Capítulo 16.-¿Acaso hay algo en ti que alguien deba amar?
Lunes/09/Noviembre/2020.
Llegué al colegio más temprano que lo habitual, era la única manera de mantenerme a salvo de lo que mis padres hacían o decían. Estaba sobre el pupitre haciendo las actividades que tenía pendientes cuando a través de la ventana vi una imagen que me pareció de lo más linda y emotiva que la fotografié y reservé en lo más profundo de mi mente en todos aquellos momentos que algún día quería vivir.
En escena estaba Hailee despidiéndose de su nana con un abrazo y un beso en la mejilla, justamente en la entrada era donde las despedidas eran notorias, llenas de amor como si se estuvieran despidiendo para siempre, como si ese abrazo fuera el último que se fueran a dar.
De manera inconsciente mi mano viajó hasta mi mejilla, en donde la ausencia de un beso en todos los años que llevaba de vida me habían pasado factura, no tenía ni un solo momento agradable con ellos ni con nadie.
—¡Angélica!—la voz chillona de Hailee me hizo volver en mí.—¿Otra vez con eso cubriendo tu cuerpo? ¿Realmente estás bien?—tiró de la camisa que me cubría las mangas y visualizó toda mi vestimenta detenidamente, quería observar más allá de lo que sus ojos le permitían.
—Sí, estoy bien—palpé el lado vacío que había a un lado de mi invitándola a que se sentara a mi lado.
—Últimamente estás diferente, el viernes tenías la mente dispersa en otro lado, ¿sucede algo en lo que pueda ayudarte?—acarició mi mano mirándome con preocupación.
—Ojalá pudieras ayudarme—susurré por lo bajo, en algo que solamente yo misma pudiera oír.—No te preocupes por mí, estoy bien—sonríe sin mostrar los dientes, pero esa felicidad no me alcanzó para nada porque estaba muy lejos de ser real, solo sonreí para ella, para que no se preocupara por mí.
No, no estaba bien. Realmente nunca había estado bien, ni siquiera sé lo que es estarlo.
Las clases comenzaron a transcurrir con normalidad, hasta que hubo una en especial que me llamó la atención, en esta la profesora habló de un concurso en el que todos estábamos invitados a participar, se trataba de que escribiéramos una carta a alguien diciéndole algo que siempre habíamos querido decirle, pero que por una u otra razón no lo habíamos hecho.
La escribí, apagué todos los ruidos de mi mente y me centré en aquello que tenía que decir, de alguna manera tenía que ser oída.
Un concurso en el que esperaba que mis padres estuvieran presentes, para poder demostrarles que yo también tenía cosas buenas, que yo también era capaz de recibir el mismo amor que Angelina, que yo también los podía hacer sentir orgullosos.
“Para mis padres” escribí el título, este era el principio de una larga carta en donde tenía mucho que decir. La deposité sobre la urna mezclada junto aquellas cartas que también querían ser leídas. Sí, la carta elegida sería al azar.
La clase había terminado de manera exitosa, permanecí con la boca cerrada, no quería hoy ser el motivo de los regaños de los docentes, por esta vez no quería que mi nombre saliera de su boca para decirme que mi pésimo comportamiento era para lo único que era buena.
Entró el profesor que nos había dejado a todos con la incógnita de quién había ganado el debate, su presencia era la más esperada para todos que esperaban que su equipo resultara el ganador.
—Buen día, jóvenes—saludó dejando sus cosas en el escritorio, realmente él sabía que todos llevaban todo el fin de semana preguntándoselo a través del grupo de WhatsApp. Yo fui una de las pocas personas que no lo hizo, ya era suficiente un problema en la vida de las personas como para estar causando molestias para obtener una simple respuesta.—El debate de la semana pasada resultó ser muy bueno, tenemos aquí a dos futuros políticos que defendieron sus ideales unos con argumentos muy buenos, mientras que otros no tanto—nos miró cómplices a los dos mientras jugaba con nuestra mente.—Como saben el equipo que haya resultado vencedor estará exento del examen, así que mucha suerte a los dos—sacó una hoja en donde tenía los resultados.—El ganador es...—le hizo de emoción quedando dentro de su garganta el nombre del equipo ganador —Mucha suerte para la próxima a tu equipo, Hernán—sus rostros permanecieron asombrados pensando que habían sido ellos los ganadores.—El ganador es el equipo de Angélica, felicidades, buena preparación, argumentos muy limpios, excelente—al decir aquello me quedé atónita, sin saber que decir.
Mi cuerpo luego de unos segundos en un trance en donde no se lo creía me levanté y comencé a dar saltos de emoción en compañía de todo mi equipo mientras nos unimos en un abrazo.
—¡Ganamos!—gritamos con emoción a los cuatro vientos.
El rostro del equipo contrario no estaban emocionados por nuestro logro, estaban muy lejos de estarlo. Sus rostros se mostraban insatisfechos, sobretodo el de Hernán que su familia pertenecía a la política, no me imagino lo que le dirá su padre al saber que una mujer le había ganado en un debate, que sus posibilidades por gobernar el país en los próximos años estaban nulas para él.
Sus padres eran muy estrictos y exigentes con él, algunas veces me tocaba escuchar como le decían que todo lo que tenía que hacer tenía que ser excelente, y puedo decir que realmente se esforzaba haciéndolo.
—Supongo que felicidades, ¿no?—se acercó a mí sin emoción. Me miró a los ojos y realmente pude ver que lo padecía. Pero qué se le puede hacer, tiene que entender que en la vida no siempre se gana.
—No tienes que hacerlo si no lo sientes, Hernán. Sé que tú querías ganar, pero tus argumentos eran muy básicos, si te esfuerzas más quizá para la próxima lo consigas—le tendí la mano dándole un suave apretón.
Él cuando se había acercado a mí creyó que ganaría, tenía tanta seguridad en él que la aseguró antes de tener los resultados.
El docente nos continuó explicando sobre el debate, nos dijo el porqué había ganado uno y porqué el otro no, realmente Hernán habría ganado si no haya metido aquel argumento de que las mujeres no éramos buenas gobernadoras, si bien no había ninguna no era porque no se desempeñaran bien, si no porque no se les permitía estar al mando del poder porque no nos creían buenas, en un país donde gobernaba el machismo y la misoginia.
Las clases siguieron transcurriendo, era realmente extraño más no imposible que no hiciera el ruido que normalmente hacía. Por una vez en la vida quise permitirme no saber nada, no estudiar el tema con antelación para darle al profesor que lo explicara, poner atención y aprender a la par con mis compañeros. Aún así, ya lo entendía, pero no dije ni una sola palabra a pesar de las miradas que me lanzaban los docentes diciéndome a través de una simple mirada —tú ya sabes esto, no sé qué haces aquí.
Pero hoy, en especial hoy no quería ser ese problema que todos odian, no quería ser el dolor de cabeza insoportable que todos tenían que aguantar día con día, quería dejar de escuchar mi nombre fuerte en forma de regaño acompañado de la palabra; —a la dirección—. Tan sólo quería que mi nombre solo fuera mencionado al tomar asistencia o en el excelente desempeño que llevaba.
No quería pasar por la dirección, porque sabía que ya no me querían dentro del instituto, ¿habrá tan solo un lugar en el que mi presencia realmente sea necesaria? ¿Habrá tan solo algún día en el que le haga falta a alguien? Supongo que soy esa persona que nadie quiere, nadie la extraña, a nadie le hago falta. Soy esa persona carente de todos los amores que existen.
Siempre buscando una justificación para mi comportamiento, que el profesor no venía de humor, que eso ya lo sabía, que me molesta esto, cuando solo buscaba una cosa; el amor y la atención de mis padres, ya no quería más gritos ni maltratos de su parte, ¿realmente les podía decir que esta era la causa de mi comportamiento?
Pero por más que ellos me dieran los motivos para confiar en ellos simplemente no podía hacerlo, obtendría el mismo resultado que las anteriores veces, ya era mi destino vivir aquí.
En la próxima clase entró la psicóloga Zaire a impartirnos su materia de psicología, esta se percató de mi presencia que fue lo primero que le llamó la atención en toda el aula, en especial aquella vestimenta del uniforme que me cubría por completo cada espacio de mi piel que dejara ver que vivía en un infierno.
—Angélica, puedes venir un momento por favor—ordenó con seriedad depositando sus cosas en el escritorio.
La mirada de todos se colocó sobre mí, sabían que cuando me llamaban era porque algo no hacía bien, por supuesto que no era para felicitarme por mi pésimo comportamiento.
Me quedé atónita en mi asiento, me cubrí la cara, realmente no quería estar aquí. No me levanté de la silla, ignoré su llamado haciendo como que no la había escuchado.
—Angélica—insistió con más volumen en su voz sin llegar a gritar.
—Angélica te habla la psicóloga—me dio un golpe en el costado con el codo que gemí de dolor, no me había dado fuerte pero me golpeó en el sitio en el que mis padres lo habían hecho los días anteriores.—¿Qué pasa? ¿Qué tienes?—tocó el sitio donde me había golpeado, lo apretó ligeramente causándome daño mientras me miraba a los ojos tratando de averiguar qué era lo que estaba pasando.
—Nada—me levanté yendo hacia la psicóloga, me tragué el dolor que Hailee me había producido al codearme.—¿Qué pasa?—les di la espalda a mis compañeros para que no pudieran oír lo que esta me diría, aunque mayoritariamente los profesores gritaban lo que me tenían que decir, de esta forma para que me diera vergüenza mi actitud.
—Al final te puedes quedar un momento, necesito hablar contigo—dijo en voz muy baja mirando mi vestimenta y posteriormente mi cara buscando alguna anomalía en ella.
Asentí con la cabeza, por su forma de mirarme sabía perfectamente que el tema de conversación iba a ser sobre el uniforme. Volví a mi asiento para que ella pudiera continuar con su clase.
—La clase de hoy comienza con una pregunta que quiero que analicen y piensen bien antes de contestar—prosiguió caminando de un lado a otro. Nos miraba a todos pero su mayor atención era para mí.—Quizá es un poco pronto para la mayoría el decidir y su futuro, pero alguno de ustedes ya lo tendrá planeado, si bien sus deseos cambian con el transcurso de los años, no es lo mismo que querían ser de grandes cuando tenían cinco años, a ahora que todos tienen entre catorce y quince años—explicó con detenimiento antes de lanzar la pregunta, aunque la mayoría ya se la esperaban.—¿Qué quieren ser cuando sean mayores?—indagó empezando por el primero de la fila de la línea izquierda.
Respondían uno a uno mientras la psicóloga les sonreía ante su respuesta y les daba una pequeña motivación, me olvidé de todos, apagué las voces que estaban en el aula y transporté mi mente a otro sitio, cerré mis ojos y me imaginé en aquel momento en el que quería estar.
Abrí los ojos, estaba en un paraíso total en donde los gritos de mis padres, los golpes, las torturas de todos los días y los que más odiaba; los días de mi cumpleaños, no existían en este lugar.
Inhalaba y exhalaba aire sin pensar en lo insuficiente que era, en el monstruo que todos los días me visualizaba frente al espejo, aquí no había absolutamente nadie que me lo recriminara. Estaba sentada sobre el césped en donde solo estaba yo y una familia en la que era feliz, porque me amaba plenamente cómo era.
Me levanté y dejé que el aire moviera mi cabello al son de aquel vestido lleno de vida, corrí entre en medio de los árboles disfrutando de aquello que la naturaleza me otorgaba. Miré las ramas de la copa de los árboles, en donde algunos rayos de sol se alcanzaban a colar por los diminutos espacios en donde las ramas no cubrían con su inmensidad.
Extendí los brazos mirando hacia el cielo, no sabía qué era lo que me dedicaba, cuánto dinero tenía en la cuenta bancaria, qué era lo que había estudiado, no sabía absolutamente nada, solo sabía que disfrutaba lo que pasaba a mi alrededor.
No había ninguna Angelina que me impidiera ser aquello que siempre había sido.
—¡Angélica!—llamaron mi nombre una y otra vez, pero en el lugar no había absolutamente nadie.
—¡Angélica! ¡Te llaman!—la voz de Hailee llamándome repetidas veces me hizo volver en mí.
Abrí los ojos de golpe, cayendo a la realidad que me decía que nada de lo que había ocurrido cuando había cerrado los ojos era tan real como yo lo habría querido, no había ninguna soledad, ni árboles de gran inmensidad, no había nada de lo que yo quería que hubiera, tan solo estaba en el aula rodeada de mis compañeros que ya habían respondido una pregunta.
—Angélica, ¿qué quieres ser cuando seas mayor?—preguntó con una sonrisa apacible en su rostro, no parecía molesta por haberla ignorado con anterioridad.
Me imaginé por segunda ocasión en aquel lugar el que había pasado por mi mente cuando había lanzado la primera pregunta, viajé al pasado y vi toda la vida que había llevado y cuál era mi mayor deseo desde siempre y sonreí con nostalgia.
—De grande quiero ser...—ya tenía la respuesta pero sabía que era algo que no muchos esperaban, ya que la mayoría hablaba del sueño de tener una carrera universitaria, hijos, esposa, etc.—Feliz—terminé con una mirada vacía mirando hacia el exterior.
Todos se quedaron pasmados mirándome, inclusive la psicóloga que estaba esperando otra respuesta. Hailee me miró sin entender nada de lo que estaba pasando cuestionándose el porqué había dicho aquello.
Tras unos segundos de silencio, las burlas no tardaron en aparecer riendo a volumen muy alto por aquello que había dicho.
—Silencio—ordenó la psicóloga quien era de las pocas que permaneció en silencio buscando alguna justificación para aquella respuesta a su pregunta.
—No estás entendiendo la pregunta—dijo Hernán con aires de superioridad.
Si bien esta no tenía una respuesta correcta porque era una pregunta para nosotros mismos, él siempre buscaba cualquier mínimo error en mí para remarcármelo y demostrar que era mejor que yo.
—Tú no entiendes la vida—ataqué volviendo a la profundidad de mi mente, justo en aquel pensamiento en donde no existía nada de esto.
—Ser feliz, qué deseo más estúpido—continuó Carmina burlándose junto con Hernán.—¿Quién va a desear ser feliz cuando se pueden querer otras cosas más importantes?
Ya no dije ni una sola palabra, ellos ni nadie de los que estaba en el aula lo entendían, pero tampoco me iba a detener a darle explicaciones a un cerebro tan pequeño. Hailee a mi lado sujetó mi mano acariciándola con premura mientras no dejaba de mirarme con preocupación excesiva y con aquella mirada que demostraba lo mucho que le importaba.
La psicóloga explicó la próxima actividad no sin antes darles un sermón a los que se habían burlado de mi deseo absurdo como ellos lo habían llamado. Me concentré en la actividad sin prestarle atención a sus burlas que hacían cada vez que tenían la oportunidad de hacerlo.
Esta transcurrió tan de prisa, yo fui una de las primeras en terminarla, como siempre y volví a mí lugar y recosté mi cabezas sobre el pupitre.
—Angélica—Hailee alzó la cabeza para divisar que la psicóloga no la estuviera mirando, al percatarse que no era así, que estaba más concentrada en revisar los cuadernos con las actividades ya realizadas, cerró el suyo sin terminar la actividad y se acostó tomando la misma postura que yo, solo que esta me estaba viendo a los ojos, buscó mi mano sujetándola mientras le daba cariño.—¿Tú no eres feliz?—la seriedad con la que me hizo la pregunta nunca antes se la había visto.
—Hai—susurré su nombre, no quería responder esa pregunta a ella y menos en voz alta.
—¿Por qué quieres ser feliz cuando eso es algo que todos los días puedes tener? ¿Por qué no elegiste una carrera universitaria, el tener una familia, el viajar por el mundo?
—Porque yo quiero ser feliz hoy, mañana y siempre. No importa que camino elijas, si no eres feliz en aquello en lo que te desempeñas no te va a servir de nada, y yo, yo solo quiero ser feliz—expliqué con detenimiento mirándola a los ojos.
—Entonces, ¿no eres feliz?—dedujo desviando su atención hacia otro sitio.
No sabía cómo responderle a su pregunta sin causarle preocupación excesiva, sin que pensara que no era feliz cuando estaba con ella, porque aunque no conocía el significado de aquella palabra, me la pasaba superbién cuando estaba con ella, era una persona con la que me podía divertir haciendo cualquier cosa, pero no confiaba en ella para confesarle todo lo que vivía en mi casa, porque sabía que era muy difícil de entender para aquellos que no lo habían vivido.
Pero sin embargo sí la escuchaba a ella, sí era el hombro en el que ella se podía refugiar cuando ella estaba en un estado vulnerable. Me gustaba escuchar sus problemas y aconsejarla, decirle todo aquello que quería escuchar que sus padres no le decían, darle todos aquellos abrazos que sus padres olvidaban darle porque se encontraban en sus viajes de negocio. Yo estaba ahí con ella siempre que me necesitaba, inclusive cuando me llamaba en las madrugadas porque se sentía sola y quería tener alguien con quien hablar. Yo era ese soporte que le hacía falta, yo la quería inmensamente como nadie me quería a mí, yo era todo lo que yo necesitaba.
—Respóndeme la pregunta, Angélica—insistió sujetando mi rostro.—¿Eres o no feliz?—miró mis pupilas buscando la respuesta a la pregunta que mi boca no le quería dar.—¿Qué necesito hacer para que lo seas?
—Nada, Hailee. Esto no depende de ti—concluí levantando mi cabeza mirando hacia el exterior.
—¿Entonces de quién Angélica?—tomó mi rostro con una de sus manos y me obligó a mirarla a los ojos.
—De mí, quiero ser feliz pero no sé cómo serlo—mentí para que estuviera más tranquila.—Pero contigo lo soy, pero sé que no te voy a tener toda la vida, algún día te vas a aburrir de mí y te irás y nunca más volveré a saber de ti—finalicé respondiendo con un poco de sinceridad.
—¿De qué hablas, Angélica?—rio levemente.—Yo siempre voy a estar contigo, siempre que me necesites, te lo prometo—prometió mirándome a los ojos.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro al saber aquello, ella siempre iba a estar conmigo y yo siempre una a confiar en ella, porque tenía la certeza de que sería la única persona que no me fallaría, la que rompería con aquel estigma que mis padres habían puesto en mí.
El timbre sonó dando por terminada la clase, todos comenzaron a tomar sus cosas y dirigirse a la salida, hice lo propio cuando la psicóloga estaba sentada detrás de su escritorio mirándome cuidadosamente. El aula se estaba comenzando a vaciar hasta que ya no quedó nadie más que yo y la psicóloga.
Tomé mi mochila dirigiéndome hacia la salida para irme a mi casa en donde seguramente nadie me estaría esperando.
—Angélica—llamó mi nombre con circunspección ordenándome que me detuviera antes de siquiera poder tocar la puerta.—Toma asiento necesito hablar contigo—señaló el lugar más próximo a ella, en donde pudiera ver con más claridad mi rostro y percatarse de todas las mentiras que iban a salir de mi boca.
—Dígame—hice lo que me pedía sentándome sin quitarme la mochila. Si sus preguntas me incomodaban quería irme lo más rápido posible del lugar.
—¿Qué pasó con el uniforme que todos traen normalmente?—señaló mi vestimenta.—¿Hay algo que tengas que ocultar?
Negué con la cabeza lentamente analizando dentro de mi cabeza la pregunta con más profundidad.
—Me siento más cómoda con este—respondí con lentitud con mi mirada perdida en otro lado.
—¿Por qué quieres ser feliz? ¿No lo eres?—continuó.
—Cuando una persona quiere algo diferente al resto creen que las cosas están mal con ella, ¿por qué se les hace tan difícil de asimilar que alguien no quiera lo mismo que el resto?—contesté con incomodidad.
—¿A quién quieres engañar, Angélica? ¿Por qué no eres feliz? ¿Qué te impide serlo? ¿Ocurre algún problema en tu casa en lo que yo pueda ayudarte?—indagó con curiosidad sin dejar de mirarme.
—Se lo dije una vez y se lo vuelvo a decir, no confío en nadie que confía en mis padres, y mientras usted se esté metiendo en mi vida informándole a mis padres todo lo que pasa dentro de ella yo jamás voy a confiar en usted, sé que más tarde o quizá mañana mis padres ya van a saber que mi deseo es ser feliz—me levanté rápidamente diciendo con severidad.—Y de esto no se trata mi vida, en mi casa no sucede como en las demás, si en verdad les importara a mis padres ellos mismos lo sabrían por su propia cuenta y no ocuparían ninguna informante—sujeté con fuerza las correas de mi mochila mientras caminaba hacia la puerta.
—Angélica, te alteras muy rápido, no hay ninguna necesidad de que te pongas a la defensiva conmigo, yo solo quiero ayudarte—se levantó tomando ella también sus cosas mientras las metía una a una hasta que ya no quedó ningún objeto de su pertenencia.
—¡Usted es la responsable de que ahora mismo tenga esto cubriéndome! ¡Su forma de ayudarme solo me perjudica más!—señalé con el dedo condenándola, abrí la puerta con brusquedad y la cerraba con fuerza detrás de mí bajando las escaleras con rapidez.
Miraba hacia abajo concentrándome en no caer rodando hacia abajo. Ya no había más que decir, ya no tenía que saber más allá de todo lo que le había dicho, era suficiente información.
Me fui caminando a casa con rapidez, no sé ni porqué hacía esto si no había nada de lo que yo quería, dentro de ella no había nadie que estuviera esperándome con los brazos abiertos. No había nada de todo aquello que yo estaba esperando, solo más gritos, maltratos, torturas y una condena a una vida que yo nunca había querido.
Al entrar no había nadie dispuesto a darme una bienvenida, todo estaba despejado, escuché a mi madre diciéndole a Angelina como lo tenía que hacer, que repitiera una y otra vez lo que ya sabía que tenía que realizar.
Me sentí mal el no tenerla cerca, pero en el fondo agradecía porque no quería tener más de los mismos recibimientos de siempre. Subí las escaleras hasta llegar a la habitación mientras las palabras de aliento de mi madre hacia Angelina resonaron en mis oídos. Me quedé en la puerta escuchando y mirando a través de una pequeña abertura que se prestaba para que yo pudiera husmear todo aquello que no había podido tener.
—Angelina lo estás haciendo muy bien—alentó mi madre mientras Angelina estaba con el micrófono en la mano apagado.
—Mamá, llevo desde que llegué del colegio y no me sale como yo quiero—se quejó mientras su voz se escuchaba cansada.
—Otro intento más, cariño. Hazlo por mí, ¿quieres ser como la buena para nada de Angélica que no hace nada de provecho más que causar problemas? Su único mérito es ser cambiada una y otra vez del instituto porque no hay nadie que la soporte—suplicó tocando su cara.
La miró y continuó cantando aquella canción que el significado más grande que tenía era no ser como yo, pero no había ninguna comparación entre ella y yo, estaba muy lejos de ser aquel monstruo que nadie quería, estaba a años luz de distancia para yo poder ser como ella, ni aunque volviera a nacer cientos de veces más sería como ella.
—¿Qué hiciste bien en la otra vida para tener unos padres que te amen? ¿Qué fue lo que ellos vieron en ti para amarte hasta por encima de mí que yo también soy su hija?—acaricié desde la distancia a mi madre trazando la contextura del cuerpo que tenía.—¿Qué debo hacer para ser amada así como Angelina?
Me senté mientras seguía observando aquella admiración y amor con la que mi madre miraba a Angelina.
Yo también quería que mi madre me mirara así, con aquel orgullo y los ojos iluminados del inmenso amor que ella sintiera por mí, que me diera palabras de aliento mientras me motivaba. Yo también quería a la madre que tenía Angelina.
La mirada de Angelina se posó sobre mí mientras entonaba una a una esa canción, pude ver el movimiento de sus labios como si estuviera tratando de decirme algo, no le tomé importancia porque ella no tenía nada que decirme a mí más allá de lo mucho que me odiaba que eso ya estaba bastante claro.
—¿A quién estás viendo, Angelina? ¿Por qué has dejado de cantar?—preguntó mi madre mientras miraba en la dirección en la que Angelina lo estaba haciendo, mirándome a mí.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras volvía a estar concentrada en Angelina.
—Lo estás haciendo excelente, cariño—le dio un casto beso en la frente cargado de todo el amor que sentía por ella.—Suficiente por hoy, descansa y mañana continuamos—del interior de su ropa sacó un trozo de lo que pude alcanzar a ver como un papel.—Te pondré esto por aquí, no olvides que es tu motivación para no ser como ella, esto es lo que nunca debes ser—colocó aquel trozo de papel en la pared sujetándola con un sujetador.
Achiné mis ojos y pude notar que era una foto mía, esa era la motivación más grande de Angelina; no ser como yo. La piel se me erizó causándome una opresión en el pecho ante el malestar que era lo que mis padres no querían. Era el ejemplo de lo que Angelina jamás debía ser, y es triste el saber como tus progenitores te ponen como lo peor que llegó a sus vidas.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, Angelina me vio una y otra vez llegando a tocar mi rostro congelada en aquella fotografía, tomaba el micrófono y lo veía.
—No seré como Angélica, mamá. Yo seré mucho mejor que ella—dejaba el micrófono de lado mientras las palabras causaban el orgullo de mi madre.
—Eres grandiosa, Angelina—la abrazó con fuerza despidiéndose de ella mientras me lanzaba una mirada de satisfacción.
Me limpié las lágrimas levantándome del suelo y decidida a enfrentarla.
—Madre, quiero hablar contigo—entré rápidamente a la habitación mientras veía aquella foto puesta ahí, como una motivación de lo que nunca tendría que ser.
Yo para ella era todo lo que nunca debía ser, y ella para mí era todo lo que quería, lo que anhelaba, lo que tenía que ser si un día quería ser amada por mis padres.
—¿Qué pasó?—puso los ojos en blanco cortando aquel espacio que tenía con Angelina.
Me acerqué a la fotografía, pasé mis dedos con delicadeza por mis padres, trazando la anatomía que estaba congelada en aquella fotografía. Angelina se colocó detrás de mí y abrió la boca para decir una palabra.
—No, no tienes que darme explicaciones—interrumpí cualquier cosa que esta fuera a decir.—Yo también querría ser como tú, y no te sientas mal por esto, porque tampoco yo querría ser como yo—solté una ligera risa tratando de ocultar todo el dolor.—Hazle caso a nuestra madre, nunca debes ser como yo, porque hasta el día que lo sepas sabrás lo mucho que duele y que tenerte como hermana solo me hace daño, si tú fueras como yo, no tendría que esforzarme en ser como tú—finalicé saliendo de la habitación.—Madre, te espero en mi encierro—me devolví asomando mi cabeza por el umbral de la puerta, la cerré y me marché a mi habitación a esperar a mi madre, si es que pensaba ir conmigo.
Me senté al pie de la cama esperando de manera paciente a mi madre, miré una y otra vez hacia la puerta como principal plano ocupado dentro de mi mente, esperando aquel día en el que mi madre atravesara la puerta amándome inmensamente, una fina sonrisa se posó en mis labios, sonriendo con sutileza porque para mis padres los monstruos como yo jamás podían ser felices.
Mi madre entró a aquel lugar seguro que se suponía que tenía, ni siquiera tocó, ni mucho menos me había pedido permiso para poder acceder a mi sitio seguro. Soltó un respiro muy largo, quizá ya sabía lo que le quería decir, y ella no estaba dispuesta a cambiar nada.
—Dime—cruzó los brazos mirándome con indiferencia.—¿Qué quieres decirme?
—Podrías tomar asiento a un lado de mí, y por primera vez en toda tu vida escucharme, madre—señalé el gran espacio vacío, pero no sólo al lado de mí, si no en toda mi vida también.—Por primera vez puedes hacer lo que quiero, por favor—hablé con suavidad, mientras mi madre obedecía a regañadientes.
Sabía perfectamente que no quería estar ahí conmigo, se le notaba, y aunque no me lo dijera —me lo decía a cada segundo de mi vida para que lo tuviera bien presente—. Pero solo quería que me escuchara, que supiera cómo me sentía, ¿era tan difícil escuchar a su propia hija?
—¿Estás consciente de lo que me estás pidiendo, Angélica?—preguntó mirándome con él ceño fruncido.
—¿Y tú estás consciente de que soy tu hija, mamá? Esto tú lo deberías hacer por ti misma, no tendría porqué suplicarte por algo que es tu obligación—recalqué aumentado un poco el volumen de mi voz. Pero lo reduje de manera inmediata, no quería que esto se convirtiera en gritos y más de lo mismo, quería que me escuchara y se quedara conmigo.
—Ya vas a empezar con lo mismo, Angélica. ¿Qué es lo que quieres? No me hagas perder el tiempo, ¿crees que me gusta estar contigo? Es que no te ha bastado todas las veces que te miras al espejo para descubrir la razón del porqué nadie te quiere, del porqué nadie quiere estar a tu lado, te lo he dicho antes Angélica, cuando te preguntes porque nadie te ama solo mírate al espejo, ahí está la respuesta a todas tus preguntas—remarcó con desdén levantándose de su lugar
—Madre, para—la miré con mis ojos suplicantes, detonantes de todas las lágrimas que iba a derramar.—Solo por esta vez escúchame—junté mis manos.—Solo dame un poco de tu tiempo—pasé mi mano por las suyas, quería sentir un poco de aquel amor maternal.
Quería amar sus manos, pero ¿cómo amarlos si lo único que había recibido de ellos eran más golpes? ¿Cómo puedo hacerlo si nunca me han dado un abrazo? Quería amar sus labios, escuchar de ellos lo mucho que me amaba, pero eso no era lo que salía de su boca. Quería amar inmensamente a mi madre, sin embargo todos aquellos malos recuerdos inundaban mi mente haciéndome ver que no había ni un solo recuerdo feliz, no tenía a quien amar.
—Me estás pidiendo algo que yo no quiero darte, si tú tuvieras la posibilidad, ¿te escucharías a ti misma? ¿Pasarías tiempo contigo? ¿Te amarías de la forma que a mí me lo estás pidiendo?—se levantó del lugar que estaba guardado especialmente para ella, esperando el momento en el que mi madre quisiera amarme.
Tiré de su brazo, no quería que se fuera, negué una y otra vez con la cabeza a las preguntas que me estaba haciendo. Caminó hacia la puerta, su fuerza fue mayor a la mía que terminé en el suelo siendo arrastrada por ella.
—Mamá, quédate. Te necesito—con mis dos brazos tiré del suyo.
—No me pidas algo que no harías tú—me miró con desprecio mientras mostraba todo el cansancio que a lo largo de los años yo le había causado.—¿Qué es lo que quieres Angélica?
—Quiero que te olvides de todo lo que he hecho, y esta vez seas una verdadera madre para mí—pedí con lágrimas en los ojos.
—No puedes pedir algo que nunca vas a tener—con ambas manos se zafó de la mía arrojándome al mismo abismo que ya había recorrido tantas veces.
—Mamá, por favor, ámame—me puse de rodillas suplicando por un amor que ella no estaba dispuesta a entregarme.
Su mano derecha se estrelló en mi cara causándome daño, mi rostro giró de manera inercial. ¿Esto era lo más cerca que estaba de tener su amor?
Se marchó llenándome de tantas cosas, menos de un amor que todos necesitamos; de ese amor maternal, ese abrazo que nos dice que todo irá bien sin necesidad de decir ni una sola palabra. Me arrojó a aquella oquedad en la que tantas veces había caído una y otra vez, sin posibilidad de que alguien pudiera rescatarme, a pesar de que gritara tantas veces ayuda, una ayuda que nadie estaba dispuesto a entregarme.
Ese lugar del menosprecio, lleno de un vacío y una inmensa oscuridad que me envolvía, en donde al final se veía un rayo de luz, que por más que caminara para llegar a ella, por más que me esforzara cada vez estaba más lejana de mi alcance, estiraba las manos para alcanzarla, corría con mucha más intensidad, pero parecía que no era algo para mí.
Estaba de rodillas, mi madre no me había dicho ni una sola palabra, y aquel silencio me mataba todos los días, mis padres lo sabían, y les satisfacía tanto verme morir lentamente dentro de mí misma.
—Mamá, yo también te necesito, yo también soy tu hija—murmuré estirando la mano tratando de alcanzarla y que volviera a mí, pero no sucedió.
Mi madre nunca volvía a mí, me sentía en su vida como un cero a la izquierda. ¿Por qué la persona que me dio la vida no me ama? ¿Por qué aquella mujer que debería amar a su hija infinitamente no lo hace? De nada servía llamarla fuerte, porque por más que gritara su nombre a ella no le importaba, no era alguien digna de su amor.
—¿Qué sientes ver a alguien poder ser amada y que tú nunca lo serás? ¿Qué sientes ver tan cerca todo lo que jamás vas a tener?—cuestionó mi hermano mirándome desde la puerta.—¿Acaso hay algo en ti que alguien deba amar?—se acercó a mí acortando la distancia que había.
—¡Déjame en paz! ¡Tú no entiendes nada!—arrojé varias almohadas en su dirección, me arrastré y cerré la puerta detrás de él.
Me puse de pie llegando a aquel espejo que permanecía cubierto, quité la sábana que lo cubría y me miré a través del reflector.
—¿Por qué no puedo ser amada?—pregunté cómo si este pudiera darme una respuesta en palabras, la única contestación era el reflejo de mí misma, de todo aquello que me causaba asco.
«Mírate en el espejo, y ahí encontrarás la respuesta».
¿Algún día alguien me amará sin importar todo aquello que yo veo? ¿Seré suficiente para alguien? Todos los días pedía lo mismo; y este no era la excepción, quería crecer y poder ser aquella persona que algún día amen con tanta intensidad, que no haya ningún impedimento que no permita que alguien me quiera con la misma fuerza con la que mis padres me odian.
Quería mirarme en el espejo y en vez de encontrar defectos en cada parte de mí, encontrar algo nuevo que me hiciera amarme cada día más. Que ya no me causara asco mi propio reflejo, que no necesitara cubrirlo para no ver en aquello que me había convertido; en un monstruo.
—No eres suficiente, no eres digna, no eres amada, jamás tendrás lo que tanto pides, mírate a ti y mira a Angelina, la diferencia es abismal, jamás tendrás una familia y tendrás que conformarte con las sobras de amor que te den, ¿no te parece suficiente lo que tus padres te dan? ¿Acaso quieres más? ¿Crees que alguien puede amar a un monstruo como tú? Vas a mendigar amor por el resto de su vida, ese es el destino de las personas como tú—condenó la voz de mi mente, en aquel reflejo que me miraba con pena, con ese asco que desde siempre había sentido por mí.
Toqué mi cuerpo, ni todos los cortes que me hicieran me iban a convertir en alguien digna, tomé la navaja, la vi una y otra vez, la diferencia entre yo y el dolor era tan poca, pero me sentía liberada.
Solo uno y ya, puedes parar cuando quieras, tú tienes el poder de hacerlo.
Tracé varias líneas hasta que la sangre se dejó ver en medio de la separación de entre carne y carne, este era el precio tan alto que tenía que pagar.
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