Capítulo 22.-Después de la muerte

Domingo/15/Noviembre/2020.

Cinco de la madrugada, varias vueltas en la cama, cerré los ojos y el sueño no llegaba a mí por más que lo buscaba. Me levanté de la cama arrastrando mis pies, todo estaba oscuro con un silencio sepulcral en el área, el único sonido que se filtraba en mi casa era el de una noche fría, desolada y abrumadora.

Salí de mi habitación y a unos cuantos pasos estaba el dormitorio de mi hermana con la puerta entreabierta, me arrastré hasta ella y abrí la puerta en su totalidad. Estaba completamente oscura y desordenada, sobre la cama estaba todos los atuendos por los que no se había decidido para el concurso.

El lugar en donde tenía que estar su premio estaba vacío, ni siquiera llegó a estar en su nuevo lugar.

Todo su dormitorio tenía una belleza triste, era como si este lugar supiera que Angelina nunca más iba a regresar. Todo estaba exactamente igual a cómo lo había dejado.

Ella tenía la conciencia de que iba a regresar, que iba a volver a acomodar todo y dejarlo en su lugar, ella era amante de la perfección, ella era la perfección viviente. En ningún momento pensó que no iba volver a su hogar, que su estancia a partir de hoy sería debatir su vida sobreviviendo en aquel hospital, jamás creyó que este intento por matarla sí funcionaría.

Acaricié con suavidad las cosas, como si yo no quisiera hacerle daño, todo lo que habían vivido se convertiría en un recuerdo para mis padres. Lo único bueno que tenía su vida se estaba esfumando de manera lenta, y era obra mía.

Alcé el vestido entre mis manos y lo olí, tenía ese peculiar perfume de vainilla, tan dulce que empalagaba, así como era ella. Lo dejé en aquel sitio en donde estaba y en la misma posición.

—El único defecto que tenías en tu vida era yo—suspiré sujetando una foto que estaba en la mesita de noche.

A tan solo unos metros de la cama estaba aquel micrófono con el que se pasaba horas ensayando, su fiel amigo y compañero, a otro admirador más que le encantaba la melodía que entonaba día con día. Sus iniciales grabadas en aquel micrófono con pedrería falsa, que un día serían diamantes de verdad por el número de veces que ganaba.

Alcé el micrófono, con aquel tacto ya había borrado las huellas de la última vez que lo había sujetado entre sus manos con aquella delicadeza con la que ella tomaba las cosas, como si se fueran a romper con tanta facilidad. De la misma forma que me había tocado a mí, como si ya supiera lo rota que estaba y no quisiera ser testigo de cómo me desmoronaba una vez más ante sus ojos.

Al tener algo suyo entre mis manos los recuerdos de las innumerables veces que me tenía que quedar en casa, que tenía que visualizar lo feliz que eran a través de la televisión, encerrada en la vivienda, presa en una maldita jaula de la que nunca podría salir.

—"Queremos felicitar a Angelina Cárdenas Beltrán por su destacada participación en este concurso, por haberse llevado el premio del primer lugar"—veía su concurso sentada en el sillón de la sala, con un millón de complejos y estereotipos que cumplir. Nunca quisieron llevarme a sus concursos, a veces se iban fuera de la ciudad o incluso del país y me dejaban sola por varios días.

—Angelina, ¿qué sientes volverte a llevar el primer lugar del concurso?—preguntaba la entrevistadora a mi hermana.

—Me siento muy contenta, mi mayor sueño es que mis padres se sientan orgullosos de mí—contestó sonriente mi hermana, la sonrisa que yo no tenía, la misma que ella me había robado.

Teníamos aquel mismo sueño, pero la única diferencia entre ella y yo, es que a ella le felicitaban todo lo que hacía, era amada por el simple hecho de respirar, por ser aquella niña pelinegra de ojos azules llamada Angelina, por solo respirar mis padres se sentían orgullosos de ella.

¿Ustedes que sienten tener una hija tan talentosa?—esta vez se dirigió hacia mis padres.

—Es nuestro mayor orgullo, estamos muy orgullosos de ella, de todo lo que ha logrado a su corta edad, esperemos y llegue muy lejos, será una gran cantante—para ellos solamente existía Angelina, en especial para mi padre.

—Sabemos que tienen otra hija más grande que Angelina, se llama Angélica, ¿piensan meterla a esto? Sería genial que un día participe en un concurso con su hermana, juntas serían una bomba—por fin alguien se daba cuenta de mi gris existencia, nunca ninguna entrevistadora había preguntado por mí, esperé conmocionada la respuesta muy atenta al televisor, le subí el volumen para escuchar claramente lo que dirían.

—Sí, tenemos otra hija, y no pensamos meterla en esto, el único talento que tiene Angélica es dar problemas y ser un estorbo, créanme si Angelina y Angélica hacen un dueto sería de lo más espantoso, Angélica tiene una voz monstruosa, rompería sus tímpanos—contestó mi madre con horror, apagué la televisión inmediatamente.

—¿Por qué la apagas?—me había olvidado que no vivía sola en esta casa, en cambio se encontraba conmigo el monstruo de mi niñez, que para nada me asustaba, era mi compañía más grande.

—No quiero ver eso—me levanté del sillón.

—Es por lo que dijeron de ti, ¿verdad?—asentí levemente con la cabeza.

—¿Quieres que te traiga unas palomitas?—intenté largarme de ahí lo antes posible, no quería estar cerca del televisor.

—No, gracias, no soy un humano—dijo sin dejarle de prestar atención al televisor, creo que eso era más importante que yo.

—Claro, lo olvidaba, ¿se te ofrece algo más?—hice énfasis en la pregunta.

—Por el momento solo quiero que te sientes conmigo—palmó un lugar al lado de él. A regañadientes me senté y seguí mirando la televisión, aunque esta no tuviera nada interesante que ofrecerme, solo un intento estúpido de entretenimiento, la forma más absurda de perder mi tiempo y ganar más inseguridades de las que ya tenía.

—Bueno si la música no es lo suyo, algún talento ha de tener, ¿qué talento le han descubierto?—tal parece que estaba más interesada en mí que en mi hermana que era la ganadora.

—No tiene ningún talento, los monstruos no tienen talento—dijo mi padre, esta vez el ofendido fue mi amigo y compañero de soledad.

—Bueno, ¿qué quiere ser de grande Angélica?—insistió una vez más la presentadora.

—Ella quiere ser la sombra de Angelina—respondió mi madre un tanto furiosa de que el monstruo le robara la atención sin siquiera estar presente a Angelina.

—No lo creo, debería de ponerle más atención a su otra hija, probablemente tengan otra artista que todavía no han descubierto—ella parecía más entusiasmada en descubrirme algún talento que mis padres.

—¿De qué se trata esta entrevista, del triunfo en el concurso de Angelina o del monstruoso ser viviente?—preguntó enojado mi padre, se levantaron furiosos del sillón y dieron por finalizada la entrevista.

—Y la ganadora del concurso es...—dije haciéndola de emoción, fingiendo ser la presentadora de televisión.—Es, Angélica Cárdenas Beltrán—grité emocionada su nombre, mi nombre, mientras yo gritaba eufórica y abrazaba a todas mis compañeras que no habían tenido tanta suerte.—He ganado—levantaba en lo alto el premio que yo había ganado, mis padres corrían felices a abrazarme.

—Lo has logrado Angélica, eres una ganadora, estamos muy orgullosos de ti—enorgulleció mi padre, me dieron un abrazo.

Eso solo fue mi imaginación porque yo no había ganado ningún concurso importante a excepción de pequeños concursos que se realizaban dentro de las instituciones a las que yo asistía, en cambio el abrazo me lo di yo misma, con una soledad que invadía cada rincón de la casa, con unas ganas estúpidamente mal de matarme, unos monstruos que asechaban en cada rincón de mi mente, inseguridades y miedos de los que no me atrevía a hablar, unos padres a los que no les importaba ni un poco

Salí de la habitación, bajé las escaleras hasta llegar al piso de abajo, donde cada rincón se vio iluminado por su sonrisa en cada momento que transcurría del día, la manera en la que la miraban mis padres y ella contando sus logros con emoción, con tanta felicidad.

Y yo tan solo una amargada observando todo desde las escaleras, deseando aquello que yo carecía. Alcé mi mano tratando de tocar aquello, pero era solo una imagen que permanecía grabada dentro de mi mente. Sus risas, su olor, su presencia y su voz se escuchaba por todo el lugar.

Las lágrimas salieron de mis ojos de forma automática, trazando el camino hasta llegar al suelo. Todo estaba vacío, ahí no había risas, ni una Angelina que contara con tanta emoción lo que había transcurrido en su concurso.

Era como si todo el lugar en donde ella estuvo se estuviera muriendo, así como ella lo estaba haciendo en el hospital. En esa vivienda en donde ella habitaba junto con su familia, estaba vacía, solo estaba una Angélica tratando de llenar el hueco que su ausencia iba a dejar, que ni con toda la vida que me quedaba iba a ser tan suficiente como ella.

La cocina estaba exactamente igual, estaba un emparedado listo que mis padres se habían encargado de preparar para la celebración que se llevaría a cabo después del concurso, ellos también tenían la idea de que iban a volver como aquella familia que eran, que iban a celebrar otro concurso ganado y una vez más se iban a burlar de mí, remarcándome todo aquello que yo no había podido lograr.

Abrí la nevera y me encontré con un pastel que tenía una leyenda de: “Felicidades, Angelina", este tenía una forma de micrófono con detalles en fondant. Lo hice a un lado y me comí mi alimento que ya había sido preparado para esta ocasión, era la última porción que me quedaba y no tenía la suficiente fuerza para hacer para la próxima semana.

Cada que introducía un bocado a mi boca, el canto de Angelina, su voz, su risa y su presencia la sentía como si en verdad estuviera lo suficientemente cerca de mí.

—Angélica, te quiero mucho—su voz murmurando en mi oído con aquella dulzura que la caracterizaba era inimaginable.

La sentía tan cerca de mí a pesar de que no lo estaba, miraba hacia atrás en su búsqueda y mi sorpresa era que no se encontraba ahí. Ahí no había ninguna dulce niña de nombre Angelina que decía quererme tanto a pesar de mis intentos por matarla, ella se estaba muriendo de manera lenta en el hospital.

Pasé largas horas sentada en la barra de la cocina mirando todos aquellos recuerdos, todos esos momentos que pertenecían a Angelina. Los cuadros familiares que estaban expuestos en la sala como la gran ganadora que era, en todos ellos posaba con premios y una gran sonrisa que yo me había encargado de apagar. Mis padres posando a su lado como si fuera lo único importante que tenían en su vida, para ellos nunca había existido una tal Angélica.

La sonrisa de aquella foto era inimaginable, pero yo me había encargado de marchitar, ya no había felicidad después de eso. El hubiera de lo que sucedería después de ese concurso se quedó en solo algo que quedó en pasará, en el cuando lleguemos a casa vamos a celebrar, pero jamás llegó aquella celebración porque yo fui la que se encargó de arruinar aquello.

Las risas y la felicidad por haber ganado aquel concurso, la manera en la que hablaban del próximo que sucedería dentro de las próximas semanas se quedó dentro del automóvil ansiando llegar a casa para ensayar la siguiente canción, para disfrutar de aquel premio que una vez había sido suyo.

No habría suficiente vida para que todos los planes que quería cumplir se fueran a llevar a cabo, todo aquello fue olvidado en el carro que había quedado destruido en aquel accidente que yo había provocado.

Admiré la bella familia que eran, que yo algún día deseaba que todo lo que ella tenía fuese mío. Anhelaba la vida de Angelina, a excepción de tener a una Angélica que me estuviera asechando para quererme matar. Si yo fuera Angelina, me eliminara a mí de manera definitiva de su vida.

Le había quitado lo más bonito que tenía; su felicidad, aquella manera que tenía de amar a alguien que no la quería en lo más mínimo, que por el contrario la odiaba, pero con menor intensidad de lo que ella se odiaba a sí misma.

Y a mis padres les quité a lo que más amaban; a Angelina, sus esfuerzos por protegerla de este maldito monstruo fueron en vano, porque ahora yo era la causante de las lágrimas y de su dolor. Si antes me odiaban, ahora lo hacían con mayor fuerza.

—Les quité lo que más querían—sonreí ladina con perversión mientras tomaba su rostro en aquella fotografía.—Así como ustedes se encargaron de quitarme lo que yo más he amado, no tendrán a quien amar—apreté con fuerza el borde del retrato mientras lo lancé con contra el suelo, el choque hizo que se estrellara en mil pedazos de la misma forma en la que ellos lo habían hecho conmigo.—¡Constrúyete!—ordené con severidad.—¡Hazlo para volverte a destruir!—volví a dictar con autoridad mientras seguían en el suelo.—¡Eres una basura, no vales mi una mierda, nadie te va a querer de la misma forma en la que yo lo hago! ¡Eres insuficiente! ¡Eres un maldito estorbo!—pateé los restos de aquello que quedaba de un momento que para ellos había sido bello y especial.

Angélica, no solamente mataste lo que ellos más amaban, si no que también acabaste con la que te amaba a pesar de ser un monstruo—atormentó mi mente esperando obtener algo que yo no le iba a dar; arrepentimiento.

No me iba a arrepentir por haber terminado con aquello que había sido mi objetivo destruir a lo largo de todo mi tiempo vivido.

—Tú no estás arrepentida, Angélica. Tú no estás arrepentida...—repetí una y otra vez mirando el suelo.

Dejé todo ahí tirado y me puse una gabardina que cubriera toda la inmundicia que mis padres me habían enseñado a odiar, lentes oscuros para disimular las lágrimas que estaban presentes en mi rostro a causa del arrepentimiento por no haber logrado aquel cometido en aquel accidente, yo tan bien morí junto con los recuerdos que nunca habían sido felices para mí.

Me puse unos tenis negros y salí al exterior, cerré la puerta detrás de mí. El día también estaba triste, un cielo gris que amenazaba con llover en pleno mes de noviembre, parecía estar triste por la ausencia de Angelina. Era como si a este también le hiciera falta aquella bella sonrisa que poseía y que yo me había encargado de borrar.

Caminaba por las calles con mis manos temblorosas metidas en los bolsillos de la gabardina. El hospital estaba a una gran distancia considerable.

Al llegar a la entrada del hospital pude ver todas las lágrimas que eran derramadas a causa de malas noticias, el lugar en donde la gente se debatía entre la vida y la muerte y donde una nueva vida iniciaba con el nacimiento de un bebé.

Bajé la mirada al ver el llanto desconsolado de las personas que berreaban en nombre de su familiar con tanta fuerza que era tan desgarradora la manera en la que sufrían porque aquella persona especial había muerto. No era ninguna admiradora del dolor ajeno, no me gustaba en lo más mínimo que estuvieran pasando por aquella situación y yo estuviera de observadora, como si fuera algo digno de mirar.

A unos metros más adelante en la sala de espera estaban mis padres medio acostados en la incomodidad de aquel sillón en la espera de que ocurriera un milagro, o que todo fuera una pesadilla y la que se encontrara tendida sobre la cama del hospital fuera yo. Estaban en un sueño profundo con la esperanza de que pronto Angelina se recuperara para después hacerme pagar con creces cada lágrima que ellos habían derramado, cada gota de sangre y cada día en la que las posibilidades por sobrevivir se estuviesen agotando.

Los miré de reojo y me marché a buscar la habitación en la que perteneciera Angelina, cuando la encontré, entré al que a partir de ahora era su nuevo hogar. Estaba conectada a varias máquinas que mantenían su cuerpo con vida.

Ya no quedaba nada de aquella niña feliz, no estaba su sonrisa, ni la dulzura de su voz, no estaba aquella chispa que mantenía con luminancia aquel sitio gris. Me intenté acercar pero había algo que me detenía.

—¿Cómo te atreves a visitar a tu hermana después de que intentaste matarla?—una voz desde las profundidades de mi mente me atormentaba.

—Déjame—lancé un golpe al aire queriendo reemplazar aquel sentimiento que a pesar de que no lo sentía, ahí estaba.

—Este es el momento perfecto para acabar contigo, tu hermana no te necesita, ¿tú crees que ella necesita a alguien que la quiera matar?—aumentó el volumen de su voz, que sonaba a la par que la que marcaba los latidos del corazón de Angelina.

—Él no es real Angélica, él no es real Angélica...—me repetí muchas veces.

—¿Crees que tus padres te van a querer después de lo que intentaste hacer?—su voz era lo que más tenía cavidad dentro de la inmensidad de mi mente.

—¡Tu hermana no te necesita, este es el momento perfecto para matarte, tus padres no te van a querer nunca, ellos no se van a sentir orgullosos de alguien que ha intentado matar a la niña de sus ojos, ¿no crees que ellos merecen ser felices?—la voz se escuchaba cada vez más fuerte, parecía oírla en el hospital, ahora predominaba en lo más profundo de mi ser.

Me acerqué con cautela al cuerpo de Angelina que estaba tendido sobre la cama, estaba tan indefensa ante mí, pero ya no le podía hacer más daño del que realmente le había hecho.

Alcé mi mano y dibujé la sonrisa de su rostro en el aire, mi mano temblaba notoriamente. Sus risas y su voz diciéndome que me quería predominaron en mi mente, aquellas contadas veces en las que acudía a mi habitación a causa de un llanto que mis padres habían provocado, su manera de tocarme con tanta suavidad como si supiera lo rota que me encontraba y no quisiera hacerlo más.

—Angelina—aquel nombre salió de mi garganta de forma automática.

Con miedo toqué su mano y la acaricié, me puse inclinada mientras olía su mano, ya no estaba aquel peculiar olor a vainilla que la identificaba, solo olía a medicina y a una muerte que se la quería llevar.

—Ya perdí la cuenta de todas las veces que te he querido matar, y ninguna de ellas ha tenido resultado—murmuré en voz baja soplando mi aliento en la mano que sostenía con suavidad.—¿Realmente alguna de las veces que me decías que me querías lo hacías?—pregunté con ansias.

Mi mirada viajó rápidamente a mi brazo que estaba cubierto con aquella gabardina, pero que por debajo de esta no estaba aquel vendaje que ella me había hecho porque le había preocupado.

—¿Por qué me salvaste aquella vez que intenté acabar con mi vida? ¡No lo hubieras hecho!—regañé con el volumen de mi voz lo bastante alto como para que alguien del exterior pudiera oírme.—Yo solo quería morirme, salvarme de ese infierno en el que he sido condenada por toda mi vida sin tener la posibilidad de recibir ni una sola muestra de cariño, debiste haberme matado aquel día que con lágrimas en los ojos te pedí que lo hicieras...—derramé lágrimas sobre sus manos.—An-ge-lina—titubeé porque mi voz rota ya no daba para más.—Si tú tan solo lo hubieras hecho en este momento no estarías así, estarías en casa con nuestros padres que te aman infinitamente como nunca serán capaces de amarme a mí, estarías siendo feliz como siempre lo has sido—condené señalándola con el dedo índice.—Tan solo tenías que matarme, es la única manera que tengo de salvarme—con sus pequeñas y delgadas manos que estaban sin movilidad me toqué el rostro cubriéndomelo de todo aquello que no era capaz de ver.

—Te dije que me mataras, que de lo contrario yo lo iba a hacer y mira, he cumplido con mi amenaza—recosté mi cabeza sobre el pequeño espacio que había.—Tú eres toda la felicidad que mis padres tienen—me levanté de golpe de aquel sitio y retrocedí hasta chocar con el muro.—Y si no te tienen a ti, no tienen nada—dije en voz alta mirando en su dirección, en donde ella no podía emitir palabra alguna.—¡Quiero que tus padres me amen de la manera en la que lo hacen contigo!—grité con fuerza.—¡Quiero ser feliz, quiero tener una familia, quiero ser suficiente!—me deslicé por la pared hasta llegar al suelo repleta en lágrimas.

Me cubrí la cara mientras meneaba la cabeza queriendo cambiar drásticamente mi vida. La puerta de la habitación fue abierta dejando ver a mi padre somnoliento abriendo la puerta al escuchar aquellos gritos, como un ángel guardián que había entrado en aquel lugar para rescatar a su hija de mí.

—¿Qué haces aquí?—fue rápidamente a percatarse que Angelina estuviera respirando, soltó un pequeño suspiro al percatarse de que sí respiraba.

Tiró de mis brazos y me levantó con brusquedad del suelo hasta volverme a tener de pie, casi a la misma altura que él. Me apretó el cuello con ligera fuerza mientras decía unas palabras en voz baja.

—No te quiero ver aquí, Angélica—amenazó en voz baja con la mandíbula tensa.—¿Escuchaste?—preguntó en mi oído.—Ahora lárgate de aquí que solo estás estorbando—abrió la puerta del lugar y me arrojó al piso como si fuera un tumulto de basura que fuera a desechar porque ya no le servía.

Caí sentada, al parecer nadie se había percatado de lo que había sucedido y sí lo habían hecho, nadie fue lo suficiente valiente para ayudarme. Cerró la puerta con fuerza y se quedó a cuidar de Angelina.

Me quedé ahí sentada en la posición en la que había quedado cuando mi padre me lanzó con fuerza, con todo el odio que sentía hacía a mí por aquello que había hecho. Me levanté del suelo y volví a casa, el lugar en donde hasta ahora se suponía que debía de estar segura, ahí no estaban mis padres, pero ¿y cuándo volvieran? ¿Qué pasaría conmigo después de eso?

Volví a la casa en donde los recuerdos felices que tenía Angelina me recibieron con aquella belleza triste que poseían. No había nada bueno que fuera algo que yo hubiese creado, me concentré en preparar alimentos para el resto de la semana, no me sentía bien para hacerlo pero que más daba el cómo me sintiera yo.

La soledad me abrazaba con tanta fuerza, estaba tan triste el lugar, como si a este le faltara la alegría que le inyectaba Angelina. Me preparé mi comida y lo hice en el comedor, eran pocas las veces en las que comía ahí, porque sus palabras comparándome con Angelina me hacían daño, celebrando sus logros mientras me los echaban en cara de que nunca iba a lograr aquello, eso sin añadir que infinitamente me decían que yo no pertenecía a aquella familia, que estaba tan desacorde con lo que ellos eran.

A pesar de que no estaban mis padres ni Angelina ni sus comparaciones, no me sentí alguien suficiente para estar ahí, las voces en mi cabeza remarcándome aquello que era y que nunca dejaría de ser provocaban un ruido en mi interior. Era como si ese lugar no fuera apto para mí.

Angelina no era como ellos, ¿por qué la mataste?—indagó mi mente mientras la presencia de Angelina se veía sentada en aquel lugar en el que lo solía hacer.

Pero yo siempre había visto la manera en la que ella sonreía cuando hablaban pestes de mí, la forma en la que se burlaba ante los comentarios hirientes de mis padres, ¿de qué manera venía mi mente a decirme que Angelina no era como sus padres cuando hasta ella misma me utilizaba como él ejemplo de lo que jamás debía ser, cuando se comparaba constantemente conmigo?

Me levanté del comedor y arrojé los platos sucios al fregadero, ya no quería estar ahí viendo todo el recuerdo de lo que Angelina había dejado. Me metí a mi habitación, a unos pasos estaba la de Angelina que permanecía abierta como si esta en realidad tuviese algo para mostrarme.

Me metí a la mía y cerré la puerta para que aquellos recuerdos no me alcanzaran. Respiré profundamente repitiéndome que Angelina estaba en el hospital, que dentro de unos días estaría muerta y su recuerdo con el pasar de los días ya no existiría. Ya nadie la recordaría y dejaría de ser ella, para comenzar a ser yo.

Me senté en la cama cuando su canto se escuchaba como cuando la última vez que había ensayado sin parar aquella canción por largas horas hasta que sentía su garganta seca. Sabía de sobra que ella no estaba aquí, pero era como si estuviera.

Me metí a la cama tapándome los oídos, no quería recordar nada de Angelina que ocupara mis pensamientos. Pronto iba a estar muerta y ya no quedaría nada más que aquellos recuerdos que habían sido felices para ella.

Me quité toda la ropa hasta ver aquel vendaje que estaba ausente con unas líneas de sangre que me había provocado el agarre de mis padres, estiré mis manos y lloré con mucha fuerza apretando la almohada y reprimiendo los gritos contra ella porque no quería molestar ni desconcentrar a Angelina quien pasaba largas horas ensayando una canción para que le saliera tan perfecto, como la distinguía a ella.

La puerta de mi habitación jamás fue abierta por alguien que había sido molestada, a pesar de que mis intentos por llorar en silencio habían fallado de manera exagerada. No había nadie que me escuchara a pesar de que mi mente creía que sí, jamás llegó una persona a asegurarse que estuviera bien, a preguntarme la razón de aquel llanto, ni mucho menos me puso aquel vendaje porque se había dado cuenta de las heridas que mi brazo conservaba estaban descubiertas, ni me aseguró que todo iba a estar bien a pesar de que yo no sabía lo que era estarlo.

No llegó aquel beso de buenas noches mientras me sujetaba el brazo jurándome que ella nunca sería capaz de hacerme daño. Volví a mi a realidad de que aquí no había absolutamente nadie que se pudiera percatar de lo mal que me sentía, inconscientemente me había dado cuenta de que estaba esperando a Angelina, estaba esperando que me tratara de la forma en la que lo había hecho cuando me había sentido mal y que solo quería que mis padres llegaran y se percataran de todo lo que me estaban haciendo.

Estaba esperando a la persona que por muchos años había tratado de matarla, y ahora que estaba a un paso de conseguirlo, me estaba pasando esto.

Abracé con fuerza sobrenatural aquella almohada mientras me encontraba en posición fetal en medio de aquella oscuridad, la persiana de mi habitación se movía por el viento que era producido por el exterior que se colaba en mi habitación, era el único que estaba haciéndome compañía y solo por eso decidí que el frío me diera aquel abrazo que estaba esperando.

El balcón de mi habitación estaba tan solo unos pasos de mí, solo tenía que levantarme de ahí y lanzarme, que esta vez no habría nadie para salvarme, pero las fuerzas que tenía no me alcanzaban para levantarme de la cama.

Me levanté de la cama hasta llegar al baño, no podía dormir a pesar de que estaba cansada, me di una ducha con agua fría, me quedé en el baño durante horas abrazando mis rodillas, llorando en silencio. Me moví hacia adelante y hacia atrás esperando que el cansancio que sentía me venciera hasta el grado de cerrar los ojos.

Salí de la ducha y di varias vueltas alrededor de la cama, pasaron varias horas y nada. Busqué por cada lugar algún recuerdo que fuera feliz para mí, pero no lo encontré.

Me puse a leer los libros educativos esperando que esta vez sí pudiera dormir, leí varias páginas de varios libros, resolví varios problemas y el sueño jamás llegaba a mí. Era muy temprano para hacerlo, pero quería dormir durante todo el día, durante el resto que me quedaba de vida, no quería despertar hasta que todo fuera diferente, hasta que las cosas hayan cambiado y estuvieran a mi favor, hasta que mis padres me amaran, hasta que Angelina no estuviera y solo fuera yo y nadie más que yo.

Eran las tres de la tarde, no quería salir de aquella burbuja en la que creía estar a salvo, a pesar de que no lo estaba, que por más seguro que le pusiera mis padres sobrepasaban aquellos límites que yo había establecido, sobre este mundo no habría un lugar seguro para mí mientras ellos estuvieran con vida.

Agarré el libro mientras lo sujetaba con fuerza, no quería que se fuera de mi vida nunca. Lo abracé contra mi pecho, como si aquello fuera suficiente para hacerme sentir amada.

Lo leí una y otra vez aquellas páginas, a pesar de que ya me sabía de memoria la historia y el final se sentía como si fuera la primera vez que lo había hecho, me emocionaba con cada acontecimiento que ocurría dentro de mi libro favorito. Adoraba como aquello me daba la sensación de que no estaba sola a pesar de que sí lo estaba.

Estaba en mi habitación con tan solo seis años de edad recargada en la cabecera de mi cama mientras en mis rodillas sostenía un libro que estaba leyendo con tanta emoción, lo había tomado prestado de la biblioteca pública y ahora lo estaba leyendo con mucha emoción.

Tantas veces les había pedido a mis padres que me enseñaran a leer, lo cual nunca lo hicieron, en la biblioteca en la que asistía vi como unos adolescentes lo hacían, me sentaba con ellos o tan solo unos metros cerca y escuchaba, repetía una y otra vez las palabras que decían, algunas veces la bibliotecaria me veía y me corregía, leía para mí en voz alta cada vez que podía y me decía que hiciera lo mismo que ella, tenía tan solo tres años y ya sabía leer, me salía de mi casa a esa edad, no estaba tan lejos de mi antigua casa y en algunas ocasiones la mujer me llevaba.

Era una persona mayor que me ponía mucho empeño y atención, que le gustaba que leyera para ella. Pasaba horas en aquel lugar hasta que terminé por devorarme toda la sección infantil y pasé con los libros educativos.

Ella me prestaba los libros, era mi amiga, una de las personas más especiales que tenía en mi vida, hasta que un día de pronto dejó de ir a la biblioteca, la buscaba y la esperaba para leerle todos los días, hablarle de los acontecimientos que habían pasado, con el paso de los días me enteré que había perdido la visión y era yo la que iba a su casa, le leía y la ayudaba en todo lo que podía, le preparaba sus alimentos, que ella también era vegetariana al igual que yo.

Hasta que un día la había encontrado dormida en el sofá de la sala, estaba con los ojos abiertos mirando hacia un punto fijo de la habitación con un tejido que no había terminado y reposaba en sus piernas, la moví repetidas veces y la llamé por su nombre; Matilda. Toqué su pulso y estaba muerta, había perdido a la única persona especial que mi vida conservaba.

Lloré con tanta fuerza, hasta que me quedé seca por dentro. Era la persona que no me veía como insuficiente, dejé de ir a la biblioteca, dejé de quedarme durante horas ahí porque ya no estaba ella, solo iba a recoger libros para pedirlos prestados y leía en mi habitación.

Pasaba los dedos por las páginas, quería volver a escuchar la voz de la señora Matilda diciéndome la manera en la que lo debía hacer. Mojé las páginas de aquel libro a causa de las lágrimas.

—Cada página, cada libro que leas, te dará la sensación de que no estás sola, que tu vida es completamente diferente a como en realidad es—sus palabras llegaron a mis oídos, siempre me decía lo mismo y cuánta razón tenía aquella señora.

—¡¿Qué estás haciendo?!—mi madre arrancó el libro de mis manos.—¿No te cansas de perder el tiempo en estas tonterías?—arrancó cada una de las páginas del libro una por una mientras destruía en pequeños trozos aquella parte de mi felicidad.

—¡No!—grité estirando mis manos para alcanzar a aquel libro y detenerlo de que no le hiciera daño a aquel libro que no era mío, pero que sin embargo era todo para mí.

—¡Esto es igual que tú, una maldita basura!—rompió hasta que ya no quedó nada, solo pequeñas partículas que no volvería a unir.

Desplacé aquel recuerdo de mi cabeza, y sujeté con más fuerza ese libro que era mi favorito, me lo había dado la señora Matilda en una de las tantas veces que iba a la biblioteca, cuando estaba abriendo el regalo tenía la perspectiva de que me iba a encontrar con otra navaja, pero cuando vi aquel libro envuelto en papel lo abrí con tanta emoción y lo sujeté con mucha fuerza.

—Ten, esto es para ti, para que cada vez que lo leas te acuerdes de que siempre estaré para ti, cada vez que te sientas sola, ábrelo, y tendrás la sensación que yo estaré cerca—me dijo cuando me vio tan emocionada.

—Es el mejor regalo que me han dado—sonreí con mis ojos llenos de lágrimas por la felicidad que sentía.—¿Puedo darle un abrazo?—pregunté antes de arrojarme a sus brazos.

—Claro que sí, mi niña—la abracé tan fuerte, por todas las veces en las que no había recibido un abrazo, por todos los años en los que me iba a hacer falta uno.

Prometí proteger aquel libro de mis padres, y no iba a permitir que me destruyeran aquel objeto que me había entregado la señora Matilda, el recuerdo de que había sido especial para ella, lo que me hacía sentir que estaba tan cerca de mí.

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