Capítulo 3: Ichirôhiko
Iozen, con la bondad y amabilidad que le caracterizaba, intentando tratar con esa alterasa chica, la llevó a su hogar siendo educado. La chica le siguió, más por no conocer el sitio y no tener lugar a donde ir. Por lo menos, la bestia jabalí no le preguntaba cosas indebidas, pero si le notaba algo inseguro.
Llegaron a un gran recinto con una casa de dos plantas, estilo japonés antiguo, con un enorme patio de juncos y una fuente muy relajante. Estaba apartado de las demás casas y era lujoso, parece que uno de los dos aspirantes a Gran Maestro tenía renombre.
- Espera aquí, avisaré a mi esposa de la visita.
Adelantándose Iozen, Zoba miró el vestíbulo. Desde luego la casa era grande, y bastante bonita. ¿Hasta cuándo tendría que quedarse aquí? Hasta que supiese como irse, claro, o qué demonios hacía en este mundo.
- ¡Padre!
Antes de que Iozen desapareciese por el pasillo, un joven jabato de colmillos salientes llegó corriendo. Tenía el pelaje más oscuro que él, una abundante mata de pelo y una sonrisa. Tendría tal vez, un par de años menos que ella por su apariencia.
- Jiromaru... - su padre puso una mano en su cabeza - Trae a tu madre, tenemos una visita... inesperada.
El jabato miró detrás de su padre para ver a la chica de cabeza tapada mirando unos jarrones con flores. Él sonrió con brillo en los ojos.
- ¿Es una nueva aprendiz tuya? - preguntó corriendo hacia ella.
- ¡Jiromaru, no...! - Iozen quiso agarrarlo, pero su hijo corrió más.
- ¡Hola, soy Jiromaru! ¿Eres aprendiz de mi padre? ¿Eres fuert...?
Zoba se giró con brusquedad antes de que el muchacho llegase a su lado y le clavó la mirada, lo que hizo que el jabato frenase su carrera. Zoba le miraba como si quisiera matarlo, clavando sus ojos en el lechón, que puso una cara molesta sin comprender qué mosca le había picado.
- Que... que mal rollo... - dijo retrocediendo un paso - Oye... ¿A que viene esa mirada?
Zoba no respondió, sólo frunció el ceño un poco más. Odiaba a la gente tan simpática, esos a los que ves por primera vez y ya se acercan corriendo hacia ti a tocarte y a preguntarte cosas sobre tu vida privada. Como si fueran tus amigos del alma, claramente.
El mundo le había enseñado a Zoba lo que es el espacio personal, y ella lo había ampliado más de lo normal para protegerse. Pocas veces se acercó demasiado a alguien, y el primero motivo era atacar o defenderse. O que le pillara de sorpresa como el Gran Maestro Conejo.
Jiromaru retrocedió al escuchar venir a su padre y fue en busca de su madre. Iozen clavó sus ojos en ella, con un claro gesto de molestia por lo que le había hecho a su hijo pequeño. Zoba le devolvió la mirada con seriedad. Iozen no podía reclamarle nada, pues ella no le había hecho nada malo, y eso Zoba lo sabía, disfrutando de mantenerle la mirada.
- Jiromaru es un chico muy sociable y amistoso - dijo Iozen - No tienes que considerarlo una amenaza.
- Que pena que la sociabilidad y la amistad no sean importantes para mí - respondió ella.
- ¿Entonces que es lo importante para ti?
Zoba hizo un gesto de molestia quitandole la mirada... porque en realidad... no sabía lo que era importante para ella.
Después apareció una jabalina de pelaje oscuro, siendo la madre del jabato y esposa de Iozen, sin colmillos y de menor estatura.
- Bienvenida a nuestro hogar - saludó con una sonrisa - Puedes quedarte el tiempo que necesites, no dudes en pedirnos lo que quieras.
Zoba alzó una ceja. Eso era incluso peor que lo que había hecho Jiromaru. ¿De verdad estás aceptando en tu casa a una extraña que trata mal y con indiferencia a tu familia? ¿De verdad puedo vivir a tu costa todo lo que yo quiera en esta mansión? ¿Puedo pedirte lo que quiera? Claro que no, todo son tópicos. Algún día se cansarían de ella, de que estuviese de gorrona y de que pidiese caprichos. Era todo falso, todo para quedar bien delante de alguien que no conoces y que se gane tu confianza.
- ¿Dónde está Ichirohiko? - preguntó Iozen a su esposa.
- Hace poco estaba entrenando en el jardín, seguramente siga ahí.
- Bien... - el imponente jabalí miró a la chica - Quiero que conozcas a mi hijo mayor.
La jabalina se retiró con Jiromaru, y Zoba caminó detrás de Iozen, a una distancia prudencial, hasta llegar al patio de juncos. Había un chico sentado en el porche con los pies colgando, masajeandose las manos, con varios juntos destruidos.
- Ichirohiko - lo llamó Iozen.
- Bienvenido, padre... - dijo sin girarse.
- Tenemos visita, ven a saludar.
El joven se puso bien su gorro rodeando su cara con sus partes largas, como si fuera una bufanda, tapando su nariz y su boca antes de girarse. Sus ojos azules inspeccionaron a la chica, incapaces de ver el color de los suyos por su flequillo y capucha.
Zoba entrecerró los ojos mirándole, y su ojo ámbar comenzó a brillar de gran manera mirando al chico. Ante eso, la reacción de Ichirôhiko fue inmediata, pues sus ojos cambiaron de azul a ámbar brillante en un momento mostrando una cara de enfado.
El joven apartó la mirada enfadado y se levantó del borde para irse caminando por el patio. Cuando ambos dejaron de mirarse a los ojos, estos volvieron a la normalidad.
Iozen abrió la boca un poco sorprendido, mirando a su hijo. Nunca había visto suceder eso, de verdad esta chica tenía algo especial dentro que hacía que hijo reaccionase de mala manera.
- Un humano... criado por bestias... - pensó Zoba mirando de reojo a Iozen - Por mucho que diga que es su hijo, no lo es. Lo ha adoptado o algo similar... igual que hacen los humanos con los perros...
- ¿Has visto esa reacción? - Iozen la miró con seriedad - Nunca le había pasado eso a mi hijo. Nunca.
- Ni siquiera es tu hijo - contestó secamente - No es un jabalí. Es humano.
- Se que es humano - Iozen arrugó el morro - Pero es mi hijo, pienses lo que pienses.
- Pues tu "hijo" es un peligro para todos, primero para él mismo. Está lleno de oscuridad, lo veo claramente.
El jabalí apretó los dientes mirándola, seguidamente de los puños.
- Por eso te necesitamos. Supuestamente... tienes el poder de limpiar la oscuridad de los corazones humanos.
- ¿Quieres que ayude a alguien sin conocerle por altruismo? - ella se giró a mirarle.
- Claramente tendrás... algo a cambio. Es un gran favor, pero de momento tienes casa y comida todos los días. Supongo por tu aspecto que eso no lo tenías en el mundo humano.
- Yo no he pedido nada - dijo con enfado - lo único que he pedido desde que llegué aquí, es irme.
- Zoba...
- Ni siquiera es ese mi nombre.
Iozen negó. Ella no iba a colaborar, estaba muy cerrada y a la defensiva totalmente, y así no iban a llegar a ninguna parte.
- Sólo... - el jabalí se frotó la melena - Sólo dale una oportunidad a mi chico... Ichirohiko es un humano, si, pero ha sido criado por bestias. No es una persona dañina como las que te han hecho forjar ese carácter en el mundo humano.
Zoba podría responder, oh, sí que podría. Los humanos son humanos se crien donde se crien, al igual que si adoptas un cachorro de lobo, este seguirá teniendo su instinto salvaje, los humanos son iguales. Y ella tiene ese carácter desde donde alcanza su memoria. No tiene nada que ver con el resto. Pero ella estaba cansada. Un día de muchas emociones y cambios...
- Te indicaré dónde está tu cuarto - dijo Iozen empezando a caminar - es un espacio sólo para ti, puedes sentirte segura en él. Luego mandaré a alguien a que te lleve algo de cenar, supongo que aún no estás lo suficientemente cómoda y segura como para sentarte con nosotros a la mesa, aunque estás invitada a hacerlo.
Zoba cerró los ojos caminando detrás. No, no iba a cenar con ellos esta noche, y agradecía no hacerlo. Ninguno de los cuatro miembros estaría cómodo con ella y no iba a estar donde no la quisieran. Además, eso de un cuarto para ella sola... era algo que sonaba muy bien.
Llegaron a un cuarto que se abría con puerta corredera. Era bastante amplio y con muebles en las esquinas, exceptuando una mesa baja en el centro, como en las casas japonesas que ella había visto.
- Siéntete libre de usar el baño y todo lo que tiene el cuarto - Iozen ya no la miraba a los ojos - En una hora subirán la cena.
Iozen cerró una vez que ella entró. La chica lo miró todo dando prudentes pasos alrededor de la mesa. Olía bien, había buena temperatura y no parecia haber sido usado en mucho tiempo, pero si limpiado. Eso estaba bien, muy bien.
La chica relajó sus hombros con un suspiro. Un baño estaría bien... con agua caliente, por favor. Miró la puerta corredera. Si tuviese un pestillo, sería perfecta para su tranquilidad absoluta.
Se miró al espejo empotrado en la pared, donde sólo salía de su pecho hacia arriba. Hacía mucho que no podía mirarse con tanta nitidez, pues los cristales de los escaparates y los charcos no son muy claros.
Se retiró con lentitud la capucha, dejando asomar primero unas orejitas redondas y blancas encima de su cabeza, siendo de animal, y luego el resto de su pelo, espeso y alborotado, blanco impecable con algunos mechones finos pintados de negro, haciendo rayas. Se acarició sus orejas con cuidado, como si aún no aceptase su existencia, su diferencia con el resto.
Justo cuando escuchó un ligero ruido en la puerta, una de sus orejitas se giró hacia atrás y rápida como un parpadeo se puso la capucha de nuevo, cuando la puerta se deslizó entera con un gran estruendo, dejando entrar a un humano con gran velocidad al cuarto a lanzarse a por ella.
La chica se giró, y su cuello fuese agarrado rápidamente y empujada hacia la pared, rompiendo el espejo contra su espalda, pero tuvo el reflejo de levantar una pierna para presionarla en el pecho del chico para evitar que se acercase demás. Ichirôhiko lanzó con su brazo libre un puñetazo a su cara, pero la chica lo detuvo agarrándolo con la palma de su mano, manteniendo el esfuerzo.
- ¿¡Que... eres?! - Ichirôhiko preguntó con enfado mientras que sus ojos volvían de nuevo a ser amarillos al mirarla a ella.
- Buena pregunta - ella sonrió mostrando unos colmillos prominentes y haciendo brillar su ojo ámbar - Si buscas así todas las respuestas, no creo que te den ninguna.
- ¿¡Por qué...?! - sus brazos temblaban por el esfuerzo - ¿¡Por qué siento tanto odio si te miro?!
- Porque estás lleno de oscuridad... - la sonrisa de soslayo no desaparecía de su boca, aún su garganta estaba siendo apretada - te come por dentro como los gusanos a los cadáveres. ¿Te descontrolas... Ichirôhiko? - preguntó ahora con la voz más melosa.
- ¡Necesito esa respuesta! - el chico profundizó su mirada, haciendo que los objetos más pequeños del cuarto empezaran a levitar por su poder telequinético.
Zoba lo miró sin perder su sonrisa, con su ojo derecho brillando cono un pequeño faro. Entonces hizo un sonido ronco con la garganta y movió los labios... para después escupirle en la cara.
Ichirôhiko cerró los ojos apartando su mirada, perdiendo su color amarillo y los objetos cayeron al suelo. Zoba aprovechó para empujar más con su pie y quitarse al muchacho de encima. Que cayó encima de la mesa, con suerte de no romperla.
- No soy una persona habladora - dijo ella metiendo las manos en sus bolsillos, viendo cómo se limpiaba la cara.
El chico la miró con enfado levantándose y se puso bien el gorro y su bufanda.
- Si la oscuridad de tu corazón es tan grande que te produce el poder de la telequinesis, tienes un problema gordo, chico...
- Necesito saber por qué has venido con mi padre aquí... - el chico apretó los puños - Cómo provocas ese efecto de odio y cómo sabes lo que me pasa. Explicámelo... antes de la cena.
La chica miró de reojo el reloj colgado en la pared, y luego al alta chico esbelto delante de ella.
- Una hora... es mucho más tiempo de lo que nunca he hablado con nadie - dijo dando de nuevo esa sonrisa de soslayo.
Vaya con el chico, siempre de mal humor... ¿Que le habrá pasado para tener semejante dolor en el alma?
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