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N.A: ¡Tarde pero seguro, ja ja! Bueno, después de un par de días difíciles he aquí el segundo capitulo de la segunda parte. ¡Disfruten la lectura!


Cuando le pregunte al señor T porque no había dicho nada sobre que sabía que mentía en el momento, él dijo que Melanie lucia asustada hasta la mierda. Así que él me confronto un par de horas después del incidente y me obligo a ser su asistente sin paga por una semana, él dijo que podría haber sido peor así que no me queje demasiado. Tendré que renunciar a una semana de paga de mis dos de mis tres empleos. Ge-nial.

Aún no sabía porque ella estaba allí, no habíamos mediado palabra después de aquel incidente y había algo en eso que no dejaba de molestarme. No sabía exactamente lo que era, pero encontraba realmente molesto no poder hablar con ella.

El cuarto día de mi trabajo sin paga, después de terminar los mandados del Señor T. decidí hacer una visita al café.

—Lo siento, estamos cerrando— Lucy dijo sin mirarme.

—Solo quiero un café— dije mientras bajaba una de las sillas.

—Matt— Lucy se limpió las manos en los pantalones y con rapidez se acercó a mí. Yo ondee la mano en forma de saludo así que casi me caigo cuando siento sus brazos alrededor, sin embargo correspondo a su abrazo.

—Me voy un par de días y ya no puedes vivir sin mí— me burlo. —Luke debe ser un maldito dolor en el trasero— la siento reír.

—La señora Navarro también te extraña— murmura en mi pecho. La aparto un poco y la miro.

— ¿Dónde está ella?

—Se fue temprano— ella volvió a abrazarme y yo me aleje solo un poco.

— ¿Lucy? — Le digo —Mírame— ella lo hace — ¿Qué sucede?

—Ella tiene cáncer— solloza en mi pecho. La abrazo incluso más fuerte.

Después de ayudarle a limpiar la tienda, la acompaño a casa y le prometo que iré a visitarla el día siguiente después de la escuela.

—De cualquier manera iba a liberarte del castigo hoy— el señor Thompson dice cuando le explico la situación. —Tengo a alguien más trabajando para mi ahora— sonríe con malicia. —Suerte con lo tuyo.

—Gracias.

—Y... ¿Cuándo termina tu semestre? — yo sonrío, satisfecho.

—Hoy.

— ¿Tienes ya tu video? — levanta una ceja.

—No— sonrío algo avergonzado —, pero el señor Rivera nos dará oportunidad hasta el próximo semestre.

—Eso es genial. Si tienes algún problema con ello puedes venir a verme— palmea mi espalda y se aleja.

—Hola Sarah— aviento mis cosas cerca de la puerta.

—Hola Matthew— deja el libro en la mesa.

— ¿Es bueno? — señalo el libro con la cabeza mientras me quito el abrigo.

—Bastante— sonríe. Y yo noto algo diferente en ella. La observo detenidamente. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... nueve perforaciones. No, no tenía uno nuevo. Me acerco a ella y la tomo por los hombros, examinándola detenidamente, me alejo un poco y vuelvo a acercarme para tomarla de las manos, observo detenidamente su brazo, no, ningún tatuaje nuevo, tampoco hay tinta nueva en su otro brazo, agarro su cara con ambas manos. Vuelvo a contar sus perforaciones. Tres en cada oreja, dos en la nariz y supongo que el de la lengua sigue en su lugar. Observo entonces su cuello. No, los mismo tres tatuajes. Entonces por fin lo noto.

— ¡Es tu cabello! — grito en su cara. Ella se ríe, toma mi cara y aprieta mis mejillas. —Es azul— digo, orgulloso de mi mismo.

—No puedo creer que no lo notases antes— sonríe y me muestra su lengua. Si, allí esta. Apachurro sus mejillas y le pregunto si va a quedarse a comer, ella dice que si mientras apachurra las mías.

—Basta de aplastar mi cara— la tomo por la cintura y la levanto como costal. —Ahora, ayúdame a preparar la comida.

—Pero soy la invitada— se queja mientras ríe y golpeo mi espalda.

—Oye, oye. Más respeto— la sacudí.

— ¡Sarah estoy en casa! — escuchamos a Ángela gritar desde la puerta. Sin bajar a Sarah la lleve hasta la entrada.

—Deja de patearme— le gruñí entre risas.

—Pues bájame— dijo golpeando mi espalda.

—No— deje de reír cuando estuvimos frente a Ángela y... Melanie.

—Matt— Ángela trago duro. —No sabía que estabas en casa— miró nerviosamente desde Melanie hacia mí.

—Llegué temprano— dije, señalando lo obvio. Sacudí a Sarah. —Hey, saluda— me di la vuelta para que pudiese ver a las chicas.

—Hola, Matthew me invitó para comer pero igual le ayudare a preparar la comida. ¡Vamos Matthew! — me golpeo la espalda.

—No soy un caballo— gruñí mientras la sacudía.

— ¡Arre Matthew! — volvió a golpearme.

—Ya basta, voy a tirarte— le advertí. Una vez que estuvimos en la cocina la puse sobre el fregadero.

— ¿Qué vamos a cocinar?

—Espagueti y albóndigas— sonrío.

— ¡Ya basta Sarah! — murmuré riendo. —Deja de tirar la pasta. No sé cómo vas a explicarle todo ese desastre a Jason.

—El encantado va a limpiar todo esto— dijo mientras me aventaba más pasta.

—Ya basta— gruño con fingido enfado. —Ahora sé— me acerco a ella, la tomo por la cintura y la dejo de nuevo sobre el fregadero. —que eres un peligro en la cocina. Creo que sin ti hubiese terminado esto antes.

—Hey— ella frunció el ceño.

—Sin ofender— le sonreí.

— ¿Sabes? Que digas sin ofender no lo hace menos ofensivo— hizo una pausa. —Pero tienes razón, soy un desastre en la cocina— la miro, ella estaba columpiando sus piernas. —Te lo compensare— ella me sonríe mientras yo vierto la salsa de tomates en la pasta.

—Te escucho— digo buscando una cuchara de madera.

—Una película— sonríe— mi casa, mañana después de tu trabajo— también le sonrío.

—Está bien... ¡Uh mierda! Tengo que hacer una visita a la Señora Navarro. Mierda soy un poco tonto. Debo irme, lo siento, pero por favor quédate a comer con las chicas. Mierda es tarde— miré el reloj —No puedo creerlo— gruño tomando la pasta del suelo. —De verdad lo siento mucho Sar— me acerque lentamente a ella.

—No te preocupes Matthew— sonrío. Acerque mi rostro al de ella y deje la pasta sobre su cabello.

—Ahora estamos a mano.

— ¡Ángela! — grito desde la puerta mientras me pongo el abrigo. Ángela llega cuando me pongo la bufanda. —Debo ir a ver a la señora Navarro, pero la comida ya está hecha, hay suficiente comida para los cuatro.

— ¿Los cuatro?

—Sí. Jason, ustedes dos y Sar— sonrío. —Debo irme ya.

Aun no podía decidir si la señora Navarro se había ahorrado las lágrimas o si simplemente no le causaba tristeza su enfermedad. Cuando nos dijo a todos los empleados su situación ninguna lagrima fue derramada de parte de ella, había sonreído con cansancio y nos explicó que la habían diagnosticado un par meses atrás, cuando un fuerte dolor de cadera la puso en cama, en realidad, el dolor de cadera resulto ser culpa del cáncer. Parece ser que no están seguros de cuanto tiempo de vida le queda, podrían ser meses o incluso un par de años, todo dependía de cuanto pueda aguantar su viejo y cansado cuerpo. Sus palabras, no las mías.

También menciono que en un par de días comenzaría con su quimio. Admitió que la razón por la cual nos estaba diciendo todo eso era porque íbamos a notar que perdía su cabello y que de lo contrario no hubiese dicho nada; todos lo entendimos en silencio. Cuando el rio de lágrimas se secó y todos volvieron a sus asuntos, le pregunte a la señora Navarro que era lo que iba a hacer con el lugar. Su respuesta aún sigue sorprendiéndome. Lucy Ledesma era en un 75 por ciento dueña y el 25 por ciento restante era... mío.

Le pregunte porque no dejaba el lugar a sus hijos ella me explico que sus tres hijos tenían buenos empleos, pero que todos vivían lejos de la ciudad. Mencionó con mucha ternura que Lucy era perfecta para el lugar, porque a sus 25 años había terminado una carrera gastronómica, pero que por alguna razón desconocida para ella, no había intentado conseguir empleos en restaurantes finos y que por alguna razón había decidido quedarse a trabajar como mesera en su pequeño restaurante. Por lo que la señora Navarro decidió dejarle el lugar a Lucy para que pudiese hacer lo que desee con el una vez que ella ya no este. Estuve de acuerdo. Cuando todo aquello estuve aclarado, estuve tentado a preguntarle porque me dejo el resto, así que se lo pregunte.

—Eres mi favorito— respondió con una sonrisa.

Antes de que regresara a casa, la señora Navarro me hizo prometer que no hablaría de nada de eso con Lucy. Accedí pero a cambio le pedí el resto de la semana libre.

—Por favor, cuéntalo tú— le pedí a Ángela.

— ¿Por qué ella? — Jason gruñó.

—Porque ella sabe contar— le entregue la caja con dinero a Ángela.

—Muy bien— Ángela dijo reprimiendo su emoción al máximo. Abrió la caja y la volcó, vaciando el dinero sobre la mesa, había billetes y monedas de todo tipo. Tenía miedo de no haberlo juntado todo, se veía tan poco desde que Melanie daño a Emma y tuve que sacar un poco de dinero, incluso aunque eso había sucedido hace meses. Me sentí inseguro, ¿y si faltaba mucho dinero? Caminé nerviosamente a través de la habitación.

Cuando Ángela termino de contar el dinero y corroboramos por tercera vez que era suficiente para la nueva cámara y que incluso sobraría algo de dinero para invitar la cena de la noche siguiente, Jason accedió a dejarme el auto pero pidió que no dejase el tanque vacío. Tenía que salir de la ciudad por la cámara y eso era porque la mejor tienda para conseguir una cámara de calidad estaba en una ciudad que estaba a unas dos horas.

Antes de salir, decido ir a ver a Sarah; subo con rapidez las escaleras hasta el apartamento numero 25 dos pisos arriba. Cuando toco y ella no abre, grito su nombre.

— ¡Vamos Sar! Sé que estas allí— gritó y miro a ambos lados esperando que sus vecinos no me escuchen. —Escucho pasos— le digo a través de la puerta.

—Ya voy— la escuché gruñir al mismo tiempo que patea un par de cosas que se hay frente a su puerta, enseguida la puerta es abierta y veo una pequeña, sucia y adormilada Sarah.

—Buenos días Sar— revuelvo su cabello y sin que ella me diga entro.

— ¿Tienes idea de que hora es?

—Por supuesto— sonrió y le entrego la taza de café que prepare para ella. —Hoy es un día muy especial— sonreí.

— ¿Especial? — preguntó, analizando la taza llena de café caliente que le entregué. Le dio un sorbo y me miró, alzando una ceja mientras esperaba una respuesta

—Ah, si— reaccione. —Tú y yo vamos a hacer un pequeño viaje.

— ¿viaje? — levanto la ceja derecha.

—Vamos, te di café— sonreí incluso más —y no le dije a Jason que desperdiciaste toda esa comida— guiñé un ojo. —Anda, ponte decente, te espero aquí— la escuché suspirar. — ¿Qué lees hoy? — se acerca y señala un libro sobre el sofá. —Un clásico— sonrío.

—Voy a ducharme, estaré lista en diez minutos— la escucho entrar al baño. Tomé el libro y comencé a leer, por experiencia sabía que diez minutos significaban una hora.

— ¿Te está gustando? — ella me preguntó una vez estuvo lista.

—Es bueno, me encogí de hombros.

—Estoy lista— me sonrió. Me puse de pie, tome mi bufanda y mi abrigo, y me los puse.

—Vamos— abrí la puerta. Bajamos en silencio las escaleras.

—Hombre, ¿por qué tengo que vivir en el sexto piso? — se quejó una vez estuvimos abajo.

—Iba a preguntarte exactamente lo mismo— suspiré y me agaché a recoger su gorro. —Ven aquí— le pedí. Cuando estuvo frente a mi le puse el gorro.

—Oye— gruñó —no puedo ver— se quejó levantando el gorro de sus ojos.

—Así no va a caerse— me burlé. Ella camino hacia la puerta del copiloto y una vez que estuvimos en la carretera, ella preguntó:

— ¿Puedo saber porque estoy despierta a las once de la mañana un sábado?

—Ayer conté el dinero para la cámara— sonreí y me detuve frente a un semáforo.

— ¡¿Juntaste el dinero?! — ella casi gritó en mi cara y yo asentí sonriendo sin dejar de mirar al frente. — ¿Vamos por tu cámara?

—Puedes apostar tu trasero en eso— le dije riendo.

El viaje con Sarah había sido incluso más divertido de lo que pensé que sería e incluso aunque era un viaje de dos horas pareció durar muchísimo menos. Discutimos sobre las ventajas de tener una mascota y las desventajas de lo mismo; sobre la inmortalidad del cangrejo, incluso sobre si las hamburguesas eran o no mejores que los perros calientes. Descubrí algunas cosas sobre ella, como qué: a pesar de que casi todos los días usaba ropa color negro su color favorito era el rosa; que su comida favorita era el pollo frito aunque sus padres eran vegetarianos; describió a sus padres como dos personas completa y absolutamente zafadas del coco. También sabía ahora, que no tenía hermanos y que sus padres eran de esa generación de los setentas consideradas hippies. Sus padres tenían casi cincuenta años y se la pasaban viajando por el país en un viejo y destartalado camper, consiguiendo toda clase de empleos temporales; pasó toda su vida viajando con ellos, o al menos hasta dos años atrás, que después de haber sido educada toda su vida en casa decidió estudiar en la universidad de la ciudad que estaban visitando por el momento.

—Así es como termine allí— sonrió. —Pensé que la ciudad era linda. Además ya había hecho algunos amigos, por lo que no fue difícil acoplarme. Hace dos años más o menos que no veo a mis padres, pero me envían postales cada mes así que sé que están bien— finalizó con una sonrisa.

—Si no trabajas ¿Cómo pagas la renta?

—Mis abuelos son ricos que te mueres y como soy su única nieta me envían uno que otro cheque con muchos ceros cada mes.

—Dulce— sonreí aparcando.

—Sí, lo es— se puso los guantes y salió del auto al mismo tiempo que yo lo hacía.

—Así que efectivamente eres una niña mimada y rica— me burlé. Ella se puso frente a mí y adoptó una muy curiosa pose de pelea, sus dos puños apuntando hacia mí mientras levantaba su pie derecho y simulaba querer patearme. — ¿Quieres pelear? — la reté. Me acerqué a ella, la tome de la cintura y la puse sobre mi hombro como un costal. Di vueltas y vueltas y después de un rato, cuando estuve mareado, la puse sobre sus pies, ella se agarró la cabeza que parecía estar dándole vueltas, la tomé por los hombros y la sacudí.

— ¿Sar? ¿Estás bien? — ella agitó despacio la cabeza.

—Sí, si— dijo tratando de convencerse más a sí misma.

— ¡MAAAAAAAAATTTTTT! — una pequeña niña se acercó y me abrazo las piernas, revolví su cabello y en seguida la cargué.

—Hola América— le dije.

—Matt-Matt— dijo presionando mis mejillas.

—También te extrañé— la abracé y ella rodeo mi cuello con sus diminutas manos. — ¿Dónde está el inútil de tu padre?— su manita señala el interior de la tienda, Mason abrió la puerta y sonrió de lado.

—Deja de llamarme así frente a mi hija. Meredith cree que yo le enseño ese lenguaje.

Puse a América en el suelo y me acerque a Mason, tenía meses que no le veía y no había cambiado mucho, seguía tan alto como la última vez y el resto de él seguía igual, lo único que había cambiado había sido esa barba de tres o más días y que se había cortado el cabello a punto de rape; al igual que yo, tenía cabello castaño, usaba unos pantalones gastados, una de esas camisetas de franela que mamá odiaba y sus típicas botas militares negras.

América por el contrario que su padre y yo, era rubia y tenía el pelo rosando hasta los omoplatos, aunque siempre lo tenía amarrado en dos coletas, su piel era blanca y tenía algunas pecas en las mejillas, lo que la hacía incluso más adorable, le faltaban un par de dientes y siempre usaba pomposos vestidos, incluso aunque no podíamos mantenerle quieta y terminaba manchándolos con comida o barro.

—Es verdad, — dije recordando que ella estaba allí —ven acá— le hice una seña— Sar, este es Mason Adams mi hermano mayor y ella— volví a levantar a América en mis brazos— es América Adams, mi sobrina consentida— América me apretó de nuevo las mejillas y su padre la reprendió.

—Tío Matt— ella se quejó. —Soy tu única sobrina.

—Pero eres mi favorita— dije mientras la sacudía y ella reía escandalosamente. —América, Mason, ella es Sarah, una amiga— Sarah estrechó la mano de Mason.

—Una amiga ¿eh? — Meredith preguntó dentro de la tienda. Puse a América en el suelo una vez más.

—Meredith— sonreí acercándome a ella —wow— exclame — ¿Qué? — Gire a ver a Mason — ¿Cómo paso esto?

—Matt, Matt, Matt— Mason negó con la cabeza mientras se acercaba a nosotros. — ¿No conoces la historia de la flor y la abeja?

—No empieces— Meredith se quejó.

— ¿Cuándo iban a decirme que voy a tener otro sobrino?— no puedo evitar el tono de sorpresa.

— ¿No le dijiste? — ella se giró a Mason quien se rasco la nuca nerviosamente y negó avergonzado.

—Iba a decírselo pronto— alegó.

— ¿Cuándo el bebé naciera?

—Uh, bueno— se rio nervioso —tal vez.

—Si mamá y papá no lo saben van a patearte el culo— yo dije.

—Le envié un texto a mamá ayer— Mason sonrió orgulloso, Meredith golpeó su nuca.

—Tonto— gruñó.

— ¿Cuántos meses tienes?

—Seis— sonrió mientras sobaba su barriga.

—Podríamos emparejarle con Michael— sonreí.

—Bueno creo que Michael y Joe deberían elegir sus respectivas parejas.

— ¿Un niño? — Ambos asintieron— genial— sonreí.

—Por cierto, ¿Cómo están los padres primerizos? — preguntó Meredith refiriéndose a Jason y Ángela.

—Mejor de lo que podrían pensar— me encogí de hombros—Sarah es la niñera de Mike— sonreí mirando a Sarah que jugaba con América. —Por cierto— dije y ambos me miraron. —Tengo el dinero— ambos sonrieron y Mason fue al almacén, regresó unos minutos después con una gran caja y con un fingido gesto de cansancio la pone sobre el mostrador, me acerco a ella tratando de lucir un poco menos entusiasmado de lo que me siento para no asustarlos, una vez que estoy cerca de la caja la abrazo.

—Oye, oye— Mason me la arrebata —tienes que pagar primero —dice alejándola de mí. Me rio nerviosamente y sin dejar de observar la caja saco una bolsa de plástico de mi abrigo, con monedas y billetes dentro, la dejo sobre la mesa y le arrebato la caja a Mason.

—Mi precioso— digo una vez la caja está de nuevo en mis manos, Mason se aleja lentamente después de tomar la bolsa de dinero, escucho a Meredith reír despacio.

— ¿Se quedan a cenar? — Meredith nos preguntó.

—Lo siento— yo respondo —Pero la fiesta de Sebastián es hoy— me encogí de hombros.

— ¿Tu yendo a una fiesta? — Mason se burló y lo fulmino con la mirada, él levanta las manos a manera de rendición —Recuerda que el cumpleaños de América es pronto.

—Falta un mes para eso— le grite mientras hacia mi camino a la salida, vi a Sarah despedirse de América y en seguida camina a mi lado, abrió la puerta por mí y le agradecí; cuando llegamos al auto le dije que las llaves estaban en el bolsillo izquierdo de mi abrigo, ella las saco, abrió la puerta del copiloto y enseguida empujó el asiento para que pudiese tener acceso al asiento trasero, con muchísimo cuidado dejo y le doy las gracias.

El camino de regreso a casa fue un poco más silencioso, hablamos de cosas sin sentido y nos detuvimos un par de veces por comida rápida; digo un par de veces porque Sarah aventó el primer par de hamburguesas que compramos a un hombre que parecía ser un delincuente, no nos quedamos a averiguar si lo era o no. Después de eso, decidí que era mejor quedarnos en el restaurante un par de minutos.

—Eres un peligro con la comida— la reprendí, ella se encogió de hombros y le dio una gran mordida a su hamburguesa.

Antes de llegar le pregunté si quería ir con nosotros a la fiesta de Sebastián, pero ella dijo que ya tenía planes con unos amigos. El viaje que debía durar aproximadamente dos horas duro casi tres.

—Oye— le dije desde la puerta del apartamento, antes de que ella subiese las escaleras —tu deuda esta saldada— la escuche reír mientras subía.

—Nos vemos el lunes Matthew— gritó.

Antes de abrir la puerta recuerdo que Ángela me había pedido que le enviase un texto antes de llegar a casa, me debato entre sí debería o no escribirle el texto ahora, analizo ambos escenarios: si no le envió el texto ahora se molestara; pero si le envió el texto ahora, cuando estoy en casa, ella se molestara de igual manera. Esperando que de alguna manera el texto me salve de su inminente furia le escribo:

"Estoy en casa :)"

Dejo la caja en el suelo y saco las llaves para a continuación abrir la puerta. Levanto la caja y una vez dentro pateo la puerta para cerrarla, me arrepiento una vez que escucho el golpe. A Michael —como a cualquier otro bebé yo supongo— le asustaban los ruidos fuertes y normalmente lloraba como un loco cuando alguno de nosotros hacía uno. Espere un par de segundos y cuando no le escuche llorar, suspire aliviado, puse la caja sobre la mesa en la sala y me quite el abrigo y la bufanda para a continuación ponerlos en el estúpido perchero que Ángela insistió que necesitábamos. Me acerque una vez más a la caja y con muchísimo cuidado desprendí la cinta adhesiva.

— ¿Jason? — escuché una voz.

—No, soy Matt— dije mientras me daba la vuelta. —Oh, Melanie.

—Yo-yo— tartamudeo. —Jason está trabajando y Ann fue a la farmacia.

Caminé, nervioso, hacía donde ella estaba y la mire bien, su cabello estaba recogido en una de esas bolas raras que me causaban gracia, traía esos enormes pantalones de chándal en los que estoy acostumbrado a verla, usaba una blusa sin mangas color rosa chillón y por supuesto sus tenis color rosa. Sonreí de lado al recordar la primera vez que los vi. Le mire las manos, sus no habían crecido ni un poquito y jugaba nerviosamente con sus dedos.

—Hola— le dije, para de alguna manera llenar el vacío. Ella me miró un par de segundos antes de responder. — ¿Por qué has estado evitándome? — pregunté por fin.


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