Dramas matutinos

Mi familia había desaparecido, me sentía desprovisto de amor y cariño... En resumidas cuentas, de ahora en más tendré que tomar coraje y vencer mis propios miedos, como habría dicho mi madre que en paz descanse.

—¿Y pues? —dijo Leopoldo.

—No sé que hacer, solo debo encargarme de los carteles de neón que quedaron el taller.

—No me refiero a eso. ¿Vamos a ir a la costa atlántica? —exclamó Leo mientras intentaba ganar una partida de poker.

—Ah, sí, desde luego. Después de vender los carteles. Hay muchos, nosecuántos hay. Hay una pila sobre las mesas del taller. Necesito guita urgente.

—¿De modo que tu tío Alberto dejó todo a tu cargo?

—Sí, así es, y yo ni siquiera se soplar el vidrio.

—¡Pero qué cagada! —dijo mi amigo, y emitió de nuevo un suspiro de frustración.

Bebí un mate cocido insípido y frío, mordiqueé el pan de queso que había comprado Raquel y pasé media hora observando el techo de la oficina. Debió pasar una hora hasta que apareció un cliente que necesitaba un cartel para su restaurante y me puse feliz porque iba a ganar algo de plata.

Era el mediodía, y ya nos picaba el bagre, Epifanio se ofreció para convidarme un sandwich de mortadela y queso que había traído en un tupper.

—¿Qué tal tu vida? —dije.

Caían restos de pan en el piso.

—Acabo de hablar con Encanto, me mandó un e-mail —contestó—. La verdad que esa chica me tomó de sorpresa —agregó, mirando fijamente a Leopoldo—. Ella quería saber si el viaje a Mar del Plata iba a ser reprogramado.

Raquel me miró con una mirada diabólica y dijo:

—Pensé que le habías dicho que estabamos de luto.

—Yo estoy de luto, ustedes no están de luto—mascullé.

—Apenas pasaron dos semanas del entierro de tu madre, no lo entiendo —respondió Raquel esbozando una sonrisa torcida.

—¿Acaso no querés que esa señorita venga de vacaciones con nosotros? —exclamó Elmer.

—Ustedes me parecen unos retrasados mentales —chilló la pelirroja mientras se mordía con vehemencia su labio inferior.

—¿Por qué?

—Si vamos con esa loca no podré ser yo misma, porque ella es una completa extraña —dijo la convencional Raquel.

—¡Jua! —exclamó Epifanio, y salió languidamente de la oficina.

Durante ese rato miré fijamente a mi amiga, parecía que mecánicamente se reía de los nervios. Después me puse a jugar al Tetris en la computadora.

—Todavía no entiendo al petiso...¿por qué pone esa cara? ¿es de la emoción? —preguntó Raquel haciendo una mueca.

—Epifanio tiene el plan perfecto —respondí.

—No, no lo es... ¡Es psicótico! No puede hacer eso, no puede invitar a una chica que solo besó una vez, a un viaje familiar —explicó Raquel.

—¿Familiar?  —enfatizó Elmer.

—Es que somos una familia, ¿verdad? —respondió ella.

—Tranquila, tranquila, si lo somos —le dije de nuevo.

Leopoldo anonadado aseveró y dijo:

—Me parece que hacés tanto drama porque no quieres tener competencia.

—Deberías cerrar el culo, Leopoldo —gritó Raquel.

La riña despertó la ira en Raquel, entonces se sirvió agua en un vaso descartable y se lo lanzó en la cara a Leopoldo.

—Raquel, ya no hablo más... —chilló Leo mientras corria al baño del pasillo por una toalla.

—¡Vete a la mierda! —respondió ella, volviendo a apretar sus labios con fuerza.

—Espera un minuto —dije—; tengo otra venta. —Lo estoy haciendo bien y luego agregué: —Raquel mejor dile a Epifanio que no traiga a esa mina y asunto concluído.

Raquel se sentó en una esquina y encendió un cigarrillo mentolado mientras jugaba con el gato de al lado.

Leopoldo se sentía humillado frente a su novia, le irritaban sus modales y sus verdades distorsionadas.

—¿Por qué no hacerlo feliz dándole la oportunidad de vacacionar con una chica linda? Es su vida y puede hacer lo que quiera —dijo Leopoldo, que todavía tenía el rostro húmedo.

—Em —dijo Epifanio—. Por fin he logrado que una chica me de bola.

Raquel tragó saliva al oír las palabras de su amigo.

—¿Y qué hay con Dionisia?

—Es la otra mujer que me gusta, hasta ahora son dos —dijo Epifanio lanzando una risita.

—Puedo ver que utilizas a las mujeres como tablero de ajedrez, te mueves de una mesa a otra, sirviendo sonrisas y falsas esperanzas —dijo la pelirroja sin vacilación o temor.

—No, perdóname pero no...

—Déjame hablar, tú solo piensas en tener sexo con chicas —dijo ella mientras se acomodaba los lentes que se deslizaban sobre el puente de su nariz.

—Insinuar eso, Raquel, es muy desagradable —continuó Elmer.

—Solo piensas lo peor de mí en cada situación. Creo que solo me siento intrigada por compartir una casa con una desconocida —explicó ella.

—No quiero irme por las ramas pero tanto te molesta eso —murmuré.

—Tú terminarás borracho pensando en como llevártela a la cama a ella —. No puedes ganar, si tienes toda la de perder.

Raquel esbozó una sonrisa burlona que opacó todas las ganas de tener éxito. Ella era dueña de su propia lógica y en parte tenía mucho sentido, pero el ambiente se habia puesto tóxico, y ya no quería malas vibras para mi vida.

—Por qué no le dices que vaya este sábado a Anagrama así charlamos con ella para conocerla más en profundidad —dije, lanzando un cierre a toda esta innecesaria tertulia.

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