

—¿Y tú por qué no te largas? Mi vida estaba mucho mejor sin ti—me ayudé sosteniéndome de la puerta para levantarme.

—¿A eso le llamas vida, Angélica?—rio fuertemente inundando cada rincón de la habitación y mi mente.—Te preparas porque quiero llevarte a un sitio que te va a encantar—sonrió largándose a su habitación.

Me quedé ahí sentada sobre el sofá viendo una fotografía de Angelina que tenía sobre la pared que estaba enfrente de mí. Me senté sobre el piso y me arrastré hasta a ella tomándola con mucha delicadeza.

—Angelina, ¿por qué no fui tan especial como tú? ¿Por qué nadie me quiso como todos te querían a ti?—le di un ligero beso sobre el cristal cargado de todo el amor que sentía.—Si tan solo supieras la falta que me haces, estarías de nuevo aquí—deposité la foto en su sitio, lo último que menos quería era hacerle daño.

La seguí observando, toda la hermosa sonrisa que su rostro conservaba. Ojalá esos ojos todavía me siguieran mirando. Las horas transcurrieron rápidamente y yo invertí todo mi tiempo en mirarla, no tenía nada que hacer y mirarla así tan sonriente se convertiría en mi actividad favorita del día.

—¡Angélica!—llamó fuerte mi nombre Geovanny.—¿Estás despierta?—buscó algún rastro de mí en mi habitación al no encontrarme vio que estaba la lámpara encendida de la sala.—¿Qué tanto la vez?—indicó la foto de Angelina.—¡Jamás serás como ella!

—¿A dónde vamos a ir?—ignoré sus palabras y me puse de pie mirándolo fijamente.

—Al sitio donde perteneces—miré su vestimenta y estaba con pijama.

—¿A la basura?

—Deja que te sorprenda, iré a ponerme algo—desapareció hacia su habitación.

No tardó mucho en vestirse, quizá algunos tres minutos, cuando salió tomó mi mano y agarró las llaves arrastrándome hasta salir de este sitio.

***

¿Por qué otra vez aquí, Geovanny? Obviamente él no sabía que yo ya había venido aquí, pensé que tal vez me llevaría a la lápida de Angelina, pero no fue así. Me llevó a lugar en el que no quería estar, con los causantes de todas mis destrucciones.

—¡Llegamos Angélica! Estamos aquí porque tú también mereces estar muerta, pronto estará tu cuerpo pudriéndose bajo tierra, la única diferencia es que nadie se acordará de ti—manifestó arrojándome al suelo.—Te traje aquí por otra razón—tomó su barbilla y me miró con superioridad.—Pídeles perdón, Angélica—ordenó con supremacía.

—¿Y por qué debería de hacerlo?—sacudí la tierra de mis rodillas.

—¿Quieres razones? Pues te las daré—hizo una ligera pausa.—Por haberlos matado, por no haber protegido a Angelina, por no matar a los que la asesinaron, por seguir con vida, pídeles perdón porque arruinaste su vida—continuó.

—¡No lo voy a hacer!—grité confrontándolo.

—Pídeles perdón—me volvió a lanzar contra el suelo, caí acostada.—Hazlo, Angélica—dictaminó con odio.—Que lo hagas maldita perra—tiró de mi cabello levantándome y poniéndome de rodillas ante la tumba de las personas a las que menos les debía pedirles perdón.

—Perdón por no haber matado a Geovanny también—le di un codazo en el abdomen haciéndolo expulsar todo el aire. Me paré rápidamente para no permitir que me volviera a hacer lo mismo.—No te metas conmigo, Geovanny—amenacé siendo yo la que tenía el control de la situación.—Que también puedo matarte a ti.

—Tú me necesitas—se quejó del dolor tocándose el abdomen.

—¿Yo? ¿Necesitarte? ¿Y qué necesitaría de ti? ¿Tus destrucciones?—reí fuerte de todo esto que estaba sucediendo.—Angélica puede matarte en cualquier momento, ya no permitiré que nadie me destruya—sostuve sintiéndome muchísimo mejor y más poderosa que él.

—Te quedarás sola—mantuvo la mirada puesta en el suelo.

—Mírame Geovanny—levanté su cuello con el zapato.—Desde hace mucho que estoy sola y he sobrevivido, ¿y tú que sabes hacer? Ni siquiera te has parado con los asesinos de mi hermana, te estás escudando de esta destructiva, a mí me enseñaron a destruir, ¿y a ti que te enseñaron? A huir con Angelina a comprarle una nieve, a depender de esos dos que terminaron sobre el suelo. Tú me necesitas para que te ayude a hacerlo—le di una patada en el rostro para que supiera que todo esto iba en serio.

Permaneció unos segundos sobre el suelo tocándose la nariz.—Te recuerdo que en cualquier momento puedo ir a la policía a denunciarte por el asesinato de mis padres—levantó un poco su cara con la mano aún en su nariz y dijo con demasía seguridad.

—Hazlo, quiero ver que lo hagas—sonreí satisfecha.—Te veo de regreso en la casa, no te tardes mucho pidiéndoles perdón, por favor—puse cara tierna.

—¡Eres un monstruo!—se levantó rápidamente como un lobo feroz hambriento y amenazó con golpearme.

Esperé su golpe para accionar en su contra pero nunca llegó.

Me encantaba ser un monstruo, amaba esto que ahora era, ya no permitiría que nadie me hiciera daño y menos él. Si sus palabras me destruían no lo iba a hacer notar y si algún día llegara a sentir miedo me lo iba a tener que tragar.

Lo que un día fui, fui una chiquilla que solo quería ser amada, odiaba que me llamaran monstruito. Pero joder, esto es lo que soy. Lo que un día fui, es lo que jamás podré recuperar.

 

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