Capítulo 0.-¿Hasta cuándo?
Lunes/23/Marzo/2020.
Algunas veces preferiría no haber nacido... Otras, prefiero no contar lo que haría.
Estaba parada frente a la edificación del nuevo plantel educativo al que iba a ingresar, había perdido la cuenta de cuántas veces me habían trasladado una y otra vez de colegio.
Mis padres estaban uno a cada lado de mí, a pesar de que su cara no mostraba la misma satisfacción como lo hacían con cierta persona que me arruinó la vida, al menos los tenía cerca de mí. Haría esto unas mil veces más solo para poder sentir su contacto.
No sabía que realizaría esta vez para que me expulsaran definitivamente de este nuevo lugar, aunque portarme mal y cabrear a los profesores era algo que me salía de manera natural.
Mis padres tiraron de mis brazos haciendo que me metiera a la instalación educativa, por lo que había leído en internet era un prestigiado colegio en el que asistían las personas adineradas de la ciudad, a su vez adolescentes que eran hijos de personas importantes.
Más incomprendidos como yo—pensé mentalmente mientras recorríamos el pasillo hacia el lado derecho, que era en donde se encontraba la oficina de la directiva.
No éramos personas que poseían un rango en la alta sociedad, pertenecíamos a la clase media, no teníamos tanta importancia como ellos, lo único que nos hacía relevante era por parte de Angelina, quien era la persona que me arruinó la vida y tenía un futuro muchísimo más prometedor que el mío.
La comparación entre ella y yo era absurdamente ridícula, no había algo que nos uniera salvo el lazo sanguíneo que compartíamos.
Llegamos a la oficina de la directiva quien al primer toque a la puerta nos indicó que pasáramos. Ya nos estaba esperando desde antes, pero esta vez fue mi culpa que llegáramos tarde, realmente no quería asistir a ningún otro colegio, era una persona que aprendía de manera rápida, con tan solo una explicación ya entendía lo que a muchos les costaba aprender, solo quería quedarme en casa compartiendo tiempo con mis padres para demostrarles que yo también podía ser tan especial, que había algo bueno en mí.
Mis notas eran altas y otras no tanto, todo lo que necesitaba saber lo tenía dentro de mi memoria, pero yo necesitaba algo muchísimo más que estar en el cuadro de honor. Buscaba algo más específico que en ninguna institución educativa me iban a dar.
Mi comportamiento dejaba mucho que desear, ya había perdido la cuenta del número de veces que me cambiaban de colegio constantemente, no sabía si esta era la definitiva, esperaba que no.
—Señor Cárdenas y señora Beltrán—revisó los nombres en unas carpetas que yacían en su escritorio.
Mis padres estaban sentados en las dos sillas que estaban cerca del escritorio enfrente de la directiva, yo estaba de pie en medio de ambas sillas, no presté mucha atención a lo que decían. Me estaba familiarizando con el nuevo lugar que sería el que visitaría en los próximos días, quizás semanas y muy posiblemente meses si es que me aguantaban más tiempo del necesario.
—Hemos revisado el expediente de la señorita Angélica, ¿cuál fue el motivo de su expulsión de su último instituto?—preguntó con interés dirigiendo su vista hacia a mí quien no dejaba de estudiar el lugar.
Sentí su mirada sobre mí, arqué una ceja y me acerqué hasta quedar posicionada a un lado de mis padres.
—Tiene una larga lista de instituciones educativas...—mencionó asintiendo con la cabeza abriendo los ojos sorprendida.
—Eso que importa, ¿la van a aceptar o no?—interrumpió mi padre preparándose para irse.—Solo estamos perdiendo el tiempo en tonterías como esta, ¿cree que no tenemos algo más importante que hacer?—sujetó a mi madre del brazo y caminaron a la salida.
Cuando hablaba de tonterías sabía que se refería perfectamente a mí, abrí la silla y me senté, si al menos no iba a estar en este lugar quería mantener una charla con la directiva, quizá me prestaría un poco de atención.
—Esperen—dijo justo cuando iba a abrir la boca para articular una palabra.—Le vamos a dar una oportunidad, tenemos personas que corregirán a su hija—comentó refiriéndose a mi comportamiento.
Quedé con las palabras que iba a decir atoradas en mi garganta, quedé con la boca abierta, tuve que fingir un bostezo aunque fuera un acto demasiado maleducado de mi parte.
La directora me pareció una persona lo bastante cordial, tenía unas arrugas en la frente signos de su edad, aparentaba unos cuarenta, cuarenta y cinco años cuando mucho. Era complexión media y un poco robusta sin llegar a tener sobrepeso.
Mis padres ante su palabra le regalaron una sonrisa, me hubiera encantado la idea de que esa sonrisa yo la haya ocasionado, pero sabía que no era así.
Salimos los cuatro de la dirección, mis padres tomaron el camino que habíamos recorrido antes de llegar aquí, me quedé de pie en medio del pasillo esperando ese maravilloso beso de despedida, un que te vaya bien, nada de eso sucedió, ni siquiera voltearon hacia a mí asegurándose de que estuviera bien.
Por mi mente pasó la idea de salir corriendo detrás de ellos, darles un beso y un abrazo muy fuerte, pero sabía a la perfección lo mucho que les molestaba mi contacto y no quería sufrir una humillación en público.
—Sígueme, Angélica—mencionó la directora sacándome de mi trance emocional.
Fue ella la que volteó a mirarme y esperar a que fuera detrás de ella, no mostró ningún ápice de lástima por mí, le pareció bastante normal que mis padres no se hayan despedido de mí, a la mayoría de los adolescentes les molestaba la idea de que sus padres los llevarán de la mano hacia la entrada, a mí no.
Voy a hacer que se sientan orgullosos de mí, no voy a darles problemas en este instituto, voy a modificar mi comportamiento solo para que ellos estén felices. Voy a darles los motivos necesarios para que me den una sonrisa y estén satisfechos de tenerme como su hija.
Fui detrás de la directora quien me mostró toda la inmensidad del colegio, todas las áreas y me presentó a algunos de los profesores que se detenían a mirarme tratando de encontrar algo nuevo en mí.
¿Qué podían descubrir con una simple mirada? Nada, solo que detrás de mí había algo que nadie se atrevía a descubrir, esa era una de las razones por las cual me habían expulsado de los anteriores colegios. Y eso era lo que me hacía mantener la calma, aunque por dentro de mí, mi mente gritaba todo lo que quería decir, pero no era el momento para hacerlo saber.
—Esta es tu aula, Angélica—se detuvo frente una de las puertas de un segundo piso.
El edificio escolar constaba de tres niveles, al pertenecer al segundo grado, mi área estaba en el segundo piso. Ni siquiera la miré, estaba observando la vista que tenía hacia abajo, había un enorme cuadrado rectangular en el que estaban puestas algunas bancas alrededor de el, detrás de unas jardineras que tenían un césped bien cuidado.
A los costados estaban los pasillos que llevaban hacia la izquierda y la derecha, hacia la derecha era en donde se encontraban las áreas administrativas, hacia la izquierda algunos salones que no sabía la función del porqué estaban ahí.
Me aferré a la barandilla calculando la distancia desde el sitio donde me encontraba hasta el suelo, unos tres metros sí eran, quizá un mal golpe y podía ser catastrófico.
—Entra—me despertó de mi trance emocional indicándome que me metiera en el aula.—Profesora le presento a la nueva alumna que se va a integrar a su aula—dijo señalándome con la mano.
Me metí sin esperar una explicación, caminé hacia el frente viendo que estaba un ejercicio de física elemental puesto en el pizarrón, me quedé mirándolo unos segundos siendo el centro de atención de todos los que estaban pensando una manera para resolverlo.
Tomé un marcador que estaba sobre su escritorio y me puse a resolverlo con bastante rapidez, estaba tan ensimismada en la actividad que no me percaté que la directora ya se había marchado y todos me estaban mirando en compañía de la docente.
Me sentí incómoda, una vez que terminé arrojé el marcador a su sitio y me quedé estática esperando un regaño.
—Y bien, ¿puedes presentarte?—se cruzó de brazos verificando que el ejercicio resuelto estuviera bien.
—Da igual mi nombre, creo que con el tiempo se lo van a aprender tan rápido así como me voy a marchar—respondí sin importancia.
—Puedes tomar asiento—ordenó mirándome sorprendida.—Por cierto, el ejercicio está bien resuelto—alagó volviendo a su escritorio.
Marché hasta llegar al final del aula, me senté en la butaca vacía de dos asientos, en una puse la mochila y en la otra me puse yo, me quedé mirando hacia el exterior, no había mucho que ver pero era una buena distracción.
El sitio perfecto para pasar desapercibida, donde nadie me mirara, donde las destrucciones no me alcanzaran a dañar, aunque sabía de sobra que en este sitio estaba a salvo. Era un alivio estar de nuevo aquí, aunque no sabía por cuánto tiempo.
—Ten—levanté la vista ante la presencia de la profesora frente a mí.
La miré con un signo de interrogación en mi cara, esperaba que no se tratara de un interrogatorio del porqué me habían corrido de los institutos anteriores, o del nombre de los colegios del porqué me habían expulsado.
—Es un examen de todas las materias, me lo entregaron para verificar que tan bien estás en las asignaturas, tómate tu tiempo, ya todos los docentes están al tanto de tu ingreso—se marchó dándome una sonrisa.
¿Por qué me sonreían? ¿Creían que con ese gesto de amabilidad me iban a hacer cambiar mis actitudes? Yo requería algo más que una sonrisa de ellos, su amabilidad no me gustaba en lo absoluto. Aunque me daba una ligera confianza de que aquí sí me ayudarían.
Eran más de veinte hojas de las distintas materias que eran impartidas, les di una hojeada rápida y saqué mi celular para poner música a todo volumen que me hiciera olvidar el lugar en el que estaba.
Saqué mis materiales y me dispuse a completar el examen, movía mi pie contra el piso al ritmo de la canción que estaba siendo reproducida a volumen alto que sí tuviera un compañero al lado sería un deleite para sus oídos.
La persona que estaba al otro lado del salón en mi dirección me estaba mirando, no sabía la razón de sus miradas absortas en mí. Era una chica pelinegra que estaba centrada en mí y no en la clase. No sabía su nombre y tampoco me interesaba mantener un contacto con ella ni con nadie que estuviera invadiendo el aula.
Terminé el examen en tiempo récord, tenían previsto que lo acabaría en más de cinco horas. Lo cual fue totalmente falso, lo terminé en dos horas y media, entre preguntas abiertas y de opción múltiple se me fue todo el tiempo.
—No pudieron ponerme algo más fácil—dije con sarcasmo cuando le entregué el examen al siguiente docente que estaba dando su explicación de la clase.
Le pareció una falta de respeto porque me miró con enfado a través de las gafas transparentes de lectura.
Tomó el examen y comenzó a revisar que estuviera todo resuelto, quizá pensó que se trataba de una broma de mal gusto para pedirle de una forma indirecta que me diera alguna respuesta.
—Ya veremos cuando lo revisemos—lo colocó sobre su escritorio y me indicó que me marchara.
—Puede revisarlo ahora mismo y se percatará que todo está bien resuelto—contesté cuando volvía a mi butaca.
—¿Tan segura está señorita Cárdenas?—tuvo que revisar el nombre puesto en el inicio del examen para llamarme por mi nombre.
—No dudo de ninguna de mis capacidades—sonreí de lado poniéndole más atención al exterior que a él y su clase que ya me sabía de memoria.
Con tan solo ver todo lo que estaba escrito ya lo entendía, no necesitaba de una explicación totalmente innecesaria. Saqué una hoja de libreta y con la cabeza acostada sobre el pupitre recargada en mi antebrazo comencé a dibujar algo que se me ocurriera en el momento.
En el panorama estaba puesto como objetivo que terminé dibujando a la chica que me estaba observando, sus facciones delicadas de su rostro me llamaron la atención, además quería tener un registro de que tenía su mirada puesta en mí, como si fuera algo más interesante que la clase.
¿Qué había en mí que le gustaba que estuviera en su campo de visión? No parecía tener intenciones de acercarse a mí y yo tampoco iba a hacerlo.
Claramente está que ella no es el tipo de chica que se fugaría de las clases conmigo, parecía que no conocía el exterior más allá de lo que le habían mostrado. No tenía conciencia que a veces era más divertido estar en otro sitio que no fuera estar sentada detrás de un pupitre.
Arrojé varias hojas que no me gustó cómo terminaba el dibujo, varias terminaron en el cesto de basura. Mientras estaban todos centrados en la actividad, jugaba a ver si le atinaba al cesto de la basura que estaba muchísimo más adelante que yo.
Nada de lo que hacía me salía perfecto, todos los que terminaron en la basura tenían un defecto que por más que trataba de corregirlo una y otra vez lo volvía a cometer, había roto de tanto borrar y volver a comenzar que terminaba en el sitio en el que pertenecía; a la basura.
A veces me pregunto si yo también perteneceré a ese sitio, siempre cometo los mismos errores, la perfección no es algo que me defina, esa palabra se la llevó Angelina y no me dejó ni una sola pizca de nada.
Vino como un maldito huracán de una magnitud nunca antes registrada, y se quedó sin dejarme absolutamente nada de lo que yo tenía. Me quitó todo incluyendo la perfección, si es que un día llegué a tener un poco de ella.
El profesor que estaba impartiendo la clase no se percataba de lo que sucedía, hasta que prestó la atención necesaria en mí. Sin previo aviso lo tenía enfrente de mí con una cara que no parecía serla misma amigable con la que todos me habían recibido.
—¿Ya terminó la actividad?—revisó mi cuaderno con molestia. Algunos estaban distraídos mirándome, en especial la chica pelinegra.
Asentí con la cabeza señalando toda la actividad de mi libreta.
—¿Y por qué está haciendo eso? ¿Le parece bien ser una distractora lanzando bolas de papel al cesto de basura cuando aún sus compañeros no terminan la actividad?—preguntó quitándose las gafas para poderme ver mejor.
—Estaba aburrida—respondí su primera cuestión.—No es mi problema que no entiendan nada—contesté en la segunda cuestión.—Además estaba calculando la distancia recorrida al margen de la velocidad, en cuánto tiempo llegaba si la lanzaba con más fuerza? ¿Cuánto tardaba en llegar al suelo?—hojeé hasta el final de la libreta y le mostré todos los cálculos que había sacado.
—Ahora calcule cuál es la distancia que va a recorrer a la dirección y en qué margen de tiempo lo va a lograr si lo hace de manera lenta y rápida—mencionó volviendo a su lugar.—Ve a la dirección—ordenó con fuerza.
Guardé mis cosas en su lugar, dejé una bola de papel y se la arrojé a la chica que no dejaba de mirarme. Inmediatamente se quedó viéndola unos segundos hasta que se decidió en abrirla.
—Nos vemos mañana—tomé mi mochila colocándola en mis hombros.
Primer día de clase y ya había comenzado mal. Mala impresión que causé en todo, ¿qué van a pensar mis padres al darse cuenta que he vuelto a fallar? ¿Cuántas decepciones más van a tener que soportar? Ellos no sabían que yo también estaba harta de esta situación, pero ninguno de los dos hacíamos nada para solucionarlo.
Tenía la perfecta solución a todo esto—pensaba mientras iba camino a la dirección.
Toqué la puerta y esperé a que me indicara que pasara, cuando dio la orden lo hice con todo el cinismo del mundo.
—¿Cómo se encuentra el día de hoy?—me senté frente a ella cruzándome de piernas.
Me estudió durante los próximos minutos sin decirme ni una sola palabra, como si buscara entender el motivo de porqué me habían cambiado tantas veces de colegio.
—¿Cuál es la razón del porqué estás aquí? ¿Ocupas algo? ¿Te sucedió algo?—inició de manera repentina, quizá tenía un poco de suerte de que la razón por la que estuviera aquí no fuera a base de mi mal comportamiento.
—¿No le han dicho? Déjeme decirle que no es la primera vez que esto sucede, al profesor le molestó que estuviera alterando la calma de sus concentrados alumnos que no entienden de su clase—expliqué de manera coloquial sin perder de vista algunos de los detalles más importantes.
—¿Terminaste la prueba?—asentí antes de que pudiera terminar con la indagatoria.—Era de terminar en cinco horas—concluyó con sorpresa.
—Sí, lo mismo me dijeron, estaba de lo más fácil posible—repetí lo que ya había dicho con anterioridad.
—Te pondré un reporte, pero debes respetar que tus compañeros no tengan la misma habilidad de aprendizaje que tú, puedes irte a concluir con tus clases—me entregó un reporte en donde decía lo que había cometido, tuve que firmarlo para que estuviera al tanto de lo que había hecho.
Al terminar me marché al aula a seguir con las clases de la misma manera rutinaria, todo era más de lo mismo. Concluía con la actividad antes de que los demás, el resto de la clase me la pasaba mirando hacia el exterior.
La misma sorpresa de todos los docentes que incluso no terminaban de explicar la actividad y yo ya la había realizado con éxito. Todo pasó con la misma rapidez con la que había entrado, conté el número de aves que transitaban y se paraban a observar todo desde la barra de la barandilla.
Vi el sol moverse en sus distintos puntos, viendo como cambiaba su intensidad del color, las formas de las nubes que se hacían en el cielo. Y así se me fue el tiempo siendo una fiel admiradora de todo lo que pasaba en el exterior. Como yo no podía admirar nada de lo que había al interior de mí, ni siquiera mi vida.
La campana sonó dando por terminado el nuevo primer día de colegio para mí, esperé a que todos salieran con rapidez del lugar hasta quedarme completamente sola.
Corté el espacio que había entre donde estaba y el sitio donde estaba la pelinegra observándome, revisé destapando la tapa de su pupitre y solo había más libros y cosas que no tenían ningún tipo de relevancia para mí. ¿Qué esperaba encontrar? Una nota que dijera el porqué me estaba observando.
No le tomé importancia y volví hacia la salida, bajé las escaleras con mucha prisa de llegar a la salida. Ya casi todos se estaban marchando a su casa, algunos estaban esperando en la entrada a que sus padres pasaran por ellos, y otro tanto se subían al camión escolar que los dejaba en la puerta de su casa a los que vivían en el barrio de ricos.
Me senté en una de las bancas esperando que mis padres llegaran por mí, no sé cuánto tiempo exactamente fue, porque solo estaba centrada en los padres que recogían a sus hijos.
Algunos les daban un beso en la mejilla y un abrazo tomándolos de la mano. Llevé una de mis manos a la otra para sentir el tacto que ellos sentían, la calidez de esta no fue necesaria para sentirme amada.
Revisé una y otra vez mi celular cada segundo, para verificar que no tuviera alguna llamada perdida o mensaje de mis padres en donde me decían que no se demorarían más, que ya venían en camino. Nada. Ningún mensaje en la bandeja de entrada.
Tomé mi mochila llevándola en mis hombros, quizá otra vez se les había olvidado, como en todos los años anteriores. ¿Cómo a unos padres se les puede olvidar que tienen otra hija?
Me marché con la tristeza en mi rostro, ¿en qué momento se olvidaron tanto de mí? ¿Cuándo pasó que ni siquiera tengo conciencia de ello? Caminaba por las calles de la ciudad de vuelta a mi casa, sabía lo que me esperaba cuando las puertas se cerraran y no hubiera nadie quien pudiera escucharme.
Vivía en una zona lo bastante alejada, no teníamos vecinos, solo eran árboles los que nos rodeaban en todo el camino. Esto lo habían hecho así para que no hubiera nadie dispuesto a escucharme.
Había un sendero en medio del camino rodeado de árboles en donde la noche la oscuridad se apoderaba de todo el lugar.
Al llegar, fueron las risas de mis padres junto con Angelina las que inundaban el lugar, la sala de estar iluminada completamente. Saqué las llaves del interior de mi mochila abriendo la puerta y me metí.
Las risas cesaron en lo absoluto y se centraron en mí, como si yo haya sido la que arruinó su momento de felicidad.
No les dirigí la mirada, no di ni una sola palabra y caminé hasta las escaleras para llegar a mi habitación.
—¡Angélica!—escuché el llamado al cerrar la puerta, no los quería ver, no quería que se metieran en el único sitio que estaba a salvo.
La negrura de mi habitación me envolvió con su oscuridad, recorrí el ventanal de la habitación hasta cerrarlo por completo, lo cubrí con las cortinas. Y me metí a la cama arrojando mi mochila a la silla que estaba cerca del escritorio.
A mi lado izquierdo estaban dos estantes, uno donde tenía mi gran colección de navajas, desde la primera que me había sido obsequiada hasta la última. En el otro estante estaban mis libros educativos, en la mayoría de ellos aprendía todo lo que sabía.
No era una genio súper dotada que sabía todo por arte de magia, nutría mi cerebro leyendo varias páginas al día, resolviendo los ejercicios en mi cabeza. Todo lo que tenía que saber ya lo sabía, los exámenes me lo confirmaban.
No tenía ni un solo libro de literatura y no era porque no me gustaban, había otra razón más poderosa detrás de todo esto.
Aunque había un libro que hacía una pequeña excepción a lo que estoy diciendo, lo saqué debajo de mi almohada abrazándolo contra mi pecho, toqué con delicadeza la portada temiendo hacerle cualquier daño.
Tracé el título con mi dedo índice hasta que llegué al final, El principito, leí algunas páginas hasta que escuché la puerta que estaba siendo abierta. Rápidamente escondí el libro y saqué otro educativo abriéndolo en una página al azar y disimulé que estaba concentrada leyendo.
—¿Qué estás haciendo, Angélica?—se metió mi padre revisando debajo de las sábanas para ver que era lo que estaba haciendo encerrada antes de que él llegara.
—Nada—traté de sonar firme, pero mi voz se cortó un poco.—Estaba leyendo un poco de este libro—levanté el gran libro que pesaba demasiado al sostenerlo con una sola mano.
—¿Y por qué te encierras?—me arrojó a un lado tirándome al suelo, caí de costado, esperaba que no revisara debajo de la almohada.
Era el único libro que conservaba, tenía que mantenerlo a salvo y protegerlo así como no lo había hecho con los otros, y como ni siquiera lo había hecho conmigo.
—Ven acá, tenemos que hablar—ante no encontrar nada debajo de la almohada, debe haber sido porque el libro cayó en el piso o terminó escondido entre la cama y el respaldo de ella.
—Estoy ocupada, tengo mucha tarea—respiré con nerviosismo, sabía lo que eso significaba.
—No me importa—tiró de mi brazo arrastrándome afuera de la habitación, pasamos cerca de la habitación de Angelina quien se escuchaba que estaba vocalizando, vi que su puerta estaba entreabierta.
En mi camino siendo arrastrada le di una patada abriéndola un poco más para que pudiera ayudarme. Nada pasó. Mi padre captó lo que había hecho, se devolvió cerrando la puerta con fuerza.
Al llegar a las escaleras intenté pararme y zafarme de su duro agarre, me aferré a la baranda de las escaleras con toda la fuerza que poseían mis manos.
—¡No!—ahogué un grito que salió de lo más profundo de mí.—¡Papá, no! ¡Déjame, me estás haciendo daño!—intenté hacerlo reaccionar diciéndole lo mucho que me lastimaba.
Al contrario de soltarme pareció que le gustaba la manera en la que lamentaba por la firmeza de su apriete. La sonrisa en su cara de enojo no se veía de manera amigable, era tan maléfica que me hizo cerrar los ojos una y otra vez con fuerza de que se tratara de una de las tantas pesadillas que me inundaban en la noche, cuando las luces se apagaban.
—No me llames así—el primer que llegó a mi cara, mi rostro ardió demasiado antela fuerza bruta que empleaba en mí.—¡Eres un maldito asco!—otro golpe más en el estómago y sentí que toda la fuerza con la que sostenía la baranda se agotó, rodé escaleras abajo hasta terminar en el suelo firme.
Sentí el sabor metálico de la sangre resbalando por mi frente, trazando un camino hasta llegar a mi boca. La acidez mezclada con el sabor a hierro saciaron un poco mi lengua.
Con sumo cuidado me puse de pie, no tenía la suficiente valentía como para enfrentar a mi padre.
—¡No, por favor ya no!—arrastré mis piernas hasta que llegaran a mi pecho, escondí mi cara entre ellas.
Se sacó el cinturón y lo dobló en forma de u, lo estrelló contra la baranda de la escalera, el sonido de la fuerza empleada sació mis oídos, escuchar el sonido de la dulce voz de Angelina entonando una canción que no pude distinguir porque mi mente estaba concentrada más en otra cosa que en ella.
El camino del cinturón a mi cuerpo fue demasiado corto, me estremecía una y otra vez cada que me atinaba en las distintas partes de mi cuerpo.
—¡Por favor, para!—ahogué con todas mis fuerzas. Otro golpe más, alzaba la falda dejando descubierta la piel desnuda en donde me dejaría una marca.—¡Te...prometo que...me voy a...portar bien!—logré terminar una frase con dificultad.
No supe la cantidad de gritos que fueron mezclados con el canto de Angelina formándose un cántico que no era para nada agradable en la situación en la que me encontraba.
—¡Estoy harto de ti, Angélica! ¡Deberías aprender de tu hermana! ¡Ella no da problemas! ¡Ella no es un estorbo!—gritó con furia siguiendo con su lluvia de golpes.
Levanté mi vista hasta el descanso de las escaleras, de pie estaba mi madre de expectante en compañía de mi hermano mayor Geovanny, ambos con una sonrisa de satisfacción.
—Tú también tienes que destruir a Angélica, mírala ahí tan vulnerable, solo para nosotros—le acariciaba la espalda mostrando como tenía que hacer lo mismo conmigo.—Suficiente por hoy, Guillermo—bajó con superioridad las escaleras hasta llegar a mí y colocar su pie encima de mi cabeza.—Has hecho un gran trabajo con el monstruito—bajó su pie, inclinó su cuerpo a mi altura sosteniéndome la cara entre sus manos.—Eres maravillosa, Angélica—le dio un beso a mi frente, con uno de sus dedos índices limpió la herida de mi frente metiéndome los dedos con mis fluidos carmesí a mi boca.
Mi padre se marchó a su habitación satisfecho por lo que había cometido, Geovanny fue detrás de él de manera casi inmediata.
No sabía si todo ya había cesado o no, pero sabía que continuaría los días siguientes, hasta el día que fuera digna de su amor. Hasta que fuera suficiente para poder ser amada por mi madre y mi padre.
—Vamos, Angélica—me tendió la mano ayudándome a levantarme del suelo.
No la acepté, me limpié las lágrimas que había en mi rostro y me levanté sin obtener su ayuda.
—Mamá, ¿hasta cuándo?—pregunté cuando mi madre colocó su dedo índice en mi boca.
—Shh, no me llames así, todavía no eres digna de pronunciar esa palabra por tu boca—acarició mi cabello llevándome a la sala en donde se sentó a hacerme compañía.
—No me merezco que me traten así, ¿por qué me tratan como si fuera una porquería, una basura que nadie merece?—ahogué los últimos sollozos de mi llanto que aún no cesaba.
—Porque lo eres—respondió sin titubear.—Esto es para volverte digna de nuestro amor, Angélica. Algún día serás suficiente, solo resiste un poco más—me acostó en sus piernas mientras curaba la herida de mi frente.
—¿Me prometes que seré suficiente, que tú y mi padre me van a amar de la misma forma en la que lo hacen con Angelina?—abracé sus piernas queriendo que este momento fuera eterno, que la situación cambiara.
Quería estar así en los brazos de mi madre, pero no después de haberme destruido físicamente. Ya no quería más dolor para ser amada por ellos, ¿por qué el amor tenía que doler de tal forma?
—Lo serás—respondió seca.—Tengo que ir a verificar que tu hermana esté bien—levantó mi cabeza y se marchó a la habitación de mi hermana.
¿Por qué no fui suficiente? ¿Por qué no fui como Angelina? ¿Por qué tuve que ser yo la insuficiente, la que no querían y tenía que hacer de todo para conseguir amor? ¿Por qué Angelina tenía todo lo que yo no?
Al marcharme a mi habitación, la guarida en la que creía que estaba a salvo pero en realidad nunca lo estaba, me golpeé hasta que perdí la conciencia odiando cada parte de mí, me hice grandes marcas, algunas partes de mi sangraron. Mis ojos llenos de lágrimas por el dolor que me estaba infringiendo por el simple hecho de no ser lo suficientemente buena para amarme de la misma manera en la que amaban a Angelina.
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