Capítulo 12.-Una aventura Parte 2.

Viernes/06/Noviembre/2020.

Despertamos las tres al mismo tiempo al escuchar mi alarma. Había olvidado apagarla. Otro de los factores fundamentales que habían sido causa de que abriéramos los ojos había sido el sol saliente de las doce del día. Había sido tal la incomodidad para las dos que difícilmente habían podido cerrar los ojos en busca de un sueño reparador.

Me puse de pie haciendo estiramientos matutinos para iniciar el día de manera estupenda. Qué bien se sentía despertar y no tener que ver el rostro de mis padres inundándome con sus palabras hirientes el inicio del día.

Una sonrisa somnolienta de la psicóloga Zaire y Hailee fue la maravilla que me despertó de un sueño, un mismo sueño, pero el despertar había sido diferente a todos los días anteriores.

—¡Buenos días!—grité con entusiasmo extendiendo mis brazos para recibir la mañana.

La psicóloga Zaire como era habitual en ella observaba mi comportamiento sin ninguna cautela, algo estaba averiguando y llegando a crear sus propias conclusiones.

Esta vez el hombre sí contestó y nos pidió una gran disculpa por no haber respondido el teléfono ayer, yo le di una sonrisa dándole las gracias, su incompetencia me había salvado, y Angélica se lo iba a agradecer toda la vida. Don José usted para mí fue un gran héroe, espero y algún día pueda leer esto.

Nos subimos al yate que permaneció en movimiento hasta que llegó a tierra firme, nos bajamos y cada quien siguió con su camino.

—Las voy a llevar a cada una a su casa, las dos tienen muchas explicaciones que dar a sus padres—nos lanzó una advertencia con la mirada.—Mucha diversión por su parte pero ahora tienen que afrontar las consecuencias—nos abrió la puerta de su coche con un enfado que era difícil de ocultar, ambas nos subimos en el asiento pasajero con cara de perro regañado pero el gran día que pasamos ayer no nos lo van a quitar por más regaños que nos pongan a cada una.

—Ojalá supiera que me salvó la vida, ojalá supiera que esto fue la única diversión que pude obtener, ojalá lo supiera porque solo así me entendería—musité por lo bajo mirando mis pies.

—¿Has dicho algo, Angel?—preguntó Hailee inclinando su cabeza para atisbar el mismo sitio que yo había estado visualizando.

—No—negué con la cabeza levantándola rápidamente hasta encontrarme con una psicóloga que me observaba a través del espejo retrovisor como si acabara de descubrir mi más oscuro secreto, como si realmente hubiera escuchado lo que dije.

Abrí la boca sorprendida y solté una carcajada para callar el silencio sepulcral que había en el área, ante la mirada seria de la psicóloga y la confusión de Hailee quien no dejaba de mirarnos a ambas sin saber qué era lo que estaba ocurriendo.

—Puede arrancar—silencié mi risa y comenté todavía con la seña de que había estado riéndome.

Me miró por unos segundos más, no sé qué era lo que estaba buscando, pero me incomodaba sus ojos teniendo como principal campo de visión el mío. Arrancó el carro en dirección a la casa de Hailee que era la que estaba más cerca que la mía. Eso sin añadir que le supliqué a la psicóloga que fuéramos primero a la casa de Hailee, no quería que mis padres se enteraran de su existencia y de lo importante que ella era para mí.

El trayecto fue largo, pero sin duda alguna lo agradecí, ¿quién en su sano juicio quisiera llegar a casa a recibir maltrato en toda la extensión de la palabra? ¿Por qué tendría tanta urgencia en llegar si ya sabía cómo me recibirían?

Nos dirigimos a la privada en donde vivía Hailee, nos detuvimos en la caseta en donde el hombre de seguridad nos pedía nuestro nombre, a quién íbamos a ver y cuál era la razón de nuestra visita.

—Vengo a traer a Hailee, soy la psicóloga Zaire—respondió rápidamente con seriedad firmando en una hoja de registro que el hombre le había entregado.

Una vez pasado el protocolo de seguridad completo nos dejó acceder, era una enorme privada llena de lujosas casas, conforme avanzábamos eran más y más grandes y ostentosas que las anteriores.

Doblamos varias esquinas más porque acontecía que estaba divida por tres niveles, todos eran millonarios, pero el tercer nivel era el sector de la población que tenía más dinero en el banco y en los negocios que ejercían sus familias.

Aparcó el auto afuera de la calle, se bajó y esperó a que Hailee y yo hiciéramos lo mismo. Le seguimos los pasos, tocó el timbre y una persona respondió a través del interfono preguntándonos el porqué estábamos ahí y qué era lo que requeríamos.

—Soy la psicóloga Zaire, trabajo en el instituto donde la señorita Hailee asiste, vengo a hablar con sus padres o con su nana—respondió con seguridad sin titubear ni un segundo.

Al escuchar su voz dijeron que en unos minutos nos dejarían pasar, la puerta se abrió automáticamente y entramos las tres al mismo tiempo. Había un gran jardín que daba la bienvenida a la gran mansión en la que Hailee vivía, una fuente en forma de una glorieta que le daba el aspecto de un gran palacio.

Había un camino de piedras por donde se metían los automóviles, había parqueados tres que no conocía su modelo ni el nombre de ellos, pero sí que parecían que eran carísimos.

Tenía un jardín que nos daba el más cálido recibimiento escuchándose el cántico de los pájaros y el sonido relajante de los árboles meciéndose encima de nuestra cabeza. El aroma a naturaleza y pasto mojado inundó mis fosas nasales, tenían el aspersor encendido para que todo el jardín mantuviera esos vivos colores brillantes llenos de vida.

No era la primera vez que estaba aquí, Hailee ya me había traído infinitas veces a su hogar, pero todo se sentía como la primera vez, cada día aparecía algo diferente en mi campo de visión que me mantenía maravillada.

Cruzamos la puerta principal en donde nos estaba esperando la nana en el recibidor con las manos atrás de su espalda y con ese característico uniforme negro con blanco que portaba con tal pulcritud.

—Tomen asiento—señaló con amabilidad y una diminuta sonrisa de despedida.

Me senté, frente a nosotros estaba una chimenea que por obvias razones no estaba encendida, tenía detalles muy finos y delicados que le daban un gran aspecto a la vivienda, en el fondo justo en el centro estaban las escaleras en forma de caracol que daban el acceso a las habitaciones. Era de tres niveles en el que si te parabas más al centro podías ver hasta el piso más alto, donde caía un enorme candelabro de cristal que le daba el aspecto a un palacio de la era moderna.

Nos sentamos en donde nos había indicado la nana, mientras ella llamaba a la madre de Hailee quien venía descendiendo las escaleras haciendo sonar sus tacones contra el suelo, portaba un elegante vestido rojo a la altura de las rodillas con una coleta alta que le daba altura a su cuello.

—Buenos días—su voz sonó lo bastante rígida llevándose la mirada de las tres, en especial la mía.

—Buenos días—respondimos las tres formando un coro que sonaba lo bastante bien para los oídos.

—He recibido su llamada como de carácter urgente—tomó asiento en el sillón que estaba en el lado derecho de donde estábamos nosotros.—Donde me decía que se trataba de Hailee y su comportamiento—cruzó las piernas y puso sus manos encima de ellas.

—Angélica, vamos a mi habitación—Hailee tomó mi mano tirando de mí para levantarnos.

—Hailee, no te he dicho que te retires—ordenó su madre sin perder de vista a la psicóloga.

Hailee puso los ojos en blanco.—Tengo que prepararme para el colegio, mamá, lo que tienes que saber te lo dirá la psicóloga, yo no tengo nada que hacer aquí—respondió con educación a su madre.

—El chófer te llevará y pasará por ti, Hailee—por primera vez cruzó mirada con Hailee quien estaba parada atrás de ella esperando su aprobación para poder irse.

—Señora Félix, el señor Hamilton está al teléfono—apareció la nana por el salón con el teléfono en la mano, mientras que con la otra le tapaba la bocina para que la persona al otro lado de la línea no pudiera escuchar.

—Como verá soy una mujer lo bastante ocupada, espero que lo que me diga no le tome mucho tiempo porque saldré de viaje—contestó a la psicóloga esperando que esta articulara palabra.—¿Tienes las maletas listas?—indagó hacia la mujer del servicio.

Asintió con la cabeza dándole el teléfono.

—Lo que tenga que decir sobre Hailee se lo dice a ella, tengo muchas cosas que hacer, ella después nos informa de lo sucedido—tomó el teléfono contestando la llamada mientras tomaba la maleta que ya le había traído la señora y desapareció con la puerta con rapidez sin antes darle un beso de despedida a Hailee.—Haz caso a tu nana, Hailee—se devolvió y le dio un rápido beso en la frente antes de marcharse.

—Dígame, señorita Zaire—se quedó de pie frente a Hailee esperando las quejas que le fuera a dar de mi mejor amiga.

Hailee se quedó esperando la aprobación de su madre, que nunca llegaría porque ya se había marchado. Tomó mi mano mirando con decepción hacia la puerta, me llevó escaleras arriba.

—Hailee—llamó su nana por su nombre.—¿Puedes venir cielo?

—Tengo que alistarme para ir al colegio—comentó dándole una rápida mirada sin detenerse.

Subimos hasta el segundo piso, yo detrás de ella que me llevó por los pasillos que conducían a su habitación. Se detuvo en una puerta que la abrió y se tiró a la cama dando un gran salto.

—Creí que por esta vez se quedaría, Angélica—murmuró contra la almohada mientras retenía las lágrimas.—Ella me lo había dicho, ni siquiera se detuvo a escuchar lo que la psicóloga le iba a decir sobre mi, ¿desde cuándo es más importante cerrar un negocio millonario que su hija?—volteó a mirarme con lágrimas en los ojos.—Preferiría tu vida, se nota desde lejos que a tus padres les importas, que se preocupan por ti, que pasan tiempo contigo...—sequé sus lágrimas con la yema de mis dedos.

No sé de qué familia me estaba hablando, ni de qué preocupación, ni la supuesta importancia que ellos me tenían. Yo no veía nada de eso que me estaba contando, yo no sentía nada de lo que ella me decía. ¿Con qué ojos lo veía que yo no podía ver lo mismo?

Su habitación tenía un balcón que daba al patio trasero en donde se podía visualizar el jardín trasero y la enorme piscina con el agua cristalina y los camastros en donde se podía tomar el sol con comodidad. Su habitación era un color azul con colores grisáceos, tenía un estante lleno de algunos libros que estaba segura que no había tocado, varias repisas en donde tenía fotos y adornos de regalos que había recibido.

Tenía una enorme fotografía por encima de su cama en donde estábamos las dos juntas, en una de las tantas aventuras que pasábamos juntas.

—Hailee, ven aquí—extendí mis brazos esperando que se arrojara a ellos. Lo hizo y la abracé fuertemente mientras lloraba desconsoladamente.

—Angélica, ¿por qué no quieres a tu familia? ¿Por qué no te gusta estar con ellos? Tú tienes todo lo que quiero—indagó en mi hombro mientras me mojaba la vestimenta, era lo que menos me importaba.

—Créeme que tú tampoco la querrías—pasé su mano por su espalda con suavidad.

—Quisiera que mi madre estuviera aquí, en lugar de tú—dijo de manera inteligible, lo cual yo sí había podido escucharla.

Ya estaba acostumbrada a que prefirieran a otras personas por encima de mí. Pero eso no quería decir que no me doliera, porque me sentía que no estaba a su altura, que todo el esfuerzo que yo hacía para que ella estuviera bien era totalmente en vano.

Duró algunos minutos llorando en mi hombro, deseando que su madre fuera la que estuviera ocupando mi lugar. Sequé varias de sus lágrimas hasta que estuvo más tranquila y se metió a bañar para arreglarse para que fuéramos al colegio. Ella me dijo que yo también lo hiciera para que nos fuéramos juntas, y así lo hice.

Después apareció la nana con dos uniformes perfectamente, sin ninguna arruga que lo acompañara como mi uniforme en todas las veces anteriores. La nana cepilló el cabello de Hailee que se veía excelente, también hizo lo mismo con el mío. Me sentí integrada en una familia que no era la mía, quise que mi madre tuviera este tipo de atenciones conmigo, ¿acaso era mucho pedir?

—Está todo listo para que bajen a desayunar—anunció para salir por la puerta marchándose a preparar el comedor para que nos recibiera.

Antes de bajar me miré en el espejo, había optado por unas calcetas largas que me llegaban aproximadamente unos diez dedos arriba de la rodilla, la falda del uniforme me quedaba un poco más corta que Hailee porque yo estaba unos centímetros más alta que ella.

En el reflejo me miraba impecable, quizá así les gustaría a mis padres verme todos los días. Pero ¿como querían que me viera de esta manera si todos los días ellos se encargaban de destruirme hasta tener el aspecto que mayoritariamente tenía?

Sonreí, una sonrisa tan rota. Había optado por la camisa de manga larga que era opcional, quería cubrir lo más que pudiera todos los golpes que me habían dado mis padres. No quería tener que dar explicaciones, porque a veces podía hablar más de lo que yo quisiera decir.

Llegamos a la cocina, en donde los empleados estaban atareados en las actividades que tenían que hacer.

—Nana, no pongas la mesa, Angélica y yo vamos a comer con ustedes—dijo Hailee con mucha felicidad y nostalgia en su voz, como si no le agradara la idea de estar en el comedor completamente sola, escuchando las risas de los que se hacían cargo de ella, su verdadera familia que la cuidaban y protegían como si en verdad lo fuera.

—Claro—sorprendidos y comiendo con pena nos abrieron dos lugares en la mesa en donde comimos con la calidez de lo que se sentía tener una verdadera familia.

—Angélica, vámonos—apareció la psicóloga Zaire con sus cosas lista para que nos fuéramos.

—Me voy a quedar con Hailee, nos iremos juntas al colegio—sostuve su mano que tenía libre con fuerza levantándola en el aire.

—Yo las llevo—comentaron la nana y el chófer.

—Angélica—su voz sonó como un regaño.—También tenemos que llegar a tu casa para hablar con tus padres—ante su mirada me levanté de mi silla y caminé hasta ella con mucho pesar.

Ya había terminado de comer pero no me esperaba esa jugada de su parte. Había comido sin gritos, sin miradas despreciables de mis padres, sin necesidad de burlarse de mi vegetarianismo, me había sentido integrada en una familia que no era mía. Por un segundo me sentí especial a pesar de que no lo era, pero la psicóloga se encargó de arruinarme el único momento en el que disfrutaría de una paz y plenitud que nunca más tendría.

En el transcurso a mi casa no dije ni una sola palabra, cada vez el reloj avanzaba más y se hacía tarde para ir al instituto, pero la psicóloga no se quedaría tranquila hasta que hablara con mis padres.

¿Así quería que confiara en ella? ¿Esta era su forma de ayudarme? Porque si es así yo no quiero su ayuda, por haberme llevado a casa la antenoche es que tenía mi cuerpo cubierto con el uniforme en el cual me sentía acalorada.

—No lo haga, por favor necesito que por una vez en la vida alguien confíe en mí—junté mis manos suplicando justo cuando estábamos en la entrada de mi casa.

—No puedo confiar en ti si no me das razones para que lo haga—manifestó mientras abría la puerta del carro y salía de este en dirección a la puerta de mi casa. Tomé su brazo con ambas manos poniendo contrapeso para que no pudiera avanzar.

—Necesito que confíe en mí, no puedo decirle nada si no es usted la que cada cosa que hago se la informa a mis padres, ¿cómo quiere que confíe en usted si confía en los que me...?—me obligué a callarme mientras soltaba su brazo que lo había sostenido con demasiada fuerza.

—No busques justificarte de lo que hiciste, son tus padres los que se hacen cargo de ti, así que no vas a impedir que le diga a tus padres—sostuvo firme yendo hacia la puerta tocándola hasta que mis padres salieron con una sonrisa muy diabólica cuando me vieron detrás de la psicóloga, esta pensó que le habían sonreído a ella con amabilidad, así que les devolvió la sonrisa.

—¡Púdranse todos! ¡Van a arder en las llamas del infierno! ¡Los odio, los odio a todos y no saben cuánto deseo que estén muertos!—me acerqué gritando a todos los que estaban en mi campo de visión incluida una Angelina que me miró con desconcierto, como si no pudiera entender qué era lo que estaba pasando.

—¡Angélica!—dijeron todos al unísono yendo detrás de mí.

—No me toquen y jamás lo vuelvan a hacer, porque lo van a lamentar por el resto de su vida—amenacé señalándolos con el dedo índice a mis padres, me zafé de su agarre mientras le daba una mirada a Angelina. Ella sería quien pagaría todo lo que mis padres estaban haciendo en mi contra.

Todo lo que me hacían la iban a pagar con lo que más amaban en este mundo, yo sería su verdugo.

Corrí yendo a toda velocidad ignorando las miradas y palabras que me decían detrás de mí, las voces de todos mezclados al decir mi nombre de manera fuerte. Así fue el camino hasta llegar al colegio con una horrible opresión en el pecho, mi respiración estaba locamente descontrolada, tenía mis puños conteniendo toda la rabia que a lo largo de los años habían albergado.

Ignoré el saludo de la directora que como siempre estaba en la entrada dándole el recibimiento a todos los alumnos que entraban al área institucional. Descartó mi actitud y siguió concentrada en su actividad, total una adolescente malhumorada no la contagiaría a ella.

Subí las escaleras sin detenerme ni un momento a pensar, el enojo se podía ver en cada parte de mi rostro, entré al aula arrojando mi mochila sobre el asiento mientras esperaba la llegada de mis demás compañeros. Fui la primera en hacerlo, yo nunca era puntual y se sentía extraña la sensación de soledad, en mi casa siempre había estado sola y ya estaba más que adaptada, pero siempre en el colegio las miradas al llegar tarde eran las que me daban un recibimiento.

El segundo en llegar fue Hernán, su familia pertenecía a la política y siempre se mantenía en el cuadro de honor siendo uno de los alumnos más destacados de todo el instituto. No tenía la apariencia del típico nerd que vive entre libros, este se desempeñaba en múltiples deportes convirtiéndolo en uno de los más completos en toda las áreas deportivas.

Físicamente era alto, cabello negro azabache que caía ligeramente un pequeño copete por su frente, Carmina y él eran mejores amigos que casi siempre iban de la mano. Sus padres eran muy exigentes con él, pero mi llegada lo había desembarcado de ser el mejor, en primer lugar estaba yo lo que me degeneraba era mi actitud que cada vez caía en picada escarbando con más profundidad.

—¿Y esa cara, Angélica?—tomó asiento a un lado de mí mirándome con interés.—¿Ocurre algo? ¿Estás lista para el debate?—sacó sus cuadernos de su mochila mientras se ponía a estudiar.

—Yo siempre estoy lista—respondí sin mirarlo.

No puedo negar que a Hernán se le daba de manera excelente hablar frente al público, era muy buen orador y discutía perfectamente los temas que se le ponían como reto. Estaba próximo a seguir los pasos de su padre, a quien lo ponía como su claro ejemplo a seguir.

—Esa actitud me gusta—sonrió coqueto mientras ponía su mano encima de la mía.—Es maravilloso tener una rival a vencer como tú—alejé mi mano de su contacto, no me gustaba nada la forma en la que me miraba.

—Te voy a ganar en un chasquido de dedos, Hernán—aseguré con voz firme mirándolo a los ojos.

Tenía muchas ganas de discutir y que mejor manera de hacerlo que en una actividad laboral, era un tema en el que yo era experta, ya lo había estudiado tantas veces y está vez no sería la excepción.

Las clases arrancaron con normalidad, me la pasé dentro del aula sin molestar a los profesores, había otras cosas de gran magnitud que estaban ocupando mis pensamientos, unos tan profundos que se habían adueñado de mi ser para no darle cavidad a nada más.

Recostada en la butaca mirando mi brazo mientras permanecía absorta por mi mente que se formulaba una y otra vez preguntas que ningún profesor podría responder, con la vista fija hacia el exterior buscando algo que jamás iba a encontrar en este sitio, con la mirada puesta hacia la explicación que estaba dando el profesor, lo que estaba colocado en el pizarrón, el movimiento de sus labios, pero nada de mí lo escuchaba, todo pasó a segundo plano.

—Angélica, ¿te pasa algo? Estás distante—preguntó en múltiples ocasiones Hailee quien estaba sentada al lado de mí.

—No, nada—negaba con la cabeza mientras le mentía a ella, pero jamás a mí misma.

No dejaba de darle vueltas y vueltas en la cabeza a lo que quería realizar, en realidad me pasaba todo. Era lo que me mantenía con la mente puesta en otro lado, varias cosas pasaron por mis pensamientos. Pero todo ello llevaba al desenlace de que ya estaba harta, ya estaba cansada de esta situación que no parecía cambiar por más que me esforzara en que fuera así.

En el debate discutí como nadie se lo imaginó, este trataba de política sobre las leyes que estaban a favor de las mujeres, sobre lo que ocurría día a día en el país. Sobre el porqué una mujer no estaba frente al poder gubernamental.

—Si dices que las mujeres son tan buenas en la política, ¿por qué no se ha conocido una mujer frente al poder gubernamental?—cuestionó alzando la voz.

Ante su pregunta sus compañeros de equipo ocasionaron bulla, diciendo que ya la tenían más que ganada.

—Toma esa, Angélica—dijeron sus compañeros entre mujeres y hombres, en especial los hombres que se sentían más orgullosos cuando atacaban al género opuesto creyéndonos el sexo débil.

A pesar de que el debate era originalmente en equipo, los que estábamos al mando defendiendo nuestros ideales éramos Hernán y yo. Los demás permanecían callados mientras que el moderador y el jurado nos daba la palabra a las integrantes de mi equipo.

—Porque en este país hay mucho machismo, cuantas mujeres no se han atrevido a intentarlo, ¿y qué pasa con ellas?—pregunté dando un paso adelante, ambos estábamos de pie dando una gran batalla.—Terminan muertas o se retiran al ser amenazadas—respondí mi propia cuestión, estos quedaron callados resoplando.—Estoy completamente segura que si una mujer gobernara el país llevaría a México a competir con países primermundistas, se trata de poner una mujer inteligente y estamos más que capacitadas para esto—objeté con la vista al frente y con la espalda erguida.

—El día que haya una mujer gobernante, no la va a haber—soltó una pequeña risa que pocos le prestaron atención.

—¡La va a ver! Y esa voy a ser yo—alcé la voz sonando firme y segura de mí misma.—Prepárate porque cuando ese día llegue ni tú, ni tú familia y mucho menos el machismo me va a detener—concluí cuando había sonado la clase.

Todos se quedaron en su posición, Hernán parado delante de mí esperando el dictamen final del profesor.

—La clase ha terminado, les digo la conclusión final en la próxima clase—finalizó poniéndose en medio, donde el aula había sido dividida. Al escuchar sus palabras rompieron filas mientras Hernán y yo no dejábamos de mirarnos.

Al terminar la clase tomé mis cosas guardándolas con rapidez en la mochila, era el momento perfecto para hacerlo.

—Angélica, ¿a dónde vas? Todavía no terminan las clases—Hailee sujetó una de mis manos mirando hacia mi dirección impidiendo que metiera el sobrante de libros.

—Tengo que resolver algo importante—me zafé de su agarre retomando mi actividad.

—Le dijimos a la psicóloga que no nos fugaríamos más, se lo prometimos y lo vas a volver a hacer, ¿al menos puedo ir contigo?—apretó mi mano defendiéndome mientras me suplicaba con la mirada que me quedara con ella.

—No, no puedes ir conmigo—contesté rápidamente con un semblante diferente.

Seguí con mi camino poniendo mi mochila en mi espalda, decidí que pasaría por la entrada principal. Bajé rápidamente las escaleras hasta llegar a la primera planta, el área estaba llena de alumnos que estaban en el descanso, así que sería fácil pasar desapercibida.

Atravesé el pasillo hasta llegar a la entrada principal, sentía que me señalaban las alumnas detrás de mí diciendo que me estaba saliendo. Las ignoré y fui más de prisa, me encontré con que la entrada principal estaba abierta, la crucé sin ningún problema. No miré atrás y continúe con mi travesía, esta era mi gran oportunidad, no tenía que desaprovecharla, era ahora o nunca.

Anduve con más rapidez con ese gran pensamiento ocupando gran parte de mi memoria.

—Hazlo, Angélica, es ahora o nunca, no sabremos si mañana volverás a tener esta oportunidad, no la desaproveches. Es hora de que veas por tu bienestar, a ellos nunca les ha importado cómo estás tú, cómo te sientes ante esta situación que lentamente te ha estado consumiendo. Hazlo y no pienses en nada—articulaba mi mente motivándome a hacerlo.

Llegué a casa, todo estaba en un sepulcral silencio, al entrar me sentía sola y vacía, pero todo el sufrimiento que yo había sentido estaba resguardado en cada muro que la constituía, me vi corriendo una y otra vez mientras las lágrimas caían de mi rostro.

—Ya no habrá más lágrimas, Angélica—me dije a mí misma convenciéndome de que todo cambiaría.

Subí a la habitación cuando escuché el afinado canto de Angelina por todo el lugar mientras se daba ánimos a ella misma de que lo estaba haciendo mejor que la vez anterior.

—¿Mamá? ¿Papá? ¿Geovanny? ¿Llegaron?—preguntó a través del micrófono un poco asustada al pensar que había un intruso en casa.

Yo nunca estaba en casa a esta hora, a excepción de Sábados y Domingos pero estaba más que claro que hoy no era ese día. Dejé la mochila en mi habitación, me quité los zapatos no quería hacer ruido, opté por bajar las escaleras e ir al cuarto en donde se guardaba la herramienta necesaria para algunas restauraciones del hogar, tomé la soga, en el transcurso de la subida la iba desatando porque estaba enredada entre sí formando una gran maraña.

Abrí la puerta de su habitación y entré, abrió los ojos más de lo normal.

—Angélica, ¿qué vas a hacer?—el micrófono cayó al suelo escudándose un fuerte golpe, sonó a través de él el ruido que había hecho hasta llegar al suelo. Retrocedió asombrada por verme dentro de su habitación con una soga en la mano.

Hice un nudo que lancé a uno de los tubos que conformaban el candelabro, lo sujeté con fuerza tirando un poco de el para asegurar el agarre que había hecho. Hice otro nudo por donde entraría la cabeza.

—¿Estás lista para morir, Angélica?—pregunté con un cambio en mi tono de voz, me escuchaba y veía diabólica y el rostro de Angelina era una clara muestra de que no me reconocía. Ella me tenía miedo y ese era mi objetivo.

—Angélica, podemos hablar antes de llegar a ese extremo—retrocedió hasta el final de su habitación en donde se hizo pequeña tratando de encontrar consuelo en un lugar donde no lo encontraría.—Mira, yo te puedo ayudar—articulaba con dificultad, su voz le temblaba a causa de pánico del que estaba siendo presa.

—La única manera en la que me puedes ayudar es estando muerta, ¡te voy a matar, Angelina!—grité corriendo a ella como cual lobo feroz hambriento. La sostuve entre mis manos mientras gritaba y se retorcía de dolor.

Eso es, sufre, Angelina, que yo también he sufrido, tú no lo haz hecho ni la mínima parte de lo que lo he hecho yo, ¿te satisfacía tanto ver la manera en la que mis padres me destruían mientras a ti te tratan y te ven como su princesa?—una sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi mente mientras la princesa se retorcía entre las garras de la villana, aquí no había ningún héroe ni príncipe azul que la salvaría.

—Tú eres culpable de que mis padres no me quieran, ¡por tu culpa! ¡Tú me quitaste todo lo que estaba destinado para mí! ¡Me has quitado hasta la más mínima posibilidad por ser amada y tener una familia! No conforme con eso y me quitaste también el talento que yo tenía que tener! Todos te miran a ti porque eres Angelina, porque todo lo haces perfecto—vociferé mientras la sujetaba con fuerza pasando el nudo de la cuerda por encima de su cabeza.

—Angélica...—con palabras y cuerpo tembloroso me tomó del brazo queriendo que de alguna manera sintiera el falso cariño que me estaba transmitiendo.—Te quiero—pasó saliva diciendo con dificultad, como si realmente no sintiera la palabras que me estaba diciendo.

—¡Mientes! ¡Una persona tan pura como tú jamás puede querer a un monstruo como yo!—grité mientras sentía como mi voz se hacía pedazos al salir con tanta fuerza de lo más profundo de mi diafragma.—¿Tienes alguna idea de todo el infierno que he vivido por tu culpa?—la señalé con el dedo tembloroso mientras estaba siendo un mar de lágrimas.

—Lo siento, Angélica—murmuró en voz baja mientras negaba con la cabeza.

—¿Lo sentías? ¿Acaso sentías el dolor que yo sentía? No, por supuesto que no lo sentías. Lo que tú sentías es lástima por mí, porque los padres que a ti te aman, no tienen ni una pizca de amor por mí. No sentías que tu pecho se desgarraba internamente, no sentías esas ganas de herirte, no sentías el dolor que se sentía que tus padres no te quisieran, ni se preocuparan por ti, no  sabías nada de dolor, por supuesto que no lo sentías. Si tú lo hubieras sentido estuvieras llorando tirada en el suelo lamentando haber nacido, lamentando sintiéndote así a cada maldito segundo de tu vida, preguntándote una y otra vez ¿qué hice para convertirme en esto? ¿Qué hice mal para que mis padres dejaran de quererme?—articulé con la mandíbula tensa.—Adiós, Angelina—apreté más el nudo y con la fuerza que tenía en mis brazos la comencé a ascender de manera lenta.

—¡Angélica, no!—movía rápidamente sus piernas luchando por liberarse. Se llevó las manos a su cuello, donde el nudo estaba asegurado con mucha fuerza.

Sonreí con lágrimas en los ojos, se iba a acabar el obstáculo que les impedía amarme. Ya no iba a haber una Angelina de por medio, arruinaría su felicidad así como ellos lo habían hecho conmigo, por fin entenderían el dolor que yo sentía. Ya no tendrían a quien amar.

—Si no me aman a mí, no van a amar a nadie—repetí mientras me satisfacía ver la manera en la que Angelina se sacudía haciendo fuertes movimientos luchando por sobrevivir.

Abría la boca tratando de halar aire para mantener satisfechos a sus pulmones. Trataba de mantener la calma rezándole a un Dios al que yo le había implorado con lágrimas en los ojos durante toda mi vida, que las cosas algún día fueran diferentes, si no me había escuchado a mí, ¿por qué lo iba a hacer con ella?

—¡Angelina, cariño estamos en casa!—la aparición de mis padres escuchándose su voz llamando a su ser amado.—¿Dónde estás? ¿Dónde está esa maravillosa voz llamándome papá?—preguntaba mi padre con mucha emoción.

Sentía que los pasos se aproximaban y yo solo quería una cosa, que Angelina dejara de respirar, la fuerza de mis brazos se estaba agotando y poco a poco iba descendiendo, luchaba con todo mi ser por mantenerla en el aire para poner fin a su vida de una vez por todas. Tenía que acabar con lo que había comenzado, no debía quedar a medias.

—¡Angelina!—tocó la puerta ligeramente mientras decía su nombre con mucha felicidad.

Angelina movió con fuerza el candelabro haciéndolo sonar, lo que provocó que mi padre se alertara de lo que estaba pasando. Pateó con fuerza la puerta tomándole varios golpes más para poder abrirla.

—¡Angélica, ¿qué haces?!—se abalanzó sobre mí cayendo los dos al suelo, por inercia solté la soga cayendo una Angelina sin aliento, a la que sus pies no le habían funcionado.

—¿Qué pasa?—entró mi madre a causa de los ruidos provocados por mi padre, la había alarmado.

Inmediatamente mi madre se agachó a desatar la cuerda del cuello de Angelina mientras le daba el aliento que esta necesitaba.

—Vas a estar bien—repetía mientras la cargaba en sus brazos.—Tengo que llevarla al hospital—con sus manos temblorosas y el temor en su voz y en cada parte de su rostro la sostenía mientras sus lágrimas salían de sus ojos.

Realmente tenían miedo, amaban tanto a Angelina, era su felicidad en toda la extensión de la palabra, ¿qué pasaría si un día la perdieran? Su mundo acabaría y ardería en llamas, sabía que me iban a hacer lo peor que existiera en su mente, lo veía en sus ojos al mirarme.

No me importaba lo que me hicieran, ya estaba acostumbrada. No me importaba morir, si yo no podía ser feliz ni tener su amor, ellos no tendrían lo que más amaban en el mundo. Ellos tampoco serían felices.

Salió corriendo a todo pulmón.

—¿Qué sientes al perder a la persona que tanto amas?—pregunté por debajo de él, estaba aprehensiva entre su cuerpo y el piso.—Ahora seré lo único que te queda, ya no tendrás a quien amar más que a mí—articulé con una sonrisa de satisfacción en mi rostro.

Este estaba más que enojado, su nivel de furia era tan grande que sus ojos estaban completamente negros, inyectados en sangre, sus brazos estaban rojos marcándose las venas de su cuello y de esos brazos que me habían torturado durante mucho tiempo. Las venas de su frente eran resaltadas, mientras su cara conservaba el color rojo de un tomate.

Estaba viendo al mismísimo Satanás frente a mí, y yo con una sonrisa de satisfacción. Era la visita más cordial que había tenido, ambos éramos dos seres llenos de maldad que no merecían el perdón de nadie. Compartíamos las mismas ganas por destruir lo que tanto amábamos.

—No sabes el placer que me da cuando eres tú el que sufre por lo que tanto ama—apreté la mandíbula mientras lo miraba a aquellos ojos, veía mi reflejo a través de ellos como un espejo.—No me importa si me matas, yo solo quiero que tú también sufras—me removí un poco bajo él.

—Te vas a arrepentir, Angélica—cinco palabras habían sido necesarias para saber qué era lo que me esperaba, mi mente ya estaba preparada para recibir lo que se aproximaba.—El haberte metido con lo que más amo te costará muy caro—puso todo su peso en mi cuello presionándolo contra el suelo.—Si su sonrisa ya no tiene esa lucidez que la caracteriza, en tu perra vida volverás a ver el sol, me verás convertido en lo que jamás me has visto ser, todo lo que te he hecho será una verdadera caricia en comparación con lo que te espera si ella muere, ruega y pide de rodillas al Dios que tanto le pides que te ame, porque si ella no se salva conocerás a alguien que no quieres conocer, preferirías ver a Satanás antes que a mí convertido en una de tus peores pesadillas, Satanás es un ser benevolente a comparación de mí si llegas a tocar lo que más amo en el mundo—me dejó sin aire unos segundos.

Aguanté la respiración pero no lo suficiente como para que mi cuerpo se sintiera débil, los estragos ante la falta de aire se estaban haciendo presentes. Me soltó y se levantó con bastante facilidad mientras salía de la habitación de Angelina cerrando la puerta de un portazo.

—¡Muérete, Angelina!—dije en voz alta dentro de su habitación. 

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