Prólogo
Muerte, la muerte reinaba en este sitio. Apreté mis ojos con fuerza con la esperanza de ver algo distinto al abrirlos, pero no fue así. No estaba equivocado, había un muerto, un muerto que estaba a tan solo unos cuantos metros de mí.
Era horrible, soltaba un hedor espantoso, gran parte de él únicamente eran huesos y en la poca carne que le quedaba; estaba repleta de gusanos. Negué varias veces con mi cabeza sin aceptar lo que estaba pasando. Lágrimas bajaban por mis mejillas, no podía ser cierto, tenía que ser una estúpida broma.
Mi respiración era complicada y agitada, sentía el corazón en la garganta y toda mi piel se encontraba erizada.
¿Cómo había pasado esto? ¿Por qué rayos había un muerto en nuestra casa? ¿Por qué aquí? ¿Acaso había caído por accidente como yo, o alguien lo había matado?
Me llevé mi mano izquierda a la cabeza en un acto de desesperación y caminé de un lado a otro. Mi cuerpo dolía, la sangre seguía fluyendo sin control y con esto me sentía cada vez más débil. Quizá iba a morir aquí y nadie lo sabría.
Me quedé de pie unos momentos, hasta que finalmente mis piernas cesaron haciéndome caer de golpe contra el suelo, empecé a sentir un gran frío extendiéndose por todo mi cuerpo. El dolor fue desapareciendo poco a poco, mis sentidos empezaron a colapsar, empezando con mi vista. Veía todo borroso haciendo que ya no pudiera detallar los objetos.
Probablemente, este iba a ser mi fin, así iba a morir después de todo, ya no iba a ver de nuevo la luz, ya no volvería a ver la alegría en Erick y la gentileza en mi madre. Y a papá, pues no sabría si mi muerte significaría algo en él, pero ya no estaría para descubrirlo.
Empecé a llorar con mi cabeza rozando el suelo, no quería morir, no así, no podía morir cuando apenas había empezado a conocer la libertad, cuando apenas comenzaba a descubrir cómo funcionaba el mundo exterior, no podía.
Tras varios suspiros dolorosos, mis ojos amenazaron con cerrarse, cuando de la nada escuché una voz familiar gritar.
Era él.
— ¡Adrián! ¡¿Dónde estás?! ¡Adrián! — Gritó con fuerza desesperado viniendo del pasillo que daba con el sótano. — ¡Me estás preocupando, ¿dónde rayos estás?! — Gritó de nuevo.
Erick.
— ¡Adrián! ¡Vamos amigo, ¿dónde estás?! ¡Adrián! — Una voz distinta gritó.
Harvey.
Mi rostro era una mezcla de fluidos entre sangre y lágrimas. — Erick. Por favor, ayúdame. — Soltaron mis débiles labios en un susurro, no tenía la suficiente fuerza para gritar, pero tenía que hacerlo, no podía rendirme tan fácil, no podía morir así.
Reuní toda la fuerza que me quedaba, le hice frente al miedo y al dolor, luché con toda mi debilidad por la más mínima esperanza de sobrevivir y entonces, grité.
— ¡¡¡Estoy aquí abajo!!! — Y con eso perdí el conocimiento.
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