Perdida

Mi corazón era un cielo lleno de nubarrones
entre los que trataban de abrirse paso
los rayos de sol más brillantes jamás antes vistos.

Yo era feliz,
o al menos eso quería pensar.
Cada mañana me lavantaba pensando que el nuevo día traía consigo
una nueva oportunidad de relucir,
una nueva oportunidad de iluminar,
una nueva oportunidad de alegrar. Pero, ¿realmente era feliz?

Al principio, simplemente
me limitaba a fingir que lo era.
Poco a poco,
mi mentira se fue transformando
en mi propio síndrome de estocolmo.
Llegó a ser tal mi adicción por esa falsa realidad,
que un buen día acabé creyendo me mi propia mentira.

Me sentía perdida en mitad de un desierto...
Ese Sáhara azotándome con su tórrido calor,
esas montañas muertas en las que la única vida
era la arena movida por el viento.

Me sentía perdida en mitad de un desierto,
sin saber muy bien a dónde tenía que ir,
sin saber muy bien qué hacía allí...
Y sin embargo,
nunca dejé de tener claro
que debía continuar hacia adelante,
sin importar lo exhausta
o lo devastada que me encontrara.

Me sentía perdida en mitad de un desierto,
en el que mi propia mentira
se convirtió en mi mayor droga.
Aquella mentira,
se transformó en la ilusión de un oasis
en el que mi alma descansaba tranquila y feliz,
gracias a aquella falsa luz cegadora.

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