10
Por la mañana, me siento menos mierda que por la madrugada, así que a eso de las nueve me levanto y preparo un poco de café para Ángela y para mí. Tomo la taza favorita de Ángela y la lleno hasta el tope, le pongo una cucharada de azúcar y cuando escucho una puerta abrirse saludo a Ángela.
—Buenos días solecito— ella dice en respuesta. Esta vestida con su siempre fiel pijama rosa, usaba unas pantuflas de Chewbacca que le había regalado por su cumpleaños y sostenía su teléfono con la mano izquierda.
— ¿Cómo es que siempre te levantas tan de buen humor? — ella me hace una seña con el dedo y se arrastra hasta su taza de café, después de darle un pequeño sorbo, sonríe con fuerza.
—Eso es porque Dios creo el café— toma asiento en una de las sillas cerca y me mira. — ¿Hay algo que quieras decirme? — la miro confundido un par de segundos antes de recordar que debería haberle dicho.
— ¡Sarah estará fuera hasta el fin de semana!
— ¿Qué? — ella luce más sorprendida de lo que debería.
— ¿No lo sabías? Pensé que era eso... oh, siento mucho no haberte avisado ayer— me encojo de hombros. —Pero cuando ella me lo dijo no estabas en casa y cuando regrese todos estaban durmiendo. Lo siento.
—No importa— ella mira su taza de café un par de segundos y me doy cuenta que esta algo triste.
— ¿Sucede algo?
—No... es solo que...— duda antes de continuar. —Tengo una cita este sábado— habla con un poco de vergüenza.
—Oh— es lo único que se me ocurre decir.
—Y ya que Jason estará fuera este fin de semana....
—Wow— la corto. — ¿A dónde irá?
—Con sus padres...
—Vaya— ella asiente.
—Parece que hay algo con sus abuelos— y en seguida sé que Jason mintió, sus abuelos de parte de su papá, fallecieron hace un par de años (en fechas completamente diferentes) y los padres de la señora C. fueron a un crucero de seis meses, el mes anterior. — ¿Trabajas el sábado? — hago una mueca. —Oh— dice con desilusión. —Supongo que tendré que cancelar.
— ¿Por qué no lo dejas conmigo? — Melanie dice y es solo entonces cuando me doy cuenta que ha estado escuchando nuestra conversación durante un rato. Se acerca a Ángela y le sonríe. Ángela hace una mueca de dolor.
—No estoy segura Mel... Tú sabes que yo te quiero... pero, tú odias a los niños.
—No odio a Mike— ella se defiende, enojada.
—Voy a pensarlo— Ángela suspira con cansancio.
— ¿Y quién es el chico? — pregunto, tratando de sonar lo menos interesado posible.
—Oh— Ángela sonríe un poquito. —Su nombre es Nick, es un año mayor, pero tenemos algunas cosas en común— juguetea con su teléfono.
—Eso es bueno— sonrió, incluso aunque sé que no está bien.
—He estado preguntándome esto durante un tiempo— ella me sorprende, pero antes de que pudiese preguntarle a que se refiere, continúa: —Sarah. Ustedes.
— ¿Nosotros?
—Ajá
— ¿Qué hay con ella?
—Hay algo entre ustedes ¿sí o no?
—Vaya— cubro mi cara con la taza. —Eres demasiado curiosa.
—Lo sé— ella sonríe como si fuese algo de lo cual estar orgullosa. Yo hago una mueca de disgusto y tomo otro sorbo de mi café, que de repente sabe un poco más amargo, y la ignoro, esperando que olvide el tema, cosa que por supuesto no funciona. —Maaaaatttttttt— ella se queja.
—Oh, mira la hora que es— dejo mi taza sobre la mesa y me dirijo a mi habitación ignorando los chillidos de Ángela.
Me pregunté durante un momento si debía o no decirle a Ángela sobre mi beneficiosa amistad con Sarah. Decidí que era mejor no decirle, ella podía llegar a ser como mamá con esta clase de cosas. Un escalofrió recorrió mi espalda ante el pensamiento de Ángela siendo como mi madre.
Después de una muy rápida ducha, ponerme lo primero que encuentro en el armario, tomar una de las tostadas de Ángela como desayuno, baje con rapidez las escaleras y mientras trataba de ponerme el abrigo sin tirar mi tostada mi teléfono comenzó a sonar, me detuve más o menos en la mitad del segundo piso, puse la tostada en mi boca y terminé de ponerme el abrigo, cuando vi en nombre en la pantalla sonreí un poco.
— ¿Por qué tengo que vivir en el cuarto piso? — me quejo a penas contesto.
—Intenta vivir en el sexto piso de un edificio sin elevador— ella dice. —Es una basura. ¿Estás teniendo un mal día o algo parecido?
—Probablemente— me encojo de hombros aunque sé que no puede verme—, solo estoy llegando algo tarde al trabajo.
—Que sorpresa— su voz suena irónica.
—Graciosa— digo con un bocado de tostada en la boca.
— ¿Desayuno fugaz?
—Desayuno fugaz— digo después de tragar el último pedazo de tostada. — ¿Cómo van las cosas por allá? — abro la puerta para que la señora del 12 pase y en seguida salgo. Miro a todos lados en busca del bus, cuando no lo veo camino con tranquilidad hasta la parada y espero.
—El abuelo está bien— ella dice como si fuese obvio. —Solo fue un pequeño infarto.
—No sé porque tu abuela se asusta tanto con eso... un infarto es algo de todos los días.
— ¡Lo sé! — ella grita y yo aparto el teléfono antes de quedarme sordo. —Oh— dice como si acabase de notar el sarcasmo.
—Mi autobús está aquí, ¿hablamos después?
—Por supuesto hombre— ella ríe y me pregunto por qué, antes de que pueda preguntarle por qué se reía, cuelga, me encojo de hombros, guardo el teléfono y antes de que el autobús me deje, camino con rapidez y a penas logro entrar.
Saludo a Joe, el conductor y tomo mi asiento cerca de él, en el camino hablamos de lo de siempre, la miserable paga que obtiene por ser un conductor y como tiene que hacer que alcance para su pequeña familia de tres. Me agradaba Joe, era un poco demasiado gruñón, pero estando en sus mejores días podía incluso ser gracioso. Lo había conocido en mi primer semestre de la universidad, Jason y yo acabábamos de mudarnos a la ciudad el día anterior y no conocíamos demasiado los alrededores, el primer día de clases me subí en el bus equivocado, confiando en que iba a la universidad, ni siquiera me preocupe por preguntarle si en realidad iba hacia allá pero unos treinta minutos después me di cuenta que iba en dirección contraria, me acerqué y le pregunte al conductor si estábamos cerca de la escuela, el me miró, frunció el ceño y un par de segundos después se rio.
—No eres de aquí ¿verdad? — negué con la cabeza y después de haber pasado una gran vergüenza y que Joe dejase de reír, me sugirió que bajara en la siguiente esquina, que esperara unos quince minutos máximo y un camión rosado me llevaría directo a la escuela. Hice lo que me dijo, pero después de esperar unos diez minutos, decidí entrar a la cafetería frente a mí, una agradable mujer con poco más de un par de canas me atendió, y mientras tomaba mi café me preguntó si me gustaría un empleo de medio tiempo. Y así fue como conseguí el empleo en la cafetería de la Señora Navarro.
Una media hora después, me despido de Joe y como todos los miércoles, entro por la puerta trasera del edificio, saludo a Luke que como siempre se queja que le he dejado demasiado tiempo con esas dos mujeres, le digo que podríamos salir un día como siempre lo hago, me coloco el ridículo mandil rosado y entro a la tienda, Lucy está sentada detrás de la caja registradora, le alboroto el cabello antes de saludarla y ella sonríe como siempre, me acerco a la Señora Navarro, la beso en la mejilla y en respuesta ella me da un caramelo blanco y rojo y sonrió ante el recuerdo de Ángela repartiendo dulces como amor en primavera.
Un par de horas después, la veo entrar, vestida exactamente igual que el día anterior; desvió la mirada tan pronto me doy cuenta ella está mirándome y le pregunto algo a Lucy que no puedo recordar que era, ella responde pero por alguna masoquista razón no puedo escucharla. Por el rabillo del ojo puedo ver a Melanie buscar una mesa, casi seguro que está buscando una mesa que no me corresponda atender a mí, me sorprendo cuando la veo sentarse en la misma que la vez anterior. Considero pedirle a Lucy (que sigue hablándole a un yo ausente) que atienda la mesa, pero igual que la vez anterior, me digo a mi mismo que fui yo el que dijo que íbamos a ser completos extraños, justo como antes del embarazo de Ángela. Así que ignorando a Lucy (oh sí, soy un gilipollas) me acerco a la mesa en la que Melanie estaba sentada; con las manos un poco temblorosas saco la libreta de mi bolsillo, quito el lapicero de mi oreja y me detengo frente a ella.
— ¿Puedo tomar su orden? — mi voz sale neutral y me doy los cinco a mí mismo en la mente por haber hecho un buen trabajo. Ella levanta la mirada y si por un momento pensé que mi voz era neutral, la de ella lo era incluso cien veces más. Algo picó dentro de mí al escucharle hablarme de manera tan cortante, por supuesto que normalmente cuando hablábamos, ella usaba un todo tajante y como si fuese natural en ella, me atacaba verbalmente la mayoría de las veces que nos encontrábamos, pero esta vez, se sintió diferente.
Como desconocidos.
Y eso estaba bien. ¿Verdad?
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