Carta 71
Carta número 71.
26/Agosto/2021.
El reloj marcaba la hora que tenía que largarme a seguir sufriendo con Geovanny, que tenía la posibilidad de entregarme todo lo que yo necesitaba, pero para él lo único que merecía era morir. Homero se había largado cuando estuve bien, ¿realmente estoy bien? No, no por ahora, pero sé que lo estaré.
Llegué a casa de Geovanny esperando encontrarlo, pero lo único que me esperaban eran las facturas acumuladas del mes que todavía no pagaba. Observé un sobre que ansiaba que viera su contenido, “alguien que te vigila de cerca”, ¿por qué a la única persona que le importaba no dejó las cartas en mi departamento? No tenía la noción de que también le escribiera a él, ¿también conocía de cada paso que Geovanny daba?
Asistí con la psiquiatra y como tanto lo esperaba, me bombardeó con preguntas sobre mi ausencia, me justifiqué diciendo que estaba enferma. Volvió a cuestionarme sobre la felicidad inexplicable, ¿cómo le decía que era inexplicable porque simplemente no existía? Le respondí sobre la felicidad que tú tenías antes de que yo naciera, ahora comprendo mejor las cosas, yo era tan feliz cuando no existía en este infierno llamado vida, yo era feliz cuando todo era color de rosa y el final de una persona se determinaba en el epílogo, pero qué errada estaba.
La psiquiatra ya estaba enfadada del cuento absurdo que llevaba jugando desde que nos habíamos conocido, así que sí, le dije la verdad, que no era feliz y honestamente no sabía hasta cuando lo sería. Hui del lugar porque no quería enfrentar mi realidad con ella presente, tenía la seguridad de que no me ayudaría así que lo mejor era ignorarla, como cuando el mundo lo había hecho cuando yo solo quería que alguien me ayudara a salir de este maldito infierno en el cual creía que algún día sería feliz.
Me la pasé viendo la ventana del autobús en busca de lo que la vida me había arrebatado y tú mi padre; negado, eso fue hasta que alguien sentado a mi lado en el transporte público me había tocado. Enfrenté la situación porque no dejaría que nadie me volviera a tocar, grité fuerte esperando que alguien me ayudara, quería sentir que no estaba sola, que tenía el apoyo de la sociedad, pero no, nada pasó. Hicieron de cuenta cómo que nada sucedió buscando la manera de culparme por lo acontecido, como si yo tuviera la culpa de lo machistas y misóginos que habían criado las madres de esos hombres. Tuve que defenderme sola haciendo uso de la navaja que Homero me había entregado. Como siempre él sabía lo que yo necesitaba, por qué él no era como tú, deberías aprender un poco de él.
¿Sabes lo que sentí cuando vi al presidente —el padre de Hernán— que había protegido a su hijo de la injusticia que se había cometido en mi contra? ¿Este era nuestro representante? Porque a mí no me representa en lo absoluto el padre de un abusador que estaba segura que era la misma mierda que lo que defendía. Me paré enfrente de las miles de personas que lo alababan diciendo todo mi descontento y que algún día mataría a su hijo. Me marché de ahí porque nadie quería escucharme, mucho menos ver lo que estaba evidente.
Cuando llegué a mi departamento, él me estaba esperando “alguien que te vigila de cerca”, me idealicé de la persona que se escondía detrás de ese misterio que quería descubrir. Dolía saber que la persona que se escondía debajo no era en lo absoluto quien yo estaba esperando. Él jamás me daría una familia, porque él era de los principales que quería destruirme.
Papá, te necesitaba, realmente lo hacía porque estaba completamente sola, fue la nada y todo eso que no tenía vida propia quienes eran testigos de mi dolor y la falta que me hacías, ¿podrías ayudarme a dejarme de sentir así?
Lloré papá, por ti, por mí y por todo lo que me faltaba, dejé que la lluvia me purificara el alma y se confundiera con mis lágrimas, me abracé fuertemente por todos los abrazos que no me habías dado y los que el resto me había negado. Abrázame Angélica. Abrázate fuerte a ti misma porque aquí no hay nadie que lo haga.
Angélica.
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