Capítulo 5.-Seremos felices, seremos una familia
Viernes/30/Octubre/2020.
Los días en los que he vivido se han ido esfumando poco a poco, la vida se me va en cada respiro que doy, no sabía que vivir en esta vida dolía tanto. Me siento como una autómata que solo se dirige hacia un solo objetivo; la suficiencia. El ser amada, feliz y el tener a mi familia se ha convertido en un sueño que está muy alejado de la realidad.
Sé que todo es subjetivo, pero para mí nada tiene sentido. ¿Para qué estoy viviendo? ¿Cuál es el objetivo en todo esto? El sólo repasar los días y darme cuenta que para alguien más fue el día más especial de su vida, enterarse de que van a ser padres, un cumpleaños, un día especial... y yo, todos los días deseando morirme.
Quizá todos estos días en los que yo he querido morirme, fueron los días más felices de las personas que se encuentran a mi alrededor. Verlos sentados concentrados en la clase me hizo imaginar su vida y desearla, cualquier lugar era mejor que esto.
Lo que yo estoy relatando en este momento se vuelve subjetivo, mientras mis días son torturas, para otros puede ser una felicidad indescriptible.
La voz del profesor estaba en segundo plano, lo que él decía ya lo entendía, lo había estudiado algunos días anteriores. El solo ver la pizarra cuando colocó el título en la parte superior de esta lo supe, escribí lo mismo que él y cerré el cuaderno.
A mi lado estaba sentada aquella chica llamada Hailee, centrada en la clase porque ella no entendía tanto como yo. Eran muchas las veces en las que terminaba visitando a la directora, que ya se sabía mi nombre completo.
No sé porqué aún seguía aquí, ya habían pasado aproximadamente siete meses desde mi ingreso y parecían tener buen aguante con mis actitudes y acciones que cometía.
Bostecé de sueño, toda la clase me miró buscando a la persona que había hecho eso, en seguida las miradas viajaron a mí, quien era la única que era capaz de interrumpir en medio de una explicación de algo que consideraban fundamental.
Yo necesitaba algo más que eso que estaba puesto en el pizarrón, yo necesitaba ser amada. A pesar de todas mis incógnitas no tuve el valor de preguntarle al profesor, qué era lo que tenía que hacer para conseguir ser amada. De haberlo hecho, tampoco obtendría una respuesta de su parte, su especialidad eran las ciencias matemáticas.
El profesor detuvo su clase y se situó en medio del salón mirándome fijamente, ya sabía lo que diría así que me adelanté a hacer la acción. Me levanté de manera automática tomando mi mochila con todas mis cosas y caminando hacia la puerta, Hailee me miró de reojo negando con la cabeza.
—Gracias—agradecí mientras salía del aula.
—No tienes remedio, no sé porqué aún tienen fe en que vas a cambiar, si lo que se ve no se juzga—reprimió siguiendo con su clase cuando me desaparecí entre los pasillos.
Quizá sus palabras me habían llegado, pero era una forma significativa de decirme que me querían, que les importaba. Eran mejor escuchar los regaños de mis profesores que lo que mis padres me decían.
Me quedé mirando el vacío, ahora ya estaba en el tercer piso, atisbé a los pocos alumnos que estaban en las bancas charlando entre sí. Fue un tiempo considerable hasta que sonó la campana avisando que era hora de tomar un descanso.
Hailee salió corriendo de manera torpe empujando a los que se le atravesaban en su camino para poder llegar a mí, muchas disculpas llegaron a los oídos de las personas que sin quererlo había empujado.
—¿No te han sancionado?—preguntó en voz baja que penas alcancé a escuchar por todos los gritos que se oían mezclándose entre sí llegando a escuchar conversaciones sin sentido.
Negué con la cabeza de manera instantánea.
—¿No fuiste con la directora?—me sujetó del brazo acercándose a mis oídos.
Volví a negar con la cabeza orgullosa de lo que había hecho. Ya me sabía de memoria todos los sermones que me decía, eran como unas oraciones que se instalaron en lo más profundo de mi mente. Ojalá lo entendiera. Ojalá viera todo con los ojos que yo lo veo, ojalá pudiera escuchar más allá de lo que le he dicho, que se metiera en las profundidades más oscuras de mi mente, solo así lo entendería.
Y no la culpo, es mi boca la que sabe decir otra palabra que no sean las explicaciones de lo que hacía en las clases para que me ganara una sanción.
—¿Nos fugamos?—pregunté enseguida.
—Angélica...yo, tenemos la exposición, no nos podemos ir así sin más. Recuerda que habían dicho que tenían gran peso en la calificación final—miró hacia el salón negando ligeramente con la cabeza.—No voy tan bien en su materia, eso sin añadir que pasé toda la noche estudiando.
Era una negativa en lo absoluto.
—Puedo hacerlo sola, el día está muy aburrido—me zafé de su agarre tomando mi camino hacia el sitio que era mi escapatoria.
—Angélica...—corrió para alcanzarme.—Mis calificaciones están por los suelos y las tuyas también, ya ni siquiera apareces en el cuadro de honor, por favor hoy no—juntó sus manos y me miró con aquellos ojos grandes color café, su cabello negro azabache ondulado caía por sus hombros finalizando unos dos centímetros más abajo.
—No me importa, tú quédate pero yo me voy—me escabullí fácilmente de ella bajando las escaleras con rapidez.
Los profesores ya se sabían mis mañas por escapar y no quería ser descubierta como la vez anterior que había intentado hacerlo, en cada descanso miraba hacia atrás para verificar si Hailee había cambiado de decisión, ya lo había hecho otras veces sola, pero por esta ocasión la quería a ella conmigo, pero no la iba a convencer incitándola a algo que no quería realizar.
Al terminar de descender los tres pisos miré por encima de mi cabeza y ahí estaba ella observándome. Nuestras miradas se unieron, mientras ella me decía quédate, yo le decía vámonos. Y otra vez, mi mirada de súplica no fue suficiente para hacerme la más grata compañía.
La miré unos segundos más y al ver que no persistía de su decisión continúe con mi camino aislándome a la zona vacía, en la que estaba prohibido estar.
Había una gran parota con grandes raíces en los que durante muchos recesos me la pasaba meditando, hoy no sería el caso. La maleza estaba un poco crecida, tuve que levantar mis pies para atravesar el camino obstaculizado y llegar a la barda que saltaría.
Mi mente seguía en busca de Hailee, no dejaba de mirar hacia atrás para verificar si había cambiado de opinión.
Trepé la barda y me quedé observando la vista que tenía desde la altura en la que me encontraba, estuve unos minutos sentada hasta que decidí que lo mejor era saltar, Hailee por esta vez no asistiría.
—¡Angélica!—escuché su llamado con la mochila en una mano corriendo a todo pulmón.—¡Espérame!
Una fina sonrisa se esbozó en mi rostro yéndose de la misma manera en la que una imagen de mis padres aparecía mencionándome que yo no merecía ser feliz. La ayudé a subirse debido a que era una inexperta en esto de las huidas, no tenía maña de hacerlo.
Con mis dos manos la sujeté y tiré de ellas mientras Hailee se apoyaba con sus piernas.
—Pensé que no vendrías—le sujeté la mano con fuerza.
—Yo nunca te voy a dejar sola—puso su mano encima de la mía y me miró con sus enormes ojos. Nos quedamos así por unos minutos.
No sé qué era lo que me pasaba con ella, pero me gustaban las sensaciones que me causaba cada que estaba haciéndome compañía. La manera en la que me miraba y los sentimientos que sentía al tenerla cerca.
Con ella no había ningún rastro de insuficiencia, me sentía capaz de ser amada. Era lo más puro que conservaba mi vida, era una pequeña chispa de la gran oscuridad que era mi existencia.
Era una de las pocas razones por las que asistía al colegio; Hailee. A ella la iba a atesorar, la iba a cuidar y proteger, no dejaría que nadie le hiciera daño. Nadie aquí podría arruinarme lo que me hacía feliz.
Este era mi sitio en el que estaba a salvo en las horas que pasaba dentro del instituto, aquí mis padres no podrían decirme lo insuficiente que era, las torturas no existían. Porque mientras no estaba en clase charlaba con la directora, a veces hasta le terminaba contando mis aventuras o el porqué me habían expulsado de los colegios anteriores.
Salté primero yo porque Hailee todavía seguía sintiendo miedo al momento de caer, caí de pie y me preparé para recibirla en mis brazos y amortiguar el golpe, yo tampoco quería que se hiciera daño.
La sostuve de la cintura recargándola contra la pared, poco a poco la bajé hasta que estuvo a mí altura, nuestras miradas descendieron a nuestros labios y nos quedamos mirando durante unos segundos.
—Vámonos—retiré mi rostro del suyo y continúe con el camino.
—Sí—respondió con nerviosismo y anduvimos en busca de nuestra próxima aventura.
Al doblar la cuadra nos estaban esperando dos docentes con los brazos cruzados.
—¿A dónde van?—cuestionó.—Nos avisaron de su fuga y quisimos interceptarlas, vamos a la dirección—entre los dos nos custodiaron directamente al edificio que se alzaba hacia arriba.
En el recorrido miraba a Hailee que se mantenía erguida mirando hacia otro lado menos hacia a mí. Me pareció un poco sospechosa, quizá ella misma nos había delatado, porque no quería venir conmigo y se sintió obligada a hacerlo pero tampoco quería dejarme ir.
Al llegar a la dirección nos sentamos justo enfrente de la directora que estaba con los brazos cruzados encima del escritorio con el ceño fruncido.
—Nos avisaron de su fuga y he de decir que no se equivocaron, de usted señorita Miller no me lo he creído y usted señorita Cárdenas, ¿qué puedo esperar de usted? Nada me sorprende—dijo mientras sacaba dos reportes en los que nos pondría la sanción.
—¿Fuiste tú?—le pregunté a Hailee cuando terminó de charlar la directora.
Negó con la cabeza mirando hacia abajo.
—¡Entonces porqué no me miras a los ojos!—exclamé con rabia.
—¡No he sido yo Angélica!—respondió con el mismo tono que yo alzando la vista hacia mí.
—¿Por qué lo han hecho? De usted es una de las primeras veces—la directiva señaló a Hailee sin dejar de mirarme a mí, su especial atención era en aquellos reclamos que daban cabida en el cuarto—Y de usted—me señaló con la mano.—Ya perdí la cuenta—soltó una pequeña risa de enojo.—Antes señorita Miller no hacía esto, desde que llegó la señorita Cárdenas lo hace.
—Insinúa que yo soy el problema, porque si así lo piensa no sería la primera—respondí inclinando mi cuerpo hacia ella para volver a relajarlo en el respaldo de la silla.
—He llamado a sus padres, vienen en camino, en cuanto a los tuyos no sabría decir si vayan a llegar—se levantó de su asiento y caminó hacia la salida saliendo del lugar en la espera de nuestros progenitores.
No me sorprendería si mis padres no llegaran, solo asistían cuando me expulsaban y algunas veces lo hacían para rogar que no me dejaran fuera, las insistencias eran nulas porque después de permitirme tantas cosas durante muchos meses, ya no podían más conmigo.
Me salí cuando la nana de Hailee se hizo presente en el lugar, tomando el asiento en el que estaba yo y en la que irían sus padres, cosa que no era así.
Ojalá yo tuviera una nana que se preocupara un poco por mí—pensé mientras veía la manera en la que la veía preguntándose que había hecho mal, el porqué Hailee había cambiado desde que se comenzaba a llevar conmigo. Ni siquiera me gané sus miradas de odio, fueron más bien de pesar como si ella pudiera entender qué era lo que estaba transcurriendo por mi vida.
Me quedé sentada en la banca que estaba frente a la dirección mientras esperaba a alguien que no iba a llegar.
Jugaba con mis dedos tamborileándolos en mis piernas mientras veía en la dirección en la que se presentarían mis padres.
No tardaron en salir la nana de Hailee con la compañía de la adolescente de mi edad, la segunda estaba con cara de arrepentimiento, mientras en el mío no había ni una sola pizca de esto.
—Angélica, ¿y tus padres?—indagó la directora cuando me senté en la silla, observé el otro asiento que estaba vacío y estaba segura que así iba a prevalecer por el resto del tiempo que estuviera aquí.
—No lo sé—levanté los hombros por un instante y miré hacia la puerta buscando el rastro de personas que no iban a llegar.
—No es la primera vez que esto sucede, no lo vamos a permitir más—se levantó cerrando la puerta para tener más privacidad conmigo.
La sola idea de que quisiera charlar conmigo me llenó internamente el alma, el sentimiento de no poder ser amada y la insuficiencia se iban cuando estaba aquí. Me sentía como alguien importante, que cerrara la puerta para tener una charla más amena conmigo en completa soledad me hacía pensar que le agradaba mi presencia.
—Mire, eso no importa ahora, no nos preocupemos por esto y solo charlemos, me gusta escucharla, sé que tal vez le puede parecer desagradable compartir palabras conmigo, pero olvídese de eso—comenté mientras me ponía cómoda para escuchar lo largo y fastidioso que había sido su día.
Cualquier cosa que tuviera para decirme me parecía más interesante y entretenido que hablar de mí, de mi comportamiento y del porqué mis padres no habían venido. Lo que sea sería bien recibido, aquí no escucharía decir lo mucho que me odiaba, ni me torturaría hasta que deseara morirme.
Se me había arruinado mi huida, pero no mi día, tenía que ser grandioso y que mejor manera de serlo que pasar un rato agradable en compañía de la directora.
—Angélica, ¿por qué pensabas huir? ¿Qué hay allá afuera que te gusta tanto estar?—preguntó con interés.
Me pareció extraño, porque nadie se había interesado como ella lo pretendía hacer conmigo. Cuando estaba en compañía de cualquier persona que me rodeaba me sentía capaz de llegar a ser amada. Cualquier rastro de odio desaparecía de manera inmediata, era como si nada de lo que me esperara al salir de este sitio existiera.
Ojalá supiera la libertad con la que me sentía al poder salir de algo que para otros era ser irresponsable, la sensación de paz y de bienestar que me producía el tan solo salir a divertirme disfrazándome de una felicidad que nunca ha existido en mi vida.
—Me aburre estar en clase, eso ya me lo sé. Quiero disfrutar de otras cosas que a veces no me son permitidas por una u otra cosa—respondí de manera autómata.
Mi mente gritaba que confesara toda la verdad, las palabras estaban mi garganta haciendo que sintiera un profundo nudo dentro de ella al no poder decir algo tan fácil como unas malditas palabras.
Aunque ya era lo mismo de siempre, cada vez que decía algo referente a lo que mis padres hacían conmigo nunca me creían, y de manera inmediata llamaban a mis padres que ante su evidente existencia y sin ya no tener más excusas tenían que asistir para corroborar que lo que había confesado era cierto o no. Hechos que mis padres negaban de manera inmediata.
De antemano sabía que no iban a confiar ni en mí, ni en ninguna de las palabras que salían de mi boca. Las lágrimas hicieron acto de presencia, las retuve con todo mi ser.
—¿Es eso? Pareciera como si quisieras huir de algo o de alguien...—miró más de cerca mi rostro y todas las reacciones que tenía al escuchar sus palabras.
Su rostro estaba serio concentrada en la actividad que estaba haciendo, su trabajo.
Sus palabras inundaron mi sistema, negué automáticamente con la cabeza. La misma historia de siempre, no me creerían aunque con lágrimas en los ojos se los dijera, la palabra de mis padres y esa labia que tenían para convencer a alguien de que todo estaba bien conmigo y que solo se trataba de un simple acto de rebeldía me hizo negar todo, otra vez.
Había perdido la cuenta de cuántas veces me había preguntado lo mismo y siempre la negativa era lo primero que salía de mi boca. No podrán ayudarme, ellos eran mis padres y algún día me iban a querer, solo que había que ser un poco paciente. Solo tenía que resistir un poco más.
¿Quién me iba a amar si no eran ellos? ¿Cómo me enfrentaría al mundo con el sentimiento de no ser lo suficientemente buena para el resto? Además si le agregamos que si niegan todo y otra vez mis ganas de salir de este infierno serían cuestionables y ellos me torturarían hasta el cansancio, hasta que me arrepintiera de lo que iban a hacer.
—Angélica—con una de sus manos alcanzó mi mano dándole una caricia, mientras que la otra la alzaba en el aire despertándome de mi ensimismamiento.
—Estoy bien—parpadeé un par de veces seguidas despejando todo lo que estaba pasando por mi mente.—¿Y cómo está usted?—me crucé de piernas dándole la vuelta a la conversación.
—No estás sola, yo puedo ayudarte—su mano permaneció en el mismo sitio dándome una caricia, transmitiéndome el calor que nunca en mi vida, ni siquiera con mis padres había sentido.
—Estoy bien, siempre lo he estado—separé mi mano de la suya a pesar de que sentía tan bien esa efímera caricia que le había permitido.
Traté de convencerme de que estaba bien cuando en realidad nunca lo había estado, siempre era la misma respuesta que nos sale a todos de manera automática para no tener que dar explicaciones. La diferencia es que nadie creía en mí, a veces ni siquiera yo.
—Aunque...—ya no soportaba el maldito nudo en el estómago, quería intentar confesar lo que por las noches me ahogaba con el hubiera.—Hay algo que me gustaría contarle—permaneció inmóvil en su sitio para escuchar lo que sea que tenía que decirle.
Unos golpes en la puerta me hicieron sobresaltarme en mi sitio, miré con nerviosismo hacia la dirección de la puerta que estaba siendo golpeada fuertemente, como si tuviera prisa en ser recibido quien sea que estuviera ahí afuera.
—¿Qué pasa?—miró hacia la dirección que yo y se levantó para abrirla.—Ahora me dices, debo atender a la persona que me espera—abrió la puerta y vaya sorpresa de saber quien estaba ahí afuera.
Eran mis padres, los mismos que pensé que no vendrían estaban aguardando ahí afuera esperando desesperados a que los atendiera.
—Pásenle—les señaló con la mano el asiento vacío a un lado de mí.
Me levanté del lugar y me fui a un rincón vacío de la dirección, miré por unos instantes la pared, mi padre me sujetó del brazo observándome con rudeza como si pudiera ver el nudo que tenía en la garganta adivinando mis intenciones de soltar todo lo que me hacían.
—Angélica—su nombre salió de su boca como una advertencia, sus ojos rabiosos me demostraban lo mucho que me odiaba.
Ellos siempre sabían todo de mí, era tan trasparente, como si tuvieran un acceso total a mi mente y pudieran adivinar todo lo que pensaba o quería hacer.
Me salí del área con el nudo intensificándose cada vez más, mis manos temblaban mostrando un nerviosismo. Me senté en la banca afuera del área directiva. Traté de mantener la calma al pensar que se habían dado cuenta, era una simple coincidencia y ya está.
¿Qué hubiera pasado si...? No pasó nada, mi boca no tuvo el tiempo necesario. Ella dijo que podría ayudarme, que no estaba sola. ¿Y por qué me siento como si lo estuviera? ¿Por qué cuándo miro hacia todos lados está vacío y no hay ninguna presencia que me esté sosteniendo cuando estoy en un abismo tan profundo?
Hailee llegó sentándose a mi lado, su nana ya se había ido.
—¿Qué pasa? Tienes cara como si hubieras visto a Satanás—cuestionó burlona soltando una fuerte carcajada.
Me mantuve seria, quizá para otras personas ese comentario le hubiese hecho gracia, a mí no en lo absoluto porque ver a Satanás hubiera sido más agradable que verlos a ellos dos.
Me alejé abruptamente de ella manteniendo una sana distancia. Mis padres duraron rato en salir de la larga charla que tenían con la directiva del plantel, quizá estaba aprovechando para decirles todo lo que quería contarles en las ocasiones en los que ellos no habían ido. El cambio de maestros entre cada campana que sonaba avisando que la clase anterior había terminado, ver a los maestros pasar hacia su aula se convirtió en mi tarea de la espera de lo que me ocurriría.
Tenía la posibilidad de huir y pasó por mi mente adueñándose de mis pensamientos pero eso solo haría más eterna mi tortura.
Mis padres salieron cuando la jornada laboral había terminado, los alumnos poco a poco iban saliendo de sus aulas hasta que se iba vaciando poco a poco.
—Si tome en cuenta lo que les dije—fue lo único que alcancé a escuchar de la directora mientras mis padres salían de su oficina.
—Señores nos gustaría compartir unas palabras con ustedes—varios maestros los interceptaron al saber que habían venido.—Queremos hablar sobre su hija...
—Ya sé lo que me van a decir, no le den la importancia que quiere y ya está solucionado su problema—los evadieron dirigiéndome una mirada de represión.
—Hola, mucho gusto, me presento soy Hailee—mi amiga les tendió la mano con una sonrisa en forma de una presentación cordial.—Siempre he querido conocerlos y es agradable que hoy por fin tenga el gusto—mis padres la miraron de pies a cabeza deteniéndose en su cara y en la sonrisa que adornaba su rostro.
—¿Quién eres?—preguntó mi padre frunciendo el ceño como si estuviera tratando de recordar a aquella chica que habló como si estuviera gustosa de saber de su presencia.
—No es nadie—respondí antes de que Hailee respondiera.
La miraron durante los próximos segundos más analizándola profundamente a ella y a mí. No quería que supieran nada de ella, no lo iba a permitir. La mirada de confusión de Hailee quien se sintió ofendida al negarla delante de mis progenitores.
Ojalá pudieras entenderlo, Hailee.
—Señores, es urgente de lo que tenemos que hablar—insistieron los docentes que querían tener una reunión estando todos presentes para hablar de mí y de sus respectivas quejas.
—Vámonos, Angélica—tiraron de mi brazo arrastrándome por todo el pasillo evitando a toda consta hablar con los profesores.
—Por lo visto no les importa su hija—habló en voz alta el profesor de Matemáticas.
—Eso no es asunto suyo, ya hemos perdido mucho tiempo como para sentarnos a escuchar quejas que no hayamos oído antes—mi madre enfurecida enfrentó al profesor que se había atrevido a hablarle así.
—Quizá en otra ocasión lo hagamos pero hoy no es el momento—remarcó mi padre sujetándome.
Ni siquiera quise despedirme de Hailee, no quería que mis padres la relacionaran conmigo, no quería que arruinaran lo único bueno que tenía aquí, no lo iba a permitir.
—Esta me las cobro, Angélica—apretó más fuerte mi brazo dejando una gran marca de lo mucho que me estaba lastimando.
Las miradas atrás de los profesores estaban sobre nosotros, las podía sentir clavadas en mi espalda. Ya sabía a lo que se refería con eso.
Quería gritar ayuda delante de todos los docentes que estaban ahí observándonos, como si estuvieran tratando de averiguar algo en las actitudes que habían mostrado mis padres.
Mi mirada suplicaba ayuda, pero ellos no sabían leer ni mi mirada, ni mis pensamientos más profundos que conservaba. Mis ojos gritaban todo lo que por mi boca no saldría con ellos ahí presentes.
Miré hacia atrás esperando una ayuda que nunca llegó, eran los expectantes hacia un camino con un destino peor que el infierno. Me introdujeron al carro llevándome de regreso a casa, fue un silencio total en todo el camino, lo que tenía que decir no era nada que no hayan escuchado antes.
Al llegar a lo que llamaba hogar entré sin esperar su aprobación, subí con rapidez a mi habitación, en el transcurso Angelina estaba en el medio de las escaleras con una preocupación enmarcada en su rostro.
—¿Pasó algo, Angélica?—preguntó la causante de todos mis problemas.
—Muévete, estorbo—la empujé escaleras abajo, deseé que se resbalara y cayera hasta ocasionarle la muerte, nada de eso sucedió porque se alcanzó a sujetar de la barandilla.
Se quedó abrazando los barrotes metálicos mientras me daba una mirada de reojo. Sabía que faltaba un poco para que les dijera a mis padres lo que le había hecho.
—Geovanny, llévate a Angelina a dar una vuelta por el parque—ordenó mi padre a mi hermano mayor.
Este pasó cerca de mi sin siquiera mirarme, ya sabía lo que significaba eso. Entré a mi habitación cerrándola con fuerza, esta resonó por toda la habitación inundándola con el sonoro ruido que esta producía.
Abracé a la almohada, la única que conservaba, no tenía vida propia, pero sin embargo me escuchaba más de lo que mis padres lo hacían, escuchaba mis súplicas, secaba mis lágrimas y se dejaba abrazar por mi dándome un consuelo que todos los días necesitaba.
—¡Angélica!..—gritaron mi nombre en varias repeticiones.
Era en estas ocasiones cuando odiaba llamarme así, ¿por qué no me llamaba Angelina? ¿Por qué tuve que ser Angélica?
—Vienen otra vez—le murmuré a la almohada mientras la abrazaba, como si a ella también le fueran a hacer daño.
—¡Angélica!—escucha sus pasos y su voz cada vez más cerca.
La puerta de la habitación fue abierta a la par, dejando ver a mis padres con una falsa emoción al haberme encontrado. Sabía que mi hermana Angelina ya estaba fuera de casa, por eso se comportaba de esta forma.
—¡Estamos hartos de ti!—vociferó mi padre siendo el primero en entrar a mi habitación.
Me cubrí con mis manos los oídos, no quería escuchar sus horrorosas palabras llenándome la mente de todas las maldiciones que me soltaban como si fueran un credo que me tuviera que aprender, a pesar de mi desesperado intento seguía escuchándolo.
—Ven acá y escúchame—tiró mi padre de mi brazo haciendo que me levantara torpemente.—Perdí el tiempo escuchando todas las estupideces que haces y mírame a la cara—me sujetaba la cara con fuerza mientras soltaba lo que tenía que decirme.
Sus dedos se clavaron en mi mandíbula ejerciendo presión sobre ella, mantuve mis ojos abiertos a la par mirándolo a los ojos. El tiempo que lo hice fue prolongado, quería descubrir a través de una mirada el porqué me trataba así, quizá él también había sufrido de la misma manera dándole un recuerdo de alguno de sus padres, nunca hablaba de ellos ni tampoco los conocía. Físicamente no me parecía a ninguno de mis padres.
Quería entenderlo, yo podía escucharlo, pero no me decía nada que me ayudara. Él tenía que entender que yo no era ninguno de los que le habían hecho daño, yo era totalmente diferente, lo que este no sabía era que cada vez estaba creando a un monstruo, una réplica exacta del mismo que le había causado tanto daño a él.
—No, otra vez no—negué con la cabeza mientras se quitaba el cinturón.
—¿Tienes alguna idea de cuántas horas fueron las que las directora nos retuvo hablándonos de alguien sin relevancia como tú?—cuestionó mi madre mientras alzaba una ceja en cada palabra que decía.
Por la forma de hablarme parecía que ya estaba harta de mí, ojalá pudiera saber que yo también estaba harta de ser yo.
Negué con la cabeza a pesar de que tenía un aproximado del tiempo que estuvieron dentro, mientras yo estaba afuera con un nudo en la garganta que se iba intensificando mientras pasaba cada segundo.
—¡Eres un maldito problema!—azotó con furia el cinto contra el piso, el sonido me llegó hasta mis oídos. Me estremecí haciéndome más pequeña de lo que era.
El primer golpe llegó a mi piel dejándome la zona adolorida, mi cuerpo tembló y las lágrimas nublaron mis ojos.
—¡Te voy a dar por cada minuto que me hiciste perder ahí dentro!—dijo mientras seguía golpeándome con rabia.
Me dejé caer al suelo cubriendo con ambas manos mi rostro, me ardía todo el cuerpo, sentía como si estuviera ardiendo en una llama que no se apagaba ni con un extintor.
—¡Basta!
—¡¿Por qué no te comportas como Angelina?!—siguió mi madre, llegó por detrás sujetándome del cabello.—Mira como te hacemos daño, no cierres los ojos—me obligó a mantenerlos abiertos agarrando con sus dedos mis párpados, con la cabeza levantada haciéndome que mirara todo lo que me hacían.
—¡No soy Angelina!—solté en un grito ahogado por los golpes.
Mi madre me soltó y ahora fue ella la que me golpeaba como si fuera un saco de boxeo, me lanzó contra el piso mientras me arrojaba patadas desde su altura, me levantó y me sujetó del cuello apoyándome en la pared más cercana.
—Pídeme perdón, pídeme que te quiera—me apretó el cuello con una fuerza moderada.
Alcé ligeramente la cabeza tratando de acostumbrarme a la falta de oxígeno, abrí la boca tratando de que me entrara el aire suficiente para mantener satisfechos a mis pulmones.
—¡Hazlo!—gritó apretando más fuerte.
—Per-dón, ma-dre—logré articular con dificultad.—Quié-re-me, p-por fa-vor—mi voz salía con mucho pesar desde lo profundo de mi garganta.
La sonrisa de satisfacción que inundó su rostro me hizo creer que ya era suficiente para ella, ya me daría el amor que le estaba pidiendo. Solo era al finalizar cuando sentía que todo estaba valiendo la pena.
—Me das orgullo—sacudió mi cabello soltándome de golpe.
Me reí para no llorar, finalmente estaba haciendo las cosas bien. Me tragué las ganas que sentía de toser ante la falta de oxígeno. El dolor llegó a mi cuello al ser ejercido con fuerza, me lo aguanté porque era lo que menos importaba en este momento.
—Estás haciendo las cosas bien, pequeño monstruito—me sujetó de la mandíbula haciendo que los mirara a los dos.
Tenían una sonrisa dibujada en su rostro, ¡estaban sonriendo por mí! De manera inconsciente yo también lo había hecho de manera más temerosa, había sentido que estaba al borde de la muerte ante la mirada perdida de mi madre.
El gesto que me había hecho feliz por un mísero segundo se desvaneció de su rostro desapareciendo de la misma forma en la que lo había hecho. Por más que traté de alargar el momento, todos los sentimientos de felicidad se iban al apenas darme cuenta que lo estaba haciendo, la felicidad conmigo era efímera.
—¿Qué le dijiste a la directora sobre nosotros?—se fue el momentáneo momento de tranquilidad que tenía al momento de su gesto de sonrisa y volvió el monstruo de mi madre mirándome con crueldad.
—Na-nada—mi voz salió temblorosa ante la sola idea de que estuviera presente en mis pensamientos.
—Tú bien sabes lo que querías hacer, pero eso qué importa, ¿quién creería en ti?—soltaron una carcajada, por más que me lastimaba tenía razón.—¿Qué sería de tu vida sin mí, Angélica? Tan solo imagínala, ¿sabes lo que les pasa a las personas que son insuficientes? Todo el mundo se cree con el poder de destruirlas, yo te estoy convirtiendo en alguien digna, Angélica, pero tú no lo ves, no ves que todo lo que estoy haciendo es por tu bien—se acercó mi madre a mi oído dándome terror con solo su voz y el tenerla cerca.—Allá afuera hay monstruos más monstruosos que tú, que tú presencia ni siquiera les aterra—señaló hacia la ventana que estaba cubierta por las cortinas.
—Si por mí fuera y no te quisiera como tú lo crees, ya te habría arrojado a otro sitio, pero me importas, Angélica—continuó mi padre acercándose a mi otro oído.—El mundo es cruel con los monstruos como tú—finalizó dando la vuelta para marcharse.
—Reflexiona y dime si es lo que quieres—le siguió mi madre desapareciendo por la puerta de mi habitación.
Entré al baño viendo mi imagen en el reflejo del espejo que permanecía tapado, no me gustaba ver el monstruo que era, me aterraba la imagen que emitía de todo lo que veía cada vez que era capaz de descubrir el espejo.
Mi cuello tenía una gran marca roja al igual que gran parte de mi cuerpo. ¿Había valido la pena esta vez tanto sufrimiento para conseguir una sonrisa de ambos? Una sonrisa que duró tan solo nada, no me satisfizo lo suficiente. Me sentí ridículamente tonta, quizá habría durado más si no haya estado a punto de confesar la verdad a la directora. Pero se tuvieron que enterar, ¿y qué había cambiado con eso? ¡Nada!
Ni siquiera mi maldita boca fue capaz de emitir palabra alguna sobre el tema. Era yo quien todo hacía mal, de alguna u otra forma me merecía que me trataran así, maldita insuficiencia, ¿por qué soy así?
Las heridas físicas que tenía no me dolían, mi alma sangraba pero nadie la veía y era lo que me quemaba, lo que sentía que me quitaba la respiración y las ganas de seguir viviendo. Dolía el hecho de que no me amaban, todo el dolor físico ya estaba adherido a mí. Ya era algo a lo que estaba mal acostumbrada.
Me aventé a la cama, abracé a la almohada con fuerza, no quería que me soltara y me dejara sola.
—No me dejes sola, por favor—susurré contra ella mientras sentía que poco a poco se me iba de las manos.—Yo sé que soy un monstruo, que soy insuficiente, pero también tengo sentimientos, sé lo que se siente ser alguien como yo—dije mientras la rodeaba con ambas manos.—No te vayas, me he sentido sola durante toda mi vida, no dejes que me sienta sola esta vez—hipeé callando todos mis sentimientos contra la almohada.
No quería que mis padres escucharan todo lo que estaba diciendo, porque si los despertaba iba a ser peor.
Dicho acto de terror se convirtió en mi realidad cuando escuché algunos pasos que se aproximaban en el pasillo y por la dirección de donde provenían se avecinaban hacia mi habitación, no sabía si estaba haciendo mucho ruido, pero era inevitable llorar en silencio cuando durante mucho tiempo lo había hecho y la sensación era asfixiante.
Me cubrí con la sábana y me hice la dormida, callando y dejando que las lágrimas de todo el dolor que conservaba siguieran fluyendo, escuché que la puerta fue abierta y alguien entró sin hacer un mínimo ruido.
No tenía que abrir ni un solo ojo porque me podían descubrir, sentí que su mano me acarició el cabello de manera suave y me dejé llevar por eso efímero.
Solo entró a hacer eso y se marchó, escuché que se agachó y dejó una nota en la cama. Abrí los ojos y los obligué a poder ver a través de la oscuridad, era una nota que había sido escrita en computador, sabía que mi madre o mi padre la habían dejado porque Angelina me odiaba con todo su ser.
Seremos felices, seremos una familia.
Sonreí y guardé la nota dentro de la almohada, ella también formaba parte de mi familia, porque aunque no tenía vida propia escuchaba todo lo que tenía que decirle.
—Tú también formarás parte de esta familia—dije mientras cerraba los ojos cayendo en la profundidad de un sueño en el que prefería permanecer hasta siempre.
Despiértame cuando sea suficiente para ti, que sea alguien digna para ser amada, despiértame de esta pesadilla cuando deje de ser un monstruo.
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