Capítulo 21.-Condena

Sábado/14/Noviembre/2020.

2:00 a. m.

Di varias vueltas en la cama, el sitio estaba oscuro, cerraba los ojos tratando de dormir y solo era una oscuridad la que me recibía, la sensación de escuchar el sonido nocturno de una noche, otra fría y dura noche. Entraba corriente de aire por la ventana que estaba entreabierta, las persianas se mecían hacia adelante y hacia atrás.

Varias vueltas más en la cama, un sinfín de posiciones tratando de caer en un sueño profundo, pero nada sucedía. Ya llevaba varias horas con el mismo problema.

Me levanté de la cama con pesadez, arrastré toda mi existencia que pesaba demasiado sobre mi delgado cuerpo lleno de fragilidad. Me metí en la ducha y dejé que el agua fría se llevara consigo aquellas sensaciones negativas que estaban ahí causando estragos en mi cuerpo. Ante el contacto abrí los ojos de golpe y me estremecí en una esquina de aquel lugar tratando de proteger mi cuerpo del agua helada que me hacía temblar del frío.

Volví a la cama, me dormí con el cabello mojado mientras dejaba empapada la almohada.

—Angélica, levántate—me removí en la cama mientras mi madre seguía llamándome. El pequeño monstruito —como ella me llamaba— quería seguir durmiendo.—Angélica, hazme caso, no quiero golpearte, porque estoy segura de que arruinarás mi buen humor—a regañadientes me levanté de la cama.

—¿Por qué me molestas?—me levanté de la cama y me fui directo al baño a enjuagarme la cara. No había sido una buena noche y yo solo quería permanecer todo el día en la cama hundida en mi propia miseria.

—Tienes 15 minutos para darte un baño, arreglarte y si te alcanza el tiempo a desayunar—salió de la habitación, ella ya estaba arreglada.

Busqué algo al azar que me cubriera de toda la inmundicia, opté por una sudadera negra que era tres tallas más grande que la mía, que me llegaba un poco arriba de las rodillas, con unas botas negras tipo militar, me puse unas medias negras para asegurar los vendajes que no se vieran en lo absoluto. Me puse una gorra negra y lentes oscuros y una pañoleta negra para simular aquello que me habían hecho en el rostro.

Me tumbé en la cama dejándome caer, no quería ir a donde sea que querían llevarme. Mi madre entró por mí y me sacó a tirones de la habitación hasta llegar al piso de abajo.

Angelina estaba puesta con un elegante vestido rosa infantil, se agarraba de los costados presumiendo la manera en la que se veía. Todos se veían muy elegantes, combinaban con mi hermana, cada uno tenía un atuendo rosa, de ese color tan chillante y tan asqueroso para mí.

Descendí mi mirada a mi atuendo y no era nada agradable tener que vestirme así para cubrir todo lo que formaba parte de mí, lo que quería eliminar para siempre.

—¡Qué hermosa se ve la princesa de esta casa!—alagó mi padre la belleza de una de sus hijas.

¿Sería muy estúpido de mi parte si diría que por un momento pensé que se refería a mí?

—Gracias—en ese momento lo pensé.

—No te lo digo a ti, se lo digo a Angelina, los monstruos como tú no son hermosos—me miró con asco mi progenitor.

—Gracias papá—sonrojada mi hermana me miró con lástima, mi padre tomó su mano mientras le daba una vuelta sobre su propio eje, mientras esta no dejaba de sonreír.

—Esa sonrisa será mía—pensó mi mente una y otra vez mientras pensaba de una forma en la que la mataría. En la que borraría cada trozo de una felicidad que debía ser mía también. Le di la oportunidad de que acabara conmigo el día anterior y no lo había hecho.

—Angélica, ¿nos tomas una foto?—me dio una cámara profesional mi padre.

—Yo también quiero salir en la foto—cogí la cámara de mala manera.

—Por dios, Angélica, mírate estás hecha un asco, nunca saldrás en las fotos, que dirá la prensa al ver el monstruo de hija que tenemos, los monstruos nunca salen en las fotos, así que toma la foto—dijo mi madre mientras se alineaban en la posición deseada, todos sonriendo felices sin mí, mi madre, mi padre, Angelina y Geovanny.

—Hasta parece que no pertenezco a esta familia, he llegado a pensar que no soy su hija—le entregué la cámara a mi padre.

—Por supuesto  que eres nuestra hija, simplemente mírate a ti y míranos a nosotros, estás mal vestida, perdón estás vestida como un monstruo—se corrigió a sí mismo mientras reprimía una risa, mi padre agarró la cámara y comenzamos a salir de la casa.

Era verdad, ellos estaban elegantes para la ocasión y yo, hecha un desastre. Cubriendo todo el daño que me habían hecho, porque me daba vergüenza mi aspecto, el que alguien más me viera, descubriendo lo que mis padres me hacían acompañado de un “te lo mereces”.

—Vámonos—abrió la puerta para que mis hermanos y mi madre salieran, yo tuve que agarrarla antes de que esta fuera cerrada en mis narices.

Abrí las puertas automáticamente y me subí en el asiento piloto. Geovanny iba en el asiento copiloto y mis padres junto con mi hermana en el asiento pasajero.

El carro que tenían mis padres era un Mazda, que estaba segura que habían comprado con el fruto del esfuerzo de Angelina, o de su arduo trabajo que hacían por las tardes algunas veces. Introduje la llave, calenté el motor y arranqué.

Durante el trayecto solo se hablaba de mi hermana. ¿No había algo más que decir? ¿No tenían a quién más admirar? Sujetaba el volante con fuerza mientras las lágrimas salían de mi rostro, nadie se percató de ellas por todo lo que me estaba cubriendo.

—Estoy seguro que ganarás el concurso, Angelina, tienes mucho talento—confirmó mi progenitor algo que todavía ni siquiera sabía.

—No es novedad que mi hermana siempre gane algo—miré a través del espejo retrovisor.

—No seas envidiosa Angélica, hasta deberías aprender un poco de ella—añadió mi madre, por supuesto que yo no le tenía envidia a mi hermana, solamente quería recibir la misma atención y el mismo trato que le daban a ella.

—Dale más rápido que queremos llegar al auditorio—ordenó mi padre en un tono de voz severo.

Cabe aclarar que no iba lento, iba a 80 kilómetros por hora, pero mis padres eran unos exagerados si rebasaba arriba de los 100 kilómetros.

En menos de 15 minutos habíamos llegado al auditorio donde se presentaría mi hermana Angelina, era muy lujoso y ostentoso. Estacioné el carro en el estacionamiento subterráneo con el que este contaba.

—Hemos llegado mi amor, y hoy triunfarás como siempre lo has hecho—festejó mi madre mientras se encaminaban hacia el lugar.

Entramos al auditorio por la puerta trasera, llevamos a mi hermana a su camerino y después tomamos asiento en las butacas acolchonadas que estaban cerca del escenario. Nos sentamos en la segunda fila, porque en la primera estaba el jurado. Ya había algunas personas esperando el concurso, algunos padres esperando y apoyando a sus hijos.

—Buenos días a todos los aquí presentes, el concurso constará en tres etapas, la primera etapa es este concurso, solamente serán 5 seleccionados que pasarán a la segunda etapa. Suerte a todos los niños y que ganen los mejores—habló una presentadora frente al micrófono.

Me sumergí dentro de las profundidades de mi mente, no veía la hora en la que todo se acabara, miré hacia todos lados en busca de alguien que estuviera en la misma sintonía que yo, pero todos parecían estar felices echando porras escandalosas a sus hijos que estaban cantando en el escenario.

La voz de mi hermana hizo presencia en aquel lugar, aquella canción que llevaba tiempo ensayando, su voz dulce se introdujo en mis oídos y entraron una y otra vez los recuerdos de lo que estaba sucediendo cuando ella estaba en casa cantando. Mis gritos adoloridos pidiendo auxilio se mezclaron con aquella melodiosa voz, miré presa del pánico al exterior en busca de ayuda, pero todos parecían embelesados con lo que estaban presenciando.

—(Rise up—Andra Day) You're broken down and tired of living life on the merry-go-round, and you can't find the fighter, but I see it in you, so we gonna walk it out and move mountains we gonna walk it out And move mountains—cuando mi hermana cantó las primeras palabras, mi corazón se detuvo, tenía la mirada aún fija en un punto muerto buscando ayuda de manera desesperada, sentada en aquella butaca con la mirada perdida en el suelo..—I'll rise like the day, and I'll rise up I'll rise like the day I'll rise up I'll rise unafraid I'll rise up And I'll do it a thousand times again, and I'll rise up High like the waves I'll rise up In spite of the ache I'll rise up And I'll do it a thousands times again. For you For you For you For you—levanté mi mirada muy lentamente, mientras cantaba la canción me miraba fijamente, su voz me dejó helada, estaba cantando una canción para mí, mis padres se dieron cuenta de ello y ellos también comenzaron a verme, de ser la que pasó desapercibida, todas las miradas estaban puestas en mí, incluso la del jurado.

Adoraba como la música podía acariciarnos el alma, y odiaba la manera en la que me hacía recordar una y otra vez el infierno en el que me había tocado vivir.

Cuando terminó la canción, todos se pusieron de pie, aplaudieron al unísono, yo me quedé sentada, no sabía qué hacer. Me quedé estática. Una vez que terminaron los aplausos, pasaron las siguientes concursantes, me parecieron tan simples al lado de mi hermana.

Nunca había escuchado a mi hermana cantar, era la primera vez que venía a uno de los concursos de Angelina, ella siempre había sido la ganadora, lo sabía porque mis padres siempre celebraban y por la pared que teníamos en la casa dedicada a todos los premios que había ganado ella. Angelina cantaba precioso, su voz era tan angelical. Yo era absolutamente nada a su lado, yo era tan gris y ella tan brillante. Ella con su brillo me opacaba. Yo era la luna al lado de un sol.

—Creo que los jueces ya tienen a las ganadoras—habló por segunda vez la presentadora.

Mis padres estaban preocupados, solamente quedaba un lugar y mi hermana todavía no pasaba a la segunda etapa.

—El último lugar es para...—se quedó callada, la quería hacer de emoción.—El último lugar es para Angelina Cárdenas Beltrán—una vez dicho su nombre, mis padres gritaron eufóricos.

Me imaginé siendo yo la que cantó, me imaginé ganando un concurso y que mis padres estuvieran muy felices de que era yo una ganadora, que tenía una voz privilegiada, que todos me escuchaban y aplaudían porque les gustaba mi interpretación, me hubiese gustado ser la causa de la euforia que sintieron mis padres en ese momento, por primera vez tenía envidia de mi hermana, una de las tantas veces que deseaba ser ella, y las ganas que tenía de matarla se vigorizaron.

Quería que mis padres me amaran de la misma manera que lo hacían con ella, me imaginé a mi hermana en la situación que yo y viceversa, y imaginé a mis padres golpeándola de la misma forma que lo hacían conmigo, sentí una satisfacción tan grande, quería que todo eso que estaba pensando se hiciera realidad.

Todos comenzaron a levantarse de su lugar, fueron a conciliar a sus hijos en el caso de los que habían perdido y como mi hermana que ganó, mis padres corrieron a abrazarla, la alzaron mientras le demostraban su amor delante de los cientos de personas. Nadie pudo ver todo el dolor que llevaba cargando, no visualizaron el dolor que descendía en forma de lágrimas.

Me quedé ahí, parada, viendo que no me necesitaban, ellos podrían ser felices conmigo y sin mí.

—Felicidades, Angelina—me acerqué a ella.—Una vez más me has quitado el protagonismo, una vez más me has opacado—la miré con odio.

—Canté la canción pensando en ti, te la dediqué a ti—comenzó a llorar mi hermana presa de la emoción por haber ganado, y por las palabras que le había dicho.

—Y te lo agradezco, pero eso no significa nada, ¿qué has hecho para ayudarme? Nada, Angelina todo sigue igual, la canción solamente la cantaste para llamar la atención, tienes bonita voz, la canción es muy bonita, pero lo que cantaste no concuerda con tus acciones—me fui al estacionamiento, abrí las puertas del coche y me metí, me senté en el asiento del piloto.

Coloqué mi cabeza en el volante.

—¿Por qué, maldita sea, por qué?—maldije una y otra vez dándole varios golpes al volante de manera alterada.

Me quedé pensando, no debía hacerlo. Tenía razones de sobra para realizarlo, pero no debería. ¿Por qué esa decisión me dolía tanto? ¿Por qué simplemente no podía llevarlo a cabo?

—¿Por qué hiciste eso Angélica?—se metió al coche mi padre, junto con mi madre.

—Angelina no es y jamás será la culpable de que nosotros no te queramos.

—Angelina nos pidió que te trajéramos, si por nosotros hubiera sido te hubieras quedado en la casa—comentó mi padre. Eso no lo sabía.

—Le pedirás una disculpa a tu hermana, o te va ir peor en la casa—amenazó mi madre.

A los pocos segundos apareció Geovanny con Angelina en brazos, Angelina se sentó atrás con mis padres y Geovanny enseguida de conmigo.

—Angelina, ¿me perdonas? Me he comportado como una estúpida, me encantó la canción, estuviste genial—en parte sí me sentía arrepentida, pero otra parte de mí no, sonreí con falsedad, aunque nada de eso lo vio ella por todo lo que me tenía cubriendo el rostro.

—Claro—sonrió triunfante. Mis padres estaban convirtiendo a Angelina en un monstruo. En su  rostro ya no había ningún signo de las lágrimas que estaban anteriormente, era una maldita manipuladora.

Me coloqué el cinturón, estaba a punto de arrepentirme de lo que iba a hacer.

—Angelina, estuviste genial en tu concurso, aunque tú debiste ser la primera finalista—arranqué el carro y salí del estacionamiento mientras mis padres festejaban el triunfo de mi hermana.

Pise el acelerador, lo único que quería escuchar era el motor del carro que estaba arduamente trabajando, tensé mi espalda que estaba recargada en el asiento, mis manos estaban completamente estiradas mientras maniobraba el volante, las risas y los festejos no se hicieron esperar.

—Deberías aprender de Angelina, Angélica—reprochó mi madre, prendí la radio, no quería escucharlos, tenía el volumen bajo y me concentré en la carretera.

—Mamá, papá, participaré en un concurso de canto, me gustaría que estuviesen ahí, quiero que vayan, me haría muy feliz, por primera vez en su vida tómense un tiempo en mí, prometo no decepcionarlos—me paré en un semáforo en rojo. Estaba emocionada.

La idea de que por fin me escucharan y me dieran la misma atención que Angelina me hizo olvidar todo lo que había pasado en los días anteriores. Quería olvidarme de eso que me estaba abrumando mi mente acompañado de la palabra: hazlo.

—¿Qué te hace pensar que iremos Angélica? Por dios, no seas estúpida—comenzó a reírse mi madre.

—¿Qué vas a hacer? Si te rajarás el otro brazo, por supuesto que iremos, en primera fila, mientras no—se rio mi padre junto con mi madre.

—Ay Angélica, como nos haces reír demasiado—dejó de reírse mi madre. Los observaba fijamente a través del espejo retrovisor. El semáforo se puso en verde.

—¿Qué esperas para arrancar?—cuestionó mi padre.

—El momento perfecto para nuestro final—cogí con fuerza el volante.—Y esto merece una canción digna para nosotros—le subí el volumen a la canción que estaban sintonizando.—(I don't care—Apocalyptica) I try to make it through these lies, and that's all I do. Just don't deny it, don't try to fight this, and deal with it, and that's just part of it—canté los primeros versos, mientras cogía valor para hacer lo que estaba pensando. Tomé una gran bocanada de aire y arranqué—If you were dead or still alive, I don't care, I don't care

Just go and leave this all behind

Cause I swear (I swear) I don't care—conforme avanzaba iba cantando al ritmo de la canción, con el mismo sentimiento con el que la cantaba el artista que se escuchaba en el radio.—Love changing everything

You won't be there for me, Love changing everything, You won't be there for me—en pocos minutos había alcanzado más de los 100 kilómetros por hora.

Ya no iba a permitir que ellos se burlaran de lo que yo también necesitaba, ya no habría más vida que nos alcanzaría para vivir todo eso que yo aún no había vivido. Estaríamos muertos, pero ya no habría más sufrimiento para mí, todo se iba a acabar.

—Angélica, ¿qué te pasa? Sabes perfectamente que odiamos que rebases arriba de los 100 kilómetros—regañó mi madre molesta sujetándose con todas sus fuerzas del asiento.

Por la inercia del movimiento su cuerpo se mantenía pegado al asiento, mientras entre gritos desesperados me rogaban porque me detuviera. ¿Cuántas veces yo les había pedido lo mismo y simplemente se burlaban en mi cara? ¿Cuánto tiempo les pedía que pararan y solo me alargaban el sufrimiento?

Mis oídos la escuchaban, pero mi mente no estaba dispuesta a parar. Ya no había más espacio para vivir una vida de la manera en la que llevaba, el espacio en mi piel se estaba agotando, el hueco de todo lo que me hacía falta estaba cada vez más inmenso, en donde no veía su profundidad. Ya no podía seguir viviendo ni un minuto más sintiéndome así.

—If you were dead or still alive

I don't care, I don't care

Just go and leave this all behind

Cause I swear (I swear) I don't care—alcancé la velocidad de 120 kilómetros, comenzaba a pasar los carros que me estaban estorbando. Me le pegué a un carro que estaba por un lado de mí, este pensaba que estaba jugando carreras con él. Lo vi, sonreí con una satisfacción tan grande.

—¡Angélica, para el maldito carro!—las  súplicas de mi madre se escuchaban al ritmo de la canción.

—Apenas comienza la diversión—apreté el volante con más fuerza. El velocímetro marcaba 160 kilómetros por hora.

—¡Detén el maldito carro, Angélica!—gritó, subí el volumen más a la música, nada me tenía que detener.

Mi hermana había comenzado a llorar. Ver sus lágrimas me dio tanta satisfacción que aumenté más la velocidad, 180 kilómetros marcaba el velocímetro.

Mi carro contrincante se detuvo en el semáforo en rojo, yo seguí de largo.

—¡Angélica, ¿piensas matarnos?! —gritó Geovanny al borde de la furia.

—¡Sí, hoy es el día en el que dejo de ser insuficiente, en el que ya no habrá más dolor, tortura, ni pequeño monstruito!—grité con tanta fuerza que mi voz comenzó a quebrarse, las lágrimas comenzaban a bajar por mis mejillas.—¡Nos vamos a morir, como la gran familia que fuimos!—aseguré con una sonrisa rota.

La canción estaba punto de llegar a su final, así que sería el momento perfecto de morirnos todos.

—Yall If you were dead or still alive

I don't care, I don't care

Just go and leave this all behind

Cause I swear (I swear) I don't care

At all—cerré los ojos mientras cantaba el último verso, quería que muriésemos mientras la canción sintonizaba.

Escuché el clapson de varios carros, sentía como perdía el control, apreté el acelerador a fondo, tenía los ojos cerrados con fuerza, mis manos apretando fuertemente el volante. Al finalizar por completo la canción, Geovanny dio un volantazo, abrí los ojos de golpe, la luz me había cegado. Nos íbamos a impactar contra un tráiler de carga pesada, una muerte segura. Pisé el freno, mis padres gritaron muy fuerte, la canción había terminado y mi objetivo de morir se fue a la mierda. Nos impactamos contra el carro con el que venía jugando carreras. Solo escuché el choque de metal con metal, los cristales quebrarse y el rechinar de las llantas al frenar tan de golpe. Sentí la sangre bajar por mi frente, pero aún no estaba muerta, escuchaba mi respiración, el latido de mi corazón y el bombeo de la sangre.

Escuché las sirenas de la ambulancia, las voces de los paramédicos corriendo, el sonido de que la vida me seguiría doliendo de la misma forma que lo había hecho a lo largo de los años.

***

Nos encontrábamos en el pasillo del hospital, yo apenas me lastimé el cuello, tenía unos golpes en la frente y los cristales se me habían clavado en algunas partes del cuerpo, nada grave. Mis padres apenas habían sufrido unos rasguños, Geovanny solo unos golpes y restos de cristales. En cambio mi hermana se encontraba internada, ella iba en los brazos de mi madre, y al impactar con el otro carro, salió disparada por la ventana.

—¡¿Angélica, qué demonios te pasa?!—me gritó tan fuerte mi madre que el señor del carro con el que me estampé, me miró, no lo hizo con coraje, si no con tristeza.

—¡¿Por qué mierda hiciste eso?! ¡Ya estarás contenta, ¿no?! ¡Tu hermana está grave!—reprochó mi padre.

—¡Mi intención era matarlos a todos, pero hasta para eso soy estúpida!—mi cara cambió ligeramente a un tono rojizo.

—¡Si te hubieras muerto tú, en este momento estaríamos felices!—volvió a gritar mi padre, nuestra pelea, protagonizaba en los pasillos del hospital.

—¡Ojalá se muera Angelina!—grité con tanto odio. Me miró con el mismo odio con el que yo lo odiaba, con su puño me golpeó con tal fuerza que terminé en el piso, sentí el sabor de la sangre en mis labios y boca.—¿Todavía te preguntas porqué los odio?—me levanté del piso, estaba por darme otro golpe, cuando el señor lo detuvo.

—¡Señor déjela en paz! —se interpuso el señor con el que había chocado ordenando que me dejara.

—¡Usted no se meta! —intentó quitarlo mi padre, pero no podía, ambos se miraban con tanto odio alzando en alto en mentón para demostrar poder.

—¡He dicho que la deje en paz!—ordenó con autoridad pasando su mano por la pistola que tenía en su cinturón.

Me salí corriendo del pasillo, me dirigí a la cafetería y me senté en una silla. Me limpié la sangre con la servilleta.

—¿Me puedo sentar contigo?—me había seguido hasta la cafetería el señor con el que me había impactado y minutos antes me había defendido de las garras de mis padres.

—Sí, no hay problema—respondí mirando hacia la mesa que estaba vacía.

—¿Te ayudo?—tomó una segunda servilleta, y comenzó a limpiarme la sangre con tal delicadeza.

—Gracias—lo miré directamente a los ojos, él también me estaba mirando. Tenía la misma mirada que yo, él tenía los ojos negros y la mirada penetrante.

—No tienes de que agradecer—no dejaba de mirarme.

—¿Por qué me mira tanto?—su mirada no me intimidaba, simplemente me hipnotizaba.

—Me recuerdas a alguien...

—Yo no soy esa persona—negué rápidamente.—Recuerdo haber visto su mirada en otro lado, hace mucho tiempo—me resultaba familiar su voz, su mirada.

—¿Por qué hiciste eso?—desvió la conversación, creo que ese tema le molestaba demasiado.

—Lo siento, yo no quería chocar contigo, yo quería impactarme contra el tráiler—me disculpé irónicamente. Técnicamente eso no serviría de nada.

—Yo pensaría que no querías chocar contra el tráiler, pero ahora que me lo cuentas, ¿por qué querías hacer eso?—parecía interesarle lo que el pequeño monstruito quería contarle.

—¡Porque los quiero matar a todos ellos, los odio por lo que me han hecho!—le di un golpe fuerte a la mesa con el puño cerrado. Él no parecía asustado, mucho menos sorprendido.

—Y sé que la única manera en la que no sienta dolor es estando muerta—descendí la mirada al suelo porque las lágrimas se  estaban haciendo presentes y ya no tenía nada que me cubriera de que el dolor se presentara en forma de lágrimas.

—¿Hace cuánto tiempo que no te han dado un abrazo?—estaba esperando el momento en el que se fuera, como solían hacerlo todos, cuando su pregunta me sorprendió.

—¿A qué hora se piensa ir?—esta vez fui yo quien evadió la pregunta.

—No iré a ninguna parte—contestó ansioso.

—No creo que te interese conocer a un monstruo—me paré intentando irme, él también se paró.

—¿Un monstruo?—rio con sarcasmo—Yo solamente veo a una adolecente que necesita cariño, atención, amor y comprensión. Dime, ¿hace cuánto tiempo que no te han dado un abrazo?—preguntó esta vez con más insistencia.

—Realmente no me acuerdo, mis padres nunca me han abrazado, ellos no me quieren—la nostalgia comenzaba a llegarme, mi mirada permanecía en el suelo porque me daba miedo de que las palabras que mi mente siempre solía decirme él también las articulara.

Me daba vergüenza aceptar, contarle a alguien más que mis padres no me querían, sabía que la pregunta, ¿qué hiciste para merecer su odio? Me la iban a hacer, y yo realmente no había hecho nada, no sé cuál había sido el error que había cometido.

—Ven acá—colocó su mano en mi mejilla que había sido golpeada.—Los que te han hecho daño se arrepentirán, pronto la pagarán y su precio será tan caro que su patética vida no le alcanzará a pagar por todo lo que han hecho—su caricia se sentía tan bien, quería que no quitara su mano nunca.

—Usted no me conoce—me desconcertó un poco su forma de verme y tratarme, parecía como si nos conociéramos de toda la vida, él me trataba bien, él me trataba como mis padres nunca en su vida me tratarían, él se comportaba como un verdadero padre.

—Yo te conozco más de lo que tú crees—me daba un poco de miedo, me sentía vigilada.—¿Te puedo dar un abrazo?—extendió sus brazos antes de que le diera una respuesta me arrojé a ellos.

Maldita sea, se sentía tan bien, no necesitaba ningún abrazo de mis padres, porque estaba segura que los del señor Alfredo se sentían un millón de veces mejor. Se sentían tan cálidos, tan protectores, tan llenos de amor. Yo necesitaba amor y él estaba dispuesto a darme lo que necesitaba. Comencé a llorar de nostalgia, no me gustaba que nadie me viera llorar, porque eso me hacía ver como una débil. Pero llorar en sus brazos era tan conmovedor, sentía como si él ya me hubiese visto llorar un sinfín de veces.

—¿Por qué lloras?—preguntó sin dejar de abrazarme.

—Hace mucho tiempo que nadie me daba un abrazo, hace mucho que no me sentía tan protegida estando con alguien—me sequé las lágrimas.

—Hace mucho tiempo que yo no abrazaba a alguien de esta forma—confesó mientras su rostro estaba inexpresivo.—Siéntete afortunada de ser la primera en mucho tiempo—rio con humor, a lo cual yo también reí.

—Señor Alfredo Salazar, nos están esperando—apareció uno de sus tantos empleados.

—¿Por qué tenías que arruinar un momento tan especial?—su voz cambió notoriamente, parecía otra persona, elevó un poco el volumen de su voz.

—Lo siento señor, esto es más importante que abrazar a una adolescente maquiavélica—me miró con asco.

—Gracias por el cumplido, ¡es lo más bello que me han dicho!—me separé del señor retrocediendo.

—Te prohíbo que te vuelvas a dirigir de esa manera hacia Angélica, Homero—me defendió de algo a lo que yo consideraba un alago.

—Los dejo, creo que tienen cosas importantes que hacer—caminé un poco hasta acercarme a él.—Me has confirmado lo que mis padres me dicen a menudo—salí de la cafetería dando grandes zancadas. Sentí la mirada de ambos observarme.

—Que chica tan rara—escuché lo que dijo el tal Homero, un poco sorprendido.

Llegué al pasillo donde había estado con anterioridad, ya no estaban mis padres ahí, así que deduje que tal vez estaban con Angelina. Pregunté por mi hermana y me dijeron que yo no debería pasar. Así que me quedé esperando a que salieran mis padres.

—¿Qué haces todavía aquí?—salió de un elevador mi padre.

—Estoy esperando que mi hermana se nuera—contesté con odio.

—No tienes nada que hacer aquí, así que lárgate, no te quiero ver—se acercó rápidamente a mí, retrocedí, hasta chocar contra una pared.

—No quiero estar sola en casa—se me quebró un poco la voz.

—Me importa un carajo lo que tú quieras, los monstruos como tú deberían estar muertos—se alejó de mí cuando vio al señor Alfredo.

Se quedó ahí hasta que se fue mi padre. Me quedé de pie en medio del pasillo, viendo como se alejaban, como mis planes por terminar con mi sufrimiento habían fallado una vez más. Observando cómo lo que más quería, lo único que debía hacer bien no se cumplió, mis esperanzas se esfumaban una vez más ante mis ojos y simplemente no podía hacer nada para detenerla, no tenía razones para hacer que se quedaran.

Estiré mis manos tratando de retenerlos conmigo, mis piernas fallaron, como siempre no había nada que me sostuviera, caí desvanecida en aquel pasillo con tantas personas que iban en dirección contraria a la mía, pasaban de largo sin prestarme atención.

A lo lejos, yéndose una vez más de mi vida estaban Geovanny y mis padres abrazándose entre sí mientras se consolaban, miraron solo una vez en mi dirección con odio.

Había alargado mi estadía en el infierno, mis padres no iban a cambiar conmigo, no me habían amado antes y no lo iban a hacer ahora que ya no estaría Angelina, no tenían ni un solo motivo para que me amaran, y el que yo también fuera su hija, no era suficiente.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, se nublaron y lloré, no por lo que había hecho, si no por no haberlo logrado.

Me coloqué en posición de rodillas mientras acostaba mi cabeza en el suelo inclinando mi cuerpo hacia adelante, llorando en aquel pasillo del hospital, en donde todos estaban de expectantes admirando el dolor ajeno. Lamenté el no haber conseguido que todos termináramos muertos.

Las manos de alguien que estaba a un lado de mí dándome consuelo, acariciaba mi espalda desde el inicio hasta el final mirando en la dirección en la que yo lo estaba haciendo. Al otro lado vi unas botas, supuse que estaba de pie admirando el dolor que estaba sintiendo.

—¿Te puedo ayudar en algo?—me levantó sujetándome de la cintura el señor Alfredo.

Sujetó mi rostro quitando los mechones de mi cabello que estaban adheridos a mi cara, pasó sus dedos por mi rostro secando las lágrimas que tenía. Me miró con tanto ímpetu, mientras su compañero Homero permanecía de pie mirándome con aburrimiento.

Me sujeté de sus hombros y lo abracé, mojaba su hombro con mis lágrimas desconsoladas.

—Ya no quiero estar viva—murmuré entre llantos.—Ya no quiero vivir sintiéndome de esta manera—negué con la cabeza, este pasaba su mano por mi espalda tratando de darme ese consuelo.

Ambos estábamos sentados en el medio del pasillo del hospital, donde la gente solo pasaba de largo, unos miraban la escena tratando de deducir que pasaba, pero ante la mirada fulminante de Homero todos se iban continuando con su camino, unos se acercaban a tratar de preguntar, pero la respuesta de Homero era cortante.

—¿Por qué no lo conseguí?—me separé abruptamente de él, le estaba haciendo perder el tiempo.

Me levanté rápidamente con las pocas fuerzas que tenía y caminé en dirección contraria en la que estaban ellos. Me dirigí hacia la salida con pasos torpes, me sujetaba de las paredes siendo presa del enorme error que había cometido.

Estaba prolongando mi estancia en aquel infierno, ahora estaban preocupados por Angelina, por la recuperación de su amada hija, pero sabía que cuando todo eso pasara toda la atención se centraría en mí, y de la larga tortura que me iban a dar no me iba a salvar.

Con mis manos cubría mi rostro de todas las personas que no dejaban de verme, ya sabía que era un monstruo, no necesitaban decírmelo. Y que el morbo que les generaba ver un rostro destrozado era más grande que sus ganas por ayudarme.

Antes de cruzar el enorme boulevard de cuatro carriles que dividían dos caminos, el semáforo estaba en rojo y crucé con tanta lentitud, quería que alguien más acabara con mi vida, y con aquella mala suerte que tenía de seguir habitando en un lugar en el que ya no quería estar.

Me quedé parada en medio de la calle con los brazos extendidos mirando hacia los autos que estaban esperando que el semáforo cambiara de ese color rojo a verde. Cerré los ojos, no quería ser testigo de mi propia muerte, solo quería sentir el dolor que me produciría aquel fin a todo lo que estaba sintiendo.

Escuché el sonido del claxon de los autos que estaban desesperados por arrancar. Unos brazos me abrazaron y me llevaron al otro lado de la carretera.

—¿Qué se supone que estás tratando de hacer?—apretó mis brazos con fuerza queriendo que le confesara aquello que quería cometer.

—Déjeme en paz—abrí mis ojos y no fueron los ojos negros del señor Alfredo los que me había encontrado, si no aquellos color verde que anteriormente me habían mirado con aburrimiento y enfado.

Sus ojos se posaron en aquellas heridas que tenía de los días anteriores en el rostro, las miró más de cerca como si estuviera tratando de adivinar cómo es que me las había hecho. Me bajó cuando ya estaba en un lugar seguro.

—¿Tienes conciencia del trauma psicológico que les vas a causar a las personas por hacer lo que estabas tratando de cometer?—preguntó sin remordimiento.

—Tú que sabes, déjame en paz—le di un empujón en el que no se había movido ni un solo milímetro.

Caminé a paso rápido, miré hacia atrás y ahí estaba él parado en medio de la acera cuidando que no volviera a cometer aquello que él me había descubierto. Lo hice hasta llegar a mi casa, abrí la puerta de ese lugar que no quería volver a pisar nunca.

Al hacerlo me encontré con Homero, que estaba estacionado a unos cuantos metros de mí. ¿Qué era lo que estaba haciendo en mi casa?

—¿Qué se supone que estás haciendo?—lo enfrenté con rabia.—¿Quién te crees que eres para venir a mi casa?

—Estaba cerciorándome de que llegaras con bien, que no cometieras ninguna estupidez—respondió con cinismo.

Y él quién se creía que era, ¿por qué fingía preocuparse por mí como supuestamente lo tenía que hacer mis padres? ¿Por qué estaba preocupado porque no cometiera ninguna estupidez como él lo llamaba?

—Déjame en paz, no te metas en mi vida—abrí la puerta y la cerré con fuerza detrás de él. Me metí en mi habitación subiendo las escaleras con rapidez.

Tenía la ventana del balcón abierto y corrí la persiana y lo vi mirando en mi dirección con una sonrisa un tanto disimulada. Cerré la puerta ventana rápidamente, recorrí la persiana para tener esa oscuridad que había tenido desde siempre. Me encerré en la habitación, no iba a salir de ahí en los días siguientes.

Me sumergí en la miseria de lo que era, me acosté boca abajo mientras no dejaba de llorar, por aquello que no había logrado. Abracé con fuerza a la almohada, porque sabía todo lo que se aproximaba, que mis padres iban a odiar enormemente más por esto, que la tortura que me iban a hacer era enormemente dolorosa.

Me arranqué los vendajes que Angelina se había encargado de ponerme el día anterior, recordé la suavidad con la que lo había hecho y que yo estaría bien.

—Solo esto tenías que hacer bien, y no lo hiciste—me condené a mí misma culpándome por aquello que había hecho.—Me has condenado a seguir viviendo en este maldito infierno de por vida—apreté la almohada con fuerza como si fuera yo misma, y estuviera apretando su cuello con el fin de cortarle la respiración.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top