Capítulo 6.-Papá, ¿puedes abrazarme por una última vez?

Lunes/02/Noviembre/2020.

De nuevo en este lugar llamado colegio, la profesora explicando la clase y yo... Centrada en todo menos en la explicación que estaba dando que era considerada fundamental.

El volumen no era suficiente, aún la seguía escuchando. Subí más el volumen a la música que mis oídos escuchaban, Hailee alcanzó a oír el sonido de la batería siendo azotada con fuerza en la canción que sonaba, me miró con una expresión de confusión y siguió concentrada en la actividad.

Mis piernas dolían un poco por los hematomas que conservaban desde ayer que me habían golpeado y torturado sin razón aparente. Llevé mis manos hasta mis piernas y hasta mi propio agarre me dolió.

No dolía el hecho de que estuvieran ahí, porque podía soportar vivir toda una vida así solo con tal de tener una sonrisa de mi madre y ser lo suficientemente buena para ella, quiero que sienta el mismo orgullo que sentía hacia Angelina sin hacerle daño. Lo que más me causaba dolor era que todo esto me lo hacían mis padres, era una situación que por más que me esforzara, por más que hiciera las cosas para ser lo mejor para ellos, simplemente no lo conseguía. Dolía el saber hasta cuándo aguantaría todo esto.

La pizarra estaba llena de escritos y frases que llevaba escribiendo la docente desde que había llegado a dar su clase.

—Angélica—escuché unas cuantas veces mi nombre.

Me dejé llevar por el gran sentimiento de relajación que me proporcionaban los gritos feroces de la banda de Rock que sonaba en mis oídos. Creo que era la canción la que me estaba llamando y una ligera sonrisa se posó en mis labios.

Sentí un codazo de Hailee en el brazo, creí que se trataba de un accidente hasta que lo hizo repetidas veces más. La sonrisa se desvaneció, ni siquiera estaba sonriendo, solo había sido producto de mi imaginación. Abrí los ojos viniendo de golpe en una realidad en la que no quería permanecer.

—Angélica Cárdenas Beltrán—dijo mi nombre completo la profesora, en los últimos meses ya se lo había memorizado de las innumerables veces en las que lo mencionaba.

Se aproximó colocándose en medio del pasillo, lo que nos separaba de estar cerca la una de la otra era la anatomía de Hailee que se sentía como si estuviera sobrando en esta llamada de atención que me esperaba.

—¿Tiene alguna idea de lo que trata la clase?—cuestionó con enfado viéndome a través de sus gafas.

Asentí con la cabeza dándole una explicación detallada de todo lo que había estado haciendo mención en mi rato de distracción. Su entrecejo se arrugó y su boca se abrió un poco de manera sorprendida.

—Todas las noches me pregunto qué es lo que estoy haciendo mal con usted, me esfuerzo en dar lo mejor de mí en cada clase que doy, sé que usted es una adolescente inteligente, pero se me hace una falta de respeto que no me preste la atención que requiero, de verdad que admiro su inteligencia y más de alguno de los aquí presentes querrían poseerla, sé que sabe lo que yo en cada sesión me esfuerzo porque todos tengan conocimientos sobre el tema, pero no me gustan sus interrupciones, ¿puede tan solo por un momento quedarse callada?—articuló quitándose las gafas de los ojos para que pudiera ver de forma transparente todo lo que había hecho con mis acciones.

Ella de verdad estaba harta de mí y de mi comportamiento, la había dañado de una forma tan estúpida.

—Yo...—abrí la boca para decir algo pero fui abruptamente interrumpida por ella.

—No diga nada, ya sé lo que su boca va a decir—alzó la mano pidiendo de forma amable que hiciera silencio.

La mirada de repulsión de mis compañeros me recibió, e inclusive la de Hailee a quien no le había hecho ni la mínima gracia lo que estaba haciendo. Ninguno de ellos entendía cómo me sentía, ni todo el odio de ellos juntos llegaría a ser la mitad de lo mucho que yo me odiaba por eso.

—He hecho lo mejor que puedo, todos los profesores y yo hemos tenido varias reuniones en busca de una forma para hacerla cambiar sus actitudes pero todos tenemos un límite y el mío ha llegado a su fin, no sé porqué la directora aún no te expulsa, así que con toda la pena, ya no te quiero en mis clases, dices que son aburridas, ya te sabes todo, que no me soportas, así que la decisión está tomada, al final de cada bimestre te haré un examen que determinará tu calificación—hizo una pausa mirándome con pesar.

—Ya ni sé a qué sitio mandarte, porque también he sido testigo de lo que dices acerca de la directora, dime si tan aburrido te parece el instituto, ¿a qué vienes? No solo te has convertido en un martirio para tus padres que hacen lo mejor que pueden para que estés aquí, si no que también para nosotros que te aceptamos a pesar de lo avanzado que estaba el ciclo—continuó hablando hacia mi persona sin dejar de mirarme, quería hacerme recapacitar.—Solo vienes a perder el tiempo—alzó los hombros al no encontrar otra respuesta que me definiera—De la manera más amable te pido que te retires de mi clase—señaló hacia la salida y se dio la vuelta continuando con la explicación.

—Angélica, ahora si que te has pasado—susurró Hailee a un lado de mí.

Tomé mi mochila caminando hacia la salida, todos se detuvieron a mirarme. Ellos jamás en su vida se comportarían de la manera en la que yo lo hago. Los miré a todos por última vez, y me detuve en la profesora quien me miraba.

—Lo siento, profesora Araya—mi voz salió en un murmuro ronco lleno de todo los sentimientos que se estaban acumulando dentro de mí.—Créame que lo siento—una gran distancia nos separaba.

Juro que quise cortar ese maldito espacio que nos distanciaba, quise correr a ella y abrazarla con tanta fuerza, llorar en su hombro de manera incontrolable y confesarle todo lo que sentía. Pero de nuevo mis palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.

La palabra patética no se acercaba tan solo un poco al sentimiento de asco que sentía por mi maldita actitud.

Con sus ojos me indicó que ya no quería verme dentro del aula, mis compañeros me miraron reprimiéndose todo el odio que sentían hacia a mí, a pesar de que se podía notar en cada una de las facciones de su cara.

No me importaba su odio en lo más mínimo, porque mis padres me habían programado para decirme que yo era una persona que estaba destinada a ser odiada por todos.

Me retiré cerrando la puerta detrás de mí, supe que al irme por fin les había dado la paz que tanto requerían, y sí, todo era mejor antes de que yo llegara. Y no me alegraba en lo absoluto saberlo, mi sola presencia podía arruinar tantas cosas, pero yo ya estaba harta de arruinar, así como también de que me arruinaran a mí, pero sabía que ese era mi cruel y fatídico destino, por ser un monstruo.

Me quedé mirando hacia la barandilla, tantas veces pensando si sería la decisión correcta, miré el vacío y vi mi cuerpo muerto tendido sobre el concreto, mi sangre tiñendo de sangre dejando una huella de lo dolorosa que había sido mi estancia en este mundo.

No vi a ninguna persona llorar por mi ausencia, al contrario de lo que mi mente me decía, pero que yo esperaba algo diferente, todos parecían sonriendo ante mi ausencia.

Con una lágrima en mi rostro que la quité de manera rápida antes de que alguien pudiera verla y me preguntara la razón de ella, no me gustaba derramar lágrimas delante de las demás personas. Los únicos que eran testigos y fieles admiradores de aquel líquido salado que salía de mi interior en forma de dolor, eran mis padres.

Bajé las escaleras contando cada paso que daba, cada segundo que pasaba en el reloj sin una sola posibilidad de ser detenido. Y fue entonces que quisiera que todos los que me rodeaban fueran ciegos, que no vieran toda la monstruosidad que me caracterizaba. Solo quería ser feliz de por medio sin que la palabra insuficiente me detuviera.

Y fue que comprendí que solo los monstruos pueden ser felices cuando hacen daño, nadie goza con ellos la misma forma de felicidad que estos poseen.

Sin pensarlo había bajado los tres pisos sin descanso alguno, pero si con cierta lentitud de no querer llegar a mi destino a arruinarle su perfecto día a la directora, quien era otra de las personas que pese a que no me lo dijera ya estaba harta de mí. ¿Y quién no lo estaría? Ojalá supieran que yo también estaba cansada de mí, de ser Angélica.

Me detuve en la puerta y solté un pequeño suspiro, le di un ligero toque hasta que alcancé a escuchar la voz de la directora.

—Adelante—se escuchó una voz proveniente de adentro.

Quise irme de aquí, sabía que lo que estaba haciendo era muchísimo más importante que mi visita contándole lo que había hecho. La culpabilidad llegó nuevamente a mi sistema que no se tardó absolutamente nada en procesarlo.

¿Y qué le diré ahora? ¿Lo mismo de siempre? Algunas veces temía que me dijera exactamente las mismas palabras que me decían mis padres cuando les trataba de decir lo que había hecho, pero esas hirientes palabras nunca llegaban a mis oídos.

Y me sentí más comprendida por unos desconocidos que solo se encargaban de mi educación estudiantil que mis padres, que eran los que me llevaban conociendo toda una vida.

Abrí la puerta de esta provocando un chillido que me encantaba escuchar, la decisión que había tomado era que conversaría un rato con ella, lo primero que me encontré fue a la directora sentada en una silla detrás de su escritorio.

—¿A qué viene tu inesperada visita?—preguntó estudiando mi expresión corporal, hizo a un lado todo lo que estuviera ocupando su concentración antes de que yo llegara.

—Era obvio que ya se la esperaba, todos los días la espera—contesté con desinterés.—¿Y sabe algo?—pregunté inclinando un poco mi cuerpo hacia ella.

Al contrario que yo, me prestaba atención y el interés que yo necesitaba que mis progenitores me dieran. Era como si cada día esperaba algo diferente de mí, esperaba algo más grande que la lista de quejas que le daban de mí. Como si tuviera una esperanza en aquella adolescente problemática a la que nadie le tenía fe.

—Me gusta que me espere, me siento especial—respondí con una alegría que no me inundó por completo.

Ante mi respuesta abrió los ojos y alzó ambas cejas esperando una justificación para lo que le había confesado.

Quise que mis padres hicieran la mitad de lo que ella hacía sin tener un vínculo sanguíneo conmigo, quise que mis padres me vieran de la manera en la que ella lo hacía, que me prestaran tan solo el mínimo interés de lo que había hecho para terminar sentada frente a ella.

—¿Te gusta estar aquí?—señaló el lugar con el ceño fruncido asegurando que a ninguno de los alumnos del instituto les gustaba estar en la detención.—A muchos les causa miedo la idea de ser retenidos aquí—afirmó.

—A mí no, la sensación de que por fin alguien me escuche es tan gratificante—respondí relajando mi cuerpo en el respaldo de la silla.

Si lo hacía de golpe y de manera rápida me iba a lastimar las heridas de los golpes que mi espalda tenía del día anterior.

—¿En tu casa no te escuchan?—preguntó con calma. Y de pronto se había olvidado que había llegado aquí por una queja de una docente, y quería escuchar más de mi boca, más de lo que las otras veces anteriores había dicho.

—No hay tiempo para eso—desvíe la mirada hacia los títulos universitarios que tenía por encima de su cabeza perfectamente alineados en la pared.

—¿Por qué?

—Mis padres trabajan la mayor parte del día, mi hermano mayor se la lleva en casa cuidando de mi hermana pequeña, y ella es el centro de la familia por ser la menor, como se dará cuenta soy la hija del medio, la que nadie quiere, la que a nadie le hace caso—solté una pequeña risa evitando que las lágrimas que me esforzaba por detener no salieran a flote en el momento menos indicado.

Un golpe en la puerta se hizo presente inundando el lugar, era tan insistente que supuse que ya tenía rato haciéndolo, pero la concentración puesta en mi hizo que no la tomáramos en cuenta.

Al abrir la puerta ante la falta de una respuesta por parte de la directora entró la persona que quería verla con urgencia.

Mi mente volvió a aquel día en el que mis padres habían llegado sin avisar, que entraron sin previo aviso y a pesar de que no dijera ni una sola palabra adivinaron mis intenciones por decirlo todo. El miedo se hizo presente en mis gesticulaciones y el temblor en todo mi cuerpo. Mi rostro se tornó de manera pálida, lo supe por el reflejo que irradiaba el escritorio al estar perfectamente radiante.

Me imaginé la escena en la que mis padres me volvían a descubrir, eso solo significaba una sola cosa; la tortura que me esperaría cuando las puertas se cerraran y Angelina ya no estuviera en casa. Mis padres golpeándome una y otra vez hasta que mis ojos derramaran las lágrimas que fueran suficientes para ellos. Hasta que mi piel quedara grabada la marca de que absolutamente nadie podía hacer nada para salvarme.

Mi mente despertó del trance, pero la sensación que sentía no se fue con nada. Los ojos de la directora y de la profesora Araya se habían puestos sobre mí. No, no quería su atención en este punto de mi vida.

—Llevo varios minutos tocando con tal insistencia, ahora veo la razón del porqué no me atendían—me miró de soslayo volviendo a la directora.—Me imagino que la señorita Angélica ya le contó la razón del porqué está aquí y del porqué ya no la quiero más en mi clase—firmó un libro de firmas que tenía puesto sobre una esquina del escritorio.

—Ahora se lo cuento—me encogí en el asiento ante la sensación de pavor que seguía en mi sistema.

¿De qué estuve hablando todo este tiempo si no había sido de lo que había hecho en la clase de la profesora Araya? Repasé todo lo que hice en mis minutos anteriores y me di cuenta de todo lo que había confesado.

Tragué duro y agradecí la inesperada visita de la profesora al área de detención, no quería confesar nada sobre mis padres ni que ella llegara a la conclusión de que algo sucedía dentro de mi casa. No quería hacer enfadar más a mis padres, ya tenía suficiente con las razones del porqué me daban mi merecido de una manera brutal.

Cuando la profesora se fue dejándonos de nuevo en la soledad en la que habíamos estado sumergidas la directora quiso tomar el ritmo de la conversación anterior.

—La profesora Araya me sacó de su clase de manera definitiva, por la razón de todos los días, usted sabe perfectamente que soy insoportable—aseguré ignorando la petición que me había pedido.—La hice enfadar hasta el punto que conocí su límite—respondí volviendo a ser la fría que me caracterizaba

Todos los días me pregunto si algún día llegaré al límite de mis padres, hasta el punto de que no me soporten más y simplemente me maten o me abandonen a mi suerte, no lo sé, la idea de tan solo imaginarlo me da bastante miedo.

—¿Cómo es tu relación con tus padres?—pareció más importante y de su interés el hecho de la relación con mis padres que lo que le había hecho a la profesora para hacerla enfadar.

—Tengo clase de psicología, nos vemos después—tomé mi mochila que había puesto en el suelo y salí corriendo de la habitación.

Quizá el hecho me hacía parecer sospechosa, pero más me lastimaba la idea que por más que me esforzara jamás iba a conseguir que alguien creyera en mí. No quería hablar del tema, a pesar de que era algo que tenía atorado desde hace años en mi garganta.

Después me liberaría de su pregunta, y si no lo hacía yo, quizá lo iba a hacer mis propios padres y la manera en la que trataban a mi hermano Geovanny y a Angelina.

Al llegar al inicio de las escaleras solté un respiro aliviado, que me daba todo menos la sensación de un alivio.

—Quizá algún día puedas confesarlo, cuando me asegure de que por fin estaremos a salvo lo logre hacer—repetí en voz baja para mí misma.

Miré hacia la dirección, se notaban sus intenciones por ayudarme, pero siempre era lo mismo, siempre ese intento se reducía a absolutamente nada, y nadie lo sabía pero el hecho de que no creyeran en mí y llamaran a mis padres para mantenerlos al tanto de la confesión que le había hecho fuera cierta o no, me hundía más en esta vida llamada tortura. Nadie se imaginaba el dolor físico y mental que me causaba que nadie creyera en mí.

Todos los esfuerzos que hacía para conseguirlo se iban a la basura de manera instantánea, y la tortura se apoderaba de mí y de todo lo que había hecho para sacar las palabras que me ahogaban de mi pecho.

No volvería a cometer el mismo error que antes, por ahora en este lugar sería en el que me mantendría a salvo, lejos de todas las destrucciones masivas de mis padres en busca del camino a convertirme en alguien que sea digna, que valga la pena amar de la misma forma en la que aman con tanta devoción a Angelina.

Subí las escaleras corriendo hasta llegar a la tercera planta, corrí por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi aula. Me detuve un segundo analizando que me tocaba la clase de psicología.

Abrí la puerta asomando mi cabeza por una abertura que había hecho para que pudiera ver quién era la persona que buscaba entrar en el aula.

—¿Puedo pasar? —la psicóloga Zaire giró su vista hacia mí. Observó mi expresión.

—Claro pasa—sonrió.

Yo también le sonreí de manera autómata. Tomé mi lugar hacia atrás con Hailee a un lado.

—La actividad de hoy es hacer un dibujo, a este le darán un nombre, al reverso de la hoja van a escribir una historia, ¿entendido?—comenzó a explicar la actividad a realizar.

—Sí—respondimos al unísono.

Saqué mi libreta de Psicología que estaba guardada sobre la paleta de la butaca. Hailee ya la tenía afuera.

Comencé a dibujar mi dibujo, la dibujaría a ella, era algo que tenía frente a mí. Mi dibujo se asimilaba a ella.

Me pasé una hora dibujándola. La psicóloga comenzaba a caminar recorriendo las hileras observando que todo estuviese en orden.

—Angélica está dibujando a la psicóloga—gritó Carmina observando mi dibujo para que todo mundo se diera cuenta que estaba dibujando la psicóloga. Le dio unos rayones a mi dibujo con su plumón permanente, aventó la libreta al suelo. Haciendo que la juntara rápidamente.

—¿Todo bien Angélica, Carmina?—se acercó a nosotros intentando ver mi dibujo.

—Claro todo bien—escondí mi dibujo ya rayado por Carmina.

—Claro psicóloga, Angélica es muy torpe, todo se le cae al suelo, hasta la dignidad—ofendió Carmina con una sonrisa.

—Carmina no vuelvas a hacer esos comentarios hacia Angélica—me defendió sin dejar de mirar a ambas, tratando de ver qué era lo que estaba ocurriendo.

Se marchó no muy convencida por lo que había escuchado. Se sentó en su silla que estaba situada detrás del escritorio que se encontraba en la esquina contraria.

Me vengaría de Carmina.

Con cautela tomé las tijeras de donde había sacado mi libreta. Estaban perfectamente afiladas. Pasé mi dedo índice por el filo haciéndome una pequeña cortada manchando las tijeras de sangre.

Hailee estaba centrada en su trabajo. Tomé el cabello de Carmina suelto entre mis manos y pasé las tijeras cortando su hermosa cabellera larga color castaño, el corte fue completamente difícil porque las tijeras no eran las apropiadas para cortarlo. Dejando su cabello en corte por encima de sus hombros, había quedado disparejo.

—¡Angélica me está cortando el cabello!—gritó a toda la clase haciendo que todos se centraran en ella y la actividad que estaban haciendo pasara a segundo plano.

—¿Carmina que le pasó a tu cabello?—grité asombrada aventando los mechones ya cortados sobre su libreta.

—¿Qué sucede Carmina? —preguntó la psicóloga con preocupación levantándose alarmada.

—La salvaje de Angélica cortó mi cabellera—me miró enojada con algunas lágrimas en sus ojos.

Comencé a reírme como una psicópata ante el hecho de que la había hecho llorar, ella había intentado lastimarme, pero se metió con la monstruo más feroz.

—¿Angélica tú hiciste eso?—cuestionó mirándome a los ojos la psicóloga.

—Por supuesto—acepté dicha obra de arte.

—Acompáñenme las dos—ordenó.

Yo seguí a la psicóloga sin rechistar. Carmina me miró furiosa hasta salir del área.

—Te odio Angélica—me dio un empujón.

No respondí nada, sus palabras eran algo que ya me esperaba en su totalidad. Era un monstruo, nadie quiere a los monstruos, ni siquiera ellos mismos son capaces de quererse.

—Por favor ya cálmense las dos—nos miró a ambas la psicóloga poniéndose entre el medio para que no siguiéramos con la agresión.

Luego de un rato que la psicóloga se adelantó Carmina me empezó a golpear en el rostro, tirándome al suelo con un empujón. Comencé a rasguñar su cara encajando en ella mis largas uñas. Comencé a ver la sangre saliendo de sus heridas que le había provocado en la cara. Le di un rodillazo en el estómago y conseguí librarme de ella. La puse de pie. Y coloqué mi mano en su cuello. Lo estaba apretando con una leve fuerza.

Todo pasó a segundo plano, ya no era Carmina la que me estaba golpeando, sino mis padres. Era la risa de mi padre quien me inundaba la mente repitiendo todas esas palabras que me hacían daño.

Ver como se retorcía me dio satisfacción. Comencé a aumentar mi fuerza. Intentaba gritar pero de su boca no salía nada. Por suerte la psicóloga seguía caminando. Pero al no sentir nuestros pasos detrás de ella se giró viendo aquella escena. Se regresó con nosotros corriendo.

—Angélica suéltala—quitó mis manos del cuello de Carmina.

Mis manos perdieron fuerza. Al sentir la calidez de las manos de la psicóloga sobre mis manos. Esos ojos negros me estaban mirando. Me perdí entre la mirada de sus ojos, no habían sido mis padres a los que había intentado matar, era Carmina.

Observó a Carmina quien no paraba de toser a causa de que hace unos segundos le hacía falta el aire a sus pulmones.

—¿Carmina estás bien?—le dio ligeras palmaditas en su espalda.

Llegamos a la Dirección en donde nos quedamos retenidas por un tiempo prolongado, me pidieron la explicación de lo que le había hecho a Carmina y llamaron a mis padres.

Supliqué con todo mi ser que no lo hicieran, imploré mentalmente porque esta vez no llegaran, sabía el costoso precio que pagaría después a cambio de su asistencia en una charla con la directora, y no conseguía nada bueno después de eso.

Mis padres nunca llegaron, insistieron tanto dejándoles llamadas y mensajes de texto. No les importaba, y no los quería ver aquí porque sabía perfectamente lo que me esperaba.

Sin siquiera avisarles me salí del cubículo, intentaron detenerme, pero sus intentos no sirvieron de nada. Ya no quería estar aquí, crucé todo el instituto y me fui a mi área segura pasando la maleza que no estaba tan crecida, lo hice hasta llegar a ese muro que había sido saltado tantas veces por mí.

Se había convertido en una guía para mi en momentos desolados de aquí, me preparé tomando el vuelo necesario que me ayudara a subir. Cuando lo hice las miradas de la psicóloga Zaire y la Directora estaban puestas sobre mí con asombro.

—¡Angélica, detente!—corrió la psicóloga atravesando en pocos minutos el área crecida.

No escuché sus palabras y emprendí mi huida, corrí con rapidez sujetando mi mochila, por esta vez no me impedirían que fuera al sitio en el que yo quería estar sin que de plano existiera alguien de por medio que me molestara.

A pesar de todos los esfuerzos que había hecho para conseguirlo no fueron suficientes, me interceptaron algunas manzanas más adelante, y me encontraba en el Dodger Changer de la psicóloga Zaire devuelta a no sé dónde.

Estaba cruzada de brazos sobre el asiento, lamentando el no poder ir más de prisa, conducía a un ritmo normal mientras yo observaba por la ventanilla. No sé cómo supo dónde era que vivía, pero cuando pasaron aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos estábamos parqueadas enfrente de mi casa.

¿Cómo le decía que no quería entrar? Ya no tenía más excusas que inventar, no tenía ni una sola solución al problema que tenía en frente.

Se bajó y esperó a que yo hiciera lo mismo, tocó la puerta de la casa conmigo a un lado de con ella, no sé cómo había llegado hasta este punto.

Fuimos recibidos por mi padre quien al verla ahí su felicidad fue como si se haya esfumado de su rostro, el miedo se apoderó de mí al darme cuenta que otra vez le había arruinado su día.

—Angélica, ¿qué hace aquí? No se supone que debería estar en clase—comentó mi padre dejándonos pasar.

—Hubo un problema en el instituto, la directora los estuvo llamando sin cesar por mucho tiempo pero no contestó señor Beltrán—tomó asiento en el sofá de la sala de estar y estudió todos los cuadros familiares en donde estaban todos excepto yo.

—Estaba ocupado, en mi trabajo no me dejan contestar el teléfono, además no voy a ir cada que Angélica se mete en problemas porque es un problema de todos los días—contestó con enfado mirándome a mí por lo que había hecho.—Le di la solución a la directora...

—Señor Cárdenas, este no es un problema de actitudes de rebeldía de Angélica, hoy le cortó el cabello a una de sus compañeras e intentó matarla ahorcándola con sus manos—interrumpió a mi padre mirándolo con seriedad.—Es la primera vez que llega a esos extremos y tiene que ser la última—afirmó mirándome a mí.—No se va a volver a repetir, hablamos con ella y también le estoy informando a usted para que tome medidas al respecto...

Ya no quería seguir escuchando la conversación, seguí mi camino hacia las escaleras para llegar a mi habitación cuando la voz dura de mi padre me detuvo.

—Angélica, ¿no tienes nada que decir? —preguntó con voz dura.—No te he dado permiso para que te vayas, ven acá—volvió a repetir con aquella voz que me infringía miedo.

—Ya te lo están diciendo todo—dije con simpleza y no esperé a escuchar una palabra más de su boca cuando ya estaba llegando a mi habitación.

Me encerré con pestillo, pero ningún lugar era seguro para mí, no mientras Angelina y ellos estuvieran bajo el mismo techo.

—¿Lica? ¿Estás bien?—la voz de mi martirio se hizo presente al otro lado de la puerta.—¿Puedo ayudarte en algo?

—¡Muérete! Así me ayudarás más de lo que tú crees—grité dándole un golpe a la puerta creyendo que era a ella a la que estaba golpeando con fuerza.

—Lica—susurró.—¿Podemos hablar?

—¡No!—abrí la puerta encontrándome con una Angelina que sostenía un helado de limón en sus manos.—¡Tú nunca podrás ayudarme! —grité ferozmente quitándole el helado de sus manos y lanzándolo contra el piso en donde quedó esparcido dejando una gran mancha de helado y el cono roto.

Posteriormente la empujé a ella contra la pared, sus ojos azules por el asombro de lo que había hecho no se hicieron esperar, unas lágrimas acompañaron la hermosura con la que había sido privilegiada y se quedó quieta en el área sin gritar, solo llorando por el miedo de tener al monstruo tan cerca de ella.

—Angélica, ¿qué es lo que estás haciendo?—mi padre subió las escaleras con rapidez dejando a la psicóloga Zaire en la sala de estar, quien también al escuchar mis alaridos había subido al área a percatarse de lo que estaba sucediendo.

Al ver a mi hermana tirada me advirtió con la mirada de lo que me esperaba, vi en ellos la tortura que me iba a hacer sin decirme ni una sola palabra. Ya conocía esa mirada, la había visto tantas veces.

Tomó a Angelina y la resguardó detrás de su cuerpo para protegerla de mí.

—Cariño, ve con tu hermano Geovanny—se agachó a su altura tomando sus manos para que la mirara y le obedeciera, finalmente antes de que se marchara a buscar a Geovanny le dio un beso en la frente.—Si ya terminó, ya puede retirarse, tengo mucho que hablar con Angélica—se giró hacia la psicóloga Zaire quien estaba en la espera de una respuesta de lo que había hecho.

La psicóloga me buscó con la mirada buscando algún indicio, alguna respuesta que le diera el porqué de mi comportamiento, pero solo se llevó una mirada fría de mi parte. Aunque quisiera confesar todo no podía hacerlo porque mi padre estaba mirándome, eso sin contar que todavía no confiaba en ella ni en su falsa dulzura.

Ante no encontrarse con ningún signo de alarma se marchó hacia la salida siendo acompañada por mi padre, al regresar verificó algún signo de Angelina y Geovanny quienes ya se habían ido antes de que la psicóloga ya no estuviera.

Antes de que mi padre volviera me metí a la habitación de Angelina, la mía ya no era un refugio sano para mí, abrí la puerta y un color de paredes rosa, un candelabro con las luces tenues, y un aroma a vainilla me recibió al entrar, caminé hacia la cama, me senté sobre ella y vi sobre la mesita de noche una foto de ella con mis padres sonriendo y sosteniendo un gran trofeo y yo no salía en la foto.

Abrí el cajón de la mesita cajonera y ahí estaba una donde aparecía yo. Estábamos juntas sonriendo, esa sonrisa era tan falsa, recuerdo que el fotógrafo que la había tomado había dicho que sonriéramos, lo hice más por obligación que porque de verdad lo sentía.

La fotografía no estaba expuesta sobre algún lado de su habitación. La tomé con mi mano. Estaba puesta sobre un marco de madera color negra. La acaricié delicadamente como si esta se fuera a romper.

«Tú nunca serás como Angelina, siempre serás la sombra, un maldito estorbo y los estorbos se quedan solos en la oscuridad».

«Angelina es la luz, tan brillante como el sol y tú eres la Luna que ocupa de las demás para brillar, nunca podrás brillar con tu propia luz»

«Angelina es mejor que tú. Angelina es mejor que tú. Angelina es mejor que tú . Angelina es mejor que tú.»

—¡Angelina es mejor que yo!—solté un grito desgarrador terminando de arrojar la fotografía al suelo, esta se rompió en mil pedazos más.

Me agaché al suelo con las manos temblorosas por lo que había hecho, apilé todos los cristales rotos en un mismo sitio, unos se quedaron en mis manos dejando una pequeña herida superficial con unas cuantas gotas de sangre.

La sonrisa de ambas fotografías permanecía intacta, la de Angelina trasmitía una felicidad que era difícil de explicar, era esa clase de ventura que yo quería sentir, en cambio la mía se miraba tan frágil, tan falsa, lo único que transmitía era un vacío. Aún recuerdo la mirada de pena del fotógrafo mirándome a través de la lente de la cámara y luego mirándome a mí a través de sus ojos, para comprobar que lo que había visto era real.

Lloré juntando todos los cristales en mis manos, dejé que mi líquido de un dolor imparable los humedeciera, se vio mi rostro desastroso en un pequeño reflejo hecho cientos de pedazos que jamás volverían a ser unidos.

Mis padres entraron en la habitación ante el estruendoso ruido provocado por mí, me vieron con furia desde el umbral de la puerta.

—¿Qué haces aquí, Angélica?—cuestionó mi padre tomándome del brazo haciendo que todo lo que tenía volviera a terminar en el suelo.

—Solo quiero ser amada como ella—incliné mi cabeza hacia arriba mirándolos con lágrimas en los ojos tratando de convencerlos con una mirada vacía y desdichada.—Y sé que jamás seré como ella—hice a un lado la fotografía, no quería tener que ver lo que nunca iba a tener.

—¡Jamás! ¡En tu vida vuelvas a comparar alguien tan monstruosa como tú con alguien tan perfecta como Angelina!—gritó dando una advertencia con el dedo índice.

Un golpe impactó en mi mejilla dejándome el área enrojecida por haberme dado de una forma tan fuerte, giré mi rostro de forma inercial, las lágrimas cesaron por un momento y solo me encontré odiándolos una vez más.

—Ya estoy harto de ti, ¿a quién vas a intentar matar ahora? ¿Quién sigue Angélica?—se llevó ambas manos a la cintura y dejó ver que ya lo tenía enfadado, sus gestos del odio indescriptible hacia a mí dejaban ver que era el sentimiento más puro que sentía hacia a mí.

La respuesta no llegó a su campo auditivo.

—¿Crees que es un orgullo tener a alguien como tú? ¿De esta porquería que eres quieres que esté orgulloso? Mírate, Angélica. No tienes nada, no haces nada que me haga sentir satisfecho por haberte dado la vida—me obligó a que lo mirara a los ojos sosteniendo mi quijada con fuerza.—No vales ni una mierda, ni como hija, ni como estudiante, mucho menos como ser humano—me obligó a ponerme de pie mientras conversaba conmigo.—No vas a ir por el mundo matando a todo aquel que sea mejor que tú—me arrastró de la habitación sacándome de un lado al que ni siquiera en mis sueños ni en la otra vida iba a pertenecer.—Te quiero lejos de ella y de todo el daño que le puedas hacer a alguien más, ¿entendido?—preguntó de forma amenazante.

Me llevó de vuelta a mi habitación y continuó golpeándome en todos sitios menos en mi rostro, porque lo que él menos quería era dejar una marca que pusiera en evidencia todo el daño que me causaba, varios gritos que fueron reprimidos por mi ser.

Quizá se estaba dando cuenta que ya no me dolían como antes, y él era tan feliz infringiéndome dolor. La zona ardía, dejó más marcas en mi espalda sobre las que ya tenía del día anterior, estas todavía ardían al tacto, me estremecí pero no grité ni de dolor ni de ningún sentimiento parecido. No había nadie que pudiera ayudarme.

—Vamos, la que se va a matar ahora eres tú—abrió el ventanal de mi habitación y regresó por mí bajándome de la cama de un empujón, me arrastró hasta llegar al ventanal ya abierto.

—No—un ligero sonido pronunciando una palabra salió de mi boca como un quejido.

Me dejó ahí en el exterior, cerró el balcón detrás de sí, toqué la ventana esperando que me abriera y me dejara entrar, quería ser testigo de un suicidio que era el final definitivo de este dolor que me embargaba hasta dejarme vacía, al punto de ya no tener ningún sentimiento de alegría.

—Padre—le di un suave golpe a la ventana queriendo que tan solo me diera un minuto de su tiempo.—Padre, por favor escúchame—junté mis manos suplicando con la mirada temblando por el frío que me producía estar en la intemperie.—Padre—lo volví a llamar otra vez.

Parecía estar en una hipnosis donde no escuchaba nada, solo era visualizador de lo que estaba a punto de hacer. Junté mis manos tocando su cara a través del cristal.

—Te quiero, padre. Eres el ser más importante de mi vida—murmuré esperando tan solo un indicio de que me estaba escuchando.—Sé que tú no me quieres y no sabremos si algún día lo llegarás a hacer—descendí la mirada hasta el suelo.

—No me importa lo que digas—calló todo lo que le quería decir, él sí podía escucharme, pero no le interesaban las palabras que mi boca pudiera decir.—Mátate—una palabra de frialdad, tan dura y dolorosamente calculadora llegando a herirme.—Ya no te quiero en mi vida—terminó con una frase motivacional que me ayudaría a darle lo que tanto ansiaba escuchar.

Nunca esperé que mi padre me dijera eso, y creo que podría amar su silencio que un vocablo dicho por su boca hiriéndome una vez más. Me di la media vuelta dándole la espalda y sentía que ya no había marcha atrás.

¿De qué manera un padre le pide a su propia hija que se mate, que ya no la quiere en su vida? ¿El amor paternal puede llegar a terminar? En mi caso nunca hubo un comienzo, por ende no puede haber un final.

Me acerqué a la barandilla metálica, aferrada con fuerza a ella como un verdadero valiente se aferra a la vida, sostenida por el sentimiento de que algún día esto me abrumaría hasta oprimirme el pecho.

Yo no era valiente, no estaba ni cerca de serlo. Pero la idea de que el dolor que sentía fuera remplazado por la felicidad, fueron lo que me mantenían abrazando una vida, que era mía, que me pertenecía, pero se sentía todo lo contrario. La idea de que una vez mis lágrimas fueran reemplazadas por una alegría indescriptible me saciaron por completo.

Pero ¿entonces hasta cuándo? ¿Será hasta que deje de existir? ¿Habrá alguien a quien amar cuando yo ya no esté? ¿Mis padres cuando esté muerta se arrepentirán de todo el daño que me causaron mientras estaba en vida? ¿De qué serviría? Ya no habría nadie a quien pedirle perdón, ya no estaría Angélica para poder perdonarlos.

La mirada de mi padre alentándome a que lo hiciera me hizo sentir un poco de suficiencia, estaba mirándome y pese a que no era la clase de mirada que yo quería, tenía su atención puesta en mí. A pesar de que me había dicho que ya no me quería en su vida, pero yo sí lo quería en la mía, no como el padre que siempre ha sido, sino como el amoroso que yo necesito, que me mire de la misma forma en la que lo hace con Angelina, a pesar de que estoy tan lejana a ser como ella.

La idea de un suicidio siempre ocupó gran parte de mi mente en lo que llevo de vida, incluso suplicaba que acabaran con mi vida, algunas veces lo había intentado, pero en ninguna podían contar con la fortuna de que estuviera muerta. Dolía el sentimiento de sentir que no pertenecías a ningún lado, ni siquiera tenías una familia a la cual abrazar todos los días, la familia estaba ahí, pero a pesar de que formaba parte de ella, no lo hacía. No éramos como tal una familia, ellos sin mí, sí que lo eran, eran todo lo que yo quería, y yo simplemente estaba pero era como no estarlo.

Miré hacia abajo, crucé la barandilla aferrándome con mis brazos con la fuerza con la que yo quería ser envuelta en un abrazo reparador, miré hacia atrás esperando una mirada de mi padre en donde cambiara de opinión y le diera la gana abrazarme en un momento así.

La idea solo se quedó dentro de mí mente saciándome con un hubiera que no llegaría jamás, una lágrima bajó de mi mejilla hasta caer al suelo. Vi la pequeña gota en el suelo, dejando una marca que poco a poco se fue borrando hasta no quedar ni una sola evidencia que ella había estado ahí.

—Papá—lo llamé como no quería solo para que pudiera escucharme y acudiera a mí.—Papá, ¿puedes abrazarme por una última vez?—pregunté, no me escuchó o si lo hizo no respondió a mi pregunta ni me dio lo que tanto le pedía con lágrimas en los ojos.

El abrazo jamás llegó, y la soledad me abrazaron en una noche fría, en donde solo la luna y un progenitor observándome a través de la ventana serían testigos de una muerte. La muerte de una adolescente llamada Angélica que luchó con todo su ser para llegar a ser lo suficientemente buena para que sus padres se sintieran orgullosos de ella, pero ¿en verdad había algo que me hiciera digna? ¿Acaso había una razón para que fuera amada? ¿Había hecho algo para que mis padres se sintieran orgullosos de mí?

Volví a buscar con la mirada a mi padre y ya no estaba. Se había ido. ¿Cuántas veces lo había hecho ya?

—Papá, aquí estoy. Yo también te necesito—dije cuando ya no había nadie que quisiera o pudiera escucharme.

Quise devolverme, quebrar el cristal e ir a su reencuentro, pero no lo hice. Me quedé sentada mirando hacia un vacío que me recibiría al caer sobre la carpeta asfáltica.

Una sonrisa diminuta sin mostrar una alegría que era inexistente se dibujó en mi rostro, el suelo me recibiría como siempre había querido serlo, me envolvería en un abrazo y entonces sería lo suficientemente buena para ser amada.

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