Capítulo 32.-El arte de ser Angélica.

Viernes/30/Julio/2021.

Desperté en un lugar en el que hubiera preferido jamás hacerlo. Otra vez estaba en el mismo sitio donde parecía que el sufrimiento era eterno, y esa clase de lugar existente en el que crees que ya nada puede destruirte pero viene alguien a demostrarte que te puede romper más. Y cuando tratas de construir cada pieza que está rota sobre el suelo vienen a destruirte nuevamente. Creo que no importaba cuántas veces tratara de salir de este lugar, porque jamás iba a conseguirlo.

Yo tantas veces soñaba que huía y todo era un sueño, un hermoso sueño que jamás se haría realidad. Al despertar me encontraba en el mismo lugar, donde las demoliciones parecían no tener fin. En la misma habitación donde podía crear un océano con todas las lágrimas, tanta sangre y tantos intentos de suicidio que conservaba el balcón. Tenía tantas ganas de sellar todas las puertas y mantenerme encerrada de por vida para que nadie nunca más me hiciera daño.

Salí de mi habitación, el refugio no duraría mucho tiempo para que los monstruos salieran de su escondite y me atacaran.

—¡Angélica!—llamaron mi nombre desde el piso de abajo.

No podía esconderme, ellos sabían perfectamente donde encontrarme, así que mi única opción era salir a enfrentarlos. Me levanté con mucho pesar de mi cama.

Me paré frente al espejo arrastrando toda mi existencia y acaricié con tanto cuidado al reflejo, no quería hacerme daño, porque al simple tacto me podía destruir, mis piezas no estaban adheridas, solo estaban sobrepuestas. Las heridas que tenía mi cuerpo dolían tanto, pero no como las de mi alma.

—Lo siento, Angélica—besé el espejo.—Otra vez van a destruirte, solo te pido que por favor trates de aguantar una noche más—supliqué juntando mis manos.

—Mírame, Angélica, ¿crees que vamos a poder aguantar un día más?—señaló todo mi cuerpo descubriéndolo de la pijama que lo cubría.—Mira todas esas heridas que tu cuerpo conserva, no sé cómo aún podemos seguir con vida. Por favor, huye de aquí, ellos jamás te van a amar—pidió con ganas, con tanto dolor de ya no poder resistir.

—No me puedo ir, ellos dijeron que un día me amarían—toqué algunas de mis heridas, cada punto, algunas aun no cicatrizaban y las que ya lo habían hecho todavía seguían doliendo como la primera vez.

Pero, ¿sabes una cosa? No duelen las heridas, sino quien te las hace, las razones por las que están en tu cuerpo, duele más saber la historia detrás de cada gota de sangre que derramaste mientras ocurría, recuerdas cada lágrima que salía de tus ojos mientras suplicabas a gritos que pararan, que te hacían daño.

—Angélica, sus promesas no valen nada, porque unos verdaderos padres no destruyen—comentó señalando mi cuerpo que estaba tan roto, que nada haría que me reconstruyera.—¿Sabes qué es lo que quiero?—hizo una pausa esperando la respuesta que por supuesto yo no iba a darle, porque ya la sabía, tantas veces me lo había dicho.—Quiero que un día nos mate, solo de esa manera ya no sufriré más por alguien que no nos quiere, no me gusta ver las heridas que tienes sobre tu cuerpo, ambas sabemos que te hacen daño y no es lo que tú te mereces—me alejé del espejo, no quería seguir escuchándola.

Una parte de mí le daba la razón, pero por otra parte anhelaba escuchar un te quiero hija, un estoy orgulloso de ti, ya no te haré más daño, lo siento tanto, Angélica por haberte querido destruir. Yo no me quería ir, sabía que ese día estaba cerca, yo no les haría lo mismo que me hicieron a mí, yo no los abandonaría, porque sé que me necesitan y que a pesar de todo algún día me iban a querer.

Salí de mi habitación, porque no me gustaba verme en el espejo lo destruida que estaba, no quería seguir siendo testigo del monstruo en el que me había convertido.

En la sala mis padres me estaban esperando. Angelina ya no estaba en mi vida, se había muerto hace algunos meses y yo no había cumplido con su promesa, no había salido del infierno porque no era capaz de hacerlo.

—Angélica, se nos hace tarde—apuró mi padre desde algún rincón de la cocina.—¡Quiero destruirte!—alzó el cuchillo mostrándomelo.

No importaba cuantas veces lo viera, yo le tenía miedo, porque sabía que un día de estos iba a terminar matándome, pero sólo así él me iba a querer, no sabía cuánto mi cuerpo y mi mente podían aguantar.

—Aquí estoy, papá—caminé como robot programado directo al cruel destino que me había tocado.

—Te estaba esperando—tiró de mi brazo haciendo más corta la distancia que nos separaba hasta reducirla a nada.

—¿Cuánto falta para que me empieces a querer?—observé el reloj que traía en su muñeca.—Sobre mi cuerpo ya no queda espacio, y tengo miedo de un día ya no estar para que tú me demuestres todo el cariño que siempre me has prometido—mi padre descubrió mi brazo, a él no le importaba lo que yo le dijera, él solo quería hacerme daño.—¿Cuánta sangre más tengo que derramar para que me des un poco de tu cariño? ¿Cuántas lágrimas tengo que llorar para que te sientas orgulloso de mí?—estaba al borde del llanto, pero ya estaba seca de tanto llorar. Mis fuerzas se estaban agotando.

—¡Nunca te vamos a querer, Angélica!—cogió el cuchillo con tanta fuerza, lo empuñó con tanta rabia que estaba segura que su fuerza bruta me atravesaría el brazo y esta vez no iba a aguantar tanto.

Me estaba desmoronando lentamente como cual galleta se trataba.

Me quedé mirándolo fijamente y entonces decidí que era momento de huir al único lugar seguro que tenía en mi infierno. Corrí a mi habitación, subí con tanta rapidez las escaleras y me detuve al final de estas.

—Eres un estorbo, nunca vas a saber lo que es que alguien te quiera, no vales ni una mierda, nunca lograrás nada, jamás nadie se sentirá orgullosa de ti, nadie te necesita, debí haberte matado cuando tuve la oportunidad, el día que me enteré de tu llegada al mundo supe que no valías nada, que solo eras un objeto que debía ser destruido hasta que ya no quedara nada de ti—gritó con el cuchillo en la mano.

 Mi reflejo tenía razón, ojalá llegara el día que me mataran, solo de esa forma ya no habría sufrimiento, porque ella no sabía que todos los días intentaba salir de aquí y siempre despertaba en el mismo lugar una y otra vez. No había salida en este infierno que era llamado hogar.

Sonreí, después de tanto tiempo lo hice, pero no, no era esa clase de sonrisa sincera que sale desde lo más profundo de tu corazón para demostrar una felicidad. Mi sonrisa era falsa, pero quería saber que se sentía sonreír, por primera vez me quería sentir superior a ellos. Fue un grave error haberlo hecho.

—¿Por qué sonríes, maldito monstruo?—cogió el cuchillo.—Ven acá—ordenó desde abajo.—Te voy a destruir hasta que me supliques que no lo haga—ante mi desobediencia subió rápidamente las escaleras tropezando en algunos escalones.

Crucé los dedos deseando con todo mi ser que no llegaran hasta donde yo estaba, quería que se tropezara con algún escalón y muriera, solo de esa forma yo podría ser libre. Mi deseo se vio arruinado cuando subió hasta el último escalón sana y salva, con más ganas de destruirme que nunca.

—¡Voy a arruinar tu vida, así como tú arruinaste la mía!—me cogió con fuerza del brazo. Forcejeé por librarme y le di una patada en el abdomen haciendo que expulsara todo el aire contenido.

Me alcanzaron unos segundos para correr a mi habitación, abrí la puerta con torpeza e intenté cerrarla detrás de mí, pero su fuerza era demasiado mayor a la mía, no podía hacer mucho, estaba segura que hoy sería el tan ansiado fin que ellos estaban esperando. Ya había llegado la hora de ponerle fin a todo el dolor que llevaba sufriendo desde hace más de catorce años.

—¡Te voy a matar, Angélica!—empujó la puerta y caí al suelo. Lloré descontroladamente, tenía muchísimo miedo.

Hoy se haría realidad su sueño, mi sueño, nuestro sueño. Iríamos a un lugar donde ya no iba a ver sufrimiento, íbamos a ir a ese lugar que nos esperaba; la nada. Tal vez en la nada, nunca me harán daño, quizá no me amarán pero ya no habrá sufrimiento.

***

—¡PAPÁ! ¡AYÚDAME!—grité mientras me movía de un lado a otro de la cama, me di la media vuelta y terminé sobre el suelo.

Me levanté del suelo y volví a la cama abrazando las sábanas.

—Estamos bien, Angélica—me moví hacia adelante y hacia atrás tratando de tranquilizarme.—Ellos ya están muertos, tranquilízate—murmuré para mí misma tratando de estabilizarme. Terminé hecha un ovillo sobre la cama llorando por ese mal sueño.

Para mí no solo era un sueño, era una realidad que había vivido por más de 14 años. Todos mis sueños cuando vivía en el infierno eran que salía del sitio y que encontraba una familia que me quería y en donde era muy feliz y cuando despertaba lo hacía en el mismo lugar de siempre. Por mucho tiempo deseé que ellos algún día me mataran, porque estaba tan cansada de que pedía ayuda a gritos y nadie me ayudaba, así que eso nunca sirvió de nada.

Lloré desconsoladamente sin cesar abrazando a un objeto que no me podía trasmitir ni la mínima sensación de protección que yo requería. Solo estaba ahí para hacerme entender lo sola que me sentía y vivía.

¿Hasta cuándo iba a poder ser feliz sin recordar todo el infierno que había vivido? ¿Cuánto faltaba para que me olvidara de todo eso? ¿Por qué me seguían haciendo daño si ellos ya estaban muertos? ¿Por qué no me dejan en paz? ¿No estuvieron conformes con todo el daño que me hicieron mientras estaba con vida? Definitivamente ya nada volvería a ser igual en mí, siempre tendría ese miedo y esa protección, ese instinto de sobrevivencia, siempre tendría miedo y estaría alerta. Creo que todo el daño que me hicieron iba a permanecer por el resto de mi vida, no había nada que lo hiciera desaparecer por completo.

Papá, ¿por qué no estás aquí conmigo? Me haces tanta falta. Mamá, ¿dónde te encuentras en este momento? ¡¿Por qué no están aquí?! ¡¿Por qué no se dan cuenta que los necesito tanto?!

—¡PAPÁ!—solté un grito ensordecedor. Quería que él me escuchara, que reconociera el llanto y la voz de su hija y viniera a mi rescate, quería que él me dijera que todo estaba bien, que ya todo lo malo había pasado y que jamás volvería a pasar por algo similar porque el estaría conmigo para protegerme por todos los años que no lo había hecho.—¿Por qué no has venido? ¿Por qué no te das cuenta que llevo mucho tiempo esperándote?

—Angélica—entró la psiquiatra Lidia a la habitación sin pedirme permiso. Supuse que ella pensaba que se trataba de una emergencia.—¿Qué pasa?

Sin pensarlo tenía las manos en mis antebrazos arañándome con tanta intensidad que tenía marcas. Se sentó a un lado de mí.

—Angélica, tus manos—separó mis manos de mis antebrazos para que ya no me hiciera daño. Puse mi cabeza sobre sus piernas, necesitaba sentir a alguien cerca, alguien que me dijera que ya todo el infierno vivido con Guillermo y Leticia había pasado.—¿Qué pasa? Me preocupa verte así, confía en mí, Angélica—acarició mi cabello, peinó hacia atrás algunos mechones que me cubrían la cara.

—¿Por qué mi padre no se da cuenta que lo necesito tanto?—cuestioné en medio de todas mis lágrimas.—¿Qué debo hacer para que regrese de nuevo a mi vida?—no respondió ninguna de mis preguntas.—Quizá si grito más fuerte, él podría escucharme y venir a mí, ¿verdad?—tomé el suficiente aire para poder respirar.—¡PAPÁ!—se me desgarró la voz.

La psiquiatra me veía con tanto dolor. No le gustaba verme de esa forma, creo que era una de las pocas personas que no le gustaba ver como me destruía por alguien que no sentía absolutamente nada por mí.

—Angélica, shhh—colocó su dedo índice sobre sus labios.—No grites, no te hagas daño por él, no lo vale, si él quiere estar contigo lo estará, no importa cuánto grites o si lo haces en silencio—su voz me calmaba.

—¿Por qué usted no fue mi madre? ¿Por qué no tuve unos padres que se preocuparan al menos la mitad de lo que lo hace usted, una psiquiatra que quiere que sus pacientes estén bien?—pregunté limpiando mis lágrimas.

¿Por qué su Dios se esmeraba tanto en hacerme daño a mí? ¿Por qué me daba las peores batallas en la guerra? ¿Por qué a él le gusta tanto que me haga daño?, permitió que mis padres biológicos me abandonaran, me negó una familia en la cual fuera feliz y en cambio me puso en el camino de Guillermo y Leticia, ¿para qué? ¿Para que me destruyeran? Lo único bueno de todo esto fue Angelina, pero también me la quitó. Dejó que Homero y el señor Alfredo la mataran y después los puso en mi vida, ¿por qué? ¿Qué le hice yo a su Dios para que me haga tanto daño? ¿Qué pecado había cometido en mi otra vida para que todo lo malo me pasara a mí? Tal vez en mi otra vida fui Hitler y este es mi pecado por haber matado a más de cien mil judíos.

Dios, ¿esta es tu manera de demostrarme cuánto me amas?

—Ese ser inexistente llamado Dios es tan injusto—me levanté de sus piernas secando mis lágrimas. Me repuse sentándome en la cama recargando mi espalda contra la pared.—¿Hasta cuándo?—pregunté. No respondió. La pregunta no era lo suficiente compleja como para entender que estaba preguntando. Se quedó mirándome esperando que la concluyera.—¿Hasta cuándo voy a olvidar todo lo que Guillermo y Leticia me hicieron? ¿Hasta cuándo se van a ir de mi vida?—cuestioné, dándole esa complejidad para ser respondida.

—Nunca lo vas a olvidar, Angélica—respondió a la primera cuestión. Me cubrí mi cara con ambas manos.—Eso no se olvida, solo se aprende a vivir con ello—sabía cuánto me dolía su respuesta. Lo dijo tan lento, como si no quisiera responder las dudas que tenía, que no me dejaban dormir y que eran los causantes de mi insomnio y pesadillas que durante mucho tiempo fueron reales, fue mi vida misma narrada en un mal sueño corto.

¿Eso era tu vida, Angélica? Claro, no me enorgullece decirlo, porque yo por mucho tiempo quería cambiar por una familia que me quisiera, traté y traté de dar lo mejor de mí para tener lo que yo siempre había anhelado con todo mi ser, una familia y que alguien me amara. Pero eso jamás fue posible, hice todo lo que mis "padres" me pedían, me destruí un sinfín de veces solo por verlos ser felices, los puse por encima de mí y de todo el sufrimiento que me causaba cada herida sobre mi cuerpo. Intenté acabar con mi vida tantas veces, solo para verlos ser felices. Se metieron tanto en mi mente, fue desastroso el daño que me hicieron que yo quería morirme porque ya no quería sentir dolor. ¡Me convertí en un ser monstruoso todo por ellos! ¡Y por su maldito amor del que jamás me dieron una pizca!

¡LOS ODIO! ¡Te odio Guillermo, te odio Leticia, mucho más de lo que me enseñaron a odiarme a mí misma!

Creo que en un futuro pocas serán las personas que serán capaces de leer la historia de mi vida sin derramar una lágrima, ¡Felicidades si has llegado hasta acá sin derramar una sola gota de líquido! ¿Y sabes por qué te felicito? No porque me siento orgullosa de escribir este dolor que alguna vez sentí, sino porque mientras vuelvo a leer esta historia me es inevitable no llorar, y me pregunto, ¿esta es tu historia, Angélica? Y sí, si es mi historia, no la inventé, no me la contaron, yo la escribí cuando no tenía a nada, solo a mí misma. ¿Fue mi vida con la que intenté acabar? Sí, no iba a matar a un personaje literario donde su muerte sería recordada como si fuera alguien importante, porque yo jamás habría sido importante de haber acabado con mi vida, porque sí, soy importante para mí. Mi vida pasaría desapercibida y nadie me recordaría.

—¿Cuándo se iban a ir de mi vida?—reiteré haciendo referencia a los causantes de mis destrucciones.

—Hasta que tú decidas que es el momento de dejarlos ir, no les des el protagonismo que ellos querían en tu vida, no sigas haciendo lo que a ellos les gustaría verte hacer, olvídate de ellos, sé que no es fácil, sé que te vas a reír de mí, pero en un futuro les vas a agradecer porque gracias a ellos serás alguien tan grandiosa que nunca más volverá a destruirse, no brillarás por ellos, sino por ti misma—hizo un momento de silencio dejando que mi mente procesara todas las palabras que ella me decía.—Angélica, escúchame bien lo que voy a decirte y quiero que lo tengas en cuenta, a Guillermo y Leticia nadie los recuerda, ellos jamás han significado nada en la vida de las demás personas, para nosotros ellos no son nadie, son solo dos seres que están muertos, de no haber sido por ti jamás los hayamos conocido, eres tú quien les da el protagonismo en tu vida, tú les sigues dando ese privilegio de destruirte aunque ellos ya no pertenecen a este mundo, tú les das esa importancia que no merecen, Angélica, eres tú quien los sigue recordando, y no merecen que los recuerdes, eres tú quien no los olvida y hasta que tú no los dejes ir, ellos seguirán presentes en tu vida—se levantó y caminó hacia la puerta.—Ciérrales la puerta de tu vida y jamás los vuelvas a dejar entrar—sonrió con firmeza y abrió la puerta, la sostuvo por algunos segundos y añadió—;Tú eres muchísimo más de lo que ellos pensaban que eras, solo falta que tú lo creas—salió por la puerta cerrándola detrás de sí.

¿Cómo puede una psiquiatra decirme las palabras que tanto me hacían falta escuchar pero sin destruirme como yo lo habría hecho, como cualquiera lo hubiera hecho? Me dijo la verdad pero sin lastimarme ni hacerme daño, ella tenía razón. Era yo quien no los olvidaba. La psiquiatra Lidia era tan realista, la realidad que le hacía falta a mi vida.

Se fue dejándome sola, creo que era lo mejor para mí, debería de asimilar todo lo que me había dicho. Y sí lo hice. Pero no sabía hasta cuándo podría olvidarlos, borrarlos de mi memoria y jamás volverlos a mencionar como los causantes de mi depresión y de todas mis destrucciones.

***

Fue en mi habitación en donde desayuné pacíficamente con sus palabras rondando por mi mente, pero, preferiría millones de veces escuchar sus palabras que los mensajes de destrucción que Guillermo y Leticia grabaron en mi disco duro.

Después de pasar la mayor parte del día en mi habitación era hora de salir a observar la felicidad de las demás personas o ver que cosa productiva podía hacer. Salí con rumbo al consultorio de la psiquiatra Lidia, al final me decidí que yo tenía que crear mis propios momentos, le pedí que me diera el material para hacer algo inspirador para alguien que a penas estuviera en pleno descubrimiento. Me entregó los materiales diciendo que al final del horario de visita se los devolviera.

Recorrí los pasillos con los materiales para crear algo grandioso. Fui a ese lugar donde estaba concurrido por pacientes que eran visitados por sus familiares. Elegí una mesa en el centro de todo, al final yo era la única persona a la que nadie visitaba.

Todas las mesas a mi alrededor estaban ocupadas, el lugar estaba invadido de charlas que se perdían entre voces de todos los que habitaban. Coloqué todas mis cosas sobre la mesa, primero me quedé observando todo, después mi mirada solo se fijaba en la puerta esperando la entrada triunfal de la persona que siempre estaba esperando pero que aún no llegaba, mi padre, el hombre que nunca me amó.

Después como no llegaba, decidí aprovechar mi tiempo, total aquí lo esperaría hasta que el reloj marcaba la hora en la que tenía que irme. Comencé a dibujar a una persona que era especialmente especial para mí, no compartía ningún lazo sanguíneo pero sin embargo ella me estaba ayudando, porque ella se dedicaba a salvar a las personas de otro infierno llamado depresión.

“El arte de ser psiquiatra”—fue el título de mi obra. No era tan grandiosa como lo era la psiquiatra Lidia.

El arte de ser psiquiatra, es que siempre estás dispuesta a ayudar, sus problemas terminan una vez que empiezan los de sus pacientes. Escuchar se volvió un arte para mí, cuando no tenía alguien que lo hiciera, dar un abrazo a pesar de que fuera prohibido se volvió un deseo que fue adquirido cada día.

El arte de ser psiquiatra es que las palabras no te destruyen, siempre hay un motivo para salir de la cama, incluso uno tan simple como tener la esperanza de que algún día todo será diferente.

El arte de ser psiquiatra es que siempre hay algo nuevo que decir, donde un buenos días puede alegrarte la existencia, cuando mis días nunca fueron buenos.

El arte de ser psiquiatra es que hay reglas que no se pueden romper y un abrazo se volvió tan significativo, tan especial, cuando nadie se había atrevido a abrazarme, el arte de ser psiquiatra es que no se necesitan palabras para hacerle saber al paciente que pronto estará bien, a veces solo basta ver en su mirada esa confianza que nosotros no sentimos.

El arte de ser psiquiatra, una sonrisa se vuelve tan especial, una visita a la habitación para hacernos salir de la cama dándonos un motivo para continuar aún cuando nosotros no lo encontramos.

El arte de ser psiquiatra, los terapeutas no son tan malos como la mayoría lo creemos, la mayoría de las veces somos nosotros quienes no nos dejamos ayudar.

El arte de ser psiquiatra, fue que a mi vida le hacía falta una llamada Lidia.

El arte de ser Angélica, no, yo no soy arte.—rayé eso último porque yo no era ningún arte.

Como seguramente ya te habrás dado cuenta, la dibujé a ella y a su arte de ser psiquiatra.

—Hola, Angélica, cuánto tiempo sin verte—alguien se sentó en la silla que estaba libre al otro lado de mí. Dejé de hacer lo que estaba haciendo y volteé el dibujo para que no pudiera verlo. Levanté mi mirada y tenía una máscara que cubría su identidad, exactamente igual a "alguien que te vigila de cerca".

—¿A qué viniste?—me levanté rápidamente, no quería estar cerca de él, a pesar de estar con demasiadas personas temía que me volviera a hacer daño. No me sentía protegida.

—Te dije que tú nunca serías feliz—sonrió, su maldita sonrisa se podía percibir aún con la máscara que cubría su identidad.

No sabía qué necesidad tenía de seguir cubriendo su rostro, yo ya sabía de quién se trataba, esa maldita voz, mirada y sonrisa la podía distinguir en cualquier parte del mundo.

—¿Por qué me haces daño? ¿Por qué sigues queriendo hacerlo? ¿No te fue suficiente? ¿Qué buscas con todo esto? ¡Tú y tu familia se burlaron de mí! ¡En este país no se hizo justicia y todo por el maldito dinero!—grité fuerte llena de odio tirando todo lo que la mesa contenía.

El arte de ser Angélica es que yo no era ningún arte, y por eso todos se creían con la posibilidad de destruirme.

—No, Angélica, quiero verte sobre el suelo lamentando tu existencia—susurró gélidamente.

—¡Déjame en paz!—me agaché para recoger todo el material que había tumbado al suelo.

Inmediatamente él se levantó de su asiento y caminó hasta donde estaban esparcidos los materiales, giró el cuadro donde estaba la psiquiatra Lidia perfectamente dibujada.

—El arte de ser psiquiatra—tomó el cuadro en sus manos y escupió sobre el.—El arte de ser Angélica, tú nunca serás arte—me escupió en la cara desde su altura.—Das lástima, das asco, no sé cómo tienes el valor de seguir viviendo.—sujetó mi rostro con esas sucias manos.—¡Te voy a destruir!—me forzó y besó la comisura de mis labios. Se levantó y se giró para ver al resto de las demás personas.—Solo le estaba diciendo lo mucho que la quiero y que espero el ansiado momento que salga de aquí—mencionó a la multitud que supuse que nos estaban observando.

Miré con timidez a mi alrededor, todas las miradas estaban puestas sobre mí mirándome con lástima. No dije nada, solo me limité a recoger mis cosas, no soportaba estar en ese lugar.

¿Por qué no hicieron nada? ¿Por qué a los demás les gustaba ver cómo destruían a alguien más?

***

Estaba en las regaderas, necesitaba con urgencia darme un baño que borrara todo de mí, hasta mi existencia. A la salida dejé todo el material, no quería dañarlo metiéndolo en este lugar.

Me metí sobre la ducha, un lugar espacioso que estaba dividido por varias divisiones de muros que nos cubría de las demás.

Dejé que el agua me mojara por completo, quería borrar sus huellas de que alguna vez pasó sus manos por mi piel desnuda. Quería olvidarme de todo el daño que me había hecho.

¿Por qué? ¿Por qué todos se creen con el derecho de hacerme daño sólo por el simple hecho de no haber sido arte? ¿Por qué querían destruirme solo porque yo me destruía? ¿Por qué no puedo desaparecer? ¿Por qué no puedo olvidarme de todos los que me hicieron daño? ¿Hasta cuándo todo eso me iba a seguir destruyendo? ¿Por cuánto tiempo más iba a seguir recordándolo?

Me recargué contra la pared deslizándome hasta terminar en el suelo, dejé que el agua fría mojara por completo mi espalda. Y ahí, sola sin alguien que me sostuviera, lloré, en secreto y en silencio, donde nadie pudiera escucharme, donde mis lágrimas se confundieran con el agua que caía con presión del grifo mojándome en su totalidad. Estaba destruyéndome una vez más y no, no era necesario hacerme daño, porque alguien más ya lo había hecho. ¿Y sabes qué es lo que más duele de todo esto? Sí, haber sido abusada sexualmente y que la justicia no haya hecho nada, habían dañado una mujer, la misma que el estado, el país y las leyes protegían. ¡Nadie nos protegía! En un país como este la justicia no existía y todo se podía comprar con dinero. ¡Qué asco vivir aquí! ¡Él estaba libre! Burlándose de mí y de la nula justicia. Solo me tenía que proteger a mí, yo. Nadie más iba a hacerlo.

—Papá, te necesito tanto—mordí mi mano para callar mis gritos, no quería que nadie me escuchara, estaba harta de dar lástima.—¡PAPÁ!—grité más fuerte.—Ojalá estuvieras aquí para defenderme de todos los que me han hecho daño—me di la media vuelta recargando mi cabeza contra la pared.

Él no estaba ahí, él no me necesitaba de la misma manera que yo, él no estaba buscándome... Él (¡escríbelo, Angélica!) Él no me quería de la misma manera que yo lo amaba. Para él yo no existía y no sabes cuánto me duele escribirlo.

—Te voy a matar—hice puños con mis manos y golpeé la pared.—¡JURO QUE TE VOY A MATAR!—grité más fuerte para que Hernán me pudiera escuchar.

Lloré más fuerte abrazándome a mí misma.

—Angélica—dijeron mi nombre desde la puerta principal del lugar.

No respondí y cerré el grifo, no quería que me viera así, quería que se fuera y pensara que yo no estaba en ese sitio.

—Angélica, sé que estás aquí—tocó levemente la puerta transparente del cubículo donde me encontraba.—¿Te encuentras bien?

—Sí—respondí cambiando el tono de mi voz.

—Te estaré esperando por si quieres hablar o tengas algo que contarme—esperó que dijera alguna palabra para después marcharse.

—Ajá—respondí sin ánimos.

Terminé de ducharme y me vestí rápidamente, no soportaba ver mi cuerpo desnudo, no me gustaba en lo absoluto.

Salí del sitio y recogí las cosas que la psiquiatra me había prestado. Todo estaba exactamente igual a cómo lo había dejado, hubiera deseado que se las llevara, no quería charlar con ella, no quería verla a los ojos. Al final tenía que verla, de lo contrario los pensamientos de que no estaba bien serían reforzados y me invadiría con mil preguntas.

Toqué la puerta de su consultorio y esperé a que me diera la orden de pasar.

—Hola—saludé seca sin esa emotividad que tenía antes de que Hernán llegara.—Aquí tiene—deposité todo sobre el escritorio, quería irme lo antes posible.

—Toma asiento—me observó de pies a cabeza tratando de descifrar qué era lo que me ocurría.—¿No quieres hablar? Siempre al final del día me cuentas todo lo que pasó...

—No tengo ganas de hablar, eso es—contesté antes de que siguiera con una conversación que yo no quería continuar.

—¿Segura?—preguntó levantando ambas cejas.—¿Qué fue lo que dibujaste hoy?—señaló el dibujo al cual abrazaba tan fuerte, como ese abrazo que yo esperaba de alguien.

—Es para usted—lo miré una última vez y se lo entregué.

—¿El arte de ser psiquiatra?—dudó poniendo el cuadro sobre su escritorio y leyendo con detenimiento todo lo que tenía.

Era un dibujo de ella y justo encima del dibujo estaban escritas todo lo que escribí sobre "el arte de ser psiquiatra".

Asentí, me fue imposible no derramar algunas lágrimas, no quería articular palabra alguna por lo mismo.

—¿Tú escribiste esto?—sorprendida levantó su mirada hasta encontrarse con la mía.—¡Wow! ¡Es lindo!—dejó de lado el dibujo.—¿Por qué lloras?

—Por todo y nada—sequé mis lágrimas.—Últimamente estoy muy sensible—solo dije eso para no tener que dar más explicaciones.—¿Puedo irme?

—Sí, adelante—cedió no muy convencida por mis palabras.—Gracias por esto, Angélica, ¡eres maravillosa!—articuló antes de que saliera por la puerta principal para marcharme a mi habitación.

Quizá si nunca saliera de ahí, nadie podía hacerme daño. Quizá si yo no existiera nadie me haría daño, quizá si él estuviera muerto no podría hacerme daño. Quizá si haya sido arte, todos se detendrían a admirarme y el resto a protegerme. Ojalá fuera arte, ojalá fuéramos arte.

El arte de ser Angélica, es que no hay nadie que pueda protegerme ni de los monstruos del exterior ni de los de mi interior.

El arte de ser Angélica, siempre hay un nuevo motivo para destruirme.

El arte de ser Angélica, todavía no hay alguien que te admire como tú deseas.

El arte de ser Angélica, todos quieren hacerte daño.

El arte de ser Angélica, todos se han ido de mi vida.

El arte de ser Angélica, este arte necesita un abrazo.

El arte de ser Angélica, eres la Octava Maravilla del mundo.

El arte de ser Angélica, te han destruido, nos han destruido, nos hemos destruido.

El arte de ser Angélica, se arrepentirán de haberse ido.

El arte de ser Angélica, ¿por qué no pueden ver que eres arte? ¿Por qué nadie se detiene a admirarte?

El arte de ser Angélica, seguimos vivos, ¿estamos respirando? ¿Hay un corazón latiendo bajo nuestro pecho? ¿Eso cuenta como vivir?

El arte de ser Angélica, no te vayas, no todavía, aún te necesito.

El arte de ser Angélica, quiero que me veas como tu arte, que estés dispuesto a admirarme.

El arte de ser Angélica, no existe otro ser igual a mí sobre la tierra.

El arte de ser Angélica, alguien se sentirá orgulloso de ti y no sólo uno, varios. Habrá un ejército que te estará aplaudiendo para que ganes esta batalla.

El arte de ser Angélica, estamos destruidas y nadie lo ve. ¿Cómo me construyo? ¿Dónde están todas las piezas de este rompecabezas?

El arte de ser Angélica, nadie nos escucha, nadie está, estamos solos y vacíos tratando de vivir un día a la vez en un lugar donde todos queremos ser arte.

El arte de ser Angélica, nadie espera nada de nosotros, pero también lo esperan todo, ¿seremos grandiosos?

El arte de ser Angélica, nadie nos escucha, estamos gritando, (¡grita más fuerte!)

El arte de ser Angélica, yo quería ser la niña de papá, en cambio, ¿qué es lo que fui? ¡Fui su basura!

El arte de ser Angélica, algún día seré arte.

El arte de ser Angélica, no tengo nada que ofrecerle al mundo, ¿hacia dónde voy cuando nadie espera nada de mí? ¿Hacia a dónde iré cuando lo esperen todo?

El arte de ser Angélica, destruyeron a este arte, y no hicieron nada, solo fueron expectantes.

El arte de ser Angélica, ¿realmente somos arte?

El arte de ser Angélica, quizá sólo somos arte de bajo presupuesto que no es nada, y solo por eso no tenemos valor.

El arte de ser Angélica, es que tal vez en algún lugar del mundo haya alguien llamada Angélica que si sea arte, el arte que todos estén admirando.

El arte de ser Angélica, solo soy una adolescente queriendo ser arte.

El arte de ser Angélica, es que yo no soy arte.

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