Mis ojos se cruzaron con tu imagen,
y con la magia de tu mirada,
quedé completamente intimidada.

Volví a verte más tarde,
y quedé completamente prendada
de esos versos que tanto admiraba.

Una tarde más regresé a escucharte,
y sin darme cuenta yo más y más me pillaba
con cada palabra que tú recitabas.

Llena de nervios una noche
con miedo de perderte te dije todo lo que sentía
y aún así tú seguiste mirándome de la misma manera.

Llegó la cuarta velada,
y no sé si era yo que me rallaba fácilmente
o si era la situación, ligeramente diferente.

Algo cambió, tú cambiaste.
Ya no me seguías la broma,
ya no me contestabas a los mensajes.

Aunque en el fondo lo estaba deseando,
no me atrevía a hablarte,
me daba pánico molestarte.

Aunque estaba rallada,
aunque estaba realmente ofuscada,
no podía odiarte.

Ahí seguías tu con tu luz,
como siempre tan preciosa,
además de radiante.

Me descubriste un mundo entero,
mundo en el que empecé a refugiarme,
mundo perfecto para liberarme.

Y aunque estaba convencida de merecerte,
pues sabía que el universo entero darte intentaría,
me mataba pensar que tu corazón no tenía.

Fuiste una bendición viniendo a mi vida,
pero ahora desearía no haberte conocido...