Capítulo 4.-El conejo blanco.
Sábado/20/Junio/2020.
El conejo blanco que me había obsequiado mi padre estaba acostado sobre mi regazo, sintiendo la suavidad de su pelaje reluciente. Ese simple gesto pareció de lo más agradable, era como si este pudiera saber lo que yo necesitaba.
No sabía si mi insuficiencia podía transmitírsela, solo sabía que él no me iba a hacer daño por el hecho de no ser amada ni digna de un amor, a este no le aterraba que estuviera cerca de un monstruo que hacía daño.
Ignoré los regalos que estaban puestos sobre el escritorio donde hacía mis trabajos escolares. Me levanté de la cama y los arrojé todos a la basura, ya me imaginaba qué era lo que venía dentro de cada uno de ellos, no era necesario que los verificara.
Lo acaricié con ternura y cuidado de que no le fuera a hacer daño, él parecía amarme. Aunque su color no me agradaba mucho, no era ningún impedimento para que pudiera amarlo.
—Te llamarás—mi cabeza comenzó a armar nombres locos que sonaban extraños cuando los decía en voz alta.—¡Sunny!—dije después de llamarlo de cientos de maneras y que ninguna me pareciera agradable.
Dio un salto hacia a mí ante haberlo llamado de esa manera, creo que le agradaba su nombre tanto como a mí su presencia.
—¿Te gusta?—lo coloqué en mi brazo haciendo que su pelaje rozara contra mi mejilla.—A partir de ahora ya no estaré sola nunca más—puse mi frente en la suya haciendo que nuestros ojos miel y azul se miraran fijamente.
Lo dejé en la cama cuando mi madre tocó de manera insistente la puerta de mi habitación, como si mi "cumpleaños" todavía no terminara, ¿qué más me iba a arruinar? Ya lo había hecho con todo lo que me generara felicidad, con mis fechas especiales, ¿ahora que sigue?
Sin esperar aprobación de mi parte entró sin previo aviso metiéndose y viendo la forma en la que acariciaba a Sunny.
—Creí que ya lo habías matado—con sus manos lo alcanzó a tocar y lo abrazó.
—No, yo no mato animales—se lo arrebaté de los brazos.
No volvería a permitir que le hiciera daño a otro animal indefenso solo para saciar sus más enfermas ganas, yo lo iba a proteger por encima de mi vida misma. Mis padres no me iban a arruinar nada que me hiciera feliz en este lugar.
—Tu padre quiere verte—me tiró del brazo sacándome de la cama y empujándome hacia la puerta.—Vamos abajo y ven acá—me tomó de la nuca apretándola con fuerza.—Ninguna palabra a nadie o te arrepentirás de tu maldita existencia miserable—me soltó dejando que continuara con mi camino.
Pasé cerca de la habitación de Angelina quien estaba concentrada en su clase de canto vocalizando para su próximo concurso. Escuché su melosa voz llenar la habitación, cada vez que la escuchaba sentía como si voz y mis gritos creaban una melodía que era torturadora para mis oídos.
Descendí por las escaleras mientras los pensamientos sobre Angelina se hacían presentes dentro de mi cabeza, ella no me ayudaría en nada, ella es la causante de todo esto que mis padres me hacen, lejos de ayudarme me ha arruinado mi existencia, ella es igual que ellos, así la han estado criando en sus años.
—Padre, mi madre ha dicho que quieres hablar conmigo—me presenté en la cocina con mis manos entrelazadas en mi espalda.—Dime, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte?
—En nada, para todo eres una inservible—respondió mientras la mitad de su cuerpo estaba metido en el lavaplatos tratando de arreglar una fuga.—Pero ya que estás aquí quiero que vengas conmigo a un lugar, tu madre se va a quedar con Angelina—arrastró su cuerpo empapado saliendo del área.
Mi rostro se apagó como una vela encendida tras echarle un poco de agua para extinguir hasta el último rayo de luz que iluminara su vida.
—¿Qué haces ahí como inútil? Ponte hacer algo de provecho—salió y me aventó hacia la isla de la cocina.—Ponte a prepararte tu desayuno o algo en donde no te tenga que ver tu espantosa existencia—arrojó el trapo y la herramienta al suelo.
Ante el ruido me cubrí mis oídos e hice un gesto que me había aturdido.
—¡Ya me arruinaste mi día! ¡Todo lo tienes que arruinar tú! ¡¿No sabes hacer otra cosa que arruinar mi vida?!—preguntó mientras me hacía a un lado y abría la nevera para sacar algo que no alcancé a divisar.—Ayer no tuve el tiempo para darte esto y no se va a desperdiciar—sacó un pastel que contenía la carne cruda de algún animal que había estado vivo.
—No, por favor—negué con la cabeza y traté de salir del lugar pero solo iba hacer más largo todo.—Mi cumpleaños ya fue ayer, espérate al próximo año—junté mis manos y supliqué con la mirada llena de sentimientos que estaban a flor de piel.
Huir no iba a servir de nada, lo que tenía que hacer era tratar de convencerlo con todas mis fuerzas para que no lo hiciera y se olvidara.
—Padre, hoy es veinte de junio, mi cumpleaños fue ayer—traté de que mis palabras salieran firmes cosa que no conseguí, mi boca temblaba al imaginar el sentimiento de culpa que se hacía presente cada vez que sentía la sangre de un animal que había sido torturado hasta morir.
—Claro que sé cuando es tu cumpleaños, ¿tú crees que se me olvida el día que arruinaste mi vida? ¿Crees que soy estúpido, Angélica? ¡DÍMELO!—gritó haciendo que sus vociferaciones se mezclaran con la tierna melodía de la canción que estaba cantando Angelina.
—No, no lo eres—retrocedí hasta que sentí la barra de la encimera clavarse en el final de mi espalda.—¿Podemos cambiar esto por un abrazo? Sé que no es ningún día especial, pero tú y yo lo podemos hacer especial—murmuré con voz temblorosa.—Vamos, aún no soy suficiente para ti, pero lo llegaré a ser porque...—no quería decirlo porque no era verdad, no lo sentía así.—Tú eres el mejor padre del mundo—a todos los padres les gustaba escuchar eso de sus hijas.
Había leído tantos libros en los que después de decir eso los abrazaban y sus ojos se nublaban porque simplemente no podían creer que unas palabras tan clichés significaran tanto.
Pero para mí padre no significó absolutamente nada, no hubo ojos nublados por las lágrimas ni mucho menos el abrazo que me quedé esperando por un largo tiempo.
—Ya no vamos a ir a ningún lado, nos vamos a quedar en casa—salió de la cocina lanzando maldiciones hacia mi persona.—Todo lo tienes que arruinar, quería hacerte tu maldito día después de tu cumpleaños especial y mira como te comportas—escuché decir mientras subía las escaleras.
No sabía qué había hecho para que su estado de ánimo cambiara de forma tan repentina al verme entrar. Creo que arruinaba todo con tan solo mi presencia, ojalá algún día dejara de ser así.
El apetito se me había pasado y solo estaba llorando dentro de la isla de la cocina sentada abrazando mis piernas, lamentando el simple hecho de mi existencia. Lloré en silencio, no quería terminar de arruinar más el día de mis padres.
—¿Angélica?—la voz y los saltos que daba mi hermana en los últimos escalones llegó a mis oídos.—¿Estás aquí?—se introdujo en la cocina y abrió las gavetas tratando de buscarme, como si estuviera jugando a las escondidas.—¡Aquí estás, te he encontrado!—dio un salto cuando me vio sentada abrazando mis rodillas.—¡Un dos tres por Angélica que está en la cocina!—gritó para que todos la pudieran escuchar.
—¡Vete, salte de aquí!—la empujé hasta salir del área.
Sabía que si mis padres me veían cerca de ella o viceversa creían que le intentaría hacer daño.
—Te he descubierto, acepta que has perdido, para la próxima debes aprender mejor a esconderte—se quejó mientras la sacaba del área.
—¡No estoy jugando contigo, no me estoy escondiendo de nada!—exclamé al ver su insistencia en que había perdido en un juego que ni siquiera estaba jugando.—Ahora déjame en paz—volví al mismo sitio.
Mis padres ante mis gritos no dudaron en llegar al rescate de su pequeña amada Angelina.
—Mamá, Lica no quiere jugar conmigo a las escondidas—me señaló con el dedo.
—No debes de jugar con los monstruos—me miró con odio y se llevó a su pequeña a otro sitio.—Vamos a dar una vuelta, ¿te parece?—cuestionó con emoción mi madre mientras se la llevaba otro sitio.
Me quedé en el mismo sitio viendo como mi madre trataba de una forma diferente a Angelina, observé deseando que algún día pudiera ser yo a la que le daban cariño.
—¡Angélica!—mi padre me llamó de forma insistente.—¿Dónde estás? ¿Quieres jugar a las escondidas? No importa dónde estés, porque yo siempre te voy a encontrar—articuló con una voz terrorífica mientras me encontraba.
No me gustaba jugar a las escondidas, no importaba en qué sitio me escondiera, mi padre siempre me encontraba por más perfecto que fuera el escondite. Cubrí mi cara negando con la cabeza, no sé porqué pensaba que me estaba escondiendo de él cuando no era así.
—Mira a quien tengo por aquí—susurró con una tenebrosa voz que se instalaba en lo profundo de mi mente, tenía sus manos en su espalda sosteniendo lo que sea que tenía que entregarme.—¡Al conejo blanco!—lo sacó con una emoción que no me agradaba para nada.
Esa emoción solo significa una sola cosa; tortura, que pese a que a él lo hacía feliz, el resultado era diferente en mí.
—Papá, no—extendí mis manos tratando de alcanzar al animal.
—Arruinaste mi vida, mi felicidad, yo debo hacer lo mismo con la tuya—apretaba con ambas manos al animal que quería saltar al suelo como si ya se esperaba cuál era el destino en las manos que lo sostenían.
—Por favor, no—lo toqué y se lo intenté arrebatar de sus manos.—Yo le prometí que lo iba a proteger—las lágrimas alcanzaron mi rostro descendiendo hasta tocar el suelo.
—No puedes prometer algo que no vas a cumplir—dejó al animal a un lado de la torre compacta de carne cruda.—Vamos a hacer algo, tú te comes todo esto que está aquí y yo no te toco al animal—puso sus manos en la cintura con una sonrisa triunfante en la espera de una respuesta.
Ambas cosas me lastimaban, no quería ver a Sunny morir en mis ojos y no poder hacer nada para salvarlo, pero tampoco quería tener en mi boca la carne de un animal que al igual que yo había estado vivo. En ambas cosas iba a tener culpa pero tenía que tomar una decisión de manera rápida antes de que mi padre cambiara de opinión de manera drástica.
—Está bien, me comeré todo eso, pero por favor no toques a Sunny—señalé la torre de carne que estaba llena de sangre como si fuera un rico relleno o cubierta de chocolate.
Toqué a Sunny, había prometido que lo iba a proteger y así iba a ser. Me dolía y me sacrificaría aunque la culpa no me dejaría conciliar el sueño después, pese a que tener un animal en mi boca no me parecía algo agradable tenía que salvar la vida de Sunny, él que todavía respiraba y su corazón latía con mucha fuerza.
—Perdón—le pedí perdón a la torre que contenía trozos de carne de distintas partes de un animal, como si este realmente pudiera escucharme, entenderme y tuviera vida propia.—Esto es por Sunny, tú ya estás muerto y no puedo hacer nada por ti—las lágrimas mojaron el pastel cayendo en forma de cascada sobre la sangre.
Mis lágrimas se perdieron entre sí sin la posibilidad de saber dónde estaban. Mi mirada cambió al animal que me estaba observando como si le fuera a hacer daño.
—Sunny, esto es por ti—le di un beso y lo acaricié con una mano.
Me sentí culpable, como una persona cruel que se iba a comer a alguien, como si la razón por la que estuviera muerto ante mí, fuese culpa mía. Estaba salvando a Sunny pero la culpa no me iba a abandonar.
Miré la torre con los ojos llorosos, a un lado estaba Sunny quien no dejaba de prestarme la atención que requería, até mi cabello en una coleta alta, no quería que se manchara de sangre dejando una huella que ni siquiera el agua, jabón y champú pudieran borrar.
Tomé con mis puños una cantidad considerable que la detuve antes de que pudiera entrar en mi boca, mi mano temblaba por la sensación de inestabilidad que sentía en el momento. Mi padre me miraba asombrado por la escena que estaba viendo, y como si fuera poco fue por su cámara de celular grabando en una memoria portátil lo que estaba siendo testigo.
Abrió la boca y aplaudió frenéticamente como si quisiera que diera el siguiente paso.
—Vamos, Angélica, tú puedes—motivaba como si fuera una actividad que a mí me gustaba hacer.
Ojalá me hubiera motivado en otra actividad, ojalá fuera un abrazo el que estuviera dándome en este preciso momento, el ojalá es como un hubiera, porque por más que lo quiera, por más que lo intente, no deja de ser un ojalá, algo que quiero que pase pero es tan ajeno a mí que nunca va a ocurrir.
Lo metí a mi boca cerrando los ojos, los apretaba con fuerza negando que este momento no se quedara grabado en lo profundo de mi memoria, sentí lo crudo, duro y viscoso de la carne mezclada con la sangre intentando ser masticado por mis dientes.
Sé escuchaba un ligero tronido al intentar tragarlo, el sabor metálico y la culpa iban bajando por mi garganta para empezar con la digestión. Otro puño que me metí a la boca, lo hice mucho más rápido, quizá así la tortura se sentiría menos y todo acabaría de manera más rápida.
Las lágrimas cayeron a mi boca haciendo la peor mezcla y no por lo metálico de la sangre y salado de mis lágrimas, sino porque ambas cosas significaban un dolor que pese a que tenía fin, se sentía como si no lo tuviera.
—Vamos, por la vida del conejo blanco—aplaudía dándome una motivación que no necesitaba, si hubiera sido otro momento, otra situación, todo lo que en este momento me estaba diciendo iba a significar otra cosa.—Tienes que entender que todo en la vida es un sacrificio—dijo sin culpa ni remordimiento alguno.
Su mal humor parecía que ya se había esfumado al ver algo que tanto le agradaba, ¿por qué le causaba tanta felicidad torturarme? ¿Por qué para mi padre no es más bonito que me diga te quiero?
Y sin pudor alguno metí grandes cantidades en mi boca deseando terminar con todo esto, sentía que me atragantaba y que no podía más, pero era más agradable morir asfixiada que seguir con esto que era como si fuera interminable.
Parecía un animal feroz hambriento o una caníbal de las películas terroríficas de camino hacia el terror, me sentía una reverenda porquería haciendo esto para salvar la vida de Sunny, pero pese a que sabía que tendría sentido era como si no lo tuviera, como si solo lo estuviera haciendo para satisfacer los deseos más perversos de mi padre.
Y así parecía, una desesperada que prefería morir porque la culpa que me recorría era tan inmensa que ni siquiera la vida que iba a durar mi permanencia en este mundo iba a servir para quitarme todos los sentimientos de repudio que sentía hacia mi persona.
Y así sucedió hasta que ya no quedaba absolutamente nada, solo huesos que habían sido perfectamente chupados porque a mi padre no le agradaba la idea de que se desperdiciara el alimento.
La sensación de arcadas llegaron hasta mi garganta, traté de reprimir mis ansias y ganas por hacerlo que tuve que cubrirme la boca para no dejar hecho todo un desastre.
—Ten, que por ahora no quiero que te mueras—me entregó un vaso que contenía sangre del animal, quería que me lo bebiera como si fuera un líquido potable y vital para mí.
Negué con la cabeza y lo rechacé con la mano, me lo puso en mi mano y señaló hacia el conejo como una reverencia de que le haría daño si no hacía lo que él me estaba ordenando.
Me aguanté la respiración y me lo bebí de un sorbo, se sentía ácido, metálico y viscoso, la sensación era tan desagradable y asquerosa que mis ganas por devolver el estómago se intensificaron.
—No Angélica, no lo hagas—la expresión de felicidad de mi padre se estaba esfumando de la misma manera en la que había llegado.
Ese simple acto parecía enfurecerlo más.
—¡Trágatelo!—ordenó en un grito.
Ojalá tuviera vecinos cerca para que pudieran escuchar todos mis gritos de auxilio, todas esas veces en las que mi padre me decía que me odiaba, que le había arruinado la vida, y las sinfines de torturas que me daba para llevarme al camino de la suficiencia, para por fin poder ser amada por alguien que se supone te ama desde que te lleva en el vientre, se entera de tu llegada, o hasta quizá desde el momento de la concepción.
Lo aguanté, juro que aguanté y me tragué todo, quería que al menos la tortura y todos los más horripilantes sentimientos valieran la pena para poder salvar a Sunny, quería tener al menos algo bueno en mi vida. Pero el aguantar no es suficiente cuando es tu cuerpo el que habla por ti misma y no soporta tener algo que estuvo vivo.
Manché el piso impecable de mi vómito, eran grandes trozos de carne que habían estado dentro de mi estómago, que no lo había soportado, había sido débil a pesar de que lo intenté, no fue suficiente. La sangre mezclada con saliva, mi estómago no quería tener absolutamente nada de ningún animal que terminé por arrojar la bilis que me dejó un amargo sabor en la boca.
Sentía que el vómito se me salía por las fosas nasales, busqué con la mirada a mi padre y creí que tal vez encontraría un poco de consuelo al haberlo intentado, pero no fue así, fue una mirada de repudio la que me recibió, como si fuera la peor persona de este mundo.
Dejó el celular grabando desde un punto y cuando creí que fue a mi rescate, la desilusión llegó rápidamente a mí, como si creyera que la necesitaba. Mi padre se desvió y de una de las gavetas de la alacena buscó haciendo mucho ruido un cuchillo.
Me estaba recuperando de la sensación de ahogo que se había hecho presente al sentir como los grandes trozos de carne que habían sido digeridos por mi boca pasaban de nuevo por ella.
Creí que me haría daño con el cuchillo que era uno de los más grandes, me retorcí con la cabeza inclinada en la encimera viendo como Sunny me veía, él sabía que estaba mal. A pesar de mi suciedad y de mi pésimo aliento se acercó a mí buscando que le diera cariño y que yo me sintiera suficiente. Estaba preparando mentalmente mi cuerpo para recibir el nuevo corte, que con el pasar de los días se haría una cicatriz que contaría otra de las más trágicas historias de no ser lo suficientemente buena.
—¿Papá, que haces?—pregunté al ver que no me miraba a los ojos.—Lo he intentado, padre, tú lo haz visto—le acaricié el brazo para que pudiera entenderme.
—¡No me llames así!—se dio la vuelta alzando el cuchillo dejando ver toda la furia que yo le había provocado al no hacer lo que él me estaba pidiendo.
Me hice pequeña buscando protegerme, me daba miedo cada vez que me amenazaba con la daga, cada vez que me gritaba, cada vez que yo era la causante de su infelicidad. Me daba miedo cada que estaba cerca de él, porque sabía que en cualquier momento cuando así él lo quisiera podía matarme.
Me tomó del brazo arrastrándome hacia todo lo que había vomitado, mi vestimenta se llenó de suciedad. El conejo quedó solo y desprotegido arriba de la encimera. Había dicho que iba a dar mi vida por él, y mi padre dijo que no le haría daño si yo hiciera lo que él me había dicho. ¡Me lo prometió!
—¡Papá, no!—negué con la cabeza sin dejar de llorar, al ver como se acercaba al animal blanco reluciente.
—No hiciste lo que te pedí—caminó directamente hacia él, ni siquiera volteó a mirarme, era como si para él no existiera yo.
—¡Tú me lo prometiste!—me arrastré hacia él, casi me resbalo por lo viscoso que estaba el suelo. Me sujeté de sus piernas rodeándolas en un abrazo.
Quería que me viera, que sintiera que aunque él no era capaz de quererme ni de dirigirme una sola de sus miradas de amor sin hacerme daño para conseguirlo, que yo estaba ahí. Lo llené de vómito mezclado con sangre, saliva y culpabilidad.
—Por favor, estoy aquí—junté mis manos y supliqué de rodillas con mi cabeza inclinada hacia arriba buscando esos ojos que eran tan similares a los míos.
—¡Aléjate de mí!—me lanzó una patada en el pecho que me mandó al suelo, caí de espaldas en el sitio que estaba sucio esparcido de una forma asquerosa haciendo más inmenso el charco de lo que había pasado por mi estómago.
Sujetó al conejo con una mano mientras que con la otra contenía el cuchillo, me miró rápidamente mientras me daba una malvada sonrisa.
No, esa no era la clase de sonrisa que yo quería, por este momento no quería ser el motivo de su felicidad, no me importaba su odio por el resto de mi vida, yo solo quería a Sunny conmigo. Ya no importaba tenerlo a él y su amor, yo quería a Sunny. ¡Necesitaba a Sunny conmigo!
Me puse de pie, resbalé volviendo a caer al suelo. Mi padre aprovechó la ventaja que tenía por delante de mí y preparó al conejo, lo sujetó con fuerza mientras este intentaba a toda consta liberarse de sus garras, pero no fue suficiente para que mi padre lo soltara.
Hizo la mano que contenía el conejo hacia atrás tomando vuelo para el impacto que se aproximaba, se dio la vuelta y lo lanzó contra la pared, pude ver de manera rápida el camino aéreo que tomaba hasta llegar al destino que mi padre había puesto como objetivo.
Todo había sucedido de manera rápida, pero en mi mente se veía tan lenta, cada mínimo detalle, cada gesto de terror del conejo se quedó grabado en mi memoria, hasta que escuché el fuerte impacto contra la pared vecina, los huesos crujieron y terminó su recorrido fatídico en el suelo, una gran mancha carmesí había quedado en la pared, conteniendo trozos de masa encefálica que algunos se adhirieron a esta, mientras que el otro terminó sobre el cuerpo inerte del conejo.
—¡No!—un grito desgarrador se hizo presente en todo el lugar. Me arrastré hacia el intentando de todas las formas que había tenerlo de vuelta conmigo.
Sus ojos estaban salidos de sus órbitas, más abiertos de lo normal con una expresión de pánico. Me acerqué a él, ya no estaba tan blanco impecable, su cuerpo estaba manchado de su propia sangre. Lo toqué con mis manos mientras intentaba meter toda su masa encefálica. Tenía un orificio en su cabeza por donde se dejaban ver sus sesos hechos un puré, sus huesos de sus patas traseras y delanteras colocados de una manera antinatural, se dejaba ver sus ligamentos y sus huesos sobresalientes.
Me incliné ante el buscando algo que ya no tenía y que nunca más volvería a tener, a pesar de los más de mil intentos que quisiera realizar para tenerlo conmigo. Ahora también estaba lleno de mi vómito y de mis lágrimas que no dejaban de fluir.
—¡Lo mataste!—reprimí un grito de dolor reprochándole lo que había hecho.—¡Dijiste que no le harías daño!—aullé.—¡Yo lo quería conmigo!
—No puedes querer algo que nunca vas a tener, Angélica—con cuidado de no caerse caminó hasta a mí alborotándome el cabello.—Tu padre está feliz por lo que ha hecho, ¿tú no lo estás?—la sonrisa sin una pizca de alegría llegó hasta sus ojos. Era un gesto diabólico que hizo que los pelos se me pusieran de punta.
Negué con la cabeza con el mismo odio que él sentía hacia a mí, las lágrimas adornaban mi rostro de una forma dolorosa. Él sabía que me hacía daño, y sin embargo parecía disfrutar de cada una de mis lágrimas.
—Fue tu culpa, no hiciste lo que te pedí—me entregó el cuchillo agachándose a mi altura.—Ahora demuéstrale a tu padre todo lo que te enseñado, haz una obra de arte con esto que tenemos aquí—no tomé el cuchillo que tenía mi padre.
Este abrió mi mano a pesar de la fuerza que ejercía, para él mi fuerza no existía en comparación con todo el daño que él me haría al no obedecerlo, colocó el cuchillo cerrándola envolviendo su mano alrededor de la mía que sostenía el cuchillo obligándome a mantenerla cerrada en todo momento.
Puse mucha fuerza en mi mano al adivinar las intenciones que él tenía, sonrió al ver el forcejeo que establecía. Él siempre sabía que ganaría una batalla contra mí, odiaba ser tan débil, odiaba estar a su merced. Apreté la mandíbula tratando de poner todas mis fuerzas en ese simple acto.
El sabía de qué manera se hacía presente la culpabilidad en mí, por supuesto que lo sabía. Pero a él era lo que más le satisfacía, todo lo que a mí me causaba dolor, el sentía satisfacción de verme derramar lágrimas, a él le gustaba más verme destruida que feliz.
Puso el triple de fuerza que yo sin utilizar al máximo todo su potencial, y lo guio hasta el animal que ya estaba muerto, pero no me gustaba verlo hecho trizas. Con la otra mano que presentaba libre la metí y lo hice a un lado, el cuchillo quedó encajado en mi mano, mi padre se sorprendió por el acto que había hecho.
—¡No, déjalo. Ya no lo toques, ya está muerto!—vi que la sangre salía de mi herida, reprimí el dolor que se estaba haciendo presente en la zona lastimada.
No le importó lo que le dije y arrastró el cuerpo del animal, intenté volver a meter mi mano pero simplemente no fue suficiente, él otra vez había ganado. Encajó el cuchillo en su abdomen hasta que salió sangre color entre carmesí y marrón. Dejó su cuerpo destrozado de las repetidas veces en las que se lo sacaba y lo volvía a meter.
Me soltó ahí, en medio de toda una escena criminal dejándome abandonada. Me había abandonado tantas veces que ya había perdido la cuenta de las innumerables ocasiones en las que me dejaba lamentando mi existencia.
Había sangre por todos lados, mi herida no dejaba de sangrar. Coloqué ambas manos tratando de cubrir todas las heridas del animal, a pesar de que ya estaba muerto y que nada podía hacer para salvarlo, yo lo quería conmigo.
—Sunny—mi nombre salió en a penas un susurro que me dolió decirlo.—No te... vayas. No me... de-jes, yo te... necesito—hipeaba tratando de contener el llanto.
Le había fallado a Sunny, dije que lo iba a proteger y no lo había logrado. No lo había protegido por encima de mi vida propia. Mi padre tenía razón, no era suficiente para nada.
Incliné mi cabeza llorando en su cuerpo inerte, él sí me quería, para él sí era suficiente. Si no hubiera sido por esto habríamos sido las personas más felices juntas, pero como siempre mi padre tenía que hacer lo que sea para él conseguir su propia felicidad.
Mi sangre y la de él se unieron en una sola, el dolor de mi herida fue anestesiado, me dolía más mi alma al saber que nunca llegaría a ser suficiente para mis padres. Lloré por la falta que me hacía Sunny, lloré, porque por mi culpa era que Sunny se encontraba en esta situación, no había hecho lo que mi padre me había pedido, pero yo lo intenté, él mismo fue testigo de mi intento.
La culpabilidad que sentía era muchísimo más grande que la inexistente de él que había sido el que lo había matado. Había sido una egoísta y una incrédula al pensar que me dejarían tener una mascota, debía de haberlo dejado en libertad, con una familia que fuera feliz, en otro sitio en donde no le hicieran daño.
—Por mi culpa estás así—lo abracé con fuerza llenando mi cabello cobrizo de sangre del animal haciendo que se viera más oscuro que mi tono natural.—Lo siento tanto—con cuidado de no hacerle daño cerré sus ojos, era irónico porque ya estaba muerto y no tendría la capacidad de sentir.
Levanté mi vista y me encontré con mi padre en la entrada de la cocina con la cámara que seguía grabando como si fuera una grandiosa escena cinematográfica digna de un Oscar.
—¡¿Por qué me lo diste si lo ibas a matar?!—lo escudriñé con la mirada para que sintiera el odio que le estaba dando.
—Para que veas como todo lo que tú amas se va de tu vida, no eres suficiente Angélica, no eres digna ni para amar ni mucho menos para ser amada, tú no sabes querer a nadie—respondió con seriedad sin dejar de mirar toda la escena que el había hecho.
—Tú... me... lo... prometiste—mi voz salió en un titubeo que a penas alcanzó a percibir.
—El mundo es cruel, yo soy cruel, Angélica—respondió con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
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