Capítulo 22.-Mátame.

(Black and blue—Sia)

—¡MÁTAME!—grité ferozmente esperando el ansiado momento en el que todo terminase.

Colocó su dedo en el gatillo mientras lo sujetaba.

—¡HÁGALO! ¡¿BUSCA RAZONES PARA QUE ME MATE?!

Estaba de pie, no sé qué estaba esperando.

—Dígale a mi padre que lo amé, realmente lo quise demasiado, pero su amor hacia a mí se terminó desde el momento que me botó sobre la basura, entonces ¿por qué yo tenía que seguir amando a alguien que no me ama?—me acosté sobre el suelo, era como una manera de despedirme de alguien que nunca me quiso.—¡Papá!—golpeé el suelo, podía sentir la mirada de ambos observándome.—Antes de que lo haga, ¿me pueden dar un abrazo? No sé lo que se siente que alguien te abrace por última vez—con mucho pesar me levanté del suelo.

Todas las veces que me había hecho daño, todas esas heridas abiertas y esas destrucciones me estaban pasando factura, todo me pesaba, todo me dolía, ¿realmente había una razón para seguir viviendo?

Bajó el arma. Me arrojé a sus brazos y lloré desconsoladamente sobre los brazos de un desconocido, mi asesino, ¿qué tan mal debería estar una persona para pedir ser abrazada por el mismo ser al que le has pedido que te mate? Yo solamente quería un abrazo.

Sentí sus manos pasar por mi espalda.

—Extraño a mi padre, extraño a mi familia—logré pronunciar en medio de llantos, no sabía si él podía entenderme.

—Llévatela Homero, yo resuelvo el asunto pendiente—dictó a Homero.

¿Pero, por qué? Yo no quería eso, yo quería morirme, quería que me mataran.

Homero me arrancó de los brazos de Alfredo, se había sentido tan bien ese abrazo.

—¡NO!—lancé varias patadas al aire.—¡DÉJAME! ¡QUIERO MORIRME! ¡¿POR QUÉ NADIE ENTIENDE ESO?!

Homero me cargó en sus brazos y me subió a su camioneta.

—Déjame ir—mi fuerza vocal se estaba agotando.

Quizás así era como se sentía la muerte. ¿Este sería mi tan anhelado final?

—¿Es así como se siente la muerte?—pregunté a Homero quién solo conducía a toda velocidad.—¡Se está sintiendo tan bien!—sonreí robóticamente mirando hacia todo.—Si muero haz que mi vida haya valido la pena, dona mis órganos a alguien que tenga ganas de vivir, yo dejé de tenerlas desde hace mucho tiempo—miré mis manos, quizá esta sería la última vez y no lo sabía.—¿A dónde vamos?—hice un esfuerzo en girar mi rostro hacia la ventana, estaba desorientada, no sabía por dónde estábamos.—Puedes olvidarte de todo y detenerte a darme un abrazo, quiero ver por última vez las maravillas de la vida—estiré mi mano e hice contacto con la suya que estaba en la palanca de cambios.—¿Puedes hacerme feliz? ¿Puedes decirme algo que siempre he querido escuchar?

Homero seguía tan concentrado en mirar hacia enfrente.

—Estoy a punto de morir y no has hecho el intento por hacerme feliz—una lágrima descendía por mi mejilla.—¿Por qué no me mataron? Bueno, creo que ya no importa, porque estoy segura que moriré de todas formas—cerré los ojos por un momento y los volví a abrir.

Detuvo el auto afuera de un hospital, lo parqueo en medio de la calle. Se bajó del carro rápidamente y abrió la puerta del copiloto, donde me estaba llevando a mí y me cargó en sus brazos sacándome de la camioneta.

Bueno, al menos moriría mirando sus ojos verdes, sentía que cada vez todo se hacía más cercano, volvería a ver a Angelina, después de tanto tiempo.

—¡Tengo una emergencia!—se acercó a recepción corriendo conmigo en brazos.

—¿Cuál es su emergencia?—preguntó la recepcionista con toda la calma del mundo.

—Ingirió un envase completo de antidepresivos—entregó el frasco a la enfermera.—Hay una emergencia en el pasillo 10—habló a través de un alto parlante.

Rápidamente venían unos doctores corriendo empujando una camilla.

—Haz que todo esto haya valido la pena—sujeté su brazo con la poca fuerza interna que tenía.—¿Por qué a todo el mundo le importas cuando ya estás muerta o a punto de morir?—soltó mi mano y me empujaron por un largo pasillo.

Él se quedó atrás pasando los datos a la recepcionista.

¿Había razones suficientes para seguir viviendo? ¿Por fin se me concederá lo que tanto he rogado?

***

Abrí los ojos, su Dios no me había concedido lo que tanto había implorado. ¿Por qué? Porque él me odiaba. Él quería que siguiera sufriendo por personas a las que no les importaba en lo más mínimo.

Me levanté de la cama, sentí un tirón de mi brazo, tenía un catéter sobre mi vena administrándome suero, toqué un botón y hablé por el alto parlante.

—¡QUIERO MORIRME! ¿POR QUÉ NADIE ENTIENDE ESO?—toqué la bata blanca de hospital que traía puesta.—¡Quiero dejar de existir!—golpeé la cama con fuerza, arrugué las sábana entre mis manos.

¿Por qué nadie me daba lo que tanto quería?

Me quité sin cuidado alguno el catéter y caminé buscando salir de la habitación.

Había varios doctores y enfermeras caminando por los pasillos.

—Aaaaaaaaaah!—me paré en medio del pasillo y mi di un gran grito que salió desde mi diafragma.

—¿Está bien señorita?—tomó mi brazo con preocupación un doctor.

—No, hace mucho que no estoy bien—sostuve su brazo, no quería que se fuera, quería que me escuchara.—Quiero morirme, quiero que alguien me haga daño y irme lejos, a un lugar donde ya no haya sufrimiento, ¡ya no quiero seguir viviendo!—terminé desvanecida sobre el suelo.—¿Puede ayudarme? Inyécteme algo para estar en paz, ya no quiero respirar—me escuchaba atentamente mirándome a los ojos.

—Volvamos a su habitación—me ayudó a levantarme del suelo. Me guio sosteniéndome hasta mi habitación.

Me acostó sobre la cama.

—Lamento ser una carga, ¿puede concederme lo que le pedí?—lo miré de manera suplicante, mis ojos estaban llenos de lágrimas.

—Necesito la presencia del médico a cargo de la paciente de la habitación 344, necesito que le suministren un calmante—habló por el alto parlante y tocó seguidas veces el botón.—Me quedaré un momento hasta que alguien venga a hacerse cargo de ti—se alejó un poco y se quedó observando en todo momento la puerta y al mismo tiempo miraba una lista que tenía sostenida con un tablero en su mano.

—Puede irse—me miró confundido.—Sí, sé que usted está a cargo de otra persona y no necesita quedarse conmigo, posiblemente la persona de la que usted está a cargo sí tiene ganas de vivir, le prometo que no intentaré nada—relajé mi postura sobre la cama.

Solo me miró y siguió esperando. A los pocos minutos había llegado una enfermera y él se fue apresurado.

—No quiero que nadie más muera por mi culpa—confesé a la enfermera quien solo venía a suministrarme un calmante.—¿Por qué no cambia ese calmante por una inyección letal?—pude ver que estaba preparando la aguja con el medicamento necesario.

Comenzó a acercarse de manera pacífica, pero para mí era una amenaza andante.

—No quiero—me levanté de la cama y comencé a retroceder.

—No hagas esto más difícil, vuelve a la cama—caminaba unos minúsculos pasos haciendo el intento de llegar a mí.

—He dicho que no quiero—le di un ligero empujón.—¡No quiero seguir viviendo! ¡¿Es tan difícil entenderlo?!—le di otro empujón tumbándola sobre la cama, le quité la jeringa y la amenacé con ella.—Lléveme a la sala de operaciones y haga que preparen una cirugía, quiero que al menos algo haya valido la pena—le coloqué la jeringa más cerca de una de las venas de su cuello.

—Está bien, déjame llamar al doctor—retrocedí sin dejar de apuntar hacia su vena que la dormiría si ella no me obedecía. Se levantó caminando hacia el altavoz.

—¡Necesito la presencia del doctor urgentemente, la paciente de la habitación 344 me está amenazando con una jeringa!—gritó con desesperación.

La tomé del cuello y coloqué una mano en su boca y con la otra la amenacé con la jeringa.

—¡Ya no! ¡Ya no quiero más dolor!—yo no quería hacerle daño ni a ella ni a nadie.

No sé por cuánto tiempo estuve así, ella permanecía inmóvil ante mí.

—Me imagino que usted tiene miles de razones para seguir viviendo, supongo que alguien al llegar a su casa la están esperando con los brazos abiertos, pienso que al menos tiene o tuvo a alguien que la amó y la protegió hasta el final, al menos usted tiene todo lo que yo no—quité la mano de su boca y acaricié delicadamente su rostro.

—El doctor llegará en poco tiempo y te ayudaremos...—respiraba agitadamente tratando de mantenerse lo más alejado posible de la jeringa.

—¡Yo ya no quiero seguir viviendo!—recargué mi cabeza en su espalda.

Escuché un pequeño ruido de la puerta.

—Angélica—dijo mi nombre muy bajito.—Angélica—volvió a repetir mi nombre, esta vez se sentía más cercano a mí.—Todo estará bien—sentí su tacto en mis manos.—Ven—sus manos bajaron hasta mi cintura y me sujetó separándome de a poco de con la enfermera, que supuse ya estaba cansada de haber permanecido durante mucho tiempo en la misma posición.

Al estar sin mí la enfermera respiró aliviada.

Me abrazó fuertemente Homero sujetándome contra él, para que no pudiera escapar, asimismo también me quitó la jeringa que mis manos sostenían.

—¡Ya no puedo más! ¡Te juro que ya no puedo más!—tomé uno de sus brazos y lloré en el.

—Yo sé que si podrás—murmuró cerca de mi oído.

—Por favor, ya no quiero seguir viviendo, haz que todo esto termine—solté su mano y me di la media vuelta quedando a la altura de su pecho.

No dijo nada, simplemente se quedó mirándome con pesar. Luego vi que dos doctores atravesaron la puerta principal.

—No—intenté empujar a Homero.—No quiero, déjame ir—me removí bruscamente en sus brazos.

—Ey—intentó tranquilizarme.

—Acuéstela sobre la cama—ordenó el doctor preparando una jeringa con el calmante que me iban a dar.

Me abrazó y me llevó en sus brazos hasta la camilla.

—Por favor, no—supliqué con los ojos lagrimosos.

—Estarás bien—me recargó en la cama mientras me agarraba de los hombros para que no pudiera librarme fácilmente de su agarre.

El doctor metió el catéter sobre la vena de mi brazo.

—Ya no quiero seguir sufriendo, ya no quiero vivir más, por favor, solo una cosa les estoy pidiendo para estar bien—mi voz se estaba desgarrando, fue como si todas las heridas sangrantes que aún tenía dentro de mi ser, comenzaran a hacer erupción dentro de mí, fue el peor dolor, lo malo era que seguía con vida y ninguno se apiadaba de esta adolescente que ya no quería seguir sufriendo en un lugar llamado vida.

—Angélica, tranquila—soltaba patadas al aire mientras la voz de Homero me trataba de calmar.

—Necesito que llamen urgentemente al hospital psiquiátrico, tenemos que internarla de emergencia—mencionó uno de los doctores a otro que también estaba en el área.

—¡SOLO QUIERO TERMINAR CON MI VIDA!—clamé en voz alta para que me escucharan si es que aún no lo hacían.

—Tranquila, relájate—respiraba a un ritmo normal para que yo hiciera lo mismo.—Haz un último intento para que estés bien—sostuvo mi cara entre sus manos.

Su mirada, tan paciente conmigo en ese momento, no sentía la frialdad que en otros momentos me transmitía, ¿Será porque ese día estaba tan necesitada que no me di cuenta cuáles eran sus intenciones?

Comencé a tranquilizarme y dejé de moverme.

—No quiero que me mediquen—mi voz sonaba quebradiza, quizá todas mis ganas de gritar se habían acabado al igual que mis ganas de vivir.

—No le suministren nada, me quedaré con ella hasta que esté más tranquila—señaló a los doctores.

—Cualquier cosa que necesite, no dude en llamarnos—salieron las pocas personas que estaban en mi habitación.

—¿Puedo abrazarte?—pregunté, no quería llevarme un rechazo. Asintió con la cabeza y no dudé ni un segundo en arrojarme en sus brazos.

—Hagamos un último intento—palmó ligeramente mi espalda.

—Es que lo estoy intentando, te juro que lo estoy intentando, pero en el intento me estoy muriendo lentamente—las lágrimas fluían rápidamente.

¿Cuántas lágrimas más tenía que llorar para algún día conseguir tan solo un poco de paz? ¿Cuántas lágrimas tenía contenidas? ¿Por qué sentía que todo el dolor fluía en forma de este? ¿Acaso tenía tanto dolor guardado?

—¿Te quedarás conmigo?—pregunté cómo una niña pequeña que necesitaba tanto de un padre que no quería que se fuera.

La gran diferencia era que él no era mi padre, ni nada mío, solo un ser desconocido el que permanecía a mi lado.

—Sí, me quedaré contigo—acariciaba mi espalda.—Por ahora deja que todo ese dolor que tienes dentro de ti siga fluyendo.

—Es que no tengo razones para seguir viviendo...

—Las tienes.

—¿Al menos te importo un poco?—duró varios minutos en silencio.—Entonces, ¿por qué sigues aquí?—no quería que se fuera, pero tampoco quería que se sintiera obligado a estar ahí.

—Porque no tienes a nadie—sentí que había vuelto esa frialdad que lo caracterizaba.—Pero a partir de ahora me tienes a mí—me separó un momento de su lado y me dio un beso en la frente.

—¿Por qué nadie entiende que ya no quiero seguir viviendo?—murmuré en silencio.

Ya no tenía ganas de seguir viviendo, ya no tenía nada, ya no me tenía a mí. ¿Por qué a muchas personas se les hace difícil aceptar que una persona ya no tiene ganas de seguir en este mundo?

—¿Qué hay de bueno en el mundo para seguir viviendo?—lancé una pregunta.

—Tú puedes ser todo lo que falta en el mundo, ¿y si tú viniste a ser la diferencia? ¿Y si tú eres todo lo bueno que el mundo está esperando? Vas a dejar que siga en la perdición, tú puedes cambiar el mundo, pero antes debes de cambiarte a ti, todos necesitamos una persona mentalmente estable y físicamente presente—me guiñó el ojo con una sonrisa pícara.

—No creo que el mundo necesite a una asesina más—bajé la mirada cabizbaja, desilusionada de mí misma.

Vi como la puerta se abría y dejaba ver a una Directora del plantel y su asistente.

—Veo que ya estás mejor—por su tono de voz seco se notaba que estaba enfadada conmigo.

¿Y cómo no estarlo? Pero, ¿por qué las personas no entienden que nosotros no elegimos tener depresión; ella nos eligió a nosotros? ¿Por qué jodidamente no entienden que es algo que no podemos controlar?

—Cada vez estás más lejos de tu objetivo de tener una familia—añadió su asistente Yuliza.

—A ella no le interesa tener a una familia, le interesa tenerse a ella misma—respondió por mí Homero.

—Supongo que ya te habrás enterado que serás internada de manera urgente a un hospital psiquiátrico—se cruzó de brazos con molestia y se recargó en la pared.—Pudiste ser adoptada pero tú misma rechazaste la idea de una familia...

—¿Y de qué me serviría si no tengo ganas de seguir viviendo? ¿De qué me serviría tener lo que siempre quise si no podré ser feliz?—cubrí mi cara, ya no necesitaba más lágrimas.

—Se está arreglando todo para el traslado—terminó la conversación y salió de la habitación en compañía de su asistente Yuliza.

—Respira—hizo contacto con mis manos para tranquilizarme.—Antes de tener a alguien, debes tenerte a ti.

—¿Te doy lástima?—descubrí mi cara. No respondió, solo miró hacia otro lado.—¡Contéstame! ¡¿Te doy lástima? !—dudé con más insistencia.

—¿Por qué quieres hacerte daño?—contestó con otra pregunta.—¿Buscas una razón más para acabar contigo?

—¡Sí!

—¿Por qué no buscas una razón para seguir viviendo?

—¡Porque no las hay!

—¿Y tu padre? ¿Ya no quieres seguir buscándolo?—eso me tocó una herida muy profunda.

—¿Para qué quiero buscar al primer hombre que no me amó?

—¿No quieres ser la heroína que salve  al mundo de la perdición?

—¡NO! ¡No quiero ser nadie!

—Nadie es lo que eres justo ahora, ¿Quieres seguir siéndolo? Por un momento creí que ya estabas harta de tantos intentos de suicidio y que el mundo esperara de ti solo eso—caminó por la habitación cruzándose de brazos hasta que me dio la espalda.

—El mundo no espera nada de mí.

—El mundo espera lo que tú estás dispuesta a entregar, así que si sigues teniendo más intentos de suicidio, es lo que todos esperaremos de ti, ¿por qué crees que eso esperaban todas las personas que han pasado por tu vida? Porque eso es lo que tú estás dispuesta a entregar, para que todos descubramos tu potencial, debes estar preparada para dar todo de ti—volvió a mirarme.—Suicidarte no es ningún logro, Angélica, sí, ya no habrá dolor, pero, ¿tú que sabes de dolor si nunca has enfrentado nada?—hablaba de una manera muy cruda pero real.

Esto es la realidad, duele, intentar salir de un infierno es doloroso.

—¿Qué hay de Angelina? ¿Qué hay de ti y de demostrar que no lo necesitas a él? ¿Qué hay de eso?—interpeló con una mano en la barbilla.

—Todo terminó—respondí con desilusión.—No necesitas decir que estás decepcionado de mí, porque lo sé perfectamente.

—¡Nada ha terminado! Estás viva, tienes una nueva oportunidad para luchar por todo lo que siempre has querido.

—No quiero ninguna oportunidad—negué ligeramente con la cabeza.

—¿Qué harás? ¿Vas a quedarte en esa cama esperando que todo termine o buscando una nueva oportunidad para terminar con tu vida? Si quieres salir de eso, ahora mismo me encargo de ingresarte en una clínica psiquiátrica, puedes cambiar, haz un último intento, si quieres mi ayuda te estaré esperando—caminó hacia la salida.

—Homero—llamé su nombre deteniéndolo antes de que atravesara la puerta.—¿Te quedarás conmigo hasta que esté bien o al menos hasta que ya no necesite a nadie en mi vida? —cuestioné, no quería enfrentar esto sola, él era una de las personas que estaba dispuesto a ayudarme.

—Sí—se dio la vuelta y volvió hacia a mí.—No tenemos tiempo, tú ocupas ayuda de manera urgente—entre sus manos tomó la mía y la cubrió como una manera de protección.

—¿Por qué sigues aquí?—estuvo a punto de soltarme, esta vez fui yo quien lo sujeté.—¿Por qué no te has ido como los demás lo hacen?

—Quiero demostrarte que hay suficientes razones para que alguien quiera permanecer a tu lado—respondió mirándome fijamente a los ojos.

—Sé que al final del día, cuando todo esto termine te habrás ido de mi vida—bajé la mirada e intenté sonreír.—¿Ya me puedo ir?—ya no quería hablar de otra pérdida o que alguien se volviera a ir de mi vida.

Los pensamientos son un arma muy poderosa que te matan lentamente. En secreto y en silencio, donde nadie más que tú, conocen su existencia.

—No, tienes que permanecer 24 horas bajo vigilancia, por si alguna cosa llega a suceder—respondió con calma. —Y si te preocupa que me vaya, no me iré—se sentó en un sofá que estaba en la habitación.—Debo avisarle a alguien que estaré aquí—sacó su celular y miró por unos segundos la pantalla y luego se lo colocó en su oído.—Buenas tardes patrón, solo para decirle que voy a permanecer en el hospital—comunicó a quien supuse era el señor Alfredo.

—¿Se murió?—cuestionó en un carcajeo que pude oír perfectamente.

—No, ella está bien—respondió tranquilo con la cuestión.

—¡Te lo dije! ¡Todos esperan de mí mi suicidio!—me levanté de la cama sin quitar el catéter.

—Angélica, por el amor de Dios.

—Jamás me vuelvas a hablar de ese hombre—levanté la mano en forma de amenaza.

—Vuelve a la cama—mandó.—Hablamos luego—terminó con la llamada y se guardó el celular.—Es tan difícil lidiar contigo, ojalá estuviera escrito un manual de cómo entenderte—se dio cuenta de lo que había dicho y cubrió con ambas manos su cara.

—¡Vete!

—No me voy a ir.

—¡Quiero que te vayas! ¡Quiero darle al mundo lo que tanto espera!—cubrí mi cara, no quería seguir llorando.

—¡NO ME VOY A IR!—gritó mucho más fuerte que yo, me sentí pequeña a su lado. Y las palabras que yo le iba a decir quedaron en el aire.—Quiero entenderte, pero joder eres tan difícil, tan complicada—volvió a su tono de voz natural.—Lo siento por haberte gritado—al verme ahí parada viéndolo, con el corazón en mis manos hecho añicos, me abrazó con fuerza.

Nunca nadie me había pedido perdón después de haberme destruido tantas veces.

—No me voy a ir, Angélica—me sentó en la cama y se sentó a un lado de mí.—Te dije que te ayudaría y que te quería ver bien—se acercó a mi frente y la besó con ternura.—Te prometo que ganarás esta batalla—susurró mientras aún estaba su boca en mi frente.

Nunca nadie me había besado con tanta ternura. Era como un amigo o un hermano; el que nunca había permanecido en mi vida.

—¿Por qué la vida fue tan injusta conmigo? ¿Por qué no fuiste mi hermano mayor?—lo abracé con más fuerza.

—La vida es una mierda, por algo no fuimos familia—se separó de mi frente.

—Estoy segura que si tú fueras mi hermano también te hayas ido...

—Por supuesto que no—negó rápidamente interrumpiéndome.—Te aseguro que su yo fuera tu hermano le demostraría a todos esos imbéciles que se han ido de tu vida que hay razones suficientes para que alguien quiera permanecer a tu lado por toda la eternidad—confesó sujetando mi cara en sus manos.—¿Por qué te hicieron tanto daño?—acarició con delicadeza mis mejillas.

Al sentir sus tacto algunas lágrimas descendieron por mis mejillas. Este las atrapó antes de que cayeran al suelo.

—¿Quienes fueron los causantes de todo tu dolor?—sus hermosos ojos verdes estaban puestos en todo mi rostro, tratando de hallar la respuesta en mis ojos; la puerta del alma.—¿Por qué nadie ha descubierto todo el sufrimiento que tus ojos desbordan? Por toda tu piel llevas escrita la palabra ayuda—bajó con pequeñas caricias hasta mis brazos y tocó con delicadeza cada cicatriz de cada maldito corte en el que había intentado acabar con mi vida.

—Ya no me veas—bajé la mirada temerosa de lo que pudiera seguir descubriendo.—Me estás desnudando el alma—obedeció y dejó de centrarse en mis ojos.

Me acosté en la cama mirando hacia un lado distinto al que él estaba mirando.

—Puedes irte a tu casa y mañana regresas, no es necesario que permanezcas toda la noche aquí—lo corrí directamente.—Sé que tal vez tienes una familia que te está esperando y tú aquí perdiendo el tiempo.

—Sí, tengo una familia, pero ellos tienen a alguien que esté a su lado, y tú no tienes a nadie—me acarició el cabello y se sentó en el asiento en el que anteriormente estaba sentado.

—No ocupas recordarme lo sola que estoy—me cambié de posición y esta vez miré al techo.—Tienes miedo de que vuelva a intentar suicidarme, ¿verdad?—lo miré de reojo.—O en tu casa no hay nadie que quiera acabar con su vida y por eso estás aquí.

—Angélica, no busques hacerte daño.

—Lo siento, es que no puedo—volví a cubrir mi cara.—Eres una de las pocas personas que me ha pedido que deje de hacerme daño, cuando en toda mi vida mis supuestos padres me pedían constantemente que me hiciera daño, me enseñaron a hacerlo y que de un día para otro una persona me pida que no lo haga se siente tan raro, sé que no es lo correcto, pero es lo único que sé hacer—respiré profundamente.—No sé si algún día de mi boca vaya a salir un alago hacia a mí misma—hice una larga pausa tratando de reponerme.—¿Por qué a todas las personas les importas solo cuando ya estás muerta?

—No lo sé, es mejor que te duermas ya—apresuró.—Buenas noches.

Tardé varios minutos dando vueltas por toda la cama, mirando hacia todos lados tratando de buscar el sueño que todavía no tenía.

—Oye, no puedo dormir—él estaba mirando su celular, supuse que estaba en las redes sociales por el reflejo de la luz que se podía percibir en su cara. —¿Me cuentas algo para poder dormir?—hice un puchero como niña pequeña.

—¿No crees que ya estás mayor para que alguien te cuente cuentos infantiles?

—Tienes razón—respondí con frialdad y me giré dándole la espalda.—¿Al menos puedes contarme algo de ti?—pregunté mirando mis manos. Quería conocer un poco de él.

—Había una vez una chica que no creía en ella y no quería dormir—remarcó mucho eso, creo que estaba hablando de mí.—Entonces se durmió y descubrió que había razones suficientes para vivir, fin—suspiró fuertemente, se levantó de su asiento y me hizo el famoso "piojito" que consistía acariciar suavemente el cuero cabelludo.

—Buenas noches—comencé a cerrar mis ojos con él a un lado de mí.

A pesar de no conocer su historia ni nada proveniente de él, me trasmitía una seguridad increíble, una manera de sentirme protegida y pocas personas me podían proyectar esa tranquilidad.

Sé que era muy pronto para decirlo, pero Homero era una persona especial, con el me sentía más protegida de lo que en toda mi vida jamás me sentí. Mis padres nunca pudieron lograr que yo sintiera eso. Posiblemente Homero no es ninguna buena persona, pero para mí, que alguien quisiera ayudarme y demostrarle al resto que había suficientes razones para que alguien se quisiera quedar, me hacia pensar y ponerlo en un pedestal como una persona maravillosa que quisiera que se quedara por toda la eternidad a hacerme compañía. Quizá me sentía así porque estaba sola, ¿verdad?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top