Capítulo 11.-Una aventura

Jueves/05/Noviembre/2020.

Desperté con el sonido ruidoso de la alarma, con mi mano tanteé el sitio en donde se encontraba en la mesita de noche y la apagué. Estuve a punto de lanzarla, pero tenía una dependencia emocional con ese objeto que todos los días me despertaba, era el único que se acordaba de mí, y eso lo convertía en algo especial.

Me dolía el cuerpo demasiado, la madrugada había sido interminable, no podía articular siquiera una sola palabra, me dolía la garganta, mi voz estaba deshecha de tantos gritos que di, nadie despertó y mucho menos nadie había venido a mi rescate.

Me había tumbado en la cama con mucho pesar, lamentando el seguir con vida dentro de este lugar, me levanté con pesadez, mantenerme en pie me dolía de manera horrible, arrastré mi existencia hasta el baño, descubrí el espejo que se encontraba tapado y pude comprender lo mal que me veía.

Tenía la mayor parte de mi cuerpo lleno de golpes, estaba rojo, estaba la marca que había dejado mi padre, enormes hematomas en un degradé de morado, negro y rojo que ocupaban gran parte de mi cuerpo.

Abrí mi boca sin poder creerlo mientras mis manos me recorrían con sumo cuidado de no hacerme más daño del que ya me habían hecho, un lamento de dolor salió de mi boca, mientras arrugaba el entrecejo y unas lágrimas descendían de mis ojos como una forma de demostrar que aún podía sentir el dolor.

Los maldije por lo bajo, el único sitio que se salvaba un poco era mi rostro, pero este era tan transparente que reflejaba todo el dolor que mi cuerpo estaba sintiendo.

Me di una ducha, mientras el agua descendía del grifo, sentía que me dolía que unas simples gotas que tocaran mi cuerpo, me estremecí varias veces y puse mi mano contra la pared, mientras la otra me la llevaba a la boca y reprimía todo lo que mi boca quería decir.

Me puse una playera negra de manga larga con el logotipo de una banda de Rock —Bring me The horizon— era una de mis bandas favoritas, un pantalón negro que se me ceñía al cuerpo, no iría en lo absoluto al instituto, todo me delataría, no tenía ganas de dar explicaciones porque mi cuerpo me delataba, no había ni una sola mentira que alguien me pudiera creer. Me tomó mucho tiempo bajar las escaleras, aún mientras me sostenía.

Me metí en la cocina, justo donde estaba la cartera de mi madre y tomé prestado el dinero suficiente para irme a la fuga durante el resto del día.

—¿Aprendiste la lección, Angélica?—cuestionó mi madre tomándome del cuello por detrás, colocó mi cabeza contra la encimera, ya había terminado de agarrar lo suficiente, así que no me había descubierto.

Reprimí los quejidos de dolor que su simple tacto me producía, hice gestos que ella no podía ver. Asentí con la cabeza de manera rápida.

—¿A dónde vas, monstruito?—Sin previo aviso me tomó del cuello dándome la vuelta hasta tenerme lo suficiente cerca para que pudiera mirarme.—Una palabra y esta vez seré quien lo haga—presionó sus dedos contra mis costillas, lo hizo tan fuerte y tan persistentemente hasta que solté un gemido de dolor, y una sonrisa se dibujó en su rostro.—Diviértete—soltó una carcajada saliendo de la cocina.

Preparé mi desayuno, hice algo rápido, al final de cuentas me dolía hasta el simple hecho de existir, tragar y hacer cualquier movimiento, por más mínimo que fuera.

—¡Angélica!—de manera desprevenida vi que Angelina venía gritando eufóricamente hacia a mí, ella tenía estrictamente prohibido acercarse a mí, así como yo también.

Me abrazó tan fuerte que todos mi cuerpo dolía con mayor potencia, reprimí todos los aullidos de dolor que quería salir de mi boca, esta quedó a la altura debajo de mi pecho.

—¡No me toques!—con la poca fuerza que mis brazos conservaban la empujé hasta que su cabeza chocó contra la encimera de la cocina.

Se quedó estática en su sitio mirándome con sus ojos llenos de lágrimas, la sonrisa y la emoción con la que me había abrazado se desvaneció de manera instantánea.

—No te acerques a mí, las veces que te has salvado es porque has tenido suerte, pero créeme que mis ganas por matarte se intensifican cada vez más—amenacé acercando mi rostro bastante a ella.

—¡Angelina!—la voz de mi madre llamándola de manera fuerte, pero esa forma característica de decir su nombre de manera dulce me hizo salir rápido de la cocina.—Aquí estás—dijo con alegría levantándola del suelo mientras la cargaba en sus brazos.—¿Angélica te hizo algo?—cuestionó mirándome a mí.

Esta negó con la cabeza de manera triste, había arruinado su felicidad.

¿Qué derecho tenía ella para acercarse a mí de la manera en la que lo había hecho? Ella sabía perfectamente que estar conmigo era lo bastante peligroso y perjudicial para ella, mis padres hacían todo lo posible para no tenernos cerca. Por supuesto que a mí me tocaba la peor parte si yo me acercaba a ella o viceversa, yo siempre tenía la culpa.

Subí con el mismo pesar por mi mochila que la había dejado en mi habitación, al bajar todos estaban en el comedor, hablando de Angelina y cualquier cosa que la involucraba, al verme ahí parada observando la familia que era, y que yo no me sentía incluida en ella, Angelina me vio mientras mis padres seguían hablando de lo maravillosa que era.

Esta me vio con tristeza, como si ella en verdad lamentaba que yo no estuviera ahí, formando parte de la familia que ella tanto amaba y de la que estaba orgullosa. Por supuesto que no lamentaba nada, ella por lo único que sufría es que yo no estaba endiosada por las actividades que hacía, yo no la admiraba en lo absoluto como el resto la elogiaba por sus acciones, por su voz, por ser ella en general.

Se notaba que ella también quería mi atención, pero ya lo tenía todo, ¿qué más podía pedir?

Pasé de manera rápida hasta llegar a la sala principal, podía jurar que la única mirada que tenía era la de Angelina, para el resto de mi familia pasé desapercibida.

***

Me detuve cerca de la puerta principal del instituto, al otro lado de la calle escondida detrás de un árbol, decenas de estudiantes entraban de manera rápida para no perderse la entrada al colegio. Padres que se detenían y bajaban en compañía de sus hijos para despedirse de ellos prometiendo que volverían a la salida por su hijo, finalizando con su promesa dando un beso de despedida.

Seca estaba mi mejilla, no había besos en todo lo que llevaba de existencia. La directora estaba en la entrada verificando que todos los alumnos entraran.

Me di la media vuelta para marcharme al destino que había elegido cuando vi el chófer de Hailee en compañía de su nana, la segunda se bajaba y se percataba que aquella niña que estaba bajo su cuidado entrara a la institución.

Ambas se despidieron alzando la mano diciéndose adiós.

—Quiero una familia así, quiero cualquier familia que no sea la mía—pensé en voz alta mientras me aferraba con fuerza al tronco del árbol que me mantenía escondida de las miradas de los demás.

Cuando la puerta se cerró, le di la vuelta al instituto entrando por el muro alto, me costó más trabajo que las otras veces porque mi cuerpo se encontraba tan lastimado, cuando corrí para impulsarme al agarrarme de la parte alta del muro para sostener mi cuerpo, y con mis pies ayudarme a subir, solté un quejido ahogado, tenía que hacer rápido esto si no quería que me descubrieran.

Me quedé arriba unos minutos, acostada tratando de recomponerme para tirarme al otro lado, respiré con pesadez mientras verificaba que no anduviera nadie. Pasaban carros pero era poca importancia la que le ponían a alguien que se estaba saltando el muro de un instituto.

Finalmente me arrojé al otro lado, me sujeté de los brazos para que el golpe no fuera tan duro como las otras veces anteriores. Las clases habían comenzado así que sería difícilmente pasar desapercibida.

Me escabullí tratando de parecer lo más normal posible, algunos profesores y alumnos me miraban a través de la ventanilla preguntándose cómo podía soportar estar de negro y con manga larga cuando estaba haciendo un calor infernal.

Entré a mi aula, donde la profesora todavía no entraba, Hailee estaba viendo a través de la ventana cuando la sorprendí sentándome a un lado de ella, abrió los ojos a la par sin esperar en lo absoluto mi presencia.

—Angélica, ¿qué estás haciendo vestida así?—fue lo primero que sus ojos lograron visualizar.

Tenía puesta la capucha de la sudadera enorme que me había puesto, mi cabello estaba escondido dentro de esta, pero aún así resaltaba con el color negro que había optado usar.

—Vamos a otro sitio, vamos a la playa—murmuré por lo bajo para que nadie más que ella pudiera escucharme.

Señaló su mochila y sus libros que estaban puestos en el pupitre, después me miró.

—Te prometo que nos vamos a divertir—alcé la mano en señal de pactar la promesa.

—Está bien—guardó los libros dentro de su pupitre, quedando su mochila completamente vacía.

—Vamos antes de que entre el profesor—tomé su mano y nos escabullimos del aula, algunos quizá ya se imaginaban lo que iba a pasar.

La arrastré yendo un poco más de prisa, hacía gestos de dolor mientras me movía con rapidez, Hailee no lo notaba porque ella estaba siendo halada por mí yendo atrás de mí.

—Angélica, no vayas tan de prisa—dijo con agotamiento mientras se intentaba agarrar de algún objeto que le proporcionara la estabilidad que necesitaba para detenerse.—No puedo hacer mucha actividad física—pidió más quejumbrosa.

Me detuve por un instante, a lo lejos veía a la psicóloga Zaire que parecía estar buscando a alguien. Pasamos por las canchas y cruzamos hacia la zona prohibida en donde estaba la parota que había sido testigo de mi llegada a este sitio.

—Sube, Hailee—ordené mirando hacia atrás, percatándome que nadie viniera hacia nosotros, no quería que nos volvieran a arruinar la huida como las dos veces anteriores.

—Angélica, ayúdame, yo no sé trepar muros—exigió mientras subía con torpeza el muro, ni siquiera de la manera en la que lo intentaba hacer iba a subir.

Puse mis manos como una escalera para que pudiera acceder, me aguanté el dolor que su peso y el contacto físico me provocaba, la impulsé subiendo  arriba mis manos, se sujetó del borde del muro y subió con torpeza ambas piernas. Se quedó con una pierna afuera y con la otra dentro del instituto, era como una frontera, de un lado era México y del otro Estados Unidos.

Se quedó admirando todo desde la cima mientras yo me subía de la misma forma en la que me había subido anteriormente.

—Adiós—dije tomando su mano para lanzarnos al mismo tiempo.

—Angélica primero tú, para que cuando caiga me sostengas—se sujetó con fuerza y miedo a la vez a pesar de que no estaba muy alto y no era la primera vez que lo había hecho conmigo como su compañía, como su mala influencia.

Obedecí cayendo primero yo, la esperé para sujetarla antes de que tocara el suelo, y sin mirar hacia atrás emprendimos nuestra exitosa huida.

Le tomé la mano mientras corríamos por las calles de la ciudad, me sentía libre, sentía que afuera de mi casa podía ser feliz. A pesar de que estaba sola y que eran otros ojos los que me estaban observando, en especial los de mi padre diciéndome que yo no podía ser feliz, haciendo todo lo posible por borrar la sonrisa de mi rostro.

La borré de manera definitiva a pesar de que sabía que ellos no estaban vigilándome, ellos estaban en casa sin tener posibilidades de dañarme estando dentro del instituto.

—Hailee, Angélica, ¿a dónde van?—la psicóloga detrás que nos estaba siguiendo nos sorprendió algunos metros atrás.

La ignoramos y tomé la mano de Hailee para ir más de prisa, esta huida no tenía que ser arruinada por alguien quien era la comunicadora principal de mis padres.

Corrimos a toda velocidad, Hailee tuvo que hacer varias paradas porque no podía tener exceso de agotamiento físico debido a su enfermedad, esperaba a que se recuperara y volvía a continuar, hasta que me di cuenta que eran muchas paradas las que estábamos haciendo e hice que se montara en mi espalda con el fin de llegar más rápido.

Cuando llegamos a la playa que estaba con pocas personas debido a que no estábamos de vacaciones. A lo lejos se podía ver la isla que estaba siendo rodeada por el mar. Quise ir ahí, no tenía el suficiente dinero para que rentáramos un barco pero sabía que al menos Hailee sí podía completar el resto.

—Hailee, vamos ahí—señalé con mi dedo índice el lugar antes mencionado.

—Vamos—dijo sin pensarlo dos veces cuando ya estaba eligiendo el barco que quería rentar para que nos llevara allá.

Era un yate en el que nos subimos, el señor que lo conducía era empleado del padre de Hailee así que sin pensarlo dos veces accedió.

—¿Su padre sabe que está aquí señorita?—preguntó negándose rotundamente llevarnos al otro lado.

—Tú preocúpate por ti y por tu trabajo, que si no accedes tú, al menos habrá otro que sí lo haga sin poner excusas—resopló Hailee.—Además si le importara tanto como dice estaría el precisamente cuidando, y no poniendo cientos de personas para que se hagan cargo de mí, como si ustedes fueran mis padres—soltó una leve carcajada siendo ayudada a subir por el hombre.

Nos quedamos en la superficie, cerca de donde el manejaba, quería asegurarse que estaba bien, ya que la vida de Hailee valía muchísimo más que la mía.

Admirábamos el gran paisaje que había desde la escotilla, nos aferramos a las barandas de metal que nos mantenían resguardadas del mar, de una caída que podía ser fatal para Hailee que era la que no sabía nadar.

Nos relajamos, yo imaginando donde esto fuera mi realidad por el resto de mi vida. Se sentía tan bien la vida lejos de donde mis padres me remarcaban cada error que cometía, la insuficiencia que me acompañaría por el resto de mi vida acompañado de la tortura para llegarme a convertir en alguien digna de su amor.

Aquí no existía nada de eso, si bien sabía que no era amada y que tenía más imperfecciones de las que un día llegaría a tener Angelina, aquí no me lo recordaban a cada segundo de mi vida, nadie se percataba de eso salvo mis padres, ¿será porque ellos me dieron la vida? Aquí solo éramos Hailee y yo.

Llegamos a tierra firme, Hailee le pidió al hombre que se marchara y que no volviera hasta que ella se lo pidiera, ya no habría nadie vigilándonos.

Había dos familias que estaban bastante alejadas de la zona en la que estábamos Hailee y yo, nos acostamos bajo la sombra que nos proporcionaba las palmeras que se erguían hacia arriba, Hailee se recostó en mi pecho, sentí que los golpes que me habían hecho mis padres estaban avivando el dolor que creí que ya se había calmado.

—Angélica, te quiero mucho—dijo mientras mi corazón latía debajo de su cabeza, justo en mi lado izquierdo.—Eres una de las personas más importantes y no sé lo que haría si un día te pierdo—me rodeó la cintura con sus brazos como si en verdad me quisiera cerca de ella.

Con el brazo en el que ella tenía gran parte de su cuerpo siendo sostenido por mí, la abracé poniendo mi mano sobre su pecho.

—¿Por qué no fuiste al colegio?—preguntó de repente viendo mi vestimenta.—Angélica, ¿no tienes calor? De solo verte se me antoja quitarme toda la ropa—se levantó de golpe indagando con el ceño fruncido.—No se te ocurrió ponerte algo más negro, no lo sé que quizá también te cubriera la cara—soltó una risotada en broma burlándose de mi aspecto.—Me voy a quitar el uniforme—comenzó en la labor de quitarse el uniforme escolar, primero lo hizo con la falda, la blusa, la corbata, las calcetas y los zapatos, lo colocó en un mismo sitio en el que podía ser visto por cualquier persona.

—¿Y tú por qué no te quitas todos esos harapos horribles y calientes?—preguntó en tono burlón sin dejar de reírse de lo ridícula que me veía a través de sus ojos por estar vestida de aquella manera.—Todavía no es Halloween, Angélica—finalizó dándose por vencida.

Ese fue uno de los comentarios que más me pegó, porque mis padres me decían eso todo el tiempo, que yo era un monstruo que no ocupaba disfraz para Halloween, porque al nacer Dios había sido tan benevolente conmigo que me entregó uno que nunca me pudiera quitar para que no batallara buscando uno que resultara de mi agrado.

No le tomé mucha importancia porque ella no era consciente de lo que esas palabras significaban para mí, ella no sabía lo mucho que me dañaban diciéndome eso, y que era algo que mis padres me lo repetían como un credo, como una oración que tenía que aprenderme de memoria.

No me causaba la mínima gracia, pero prefería cientos de veces que se burlara de mí antes que ella se diera cuenta que la razón por la que tenía esta enorme ropa cubriéndome el cuerpo no era ningún tipo de chiste que no quería ser contado.

—Angélica, Hailee, ¿qué están haciendo aquí?—cuestionó la psicóloga apareciendo de manera repentina en mi campo de visión.

—¿No es obvio?—respondí con cinismo alzando las manos hacia mi costado.—Estamos en la playa y no puede recriminarme nada, porque ni siquiera estoy con el uniforme del colegio—reproché colocándome de pie.

Ante mi respuesta Hailee se quedó cruzada de brazos mirándome de manera desaprobatoria, ya que ella aún tenía puesto el uniforme del colegio a unos cuantos centímetros de mí.

—¿Por qué nos siguió hasta acá? No se tome atribuciones que no le corresponden, su deber es cuidarnos dentro de la escuela, lo que ocurre fuera de ella ya no es su problema—ataqué de manera inmediata a la defensiva.

—¿Hailee qué estás haciendo aquí?—indagó hacia mi compañera de aventuras cruzándose de brazos.

—Porque quiere estarlo—ataqué a la defensiva poniéndome delante de ella.

—Sus padres están al tanto de esto que está pasando, inclusive los tuyos Hailee—no parecía intimidarse con mis palabras, se mantenía con la espalda erguida sin dejar de prestarme la mínima atención.

—¿Esa es su manera de ayudarme?—pregunté soltando una fuerte carcajada.—¡Porque no lo está consiguiendo!—alcé la voz más fuerte de lo normal, inclusive hasta las dos familias que estaban lo bastante aisladas de nosotros podían escuchar claramente la conversación que estábamos teniendo.

—Angélica, cálmate—me tocó Hailee la espalda desde atrás hablando con calma, solté un suave gemido y fruncí el ceño.

—¡No! ¡No quiero que se meta en mi vida! ¡Porque es por ella que estoy así!—exploté gritando con más fuerza.

Me percaté de lo que había dicho, pero ya había sido demasiado tarde para poder remediarlo, había cometido un error fatal que no podía solucionar, mi boca había confesado algo de manera indirecta sin que yo lo pudiera negar.

Cerré mi boca pellizcándome el puente de la nariz, me aislé de las dos que se quedaron impactadas por mi fuerte confesión. Me alejé lo suficiente sentándome en la arena, a estas alturas del partido lo único que quería era que me tragara la tierra y me escupiera en Marte.

—¿Hay algo que quieras contarme, Angélica?—se sentó a un lado de mí preguntando con una voz suave.

Negué suavemente con la cabeza, mientras me mordía la lengua para no decir todo aquello que quería ser dicho por mi boca.

—¿Por qué no fuiste al colegio?—indagó con curiosidad, al alzar mi cabeza pude ver que Hailee estaba un poco retirada de nosotros jugando con la arena y huyendo de las olas que amenazaban con mojarle los pies cada vez que ella se acercaba lo suficiente.

—No tenía ganas de ir, ¿a qué voy? Ningún profesor me soporta, todo el día me la paso metida dentro de la dirección, estaba de más—alcé los hombros con desinterés mientras mentía.

En realidad prefería estar en el instituto aunque me dijeran que no me soportaba, podía aguantar más lo que ellos me decían que las palabras de mis padres.

—¿No tienes calor con todo eso que tienes encima?—señaló mi vestimenta.

—No, para nada. Me gusta lo que llevo—respondí con simpleza tratando de parecer convincente.

—Angélica, a tus padres también les importa, quizá no sean los más afectivos contigo, pero me han demostrado que se preocupan mucho por ti, eres su hija y para ellos es importante que tú estés bien, no saben de qué manera hacer para poder entenderte—comentó con tono afable.

—Ojalá fuera así como dice—murmuré en silencio.—Si de verdad quiere ayudarme, no les informe nada de lo que haga, créame que eso me puede ayudar más de lo que usted piensa—aumenté el tono de mi voz para que pudiera escucharme, abracé con fuerza mis rodillas.—Ahora si no le importa, quiero divertirme, vine aquí para hacerlo—me levanté rápidamente del sitio en donde estaba y corrí al encuentro con Hailee.

Jugué con ella, nos lanzamos arena en todo el cuerpo jugando una batalla de guerra de arena, corrí detrás de ella para alcanzarla al mismo tiempo que con pesadez la abrazaba y me metía con ella al mar que pataleaba para que no lo hiciera.

—Angélica, no. Me da miedo—temblaba en mis brazos mientras se estremecía luchando por liberarse.

—No tienes que tener miedo, yo estoy aquí para ti, no te voy a dejar sola, Hai—la sujeté con más fuerza para que pudiera confiar en mí.

La metí en una zona que estaba un poco profunda, ya no tocaba la arena con mis pies pero eso ella no lo sabía, poco a poco la fui soltando hasta que estaba flotando en el mar.

—¡Angélica, me has soltado!—gritó llena de pánico hundiéndose, luchaba por salir a flote, manoteaba con sus manos.

Me sumergí y la abracé por la cintura ayudándola a flotar, movía mis pies para mantenerme en la superficie.

—Hailee mueve los pies, así—le mostré la manera en la que lo hiciera.—Mira, flota así como yo...

—No me sueltes—se aferró a mi mano con más fuerza de la necesaria.

—No te voy a soltar—expresé entre risas. Me acosté de espaldas y moví mis piernas como una sirena mientras me mantenía a flote.—Mira, así.

—Angélica, quiero salirme de aquí—miraba hacia una ola lo bastante grande que se acercaba hasta nosotros.

—No pasa nada, yo estoy contigo—le sujeté de las dos manos mientras buscaba que me miraba a los ojos.—Mírame, Hailee—tomé su rostro entre mis manos, al hacer eso ella se pegó más a mi cuerpo abrazándome con bastante fuerza.

—Angélica, sácame de aquí—suplicó en mi oído mientras sentí sus primeras lágrimas presa del pánico.—Por favor, quiero salir de aquí.

La ola nos levantó metiéndonos más en la profundidad del mar, Hailee desesperada por salir manoteaba como perrito y hacía lo posible por salir sin dejar de mirar hacia atrás, donde las olas estaban siendo violentas.

—Ya te saco de aquí—la abracé entre mis brazos poniéndola por delante mientras me ayudaba de mis piernas impulsándome hacia adelante.

Hailee se apretaba contra mi mientras cerraba los ojos con fuerza derramando las lágrimas sobre el mar al que ella tanto le temía. Desde que la conocí siempre su miedo había estado allí presente, siempre trataba de enseñarla a nadar y hacer que perdiera su miedo, Hailee se dejaba dominar por este al grado de no poner de ella para perderlo.

—¡Angélica, no me sueltes!—gritaba con temor de que así lo hiciera.

—No te voy a soltar—la miré a los ojos dándole toda la confianza para que ella no desconfiara de mí.

La saqué hasta que llegué a la zona donde se podía sentir la arena, la deposité en el suelo, ella se quedó parada un segundo mirando hacia abajo, le tomé de la mano para que saliéramos juntas.

—¿Y usted por qué no se ha ido?—me dirigí a la psicóloga quien no dejaba de mirarnos a ambas, desde una cierta distancia.

—No me voy a ir hasta asegurarme de que ustedes lleguen a su casa—respondió con seguridad.

—Entonces, únase a nuestra diversión—propuso Hailee alzando los brazos para recibirla.

Nos unimos a las otras dos familias que nos compartieron de su alimento comiendo debajo de una sombrilla. A la orilla de un mar que sucumbía con la intensidad de sus olas, reposamos un rato la comida haciendo competencias de nado, a excepción de Hailee y dos personas que se tenían que quedar para cuidar a sus niños pequeños.

Eran tres adolescentes un poco mayores que yo, dos padres de familia y la psicóloga Zaire que hicimos la competencia.

—En sus marcas—anunció Hailee mientras nos preparábamos.—Listos—nos pusimos en posición en la espera del grito final de Hailee.—¡Fuera!—anunció con más fuerza poniendo sus manos como un megáfono para que la voz saliera más ruda.

Al escuchar su grito los siete nos lanzamos al agua en una carrera donde lo único que ganaríamos era un título de ser mejor nadadora que el resto y la diversión que estaba más que asegurada.

Nadé, me metí en lo profundo hasta que llegué a una parte en la que habían puesto como el final, me di la vuelta y nadé hacia atrás aprovechando la ventaja que tenía, unos a penas iban llegando, no les presté demasiada atención quiénes eran los que me iban siguiendo los pasos.

Cuando me relajé un poco, retomé la postura inicial y nadé hasta llegar al final donde todos aplaudían a su favorito, le daban gritos y ánimos a todos. Hailee apostaba por la psicóloga y por mí quien llevaba la delantera.

Salí del agua en una pose triunfal, como si fuera una modelo fitness, era una total pose de película. Me escurrí el agua de mi ropa y me quedé en la espera de que llegaran los demás que no tardaron en hacerlo. En tercer lugar quedó la psicóloga Zaire, en segundo un padre de familia con los que estábamos pasando el rato.

—¡Gané! ¡Gané!—di varios saltos de emoción y felicidad.—¡Vieron eso, gané!—dije con mucha euforia corriendo alrededor de las dos familias que no se lo podían creer.

Es bien sabido que los hombres son mejores nadadores que las mujeres, tienen más fuerza y condición que las mujeres, pero joder les había ganado.

—Y el premio por tan galardonada competencia es para la señorita Angélica Cárdenas Beltrán, su triunfo es indiscutible y hago entrega de su premio—declaró Hailee con voz fingida de presentación de televisión, en sus manos tenía un trozo de una rama de una palma que había encontrado.

Esta estaba un poco pesada y se balanceaba hacia adelante y hacia atrás hasta que la agarró con las dos manos y pudo afianzar mejor el agarre. Lo sostuve entre mis manos mientras no dejaba de reírme por lo que había hecho Hailee.

—El segundo lugar se lleva este premio, por haberse esforzado pero tiene que mejorar un poco más—entregó una cáscara de un coco seco al padre de familia que se aguantó la risa por las payasadas que estaba diciendo Hailee.

—Gracias—hizo una breve inclinación de cabeza.

—Y para usted el tercer lugar—miró hacia el piso buscando algo que entregarle a la psicóloga.—Tómelo con cuidado, no lastimarlo y disfrutarlo al máximo, debe dar su mayor esfuerzo, la competencia fue bastante justa—tomó entre un puñado de arena un cangrejo que estaba con las pinzas abiertas a la espera de retener el dedo de alguien.

Al ponerlo en las manos de la psicóloga la arena se esparció cayendo al suelo, el cangrejo quedó en sus manos tomando entre sus pinzas un pedazo de piel de la psicóloga, esta dio un salto que hizo que el cangrejo terminara en el suelo huyendo de nuestro sitio.

Nos reímos todos al unísono.

—Eres una excelente nadadora, de dónde aprendiste esas habilidades—alagó el hombre que había quedado en segundo lugar.

La risa acompañado de la sonrisa que me habían anestesiado el dolor que estaba sintiendo, fue borrada de manera definitiva. Se esfumó de la misma forma en la que había llegado, todos parecieron percatarse de eso.

Mi historia sabiendo nadar tan jodidamente bien no era algo que me alegraba de contar, no había ni una sola pizca de felicidad detrás de eso. De solo recordar aquellos momentos la felicidad que estaba sintiendo dejó de sentirse como un agradable momento, a mi mente vinieron como un huracán esas palabras, esas fuertes imágenes que se apoderaron de mi sistema.

Me quedé callada, sin saber que responder al respecto, definitivamente no tenía que contar esa desagradable historia que por suerte había tenido un buen final, por eso estaba aquí, ¿no?

—Mamá, mira las olas—levanté mi mano señalando las olas que venían hacia nosotros arrasando con todo a su paso.

—¿Te gustan, Angélica?—cuestionó mi madre con mucha felicidad mientras su pequeña panza en donde tenía a mi hermana ya se dejaba notar, se la tocaba de vez en vez para que ese bebé que estuviera dentro de ella se sintiera el más feliz y afortunado de todos.—Vamos a jugar un juego muy divertido, tú papá te va a lanzar y tú tienes que nadar hacia nosotros, ¿de acuerdo?—preguntó mi madre inclinándose un poco porque su panza no le permitía agacharse más.

—¡Sí, yo quiero divertirme!—di varios saltos de alegría mientras mi padre me alzaba hacia arriba.

Me impulsaba mientras yo me reía con mucha fuerza pidiéndole que fuera más rápido, hasta que sin siquiera esperarlo me lanzó hacia el agua como si me tratara de una pelota que es lanzada a un perro para que este vaya a atraparla. La única diferencia es que yo no era ningún perro, y nadie iba a atraparme.

Me lanzó a una zona llena de mucho oleaje, trataba de salir con todas mis fuerzas del agua mientras veía como mis padres aplaudían.

—¡Vamos, Angélica! ¡Tú puedes!—daba saltos mi padre mientras gritaba con mucha energía.

No sabía si me estaba dando motivación para que saliera del agua o para que me hundiera en las olas sin posibilidad de poder salir.

—¡Mamá!—gritaba con lágrimas en los ojos cada vez que una ola me arrastraba a sus profundidades.

Sentía que me hundía, mis padres no hacían absolutamente nada a pesar de que alzaba los brazos odiando la sensación de no poder salir y estar tan lejos de ellos.

—¡Papá, no te vayas!—vi como se hartaban de esperarme y amenazaban con irse de manera definitiva de mi vida.—¡Ayúdame, papá!—vociferaba con demasiada fuerza mientras mantenía mi cuerpo a flote moviendo mis piernas.

Moví mis piernas impulsando mi cuerpo hacia adelante, mis esfuerzos se iban al carajo cuando una ola nueva venía embistiéndome con más fuerza que la anterior hasta adentrarme en sus profundidades, me desesperé mucho, tenía mi rostro mojado, no sabía si era a causa de las lágrimas o del agua.

Me hundí varias veces, con mi instinto de sobrevivencia fue que mantuve mi cuerpo a flote, a unos escasos centímetros estaba alguien que estaba nadando, vi la manera en la que lo hacía y lo imité respirando de manera profunda para mantenerme en calma.

Vi a mis padres alejarse poco a poco, despidiéndose moviendo frenéticamente la mano. No era la primera vez que intentaban abandonarme y no sería la última.

Así fue hasta que salí a la orilla, donde toqué la arena y con el miedo cubriendo mi cara fui a su encuentro.

No fue la primera ni la única vez en la que mis padres me lanzaban a lugares profundos, dependía de mí misma sobrevivir, así fue como poco a poco fui aprendiendo a nadar.

—¡Angélica!—llamó mi nombre Hailee mientras movía su mano cerca de mi rostro haciéndome reaccionar de mi ensimismamiento.

No me di cuenta que tenía mi rostro mojado a causa de las lágrimas que habían hecho acto de presencia sin previo aviso.

—Estoy bien—meneé la cabeza de un lado a otro volviendo en mí.

Al escuchar la respuesta de mis labios suspiraron con tranquilidad, exceptuando a la psicóloga Zaire que parecía estar más intranquila que antes. Jugamos vóley un rato hasta que el sol se había metido y las dos familias se habían ido. Nosotros nos quedamos siendo testigos de una noche en la que íbamos a permanecer porque al hombre que había llamado Hailee no daba ni una sola respuesta.

—Y bien Hailee, ¿qué te ha dicho?—preguntó la psicóloga sin dejar de ver hacia el frente buscando algún rastro del hombre que no aparecía.

—¡No me responde!—profirió con desesperación.

Todos parecían estar desesperados por irse a casa, en cambio yo estaba tan tranquila deseando que nunca más los volviera a ver. No me importaba si no regresaba hoy a casa, y a ellos tampoco.

Y así transcurrió gran parte de la noche hasta que dieron las diez, en llamadas que nunca fueron contestadas, las dos estaban avisando al teléfono que tuvieron un problema y no se presentarían en su casa, Hailee explicándole a su nana lo que había pasado mientras recibía un regaño por teléfono que alcancé a escuchar por más que evité hacerlo.

Y la psicóloga diciéndole a su esposo que estaba en una isla, en la que habitualmente estaban ellos dos cuando ambos querían tener paz. De ella no pude escuchar tan bien lo que le respondían porque ella se alejaba para que no pudiéramos dar vueltas.

Y si te preguntas porqué no nos fuimos con las otras familias es porque se fueron en una panga, en donde a penas cabían ellos, y no, la persona que lo conducía no podía volver por nosotros. Así que nos tocaría a las tres quedarnos aquí, durmiendo a la intemperie.

Yo estaba tan relajada, acostada sintiendo la brisa del mar en mi cara, respirando profundamente porque hoy sería una gran noche, cualquier lugar en donde no estuvieran mis padres lo era.

—Vengan a relajarse, ya no se puede hacer nada—articulé con calma palpando cada uno de mis dos costados.—Solo queda relajarse y ver que pasa mañana.

Las dos me miraron acusatorias pensando que probablemente yo tenía algo que ver con que el señor no contestara el teléfono. Por supuesto que yo no tenía nada que ver, por fin el destino se había puesto a mi favor y hoy no quería que durmiera en casa de mis padres en donde otra tortura me esperaba, el destino quería que yo durmiera con tranquilidad y pudiera respirar los primeros días de su ausencia.

—¿Tú tienes algo que ver con esto, Angélica?—indagó la psicóloga. Instantáneamente negué con la cabeza mirándola a los ojos, le estaba diciendo la verdad aunque ellas creyeran que no era así.—Todo te acusa, estás tan relajada, como si no quisieras llegar a casa, como si hayas planeado esto—me miró fijamente buscando la respuesta a sus preguntas.

—¿Sabe?—ignoró Hailee lo que la psicóloga estaba diciendo de mí.—Es agradable que usted esté aquí con nosotras, ha sido un gran día—se pegó más a ella agradeciéndole con una sonrisa en su rostro.

No sabía la razón del porqué la psicóloga no dejaba de analizarme físicamente, a pesar de que Hailee era más hermosa de todas las maneras que pudieran existir. Era como si tratara de desnudarme el alma a través de una mirada que dijera más de lo que yo me atrevía a decir.

Le di la espalda, cerrando mis ojos para aprovechar de que aquí no estaban mis padres para hacerme lamentar lo que había ocurrido en el día. La comodidad no era de lo más agradable pero agradecía estar lejos de un infierno llamado hogar.

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