Capítulo 13.-El monstruo del espejo

Sábado/07/Noviembre/2020.

La noche anterior me había dormido con los dedos cruzados y con un deseo; que Angelina nunca más volviera a casa. La quería ver muerta, quería matarla, así como mis padres se habían encargado de matar cada cosa buena que había en mí hasta convertirme en nada.

No esperé su llegada dándome la ansiada noticia, sabía que estaba en casa, sola, que no había nadie que estuviera haciéndome compañía, no requería su consuelo, yo solo quería que Angelina estuviera muerta.

Me levanté de la cama con pesadez, no hubo una alarma que me hiciera despertar de la cama, ella también se había olvidado de mí por esta ocasión. Era la primera vez que lo hacía y la sensación de vacío lleno mi pecho.

Caminé hacia el espejo, ansiaba ver el reflejo de una persona que había acabado con lo bueno que había en la vida de sus padres, ansiaba ver a ese monstruo que mis padres tanto odiaban, quería ver el reflejo, mientras una sonrisa llegaba hasta mis ojos, una sonrisa de placer por haberles arruinado aquello que tanto les gustaba.

Descubrí el espejo de la habitación, mientras tocaba con cuidado el reflejo de lo que era. Las cicatrices y marcas del daño que me habían ocasionado para convertirme en alguien que ellos pudieran amar, se podían ver a través de la desnudez que la pijama no alcanzaba a cubrir.

Sonreí fragmentada, mientras tocaba con suavidad cada parte que me constituía.

«¿Y el monstruo del espejo? ¿Dónde está el monstruo del que tanto solían hablar? ¿El monstruo realmente soy yo? ¿Yo soy esa persona que decían que tenía que destruir? ¿Todo este tiempo me he estado destruyendo? ¿Ese monstruo no existe? Todo este tiempo traté de matar a un monstruo que nunca existió, todo este tiempo traté de matarme a mí misma creyendo que de esa manera acabaría con el monstruo cuando el monstruo realmente soy yo, todo este maldito tiempo me lastimaba a mí misma. Yo no soy ese monstruo del espejo. El monstruo del espejo no existe. Los monstruos son mis padres, todo este tiempo ellos me han estado matando lentamente. El monstruo del espejo nunca he sido yo, ellos han creado esto, ellos quieren que sea un monstruo».

Y lo estaban consiguiendo, estaba siendo igual de monstruosa que ellos, había acabado con Angelina. La maté, la maté como todas las veces en las que ellos lo hicieron conmigo, y no había ni una sola pizca de arrepentimiento en mí.

Miré mi herida a un visible con algunos restos de sangre seca. Alcé mi falda, miré cada cicatriz en mi cuerpo, cada vez que traté de matar el monstruo del espejo, pensando que de esa manera haría feliz a mis padres, pensando que ellos me amarían, pensando que por fin podría ser feliz y lo único que quieren hacer es desaparecerme. Toqué cada cicatriz, vi la historia de cada una de ellas, ¿me he estado matando lentamente para hacer feliz a alguien que no me necesita? ¿Su felicidad depende de mi sufrimiento? ¿Ellos merecen ser felices a cambio de mi felicidad?

Escuché el ruido de la puerta, mis padres habían llegado y no escuché su voz, no escuché el llamado de Angelina, ni su canto entrando a la vivienda, ella no venía con ellos. ¡Angelina estaba muerta!

—¡Angélica!—llamaron con fuerza mi nombre que escuché el vibrar y desestabilizar toda esa falsa paz que me había acompañado.

Bajé con una gran sonrisa de maldad en mis ojos, no había podido disimularla a pesar de que lo intenté, pero realmente estaba satisfecha de haberles arruinado la felicidad a los que me habían saboteado la mía. Amaba destruir todo lo que ellos amaban.

—¡¿Sabes que te odio?!—gritó mi madre desde el suelo, me limité a solo asentir con la cabeza—¿Realmente lo sabes maldito monstruo?—tiró de mi brazo hasta acortar la distancia que nos separaba, mi mejilla se llevó un golpe.—¿Entonces hasta cuándo dejaras de ser un estorbo?—preguntó mi madre, tomó mi cabello con fuerza tirando de el.

—Me estás lastimando—mi quejido salió de manera automática mientras me llevaba mis manos hasta las suyas tratando de zafarme.

—¿Sabes cuánto disfruto lastimarte? Es una sensación tan placentera, me gustaría que te vieras a través de los ojos que yo te veo, solo de esa forma podrás entender porqué te odio tanto—sonrió, mi padre nunca había sonreído, bueno, en realidad sí, pero yo nunca era la razón de sus sonrisas, hasta ese momento.

Ellos solo podían ser felices cuando me destruían, cuando yo era su motivo más grande para hacerlo. Su sonrisa era una distracción para mí, de alguna manera querían que creyera que me amaban, cosa que era totalmente falso.

—¿Angelina está muerta?—pregunté sin un espacio de sentimiento para una emoción que yo no sentía, yo no estaba arrepentida por haberle hecho daño a Angelina.

La sonrisa que había sido para mí se desvaneció de sus labios, su semblante cambió por completo mientras me arrojaba con brusquedad al suelo, detuve el impacto con mis manos. Mis padres se miraron entre sí con el dolor de lo que había pasado, y se alejó de mí.

—Te dije que te ibas a arrepentir, el meterte con lo que más amo te va a costar toda tu patética y miserable vida—advirtió con el dedo.—Me vas a rogar que te mate, y no lo haré, tendrás un maldito infierno en tu vida por el resto de tu existencia—me sujetó por el brazo mientras me arrastraba hasta la entrada principal en donde me sacaron entre los dos subiéndome al auto.

Ya sabía cuál era mi destino, siempre que me querían torturar me llevaban al mismo sitio, no era nada nuevo para mí, nada de qué sorprenderme.

Abracé a mis rodillas mientras me daba el aliento que necesitaba, sabía que me iban a torturar hasta el punto que lamentara lo que había hecho —no iba a pasar—, pero eso no importaba cuando ya no estaría Angelina. Ansiaba tanto ver las lágrimas que derramarían en su funeral, ya estaba preparando el discurso que llevaba años repasando para cuando este magistral momento se llevara a cabo.

Angelina estaba muerta, lo había logrado. Esa era una de las razones por las que mis padres me llevaban a un infierno, traté de convencerme a mí misma de que así era.

—Angelina está muerta—me repetí internamente en mi cabeza, cuando se la habían llevado estaba mal. No podía tener tanta suerte, siempre se salvaba, siempre había alguien cerca que de una manera u otra impedían lo que yo quería realizar.

Condujeron a gran velocidad asegurándome que una nueva sorpresa se presentaría en mi vida, que era tan grande que no podían esperar hasta el día de mi cumpleaños. Tenía los ojos vendados mientras la oscuridad era el principal paisaje que veían mis ojos.

Algún día no muy lejano despertaré y mis padres no estarán en mi vida, ni en mi campo de visión. Nunca más me harán daño. Será un paraíso en el lugar en el que mi estancia será algo agradable.

Me repetía dentro de mi mente mientras ese día se sentía cada vez más y más lejano. Sonreí con los ojos cerrados mientras me abrazaba mis piernas siendo abarcada el sentimiento de soledad, mis padres estaban físicamente ahí, pero ¿de qué me serviría tenerlos?

—¡Deja de sonreír!—gritó mi padre al mismo tiempo que detenía el carro en seco.

—¡¿Por qué sonríes, monstruo?!—bramó mi madre mientras mi rostro giró bruscamente siendo abofeteado por ella.—Yo te voy a borrar esa sonrisa de estúpida—otro golpe más se llevó mi rostro ocasionándome un ardor que no me dolía, me causaba satisfacción, era como si mi cuerpo se estuviera preparando para lo que se aproximaba.

Mi sonrisa no se borró de mi rostro, no iba a permitir que fuera lo que estuvieran preparando me arruinara y me quitara la felicidad que sentía mi sistema ante la muerte de Angelina.

La felicidad que sentía era extraña, no era la que uno sentía cuando era un día especial, ni cuando alguien estaba orgulloso de ti, mucho menos esa felicidad que sientes cuando disfrutas de la compañía de alguien. Cuando sonríes con tu familia mientras pasas un momento agradable, lo que yo sentía era extraño, sí había conseguido lo que por años había tratado de hacer que era matar a Angelina, pero no fue una felicidad pura. No es el tipo de felicidad que a mí me gustaba sentir.

Habíamos llegado al destino después de un tiempo prolongado, el haberme quitado la visión hicieron que no sintiera la noción del tiempo, solo escuchaba sus charlas y momentos de silencio, sus risas y sentía el movimiento del carro. Escuchaba el sonido del exterior, pero no me podía escuchar a mí misma.

Abrieron la puerta y tiraron de mi brazo hasta sacarme a fuerza del carro haciéndome que cayera al suelo ante mi falta de visión, sentí el suelo irregular debajo de mí, la textura rocosa de las piedras de distinto tamaño que se clavaban en mis manos que habían tratado de buscar un soporte, se encajaron en mi piel lastimándome su simple tacto. No me concentré en el dolor, porque sabía que lo que se aproximaba iba a ser más que unas piedras incrustándose en mi piel.

—¿Disfrutaste lo que le hiciste a Angelina?—preguntó mi madre con rabia, no la veía, pero sentía su aliento y respiración cerca de mi cara.

—Sí, y lo volvería a hacer—respondí con la mandíbula tensa mientras escupía en la dirección en la que se escuchaba su voz.

—Espero y también disfrutes de este momento—sujetó mi mandíbula apretándola, me soltó de golpe mientras se desquitaba dándome una patada en el rostro.

Reí con mucha fuerza mientras estaba siendo arrastrada queriendo borrar la sonrisa que mi rostro no dejaba de emitir, sentía que mi pijama se desgarraba al desquitar toda su furia arrastrándome por el suelo, el tacto con el ardiente suelo bajo el sol caluroso de un día en noviembre, este quemaba mi piel, me ocasionaba heridas que me ardían.

Avanzamos unos metros más mientras escuchaba el lamento, bramidos de dolor, el como luchaban por sobrevivir en un infierno, de la misma manera que yo. Sabía que en definitiva estábamos en un lugar distinto, pero que tendría el mismo resultado que todas las veces anteriores.

El llanto se intensificaba conforme estaba siendo adentrada dentro del lugar cerrado, en donde el sonido de la desesperación al borde de una muerte lenta y dolorosa, en donde la tortura era la que los llevaba a convertirlos en un trozo de comida que la mayoría de los seres humanos tenían en su plato disfrutando con plenitud un trozo de sufrimiento.

Sabía que en definitiva estaba sola, sentía el miedo, terror, llanto y desesperación por querer ser liberados o que la tortura simplemente terminara llegando hasta el final de la muerte. El olor a hierro se hacía más potente, quería vomitar. Me aguanté las ganas por hacerlo, no tener visibilidad me estaba mareando.

Algo mojado y viscoso se sentía debajo de mí, sentía que estaba siendo arrastrada con mayor facilidad. Me llevé las manos a la nariz y pude olfatear que era sangre.

Escuché varias voces mezcladas de las personas que estaban laborando, en definitiva ellos veían y asesinaban todos los días a animales y no sentían ni una sola pizca de remordimiento, ¿por qué yo iba a sentirlo por haber matado a Angelina? ¿Qué había de diferencia entre un humano y un animal como para que uno fuera comestible y el otro no?

—Déjala ahí sentada, que el espectáculo de todos los días está por comenzar—ordenó uno de los hombres en medio de una risa que intentó sonar amigable, cosa que estaba muy lejos de ser.

Sentí que me levantaron y me pusieron en una silla metálica, me ataron las manos al reposabrazos. Aún con la tira de tela que cubría mis ojos escuchaba como ponían una máquina en movimiento, la escuchaba muy cerca de mí. Oía como se desgarraba la carne al clavar algo filoso en la piel del animal. Sus pataleos que resonaban contra el metal por luchar por ser liberados, las sacudidas de los cuerpos eran algo que se escuchaba como una de las melodías más terroríficas que había escuchado a lo largo de mi vida.

—¿Estás lista mi pequeño monstruito?—con una sonrisa que no pude ver pero sí sentir a través de la manera en la que me hablaba mi padre.

Negué con la cabeza.

—¿Esta es el pequeño monstruito?—preguntó la voz de un hombre desconocido mientras sentía su mirada clavada en mí.—Ahora entiendo de dónde proviene su nombre, quiere ver cómo mueren los animales, el mundo no está preparado para alguien de tal magnitud—me daba una gran palmada en la espalda moviéndome un poco hacia adelante.

—¿Quiere tener el privilegio de descubrir sus ojos y ver de lo que estoy hablando?—preguntó mi padre con una sonrisa de oreja a oreja.

—Así es—respondió el hombre, sentí sus manos desatar el nudo que estaba detrás de mí cabeza para descubrir mi identidad.

Descubrió mi visión, me costó mucho adaptar mis ojos a la claridad del lugar, todo se veía bastante oscuro y después una luz inmensa ocupó todo mi campo de visión hasta causarme molestia en mis globos oculares, parpadeé varias veces para acostumbrarme al lugar en el que estaba siendo retenida en contra de mi voluntad.

Estaba desorientada, el rostro del hombre que me había quitado la tortura de mis ojos estaba tan cerca de mí que sentía su aliento, sentía que estaba a punto de ser besada por un hombre gordo y canoso con una panza que le caía sobre la parte baja de su estómago.

Vi hacia todas las direcciones en busca de encontrar una salida, pero para hacerlo primero tendría que liberarme.

—¿Te gusta este lugar, Angélica?—indagó mi madre con mucha felicidad, su voz se mezcló con lo ruidoso del lugar.

El ruido que hacían las máquinas trabajando arduamente provocaban un sonido tan chirriante que provocaba molestias en mis oídos. Los obligué a adaptarse al sonido del lugar, las máquinas trabajando, las órdenes de los hombres diciendo qué era lo que tenían que hacer, el sonido de los animales intentando liberarse se unían entre sí creando un solo sonido, y yo gritando tratando de soltarme y que terminaran de una vez por todas con esta tortura.

—¿Estás lista para presenciar una de las torturas más grande para ti?—dijo asombrado mi padre alzando las manos para señalar la inmensidad del lugar.

Era un lugar cerrado, había sangre seca y fresca por todas las paredes, un techo que era de concreto y acero inoxidable que resguardaba todos los gritos enmudecidos de los animales que buscaban liberarse, que los humanos se detuvieran o que alguien los liberara.

Un lago de sangre se deslizaba bajo mis pies, los moví de un lado a otro queriendo evitar lo que tenía la dirección hacia a mí, los subí hacia arriba tratando de sostenerlos en el aire el mayor tiempo posible.

Pararon la máquina un momento, me arrastraron hasta debajo de ella en donde había una tira de acero que transportaba a las vacas dando sus últimos momentos de vida, mientras iban escurriendo sangre, siendo estas las causantes del lago que se formaba por debajo de mí, sus pataleos mientras viajaban a otra estación del mismo lugar que las desgarraba por completo.

—A mi señal—gritó el hombre que me había recibido. Esperó la indicación de mi padre quien me miró con complicidad por unos minutos más, me quedé estática sin una expresión en mi rostro, hasta que este decidió que era hora de comenzar con la tortura. Asintió con la cabeza, y el ruido de la máquina en movimiento se intensificó, parecía como si se fuera a detener debido a la intensidad con la que marchaba.

Mi mente estaba maquinando a gran velocidad, no sé cuál era el objetivo de esto que mis padres iban a hacer. ¡Había sido yo la que había matado a Angelina! ¡¿Por qué otro iba a pagar por lo que yo había cometido?! ¡¿Qué culpa tenían ellos de lo que le había hecho a Angelina?!

Pese a que no estaba arrepentida por lo que había hecho, si no demostraba lo que ellos querían me dejarían aquí. Y yo no quería que otros sufrieran en mi nombre por lo que había cometido.

Los animales que intentaban liberarse por encima de mi me rozaban la cabeza con sus patas, abrían la boca pidiendo auxilio de la manera en la que a ellos los caracterizaba, eran vacas que estaban colgadas sobre sus patas traseras, las fuertes sacudidas que por un momento creí que me iban a caer encima. Cerré mis ojos con fuerza mientras las primeras gotas de sangre cayeron encima de mi cabeza. Se deslizaron hasta llegar a mi rostro y otras tomaron un destino distinto hacia mi espalda.

—¡Fui yo quien mató a Angelina!—grité con ferocidad inclinando mi cuerpo hacia adelante.

Mis padres y los hombres del lugar rieron fuertemente poniendo a una velocidad más alta la máquina que se encargaba de dar gran parte de las ejecuciones.

—¡Parad!—grité con sangre cubriendo mi rostro.

Detenían la máquina cuando estaba por encima de mi cabeza el animal goteando grandes cantidades de sangre, al abrir la boca para articular una palabra, la sangre caía en mi boca mezclándose con la saliva, escupía todo a mis pies porque era a lo máximo donde las ataduras de mis manos que me devolvían hacia atrás me lo permitían.

—¡Basta!—negué con la cabeza una y otra vez sin poder aceptar lo que estaba dando cavidad en un lugar tan horrible como este, sin dudarlo era el infierno de los animales que aunque ellos no lo provocaban era un destino que tenían que aceptar, porque no tenían la posibilidad por cambiarlo.

Se satisficieron tanto que metieron más vacas para que murieran siendo yo testigo de una muerte tan dolorosa en donde creía que yo era culpable.

—¡No me arrepiento de haber matado a Angelina!—grité con mi voz llena de dolor de tantos gritos que estaba diciendo.—¡Ayúdenme!—exactamente no sé a quién gritaba, a quien fuera que estuviera cuerdo y pudiera ayudarme.

Era tan fatídico que el matadero estaba aislado del resto de las viviendas que estaban lo más cerca a este lugar.

—¿A quién le gritas ayuda, Angélica? Aquí no hay nadie que pueda ayudarte—se acercó mi madre a mi inclinando un poco su cuerpo hacia abajo para poder llegar a mí.

—De la manera en la que gritó Angelina ahora lo estás haciendo tú, la única diferencia es que ella si tiene alguien que la puede ayudar, y tú no—escupió en mi dirección con rabia al decir lo que pasó con Angelina, pero su rostro se transformó al hablar de mí.—¡No tienes a nadie!—sujetó mi rostro obligándome a mirar, les gustaba ver mi rostro siendo torturado.

—¡Déjame!—moví mi cabeza de un lado a otro liberándome de su agarre.—No importa cuánto me tortures, no puedes hacer absolutamente nada porque Angelina ya está muerta—pronuncié con rabia, con una sonrisa llena de sangre de los animales que seguía cayendo en mi dirección.

—¡Soltarla!—ordenó al hombre señalando en mi dirección.—¡Ahora!—su semblante había cambiado drásticamente, era como si tuviera enfrente al peor demonio que ha habitado en la tierra.

El hombre me soltó quitándome todo lo que me tenía inmovilizada, al ponerme de pie resbalé ante el líquido viscoso que estaba en el suelo teñido de carmesí.

—Dije que iba a hacer de tu estancia un infierno, y lo voy a hacer—él y Leticia tenían unas botas antiderrapantes por lo cual no podían resbalarse.—Te vas a arrepentir de haberte metido con lo que más amo—amenazó con calma.

Y ahí supe que estaba perdida, no se necesitaba que una persona te gritara ferozmente para hacerte temblar, solo ver la manera en la que me miraba fijamente, en la forma que decía las palabras, el haber matado a Angelina tendría consecuencias que iba a pagar durante toda mi vida. Su voz llena de paz representaba que todo este tiempo había sido realmente benevolente conmigo, que esas palabras dichas por su boca llenas de calma, era la única tranquilidad que iba presenciar en mi vida.

El arrepentimiento era algo que aún no sentía, y no sabía si algún día llegaría a sentirlo.

Me levantó de un solo tirón de mi brazo poniéndome de pie, era la primera vez en años que me ayudaba a levantarme del suelo y no, no era algo bueno. Era para volverme a tirar hasta lo más profundo de un vacío.

La máquina no se detuvo ni tan solo un momento, mis padres estaban esperando que me arrepintiera, me dio la vuelta y juntos estuvimos de pie observando la mutilación de los animales, él con una sonrisa de satisfacción y yo con una de horror.

—Y aquí esperaré a que lo digas, Angélica—me apretó contra él para que no pudiera caer ni liberarme.—Entre más te tardes más muertes tendrán tu nombre—me miró con una sonrisa llena de vileza.

Una lágrima descendió por mi mejilla mientras sentía como la culpabilidad estaba llenando cada parte de mi ser, y no es que me arrepentía por haberle hecho eso a Angelina, si no que me sentía culpable porque las vacas que pasaban frente a mí tenían la posibilidad de ser salvadas con solo articular una palabra, y mi boca no era capaz de decirla, ni mi ser de sentirla. Me sentía responsable por no decir esa maldita palabra.

—Está bien, tú ganas, no estás arrepentida—soltó un suspiro con resignación mi madre.—Haremos esto más interesante—tenía consigo un gran cuchillo, ordenó que detuvieran las máquinas haciendo más agonizante el dolor de las vacas que daban su última lucha, un último aliento.

Cogió con fuerza uno y lo encajó sobre el abdomen del animal, soltó un quejido mientras sus fuertes sacudidas golpearon a mi madre haciéndola tropezar.

—¿El monstruo sigue sin estar arrepentida?—anduvo hasta las demás vacas que estaban formadas en una hilera, cada una esperando su turno para ser matadas. Lo hizo en una secuencia rápida, se detenía un momento y sonreía con suficiencia mientras lo hacía. Parecía querer detenerse, pero no sucedía.

Abrí mi boca intentando decir esa maldita palabra, pero en un intento de pronunciarla no salió absolutamente nada más allá de un hipeo.

—No esperé que fueras tan monstruosa, Angélica—se devolvió a mí con fastidio al ver que no estaba cooperando.—Tu turno—me colocó el arma sobre las manos extendidas, la tomé mirando y pensando bien lo que estaba a punto de hacer.—Hazlo de la misma manera en la que lo estabas haciendo con Angelina—susurró en mi oído dándome en el punto exacto.

—Todas ellas son Angelina, por ella no somos capaces de amarte, mátalas a todas y te prometo que te voy a querer—murmulló en el otro oído mi padre.

Y tuvo razón, sobre el lugar colgados de las patas ya no eran vacas, eran varias Angelinas que estaban colgadas sobre sus pies luchando por liberarse, gritaba auxilio con mucha fuerza llamándome por mi nombre.

—No lo hagas, Angélica. No les creas, ellos te están mintiendo—gritaba con fuerza intentando liberarse.—¡Cuando termines te vas a arrepentir!—lágrimas bajaban por su rostro mientras me suplicaba de todas las formas posibles.

Meneé una y otra vez con la cabeza, me limpié los ojos mientras buscaba la anterior escena que estaba aquí. Pero no había nada más allá que cientos de Angelina.

—Mátalas, Angélica. Una vez que lo hagas te daré lo que tú me pides—motivó mi padre con sinceridad.—¿No es esto lo que tú quieres, cariño?—extendió los brazos recibiéndome, me alojé en ellos y pude sentir ese amor que durante mucho tiempo había querido.—Te amo—me dio un beso en la frente, una vez que terminó el beso más lindo de toda mi vida me miró a la cara mostrando esa sinceridad, mi padre me amaba.

—Ella es culpable de que yo no te quiera—se acercó mi madre uniéndose al abrazo.

—¡No les creas, Angélica!

—Hazlo, Angélica—ordenaron con una sonrisa en sus labios.

—¡Están jugando contigo!—se sacudía una y otra vez tratando de encontrar la libertad que estaba muy lejos del alcance de sus manos.

—¡Cállate!—sostuve el arma filosa entre mis manos con fuerza mientras me abalanzaba sobre la primera Angelina que estaba más próxima a mí.

La voz dulce de Angelina taladró con fuerza en mis oídos, aquella sonrisa con la que intentaba recibirme cada mañana, la manera en la que presumía sus logros, era felicidad que irradiaba, esa suficiencia y esa seguridad con la que andaba libremente por la vida disfrutando de todo lo que era mío, mientras yo era una desgraciada que vivía mendigando sobras de un amor.

El obstáculo más grande que me impedía ser amada por mis padres estaba frente a mí, siendo lentamente asesinada bajo mis manos.

Miré a mis padres quienes parecían presos del dolor al perder lo que más amaban en el mundo, yo estaba siendo su verdugo, el hombre que me había recibido estaba impactado observando la escena con asombro, mientras les decía algunas palabras a mis padres que a penas había alcanzado a percibir.

—Tienen una verdadera máquina asesina—aplaudió con una sonrisa en los labios mirando en mi dirección.

Yo solo era una adolescente que estaba buscando el amor de sus padres, estaba siendo presa de mi mente con mis padres dándome la motivación que me hacía falta para terminar finalmente con el obstáculo más grande que me impedía ser amada.

Llegué a la próxima Angelina quien me miró con los ojos llenos de lágrimas, suplicándome con la mirada que me detuviera, me sostuvo la mano, su mirada no significaba nada para mí, sus lágrimas no tenían peso sobre lo que sentía, su vida no tenía más valor que la mía, su estancia en este mundo no tenía que ser una tortura para mí.

Siguiente, mutilé su bello estómago que no tenía ni una sola cicatriz que dejara ver que estaba viviendo en un infierno, las viseras quedaron expuestas al aire saliendo de su cuerpo cayendo sobre mis pies.

A la que seguía le rajé de cada extremo de su boca arruinando la sonrisa que era su fiel compañera demostrando cuán feliz era mientras yo sufría sin parar en este maldito lugar llamado vida.

Había perdido la cuenta, las dejaba agonizar unos minutos hasta que decidía acabar con su vida, no sin antes de ser torturada y ver el rostro de sufrimiento que emitía al no ser tan tolerante al dolor.

Siguiente, clavé el arma en sus ojos sacándolos de sus cuencos oculares mientras me untaba su sangre en mi rostro mostrando una sonrisa que mantenía a mis padres perplejos pero satisfechos ante mi tal acto vil.

Última porque el cansancio se estaba haciendo notorio, ya no quedaba ni una sola que me obstruyera el camino para ser amada. Le corté la cabeza, cayó de bruces ante mis pies, tuve que recorrer hacia atrás porque esta estaba inmensamente grande.

Un pensamiento llegó a mi mente como un torbellino haciendo que despertara del sitio en el que mi mente estaba rondando. —Angelina ya está muerta, tú la mataste, por eso estamos aquí—la voz era tan suave, casi inaudible ante lo que la otra parte de mi mente gritaba, la que estaba siendo manipulada por mis padres.

Moví mi cabeza de un lado a otro, ya no había ni una sola Angelina en escena, había tanta sangre, cuerpos vilmente mutilados de vacas, cerdos y caballos con una última expresión en su rostro remarcando el dolor que habían sufrido hasta el final.

Me cubrí las manos con terror, caí al suelo a causa de la inmensa cantidad de líquido carmesí y trozos de carne que había en la zona. Vomité porque mis ojos no eran capaces para procesar tanta sangre, tantas muertes de animales que habían sufrido en mis manos hasta su muerte, vomité porque sentía tanto asco de mí misma y de todo lo que había hecho. Toda mi anatomía estaba untada de aquel líquido con sabor metálico, la escena era fatalmente horrorosa, tétrica y sangrienta.

Todo el odio que sentía hacia Angelina se veía reflejado en la manera en la que había llevado al sufrimiento los animales.

Jugaron con mi mente de una manera tan baja, derramé lágrimas apretando fuertemente mis brazos, miré el arma y la odié, pero no de la misma manera en la que me odiaba a mí misma, ni con la misma ferocidad que lo hacía con mis padres.

Me arrastré hacia ellos, mi cuerpo no tenía la suficiente fuerza como para permanecer de pie. A este punto de mi vida me odiaba, quería morirme, había acabado con mi propio juramento, había matado a cientos de animales indefensos por el maldito odio a una persona que ya estaba muerta.

En su rostro no había ni una sola pizca del amor que me dijeron que me iban a entregar, solo vi más odio hacia mí persona y una felicidad inexistente. Aquella promesa de quererme no fue real, solo lo hicieron para satisfacerse a sí mismos.

—¡Suplícame que te quiera, pídeme perdón porque la vida me dio una hija tan desgraciada, desdichada, un maldito monstruo, eres asquerosa, eres repugnante. Eres esa persona que nadie va a amar, que tiene que conformarse con las sobras que le den porque no eres digna, no eres suficiente. Eres Angélica, el sinónimo de ser nada!—bramó mi padre viéndome hacia abajo sintiéndose superior a mí. Estaba más que satisfecho por lo que había hecho, eso se podía notar en cada parte de él.—¡Dime que te ame!—gritó con enfado tomándome del cuero cabelludo con brutalidad.—Dímelo o mato a más animales en tu nombre, porque todo esto es tu culpa, de rodillas—giró su rostro hacia mi madre quien también estaba gustosa por lo que estaba pasando.

—Ámame—murmuré con pesar con lágrimas en los ojos.—Por favor—alcé mi vista.—Lo siento, yo no debí hacerlo, me merezco esto que me haces, solo por favor te pido que te detengas, ya no mates a más animales—me coloqué de rodillas apoyándome de su cuerpo para poder sostenerme.

—¡Dime que te arrepientes!—escupió en mi rostro mi madre para finalmente terminar riendo.

—Me arrepiento—no lo sentía, no sentía nada más allá que asco y un odio infernal que poco a poco iba creciendo en mi interior.

Lo siento, no tuve otra opción, fue la única manera que había encontrado para sobrevivir.

—¡Te dije que te ibas a arrepentir toda tu vida, vas a lamentar el haberte metido con lo que más amo en el mundo, espero y hayas aprendido la lección, si la haces sufrir yo te haré sufrir diez mil veces más, amarás más a Satanás que a mí que soy tu madre!—vociferó mi madre soltando una advertencia mientras se marchaba dejándome en completa soledad.

—Nadie te va a amar más de lo que yo te amo—concluyó mi padre mientras seguía los pasos de mi madre.

No sabía a quién odiaba más, si a Angelina, mis padres o a mí misma. Sin dudarlo el odio era completamente diferente.

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